Soy Graciela, una mujer casada y con un matrimonio perfecto a los ojos de la sociedad, un hombre profesional, trabajador y de buenos principios.
Todas las chicas me envidian, deseando tener todo lo que tengo y yo deseando lo de ellas, lo que Pepe muestra fuera de casa, no es lo mismo que vivimos en el interior de nuestras paredes grandes y blancas, a veces siento que vivo en un manicomio.
Todo mi mundo se volverá de cabeza tras conocer al socio de mi esposo, tan diferente a lo que conozco de un hombre, Simon, así se llama el hombre que ha robado mi paz mental.
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Todas las madres son iguales.
Un proyecto a largo plazo.
No dijo más. En su mente, el lujo y la opulencia de la Gala chocaban con la imagen de Abril bajándose en un barrio pobre, descalza emocionalmente, después de haber sido usada como decoración y luego descartada como basura. El contraste lo sacudió más de lo que esperaba.
Pepe se preguntó algo en su interior, y no dudo en preguntar directamente —¿Cómo llegaste a la empresa?— para ser de un barro tan humilde, no cree que escalar hasta ahí le haya sido tan fácil, algo lo inquieto por dentro.
Abril pensó en un año atrás, cuando su mentor le ofreció ese cargo, ser la asistente personal de Don Pepe Benítez, —Mi mentor me ha recomendado—
Pepe la observó y efectivamente fue así, el mismo solicito una asistente nueva, que no viniera con mañas como las anteriores.
—Lo recuerdo—Dijo mientras sigue conduciendo hacia ese lugar.
El trayecto hacia el barrio fue silencioso. Las calles comenzaron a cambiar. Las luces eran más tenues, las aceras rotas, los comercios cerrados con candados oxidados. Al llegar a la dirección, Pepe estacionó frente a una casa pequeña, de paredes agrietadas y rejas oxidadas. Abril bajó del coche sin mirarlo, pero antes de cerrar la puerta, él habló:
—Te irás de aquí—
Ella se volteó, confundida.
—¿Qué?—
—Mañana te mudarás. Buscaré un apartamento para ti. Cerca de la oficina—
—Pero… no puedo pagar eso, señor— ¿Acaso ha conseguido lo que necesitaba? Sin acostarse con él.
—Yo lo pagaré. Es una orden. No volverás a vivir aquí—
—¿Y cuándo ya no lo pagues? Debo salir de ahí y volver acá — su inteligencia la hizo reaccionar rápidamente con inteligencia.
Pepe no dudó en responder, fue engañado por una mujer —¿Lo quieres a tu nombre?—
Abril se hizo la inocente —Me daría mucha seguridad, así podré creer en ti y en esto que está naciendo—
—Mañana mismo lo puedes conseguir el que más te guste—
Abril lo miró, y por un segundo, creyó ver en él algo que nunca antes: protección. Aunque también, confusión. Quizás estaba intentando compensar el error de haberla llevado al evento. O quizás estaba tratando de corregir la vergüenza que sentía por la reacción de las esposas de sus socios, pero no iba a desaprovechar la oportunidad de obtener lo que quiere.
Ella asintió lentamente. Cerró la puerta sin decir nada más. Cuando entró a su casa, aún podía oler el perfume costoso en su piel y ver en el espejo la bofetada marcada como cicatriz invisible.
Pepe se quedó allí, en el coche, mirando la puerta por la que Abril había entrado. Una parte de él quería irse. Pero otra… no podía dejar de pensar en Graciela.
No porque la amara.
Sino porque la odiaba por ser irremplazable.
Cuando encendió el coche, su teléfono vibró. Un mensaje nuevo de uno de sus socios: “Simón Ferrero preguntó por ti al final de la gala. Dijo que te buscó, pero ya te habías ido. Le interesaba hablar de negocios. Dijo que te llamará esta semana.”
Pepe frunció el ceño.
Simón Ferrero.
El nombre lo inquietó más de lo esperado. No lo conocía personalmente, pero sabía bien quién era. CEO de Ferrero Holdings, un conglomerado poderoso, frío y hermético. Simón no solía aparecer en eventos sociales. Si había asistido a la gala del Círculo Privado de Jóvenes Empresarios, era por una razón importante. Y si se interesaba en él, significaba que algo se estaba moviendo.
Y de pronto, la bofetada, las mujeres, la clínica, Graciela, Abril… todo quedó en un segundo plano.
El juego real, quizás, apenas estaba comenzando.
Abril caminó hacia su habitación, hasta que una voz la hizo detenerse.
—¿Cómo te fue?— su madre, quienes enciende un cigarrillo dentro de casa, la mira fijamente a la espera de esa respuesta.
Abril la vio con lástima, su madre enferma solo le pide y súplica por una mejor vida y Abril podría dársela con su belleza y juventud.
—Bien madre, ¿cómo sigues tú? Te he dicho que no puedes estar fumando— se acercó a ella para apagar el cigarrillo.
Pero la mujer no quería una respuesta seca, solo quería algo que la convenciera, más detalles de lo sucedido y al ver la bofetada en el rostro de su hija, la tomó por el brazo con fuerza —¿Ese desgraciado te maltrato?—
Abril la miro y le dijo —Esta bofetada— hizo una pausa y se miró al espejo —Le ha costado una casa, no te preocupes mamá — mientras se retira los tacones que ya le molestaban.
La mujer la miro y en su rostro se torno una sonrisa malvada, —Tienes que tener seguridad, papel en mano hija, esos hombres son mañosos—
Abril se sentó al lado de su madre, un día le prometió darle un techo digno y lo cumpliría.
—Se lo he dejado claro mamá, no debes de preocuparte—
—Una casa hija, una casa es lo mejor, no te dejes manipular con un departamento, esos lugares son molestos con personas viviendo arriba o al lado, yo quiero una casa con jardín, poder cultivar mis plantas sería genial, mamá lo necesita y se lo has prometido — otra madre manipuladora, quien a concentrado si vida a entrenar a Abril.
Le metió en la cabeza que su tesoro solo debe ser entregado al mejor postor, que con ese tesoro podría conseguir una casa y todo lo que ella se proponga, Abril la escucha atentamente, su madre es sabía y siempre tiene la razón.
—Lo tendré en cuenta madre, haré que venga a casa y te conozco, tu condición estará siempre a nuestro favor—
Montserrat, una mujer en silla de ruedas que ha sacado su hija adelante con inteligencia, ahora tan cerca de Pepe Benítez, siente que podrían comerse el mundo entero si Abril se mete en su cama.
—Tráelo, haré bien mi trabajo, ¿tienes hambre? Te he guardado unos ricos tamales, pero ya sabes, solo uno, no quiero que subas un kilo de más, tú figura debe seguir igual—
Abril asintió, se lamió los labios al saber qué su madre le ha guardado algo calentito para comer, ya que la cena fue apagada y su estómago no deja de cruzar, así que empezó a empujar la silla hasta la cocina.
Pepe ahora se siente en las nubes con tanto halago que lo compara con el comportamiento de su madre y Graciela.