Los Hoffmann son una familia muy temida en todo California, están llenos de oscuros secretos. Por mala suerte, Helen una muchacha de 19 años que salió del orfanato al cumplir la mayoría de edad, cae en las garras de dicha familia, obligándola a casarse con el menor de los Hoffmann, quien la desprecia por parecerse a su prometida.
- ¿Por qué no entras? – escuchó la voz de Leonardo de tras de ella.
Levemente se dio la vuelta y lo vio, su rostro no le decía nada, era un cuerpo sin alma.
- Quiero observar la lluvia. – respondió ella abrazándose así misma.
- ¿Sabes cuánto tiempo y dinero hemos invertido en ti para que te vengas a enfermar? – preguntó él con el semblante duro, hundiendo sus ojos en los de ella.
- No. – Helen dejó de verlo y prefirió observar el jardín inundado por la tormenta que cada vez se hacia mas fuerte. – Ni quiero saberlo.
Leonardo llevó la mano a su frente. Qué carajos había pasado por la cabeza de su madre, pensó. Caminó hacia donde ella y tomándola del brazo para que lo vea le dijo.
- Quiero que subas a tu habitación y te quedes ahí. No pienso perder más dinero en una persona tan deplorable como lo eres tú. – esas palabras salieron de sus labios como si escupiera lava. Mirándola fijamente a los ojos decidió llamar a Claudia, a la vez que un gran relámpago se escuchaba en todo el lugar. - ¡Claudia! – gritó con fuerza y el sonido del relámpago volvió a escucharse.
Para Helen esa escena fue terrorífica, escucharlo gritar al mismo tiempo que el estruendo, se asemejó mucho al llamado del demonio. Contuvo su miedo, mirándolo fijamente a los ojos y sin parpadear se mantuvo seria ante él.
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¿Qué tanto ves en ellos?
Señora. – dijo Claudia entrando en el despacho de Leonela, en sus manos llevaba la Tablet. – hay un nuevo informe respecto al paradero de Valeria.
- Quiero verlo enseguida. – respondió Leonela en cuanto escuchó esas palabras. Claudia le entregó el informe en sus manos y Leonela empezó a leerlo muy despacio. - ¡Londres! ¡Qué hace ella en Londres! – dijo algo alterada viendo la última ubicación.
- El detective lo está averiguando, pero parece que no somos los únicos interesados en saber dónde está ella. El detective que lleva el caso me a informando que la señorita Valeria, huyó en cuento se dio cuenta que estaba siendo perseguida, pero no por él, sino por otro hombre.
- ¿Otro hombre? – preguntó Leonela al borde del colapso.
- Otro detective, señora. Hay un segundo que quiere saber de su paradero.
- ¿Sabe quién es?
- Sí, el joven Leonardo, también ha contratado detectives para la búsqueda de la señorita Valeria.
Leonela respiró intranquila. Sí Leonardo la estaba buscando era porque también quería respuesta, ahora ella tendría que asegurarse en encontrarla primero. No quería un desequilibrio en su hijo o peor aún, que él se lleve una gran decepción, su mente tiene que estar ocupada en Helen, no en Valeria.
- Dile al detective que mantenga distancia, que no permita que los otros detectives lo vean y que se asegura de estar primero que ellos.
- Como ordene señora. – dijo Claudia y salió del despacho.
Leonela caminó hasta la ventana, extrañaba a su esposo más que nada en el mundo, su muerte fue un gran golpe. Llevó una gran carga sobre sus hombros por años, por suerte sus hijos la apoyaron y supieron llevar la empresa, sólo faltaba el matrimonio. Pero por cosas del destino que ni ella entiende, Valeria desapareció sin dejar rastro.
Caminó hasta el escritorio y del cajón, sacó una portaretratos, donde una vieja fotografía con una pareja muy joven, feliz y enamorada se encontraba. Una lágrima cayó sobre él marco y una ligera sonrisa de dolor salió de sus labios.
- Me haces tanta falta. – dijo abrazando aquella fotografía, abrazando aquel recuerdo que todavía seguía fresco en su mente.
…..
Al día siguiente Leonardo y Helen fueron invitados a asistir a un evento organizado por Leonela. Sería para presentarlos como la futura pareja a casarse ante la sociedad. Un evento totalmente aburrido para Helen, pero tenía que defender su papel como prometida enamorada. Estaban de pie escuchando como Leonela hablaba maravillas de ellos, de cómo eran la pareja perfecta.
- Puedes ir a sentarte si quieres. – dijo Leonardo al oído de Helen, quien la sostenía del brazo.
- Creo que no será necesario, estoy bien.
- Como quieras, yo me retiro, ha sido muchas adulaciones por hoy. – dejó de sostenerla y comenzó a caminar.
Helen miró hacia Leonela, también quería irse y para su suerte, ella le hizo una señal para que fuera tras su hijo. Helen aceptó esa señal, pero no iría tras él, se daría una escapada al parque.
Caminó hasta la salida, no lo vio por ningún lugar, se alegró internamente por eso. El parque estaba a unas cuadras, iría caminando.
Sólo había avanzado un par de cuadras, hasta que Leonardo frenó de golpe frente a ella. Una vez más la asustó.
- ¿A dónde piensas ir? – dijo bajando del coche.
- También me aburrí. – respondió ella. – sólo quiero ir al parque, necesito que mis ojos vean otros paisajes y que no sean los mismos muros de la mansión.
- De acuerdo, sube te llevaré al parque. – esta actitud de su parte hizo que Helen se sorprendiera y que quedara inmóvil, no esperaba esa respuesta. – vamos, que se hace de noche. – volvió a decir abriendo la puerta del coche.
Helen decidió entrar, sentándose en el asiento del copiloto. Él tomó su puesto y empezó a conducir.
Era un parque nada especial, pero para Helen lo era todo. A pesar de que estaba en el orfanato encerrada, las hermanas una vez al mes las sacaban a pasear y el parque era su destino. Caminó muy rápido que no se dio cuenta que dejó atrás a Leonardo, él no habló, lo dejó pasar.
Helen, se sentó en una de las bancas a observar todo en su alrededor. Niños jugar, familias completas, todo eso le daba cierta felicidad. Leonardo se sentó a su lado, llevando las manos al rostro le preguntó.
- ¿Qué tanto ves en ellos?
- Los niños. – respondió ella.
- ¿Qué tiene los niños?
- Una familia.
Leonardo puedo entenderla, tuvo algo de conmoción. Llevó sus manos al bolsillo y sacó un artefacto.
- Creo que esto es tuyo. – dijo pasándole a las manos de Helen.
- ¡Mi navaja! – sonrió por tan grande detalle, tenerlo de vuelta era parte de ella. Sin darse cuenta lo abrazó. – Gracias.
Leonardo sintió el tierno abrazo, también le respondió de la misma manera, sintiendo otro tipo de emociones muy diferentes a los que había prometido. Helen dejó de hacerlo al darse cuenta de su acción, guardó la navaja en su cartera, asegurándose que no se extravíe.
- No dejes que mi madre lo vea. - dijo Leonardo jugando con sus dedos y con la mirada al frente volvió a decir. - Para las hermanas Jackson fuiste un gran reto en cambiar tu personalidad.
- No se preocupe, la señora Leonela no lo verá. Y con respecto a las trillizas, ella misma me lo han dicho.
- Helen, pronto serás mi esposa, ya no me hables con formalidades.
- ¿Cómo debería llamarlo? – preguntó ella ante su comentario.
- Sólo Leonardo, llámame de esa forma y evitaremos líos a futuro.
Helen asentó su mirada aceptando su petición. Ambos estuvieron en la banca por un buen rato, no hablaron más, cada uno estaba en sus propios pensamientos hasta que la lluvia amenazaba con caer y tenían que irse. Leonardo se puso de pie y empezó a caminar hasta el auto, Helen también se paró y al hacerlo observó que la banca tenía una ligera línea roja. Olvidó por completo su menstruación, algo incomoda por el momento cubrió su parte trasera y se quedó inmóvil, esperaría a que Leonardo se fuera para después hacerlo ella.
Leonardo estaba a unos pocos metros esperándola, al ver que Helen no se animaba a dar ni un sólo pasó, decidió caminar hacia ella. Helen trató de cubrirse con sus manos, era una escena vergonzosa después de todo.
- ¿Pasa algo? – preguntó Leonardo a unos centímetros de ella.
- No… sólo que quiero…. Ir caminando. – titubeó
Leonardo dudó un poco ante su respuesta, la notó nerviosa y preocupada, como si algo ocultara tras su espalda. Caminó un poco más y vio la ligera línea roja que Helen había dejado sobre la banca. Acto seguido, se sacó el saco y lo amarró a la delgada cintura de Helen, ella cerró sus ojos al sentirlo, ahora no sólo era la línea roja en la banca, también su rostro de había teñido del mismo color.
Leonardo la miró incrédulo, ahora menos se iba a mover Helen. Decidió subirla a sus brazos y llevarla al auto. Para Helen todo pasó muy rápido que cuando abrió los ojos, ya tenía el cinturón de seguridad en su cuerpo. Leonardo no dijo nada y avanzó hasta la mansión.