Mi Guardaespaldas Un Amor *Prohibido*

Valentina permaneció en su despacho, rodeada de papeles, informes y cartas que había estado revisando con una concentración febril. Su escritorio estaba cubierto de documentos que hablaban de negocios, cuentas y nombres sospechosos; sin embargo, su mente vigilaba cada línea que leía, regresando una y otra vez al rostro de Adrien, su seguridad, la manera en que había pronunciado su nombre con esa familiaridad.

Durante horas Valentina no permitió que su atención se deslizara hacia nada más. Esa era su manera de resistirse: refugiarse en el trabajo, en la racionalidad, en lo tangible de los papeles. Pero el silencio de la villa comenzaba a pesar. El reloj del despacho marcaba con obstinación cada minuto, y cuando las manecillas llegaron a la medianoche, Valentina dejó caer la pluma y se recostó sobre el respaldo de su silla. exhaló un suspiro largo, consciente de que estaba al borde del agotamiento.

Se levantó lentamente, recogió algunos papeles al azar y los dejó en una bandeja de plata, como si fueran parte de un ritual inútil que mantenía en orden su mente. Después camino hacia la puerta del despacho y se permitió algo que rara vez hacía: abandonar la formalidad de la noche. El viento en el vestíbulo, la penumbra le dio la bienvenida.

Decidida, se dirigió a la cava de vinos. Sus manos recorrieron con calma las botellas alineadas en la estantería hasta elegir una cosecha antigua, un burdeo oscuro que había guardado, para ocasiones especiales. Hoy no había celebración, pero sí la necesidad. La de anestesiar los pensamientos que no lograba dominar. Tomó una copa de cristal fino y salió al balcón.

La brisa nocturna le golpeó suavemente el rostro abrió las puertas del par en par. El cielo estaba despejado, un manto de estrellas caía sobre los jardines que rodeaban la villa, y la luna bañaba las baldosas de mármol con. Un resplandor plateado. Valentina avanzó hasta el barandal, apoyó la botella en la mesa lateral y se sirvió lentamente. El líquido rojo sangre llenó la copa con un murmullo delicado.

Bebió un sorbo prolongado, disfrutando el ardor de su garganta. Por primera vez en toda la noche, se permitió sentir el cansancio. Sus hombros se relajaron, y cerro los ojos mientras el viento agitaba los mechones de su cabello suelto.

Detrás de ella, en la penumbra, Gabriel observaba. No había hecho ruido alguno, acostumbrado a deslizarse como una sombra en los corredores. Llevaba allí mucho tiempo, desde antes que Valentina saliera de su despacho. El instinto lo mantenía alerta, como si cada movimiento de Valentina requiriera su vigilancia constante. Sin embargo, lo que lo retenía en la oscuridad no era solo. El deber de protegerla. Era algo más.

La silueta de Valentina contra la luz plateada lo había atrapado. Había en su figura una mezcla de fragilidad y poder, una contradicción que lo desconcertaba. En sus manos, la copa parecía un arma delicada; en sus labios, el vino se convertía en un secreto. Gabriel permaneció inmóvil, sus manos ocultas en los bolsillos, hasta qué comprendió que no debía seguir mirando sin ser descubierto.

Finalmente, dio un paso hacia adelante. El sonido leve de sus botas contra el suelo hizo que Valentina abriera los ojos. No se sobresaltó; simplemente giró la cabeza con calma. Cómo si ya sabía que él estaba allí.

--¿Vas a quedarte toda la noche en las sombras, Gabriel? -- preguntó Valentina en tono directo, sin rodeos.

Él sostuvo la mirada. La pregunta no solo lo sorprendía, pero si la naturalidad con que Valentina lo había dicho. No sonaba molesta, sino más bien desafiante. Cómo sí lo hubiera estado esperando.

-- Mi deber es vigilar. -- respondió, su voz grave, contenido. -- Aunque a veces parece que disfrutas ponerme a prueba.

Valentina apenas sonrío, un gesto irónico. Dio otro sorbo al vino y giró su cuerpo hacia él, apoyándose de espaldas. En el barandal. -- No me gusta que me vigilen como si fuera una prisionera. -- Replicó con frialdad. -- Y tú me sigues demasiado cerca. --

-- Si no lo hiciera, Adrien Beuamont no sería la única amenaza de la que deberías preocuparte. --

Valentina lo estudió en silencio. el nombre de Adrien provocaba algo distinto en ella: un latido acelerado, un recuerdo incómodo de lo que había sucedido. Decidió no ocultarlo.

-- hablando de Adrien. -- Su voz bajo de tono. Como quien lanza una piedra al agua, para medir la profundidad. -- Estabas escuchando, ¿Verdad? --

Gabriel no respondió de inmediato. Su silencio fue confirmación suficiente. Valentina avanzó un paso hacia él, la copa aún es humano.

-- ¿Qué opinas de él? -- Preguntó Valentina sin rodeos.

Gabriel entre cerró los ojos. No le gustaban esas preguntas. Por qué implicaba entrar en un terreno donde lo personal se confundía con lo profesional.

-- No confío en sus intenciones. - contestó finalmente. -- Es demasiado calculador, y contigo... se muestra distinto. eso nunca es buena señal. --

-- ¿Distinto cómo? lo retó Valentina alzando el mentón.

-- Se permite vulnerabilidades que con los demás jamás mostraría. Y eso... o es una trampa, o significa que contigo no juega con las mismas reglas. --

El comentario la descolocó. Por un instante. Valentina sostuvo la mirada de Gabriel y buscó leer en él algo más de lo que decía.

-- ¿Y a ti qué te importa? --preguntó al fin, con un filo en la voz. -- ¿Hablas como el guardaespaldas o como hombre? --

La pregunta cayó como un golpe seco entre ellos. Gabriel respiró hondo y en sus ojos un brilló con algo contenido, como un relámpago que amenaza con estallar.

-- Mi deber es protegerte. -- respondió con dureza. -- Lo demás no debería importar. --

Pero la evasiva no convenció a Valentina. Dio un paso más, y reduciendo la distancia. El aroma de su perfume se mezcló con el del vino, y Gabriel sintió el peso de su presencia demasiado cerca.

-- No rehuyas a la respuesta. -- exigió Valentina, con voz baja, pero cortante. Que lo noto, Gabriel. -- Cada vez que Adrien se me acerca, tú lo miras como si estuvieras dispuesto a matarlo. ¿por qué? --

Gabriela apretó la mandíbula. podía esquivar mil ataques físico, pero las preguntas directas de Valentina lo dejaban sin defensa.

-- Porque no confío en él. --

Valentina sonrió con una ironía sutil, como si yo hubiera descubierto. Una grieta en su armadura.

-- Eso ya lo dijiste. Pero no es toda la verdad. --