Mafiosa Obsesión

POV DIEGO

Me encontraba de pie frente a la ventana de mi oficina, observando cómo la ciudad se movía como un reloj bien engrasado. La luz del sol se reflejaba en los edificios, y por un momento, me perdí en mis pensamientos. Marcos, siempre tan perspicaz, interrumpió mi concentración.

—¿Qué tan interesado estás en Ruby, Diego?— preguntó, su voz grave resonando en la sala.

Con un suspiro, respondí sin dudar.

—Con ella, todo es diferente. No la quiero solo para una noche. La quiero a mi lado, como mi mujer. Quiero una familia, ya es tiempo—

Marcos frunció el ceño, como si estuviera evaluando mis intenciones.

—Escucha, amigo. Piensa en lo que estás diciendo. No creo que Ruby sienta lo mismo—

Su preocupación me irritó, pero sabía que tenía razón. En mi mundo, las mujeres eran solo un lujo, un capricho. Pero Ruby era diferente. No podía dejar de pensar en ella.

—Estoy dispuesto a pagarle lo que ella desee— dije, intentando intimidar con mi determinación.

Marcos se inclinó hacia adelante, con su mirada fija en mí.

—Ese es el problema, amigo. No se trata de precio, sino de lealtad y amor. No puedes comprar lo que no se puede comprar. Tienes que ganártelo. No se nada del amor pero se que al menos eso no tiene precio—

Sus palabras resonaron en mi mente y, de repente, me vi transportado a un flashback de mi infancia.

Flasblack

Recuerdo a mi padre, el líder más poderoso de la mafia, con su voz profunda y autoritaria. Estaba en casa, cansado, con el olor a cigarro impregnado en su traje. Su esposa lo esperaba, pero él nunca dejaba de mirar a otras mujeres.

—Diego, un hombre como nosotros no necesita ataduras— me decía, mientras yo lo observaba con admiración y miedo. —Una esposa está bien, pero que no falten más mujeres. El amor te hará vulnerable. La debilidad es un lujo que no podemos permitirnos en este negocio—

Fin del flasblack...

Volví a la realidad, con la ciudad brillando ante mis ojos. Pero con Ruby, todo era diferente. No quería que ella fuera solo un lujo. Quería que fuera mi compañera, la madre de mis hijos. Esa idea me llenaba de una extraña emoción, algo que no había sentido en años.

—Organiza una cena para Ruby y para mí— ordené, sintiendo que cada palabra me acercaba más a lo que realmente quería. —Hoy es el día. No puedo esperar más. Mañana viajo a Rusia para recibir el primer cargamento con los rusos, y necesito dejar a Ruby en casa… como mi mujer—

Marcos asintió, dispuesto a hacer lo que le pedía, pero antes de salir, me lanzó una última advertencia.

—Diego, solo recuerda que el amor no se puede forzar—

Asentí, pero en mi interior, la chispa de esperanza seguía ardiendo. Quizás, solo quizás, el amor no era una debilidad, sino una fuerza que me impulsaría a ser un mejor hombre.

POV RUBY

Estaba en casa, rodeada de mis mejores amigas, Camila y Sofía. La tarde transcurría entre risas y el ruido de la televisión, creando un ambiente cálido y festivo. Nos estábamos divirtiendo tanto que casi olvidé el mundo exterior. Pero, de repente, el timbre sonó, rompiendo la burbuja de alegría que habíamos creado.

—Voy a ver quién es— dijo Sofía, levantándose del sofá con esa energía que siempre me hacía sonreír. La vi abrir la puerta, y al instante su rostro iluminado se transformó en curiosidad al ver a Augusto, el hermano menor de Marcos.

—Buenos días, Sofía— dijo él, con esa sonrisa que siempre le hacía sentir un cosquilleo en el estómago.

—¡Buenos días, Augusto! ¿Qué te trae por aquí? ¿Otro ramo de rosas para Rubí?— bromeó Sofía, riendo, pero él negó con la cabeza, con su expresión cambiando a algo más serio.

—No, esta vez traigo algo más— respondió, y eso me intrigó. Mi corazón empezó a latir más rápido.

—¿Puedes pedirle a Rubí que salga?— dijo, y Sofía asintió, dejando la puerta abierta mientras se dirigía a buscarme.

Cuando llegué a la entrada, noté que Augusto ya tenía una expresión seria. Mi curiosidad aumentó.

—Señorita Rubí, buenos días— me saludó, con un tono que me hizo sentir que a lo que venía era importante.

—Buenos días, Augusto. ¿Qué me traes hoy?— pregunté, intentando mantener la calma, aunque mi corazón palpitaba como un tambor.

—El jefe le envía este obsequio y le pide que, por favor, le conceda esta noche una cena. Pasaré por usted a las 7— dijo, extendiéndome una caja pequeña en color negro.

Mis amigas se acercaron, con sus miradas llenas de curiosidad. Abrí la caja lentamente, y al ver lo que había dentro, quedé en shock. Eran unas llaves, brillantes y nuevas. Miré a Augusto, y él se hizo a un lado, revelando un impresionante auto color rojo estacionado frente a nuestra casa, con un gigantesco moño dorado.

—¡Oh!— exclamé, sintiendo una mezcla de incredulidad y emoción. La imagen del auto me deslumbraba, y no podía evitar sentir que era un sueño.

—¿De verdad esto es para mí?— pregunté, con la voz temblorosa de emoción.

—Sí, señorita. Este es un regalo para usted del jefe— confirmó Augusto, y en ese momento sentí que mi corazón se desbordaba de alegría.

—¡Esto es increíble!— gritó Sofía, saltando de felicidad. Camila no podía dejar de mirar el auto, con sus ojos abiertos como platos.

Salí corriendo hacia el auto, sintiendo la adrenalina fluir por mis venas. ¡Era un auto! ¡Mío! La idea de tener un auto propio era algo que jamás había imaginado. Lo toqué suavemente, admirando su brillo y el olor a nuevo que emanaba.

—¿Qué significa esto?— pregunté a Augusto, sintiendo un torbellino de emociones. ¿Era solo un regalo, o había algo más detrás de todo esto?

—Es un gesto de aprecio del jefe— explicó, con su tono más suave ahora. —Él cree que usted merece esto y más—

La felicidad se mezclaba con una confusión que no podía ignorar. Mientras mis amigas me rodeaban, compartiendo mi alegría, no podía evitar preguntarme si esta cena con Diego significaba algo más.

—¡Vamos a dar una vuelta!— sugirió Sofía, casi saltando de emoción.

—¡Sí!— coincidió Camila, ya imaginándose la aventura que nos esperaba.

Sonreí, sintiéndome más viva que nunca. Esa noche prometía ser un punto de inflexión en mi vida. El auto, el jefe, la cena… todo se sentía como el inicio de algo nuevo y emocionante. Estaba lista para enfrentar lo que viniera...