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Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Status: En proceso
Genre:Romance / Comedia / CEO
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Cristián perez

Me hice millonario antes de graduarme, cuando todos aún se reían del Bitcoin. Antes de los veinte ya tenía más dinero del que podía gastar... y más tiempo libre del que sabía usar. ¿Mi plan? Dormir hasta tarde, comer bien, comprar autos caros, viajar un poco y no pensar demasiado..... Pero claro, la vida no soporta ver a alguien tan tranquilo.

NovelToon tiene autorización de Cristián perez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 22. ¡Qué tonto eres!

—Nosotros pedimos gachas de avena, jefe, y tú pediste risotto de mariscos, siete dólares y medio la libra —dijo Claire con expresión traviesa.

El dueño de la frutería abrió los ojos de par en par, sorprendido. Parecía aterrado, un poco incrédulo ante el precio que Claire le acababa de ofrecer.

Tardó unos segundos en recomponerse y soltó:

—Qué guapa eres, señorita… nueve dólares la libra.

—Ocho —replicó ella sin titubear.

—Ocho y medio. Eso es lo mínimo. Si no te gusta, búscate otro proveedor.

—¡Trato hecho! —respondió Claire con una sonrisa triunfal.

Adrián observó toda la escena en silencio, con media sonrisa. Nunca antes había visto un regateo tan feroz, y mucho menos en una tienda de frutas. Él, acostumbrado a que le cobraran lo que fuera y simplemente pagar, se sentía como si estuviera presenciando un espectáculo.

Por un lado, era un multimillonario acostumbrado a resolverlo todo con su tarjeta de crédito; por el otro, no se le daba bien discutir precios. Para él, la diferencia de unos pocos dólares nunca justificaba la energía invertida.

Al final, Adrián terminó pagando más de trescientos dólares por tres enormes sandías, que, al menos, estaban deliciosas.

Antes de irse, el dueño del local dijo resignado, aunque con una sonrisa:

—Con este negocio estoy perdiendo dinero, pero al menos gané una buena vista.

—¡Gracias, jefe! —rió Claire—. Volveré por otra sandía la próxima vez.

—Por favor, no vuelvas… —respondió el hombre con humor cansado.

Los dos se echaron a reír. El verano neoyorquino era húmedo y sofocante, pero nada se comparaba con sentarse en el coche, con el aire acondicionado a toda potencia, mientras disfrutaban de una sandía fresca y jugosa. Era uno de esos placeres simples que hacían olvidar el estrés del día.

Claire, sosteniendo media sandía en sus manos, la comía con una cuchara, radiante. Adrián, que no era muy fanático de los dulces, probó un trozo y, satisfecho, arrancó el coche rumbo a su destino.

—¿Sabes qué significa “risotto”? —preguntó él mientras conducía.

Claire se rió con suavidad, limpiándose la comisura de los labios con una servilleta.

—Claro. En mi universidad compartía apartamento con una chica italiana que cocinaba risotto casi todos los días. Me pareció tan curioso que terminé aprendiendo varias de sus expresiones.

Adrián sonrió.

—Eres un tonto —dijo ella de repente, en tono burlón.

—¡Tú eres la tonta! —replicó él con una risa contenida.

—No, hablo en serio —insistió Claire, divertida—. “Tonto” es un cumplido cuando se trata de amor por la comida.

—Ya, claro… —rió Adrián, girando la cabeza un segundo para mirarla—. ¿Y eso cómo se traduce en “amor por la sandía”?

—Simple —dijo ella con aire travieso—. Eres tan apasionado para comer como para trabajar. No sabes cuándo parar.

Adrián soltó una carcajada. Era la primera vez que alguien le decía algo así sin sonar adulador.

—¿De dónde eres, Claire? —preguntó curioso.

—De Minnesota —respondió—. Los inviernos allá son duros, así que crecí acostumbrada al frío.

Adrián asintió.

—Eso explica por qué el calor no te afecta tanto.

—Exacto. Cuando me gradué, hacía ventas puerta a puerta en pleno julio, con el sol cayendo a plomo sobre mí. Esto no es nada —dijo, levantando la barbilla con una sonrisa confiada.

A Adrián le encantaba esa mezcla de fuerza y dulzura. Al llegar a una frutería más grande, estacionó y apagó el motor.

—Compra lo que quieras. Yo invito —dijo con tono relajado.

—Gracias, jefe —respondió ella, palmeando sus manos con entusiasmo.

El aire caliente los envolvió apenas bajaron del coche, pero Claire parecía inmune. Su cabello castaño ondeó con la brisa, y cuando lo apartó con delicadeza detrás de la oreja, Adrián no pudo evitar observar un segundo de más.

—¿Cuánto cuestan estas sandías? —preguntó ella al dependiente, señalando unas en el mostrador.

—Diez dólares la libra —respondió él con desgano.

—¡Eso es demasiado caro! —dijo Claire con una falsa indignación.

—Son importadas desde California, señorita. Traerlas cuesta una fortuna —replicó el hombre.

Sin decir palabra, Claire examinó la sandía como toda una experta: la tocó, observó sus vetas, la golpeó ligeramente y luego dijo:

—¿Puedo probar un trozo?

El dependiente cortó una rodaja y se la entregó. Claire la ofreció a Adrián.

—Pruébala tú primero.

El primer bocado fue una explosión de dulzura. Adrián asintió satisfecho, con una media sonrisa.

—Está buena.

—Entonces me la llevo —dijo Claire—. Pero hazme un descuento, ¿sí?

—No puedo, señorita. Tengo que ganarme la vida —contestó el hombre, sonriendo resignado.

Los dos salieron de la tienda riendo, con la sandía en brazos.

Adrián pensó, sin decirlo, que pasar una mañana entera discutiendo precios con Claire había sido más entretenido que cualquier reunión de junta.

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1
Lilia Salazar
le faltó el final saber si conquistó a la que le gusta o que honda
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