Entre Luces Y Sombras

Habían pasado casi dos años desde aquel concierto que cambió sus vidas para siempre. Dos años llenos de desafíos, miedos y decisiones difíciles, pero también de risas, descubrimientos y momentos que habían cimentado algo más fuerte que cualquier obstáculo: su amor.

Tina se encontraba en la cocina del departamento que compartían, preparando café mientras la luz de la mañana iluminaba suavemente la habitación. Todo parecía simple, cotidiano, pero para ella cada instante estaba cargado de significado.

Había terminado la universidad hacía apenas unas semanas. Sentía orgullo y alivio por haber cerrado ese ciclo de su vida.

Mico apareció por el pasillo, con el pelo desordenado y una sonrisa que iluminaba su rostro.

—Buen día, cariño.— Saludo, sin verla aun.— ¿Café listo?

Tina levantó la vista, devolviéndole la sonrisa mientras sostenía su taza con ambas manos.

—Buen día, estrella de rock.—replicó—Pensé que la fama te haría olvidarte del café matutino.

—Nunca.— contestó Mico, tomando un sorbo de la taza que Tina le ofrecía—Ni de ti.

Esa rutina, aparentemente trivial, era su refugio. Aquí no había cámaras, flashes ni críticas; solo ellas.

Después del desayuno, caminaron hasta la sala donde la luz del sol caía sobre el suelo de madera clara. Tina se sentó en el sillón, revisando algunos correos de la universidad, mientras Mico comenzó a tocar suavemente la guitarra. La melodía llenó el apartamento y por un momento, todo lo demás desapareció: la fama, los recuerdos dolorosos, la distancia que alguna vez las separó.

—¿Recuerdas todo lo que tuvimos que pasar para llegar hasta acá? —preguntó Tina, dejando la computadora a un lado— Las discusiones, los celos, los malentendidos, los paparazzi.

—Cómo olvidarlo.—rió Mico—Pero también de todo lo que aprendimos. Cada pelea, cada distancia, cada error nos enseñó algo. Y nos trajo hasta acá.

Tina apoyó la cabeza en el hombro de Mico y un silencio cómodo las envolvió.

No era un silencio vacío, sino lleno de comprensión. Cada una sabía lo que la otra había sacrificado, lo que había resistido y lo que había decidido: quedarse.

—A veces pienso en todo lo malo que pasó.—dijo Tina, con la voz suave— Y aún así, mirá dónde estamos. No solo sobrevivimos, sino que crecimos juntas.

—Eso es lo que más me asombra.—dijo Mico, acariciándole la mano— Que cada cosa difícil nos acercó más, que el miedo a ser juzgadas nos enseñó a valorar lo que tenemos.

Se quedaron un momento así, contemplando la luz que entraba por las ventanas, sintiendo cómo la ciudad seguía su ritmo afuera, pero sin afectar la paz que habían logrado construir.

Más tarde, salieron a caminar hasta un pequeño jardín botánico fuera de la ciudad. Caminaban tomadas de la mano, observando las flores y comentando sobre los árboles antiguos. Cada conversación, cada risa, cada gesto era un recordatorio de que, aunque la vida no había sido fácil, habían decidido enfrentarla juntas.

—Nunca imaginé que podría amar así —dijo Mico mientras se sentaban en un banco de madera— Sin miedo, sin reservas, sin tener que ocultar nada.

—Yo tampoco.—admitió Tina—Pero cada obstáculo, cada lágrima, cada momento de distancia nos preparó para esto.

Se acercaron lentamente, apoyando la frente una contra la otra. La mirada de ambas reflejaba gratitud, amor y la certeza de que lo que tenían era sólido.

El mundo podía juzgar, podía opinar, pero ellas habían decidido construir su propio camino, y eso era lo que verdaderamente importaba.

—Es curioso.—dijo Tina, rompiendo el silencio—Durante años, pensé que cada problema sería un muro imposible de atravesar ymíranos ahora.—se rió suavemente, con un brillo en los ojos— Aquí estamos. Juntas, más fuertes que nunca.

—Porque elegimos permanecer —susurró Mico—A pesar de todo.

Ese beso que se dieron no fue un acto impulsivo, sino un pacto silencioso: no más máscaras, no más miedo, no más esconderse. Solo ellas y la vida que decidieron construir.

De regreso en el departamento, prepararon la cena juntas. Cortaban verduras, se pasaban utensilios, se reían de los pequeños errores. Cada acción cotidiana era una muestra de amor y confianza.

Cuando terminaron, se recostaron en el sillón, compartiendo la manta y viendo fotografías de sus viajes y aventuras.

—¿Sabés? —dijo Tina, viendo algunas imágenes— No quiero asustarte, pero me gustaría tener hijos alguna vez.

—Yo también —dijo Mico, acariciándole el cabello. haciendo que Tina se sorprenda— Nuestro amor tiene que permanecer luego de nosotras, ¿no?

Se abrazaron fuerte, conscientes de que la verdadera intimidad no estaba solo en los gestos físicos, sino en cada conversación, cada apoyo, cada elección compartida. La fama podía seguir su curso afuera, los desafíos podían surgir, pero dentro de su hogar, habían encontrado un refugio invencible.

Antes de dormir, Tina apoyó la cabeza en el pecho de Mico mientras ella acariciaba su cabello suavemente.

—Gracias por elegirme todos los días —susurró.

—Y gracias por elegirme tu.—respondió Mico, besándole la frente—A pesar de todo, aquí estamos.

Y así, entre luces de la ciudad y raíces de lo que habían vivido, comprendieron que su historia no era solo una serie de momentos felices o difíciles. Era un testimonio de perseverancia, de amor verdadero y de valentía. Cada lágrima, cada obstáculo, cada malentendido había sido necesario para que pudieran construir algo real.

No necesitaban la aprobación de nadie más. Ni la fama, ni los aplausos. Su felicidad estaba en la rutina compartida, en las risas al cocinar, en los abrazos al despertar, en las palabras sinceras antes de dormir. Cada gesto cotidiano, cada mirada, cada toque, era un recordatorio de que habían logrado vencer todo lo malo, juntas.

La noche cerró con un silencio cálido, un abrazo que decía más que cualquier palabra y la certeza de que, a partir de ese momento, todo lo que construyeran juntas sería verdadero. La historia había comenzado con confusión y miedo, con celos y reproches, pero terminaba con claridad, confianza y amor inquebrantable.

Porque, al final, no importaba cuántos escenarios llenos de luces y aplausos hubiera en el mundo. Su felicidad estaba en la libertad de ser ellas mismas, en la elección diaria de permanecer juntas, y en la certeza de que, después de todo lo que habían pasado, su amor había triunfado.