Violeta Meil siempre tuvo todo: belleza, dinero y una vida perfecta.
Hija de una de las familias más ricas del país M, jamás imaginó que su destino cambiaría tan rápido.
Recién graduada, consigue un puesto en la poderosa empresa de los Sen, una dinastía de magnates tecnológicos. Allí conoce a Damien Sen, el frío y arrogante heredero que parece disfrutar haciéndole la vida imposible.
Pero cuando la familia Meil enfrenta una crisis económica, su padre decide sellar un compromiso arreglado con Damien.
Ella no lo ama.
Él tiene a otra.
Y sin embargo… el destino no entiende de contratos.
Entre lujo, secretos y corazones rotos, Violeta descubrirá que el verdadero poder no está en el dinero, sino en saber quién controla el juego del amor.
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Noticias inesperadas
**Capítulo 8:**Noticias inesperadas
(Desde la perspectiva de Violeta Meil)
Un mes.
Ya había pasado un mes entero desde que puse un pie en Vlader Sen Corporations, y todavía me costaba creerlo.
Un mes sobreviviendo a Damien Sen, el jefe más arrogante, controlador y obsesionado con la perfección que el planeta haya conocido.
Un mes despertándome con el sonido del despertador, preparando café sin azúcar (porque ya me acostumbré a sufrir) y recordando que, aunque quisiera, no puedo renunciar… todavía.
Suspiré frente al espejo del baño mientras me arreglaba el cabello.
—Un mes y no me he vuelto loca —me dije con orgullo, sonriendo al reflejo.
Me puse mi blazer color crema, mi falda lápiz y unos tacones que Olivia asegura que son “de mujer con metas”.
Bueno, mis metas eran no tropezar con ellos antes de llegar al elevador.
A pesar de todo, no todo ha sido malo.
Los compañeros de trabajo resultaron ser increíbles.
De verdad.
Me sorprendió lo amables y atentos que eran conmigo, sobre todo después de que notaron cómo Damien me llenaba de trabajo, como si quisiera probar mis límites todos los días.
Y lo peor de todo es que… casi nunca lograba enojarlo.
A veces hasta parecía disfrutar verme resistir.
(Lo que, sinceramente, me da miedo.
Mucho miedo.)
—¡Violeta! —escuché a mi compañera Melina desde la puerta—. ¿Ya terminaste el informe del área financiera?
—Sí, justo acabo de mandarlo.
—Perfecto, porque Alexander nos invitó a cenar. Dice que es para celebrar que por fin terminamos el cierre del mes.
—¿Cenar? —repetí, levantando una ceja.
—Sí, ¡por favor di que sí! Te lo mereces.
Y bueno… tenía razón.
Después de treinta días soportando a Damien Sen y sus “pequeñas pruebas de resistencia”, merecía una buena cena.
Esa noche, el grupo del área administrativa se reunió en un restaurante elegante pero relajado.
La decoración tenía luces cálidas, música suave y una terraza con vista a la ciudad.
Alexander, como siempre, robaba todas las miradas.
Alto, de cabello castaño peinado con estilo y sonrisa encantadora.
Si no supiera que es gay, me habría enamorado a primera vista.
—¡Brindemos por sobrevivir al mes más pesado del año! —dijo él, levantando su copa de vino.
—¡Salud! —gritamos todos.
Alexander se inclinó hacia mí, con su tono divertido y coqueto de siempre.
—Querida Violeta Meil, debo confesarte algo.
—¿Qué cosa?
—No entiendo cómo puedes lucir tan impecable después de hacer el triple de trabajo que todos nosotros.
—Magia —bromeé.
—¿Magia o un trato con el diablo? Porque si es lo segundo, necesito su número —dijo con una risita que me hizo reír a carcajadas.
Era fácil llevarse bien con Alexander.
Siempre tenía algo gracioso que decir y una energía contagiosa.
Además, era el único que se atrevía a bromear abiertamente sobre Damien sin miedo a ser despedido.
—¿Sabías que dicen que el señor Sen no sonríe desde 2015? —comentó entre risas.
—Sí, lo confirmé el primer día que lo vi —contesté divertida.
—Tal vez deberías hacerle sonreír tú.
—¿Yo? ¡Ni loca! Ese hombre es inmune al humor, al encanto y probablemente al amor.
Alexander soltó una carcajada.
—Entonces serías su peor pesadilla.
La cena fue perfecta.
Reímos, compartimos anécdotas del trabajo y por un momento sentí que todo estaba bien.
Después de tanto estrés, sentirme rodeada de gente amable era un respiro que necesitaba desesperadamente.
Pero la tranquilidad no suele durar mucho en mi vida, ¿verdad?
Ya eran casi las once cuando me despedí del grupo.
Tomé un taxi hacia el departamento, disfrutando de las luces de la ciudad a través de la ventana.
País N era hermoso de noche.
Las calles limpias, los edificios iluminados, la brisa suave… todo parecía perfecto.
Hasta que llegué al departamento y vi el reloj: 11:25 p.m.
Olivia aún no regresaba.
Seguramente estaba en el restaurante, terminando su turno o platicando con su chef favorito (ese chico del que me habla diario, pero cuyo nombre ya olvidé).
Suspiré, me quité los tacones y me dejé caer en el sofá.
Por fin, un momento de paz.
Cerré los ojos, cuando de repente…
Sonó mi celular.
Miré la pantalla y casi se me cayó el corazón al suelo.
“Mamá”
Tragué saliva antes de contestar.
—¿Mamá? ¿Todo bien?
Su voz sonaba alterada, preocupada.
—Violeta, cariño, necesito que regreses al país M lo más pronto posible.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Pasó algo?
—Hay un problema con la empresa. No puedo explicarte por teléfono, pero necesitamos que estés aquí.
—Mamá, dime qué pasa —insistí, sintiendo que algo no estaba bien.
—Lo hablaremos en persona, hija. Solo… regresa cuanto antes.
Y antes de que pudiera decir algo más, colgó.
Me quedé mirando el teléfono como si fuera a darme más respuestas, pero solo sentí ese nudo familiar en el estómago que aparece cuando algo muy malo está a punto de pasar.
—¿Problemas en la empresa? —susurré.
La familia Meil no solía tener “problemas”, al menos no de los que se comentan.
Algo grave debía estar ocurriendo.
Minutos después, escuché la puerta del departamento abrirse.
—¡Viole! —la voz de Olivia llenó la sala—. ¡No sabes lo que pasó hoy en el restaurante! Caleb Dil fue a cenar con unos empresarios y…
Se detuvo al verme con la mirada perdida.
—¿Qué pasó? —preguntó preocupada, dejando su bolso a un lado.
—Mi mamá me llamó.
—¿Y?
—Tengo que volver al país M. Dice que hay una emergencia familiar.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Lo antes posible. Mañana mismo, si puedo.
—¿Y tu trabajo?
—Tendré que renunciar.
Olivia se quedó en silencio unos segundos, como si procesara mis palabras.
—Viole… ¿estás segura? Tal vez puedes pedir un permiso, o explicarle al jefe…
—¿A Damien Sen? —reí sin humor—. Ese hombre no me dejaría ni ir al baño sin autorización previa.
Ella se sentó a mi lado y me abrazó con fuerza.
—Sea lo que sea, te voy a ayudar.
—Gracias, Oli.
—Pero prométeme que me mandarás mensaje apenas llegues. Y que me vas a contar qué está pasando.
—Lo prometo.
Nos quedamos en silencio unos segundos.
Solo el sonido del reloj llenaba el departamento.
La realidad me golpeó entonces:
Tendría que dejar todo.
Mi trabajo, mis nuevos amigos… incluso mi promesa de demostrarle a Damien que podía ser más que una “niñita mimada”.
—¿Sabes qué es lo peor? —murmuré.
—¿Qué?
—Que justo empezaba a sentir que por fin encajaba.
Olivia suspiró y me dio un golpecito suave en el hombro.
—Tal vez esto no es un adiós, solo una pausa.
Quise creerle.
De verdad quise.
A la mañana siguiente, no dormí casi nada.
Pasé horas pensando en qué podría haber pasado en la empresa familiar.
La mente me mostraba escenarios terribles: problemas financieros, traiciones, demandas… o peor, algo que involucrara a mi padre.
A las cinco de la mañana me levanté, preparé un café y empecé a redactar mi carta de renuncia.
La pantalla se veía borrosa, tal vez por las lágrimas o por el cansancio.
“Motivos personales”.
Así lo escribiría.
Breve, formal y sin dejar ver lo mucho que me dolía.
Cuando terminé, respiré hondo.
Tenía que ser fuerte.
Ya lo había hecho antes, ¿no?
Había sobrevivido a un jefe como Damien Sen.
Podía sobrevivir a esto.
Olivia salió de su habitación con los ojos hinchados, probablemente tampoco había dormido.
—¿Ya estás lista?
—Sí, voy a entregar esto y después compraré el boleto de avión.
—Te acompaño.
—No hace falta, Oli.
—Claro que hace falta. No vas a despedirte sola.
El trayecto hacia Vlader Sen Corporations fue silencioso.
Yo solo miraba por la ventana, memorizando cada edificio, cada esquina, como si quisiera guardarme el país N en la mente por si no regresaba.
El cielo estaba gris, y sentí que reflejaba perfectamente mi ánimo.
Al llegar, varios compañeros me saludaron alegres.
“¡Buenos días, Violeta!”
“¡Qué linda te ves hoy!”
No tenían idea de que sería mi último día ahí.
Caminé hasta el elevador, sosteniendo la carta en la mano.
Subí hasta el piso 52, donde estaba la oficina del señor Sen.
El corazón me latía con fuerza, aunque intentaba mantener la calma.
Caleb estaba en su escritorio, revisando papeles.
—Violeta, buenos días —dijo con su sonrisa habitual.
—Buenos días, señor Dil.
—Por favor, solo Caleb. ¿Vienes a entregar informes?
—En realidad… —respiré profundo—. Vengo a entregar mi renuncia.
Él frunció el ceño.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Asuntos familiares. Tengo que regresar al país M.
—¿Y Damien lo sabe?
—Aún no.
Caleb me miró unos segundos, como si buscara una razón más profunda, pero al final solo asintió.
—Espérame aquí. Lo llamaré.
Y ahí estaba yo otra vez.
Frente a la puerta de cristal, con el corazón acelerado, esperando que el hombre que me hizo la vida imposible durante un mes aceptara dejarme ir.
Una parte de mí estaba aliviada.
Otra… no tanto.
Cuando entré, Damien estaba de pie junto a la ventana, mirando la ciudad con ese aire distante y poderoso que siempre lo rodeaba.
Sin volverse, dijo:
—¿Qué necesitas, Meil?
Tragué saliva.
—Vengo a presentar mi renuncia, señor Sen.
Silencio.
Ni siquiera se movió.
Solo giró lentamente, clavando en mí esos ojos fríos.
—¿Renuncia?
—Sí. Tengo que regresar al país M por asuntos familiares.
—¿Asuntos o caprichos? —preguntó con sarcasmo.
—No tengo tiempo para discutirlo, señor Sen. Mi familia me necesita.
Él apoyó las manos en el escritorio.
—Si sales ahora, no hay vuelta atrás.
—Lo sé.
Por un momento, creí ver algo en su mirada.
Algo parecido a… duda.
Pero desapareció tan rápido que pensé que lo imaginé.
Firmó el documento con un movimiento seco.
—Puedes irte.
Tomé la hoja y salí sin mirar atrás.
Aunque… parte de mí quería hacerlo.
De vuelta en el ascensor, sentí que algo dentro de mí se partía.
Me costaba respirar.
Había luchado tanto por demostrar que podía hacerlo, y ahora tenía que dejarlo todo.
Cuando llegué al vestíbulo, Alexander me esperaba.
—¿Qué haces con esa cara, Violeta?
—Me voy.
—¿Qué? ¿Cómo que te vas?
—Problemas familiares.
—No puede ser. El equipo no será lo mismo sin ti.
Le sonreí débilmente.
—Gracias, Alex. Cuida de todos, ¿sí?
Él me abrazó fuerte.
—Si vuelves, aquí estaré.
Esa noche, mientras hacía la maleta, Olivia me ayudaba en silencio.
—Ojalá todo se solucione pronto —dijo por fin.
—Yo también lo espero.
Guardé la carta firmada, las fotos del grupo, mis tarjetas de acceso.
Cada objeto parecía pesar más que el anterior.
Y cuando cerré la maleta, no pude evitar llorar.
No sabía si volvería.
No sabía si Damien Sen recordaría siquiera mi nombre.
Pero sí sabía algo:
Violeta Meil no había terminado todavía.
Y aunque el destino me llevara de vuelta a casa, prometí que regresaría más fuerte que nunca.