A sus 19 años, arina de lucas parece ser una estudiante común: bonita, callada y aplicada. Trabaja en la cafetería de su abuelo y aparenta ser una joven más de preparatoria. Pero bajo esa máscara se esconde la futura heredera de un poderoso imperio criminal. Entrenada en artes marciales, fría cuando debe serlo y con un corazón marcado por el rechazo de sus propios padres, dirige en secreto a los hombres de su abuelo, el único que la valora.
Del otro lado está ethan moretti, de 21 años. Inteligente, atractivo, respetuoso y aparentemente un estudiante modelo. Sin embargo, también arrastra un legado: pertenece a otra familia mafiosa rival, dirigida por su abuelo, que pretende heredarle el trono del poder. A diferencia de la chica, sus padres sí conocen la verdad, aunque intentan disimularlo bajo la máscara de ejecutivos ejemplares.
Lo que ninguno sospecha es que sus vidas están unidas por un destino retorcido: enemigos en la sombra, pero vecinos en la vida real.
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capitulo 22
Ethan pagó la cuenta y se levantó con calma, tomando la chaqueta y colocándosela sobre el hombro. Ariana, con un leve tambaleo por la cantidad de copas que había tomado, se aferró a la botella de vino como si fuera un trofeo.
—Vamos —dijo él, con tono firme pero paciente, inclinándose hacia ella.
—No me mandes… —murmuró Ariana, alzando la botella en señal de victoria—. Esta me la llevo.
Ethan soltó una risa corta y nasal, esa que usaba cuando no podía creer lo que estaba viendo.
—Eres imposible —susurró, mientras la guiaba con una mano en la espalda hacia la salida del bar.
Al llegar al auto, Ethan abrió la puerta del copiloto y esperó. Ariana entró con una torpe elegancia, aún con la botella en mano. Cuando él se acomodó al volante, ella lo observó en silencio unos segundos, con los ojos entrecerrados.
—¿Qué? —preguntó Ethan, arrancando el motor sin mirarla.
Ariana se inclinó un poco hacia él, con una sonrisa pícara y desinhibida.
—Que seas lo que seas… enemigo, arrogante, frío, calculador… —hizo una pausa, dándole un trago directo a la botella—. No puedo negar que eres bien guapo.
Ethan giró la cabeza lentamente hacia ella, y una sonrisa ladeada se dibujó en su rostro.
—Definitivamente, es el alcohol hablando.
—No —replicó Ariana, con la voz suave y coqueta—. El alcohol solo me hace decir lo que pienso y nunca admitiría en tu cara.
Ethan rió, esta vez de verdad, una carcajada grave que hizo eco en el auto.
—Si supieras lo peligroso que es jugar así conmigo, no lo harías.
—¿Y quién dijo que no me gustan los peligros? —contestó Ariana, recargándose contra el asiento, con la mirada fija en él.
Ethan negó con la cabeza, aún sonriendo, mientras aceleraba suavemente.
—No tienes remedio.
Ella alzó la botella en señal de brindis.
—Y tú… eres peor, Moretti.
El silencio que siguió estuvo cargado de electricidad. La lluvia golpeaba los cristales del auto, y cada tanto, Ariana reía sola, como si disfrutara del efecto del alcohol, mientras Ethan la miraba de reojo, cuidando que no se descontrolara.
En el fondo, a pesar de sus palabras y del juego, él sabía que esa vulnerabilidad en Ariana no era algo común. Y aunque quisiera fingir indiferencia, verla así le removía algo que no estaba dispuesto a admitir.
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El trayecto en el auto se volvió cada vez más silencioso, salvo por los golpecitos de la lluvia contra los vidrios y el sonido de Ariana jugando con el tapón de la botella. Dio un trago largo, como si fuera agua, y después giró la cabeza hacia él con una sonrisa ladeada.
—Oye, Ethan… —su voz era suave, casi melosa, cargada por el alcohol—. ¿Sabes qué es lo peor?
Él la miró de reojo, con el ceño ligeramente fruncido.
—Sorpréndeme.
—Que odio… —Ariana hizo una pausa, tambaleando un poco el brazo mientras levantaba la botella—. Odio que aún cuando me lastimas, aún cuando me dices cosas horribles… sigo sintiendo que… que… —se detuvo, apretando los labios y cerrando los ojos como si se arrepintiera.
Ethan apretó el volante, sin querer presionarla, pero tampoco queriendo escuchar algo que no debía salir de su boca en ese estado.
—No termines esa frase, Ariana —dijo con tono bajo, protector pero frío—. El alcohol habla por ti.
Ella soltó una risita nerviosa y negó con la cabeza.
—El alcohol no miente… solo suelta lo que escondemos.
Ethan giró el volante hacia la calle del edificio.
—Ya basta.
—No te hagas —insistió Ariana, ahora con un brillo de desafío en sus ojos húmedos—. Tú también lo sientes.
Ethan se tensó, pero no respondió. Aparcó el auto y salió primero, caminando hacia su puerta. Abrió la del copiloto y la ayudó a bajar, quitándole la botella de las manos con un movimiento firme.
—Dame eso.
—¡Oye! —protestó ella, pero él la sujetó del brazo suavemente, evitando que tropezara.
Subieron por el ascensor en silencio, con Ariana recargada contra la pared de acero, mirándolo de reojo. Cuando llegaron al piso, ella se quedó quieta frente a la puerta de su apartamento, mientras Ethan abría la suya justo enfrente.
—¿Ves? —murmuró Ariana, entrecerrando los ojos—. No importa cuánto me alejes… siempre terminamos frente a frente.
Ethan se giró hacia ella, con la llave aún en la mano, y la miró fijo, tan cerca que la tensión se volvió insoportable.
—Eres un problema que no puedo ignorar, Ariana. —Su voz fue grave, calculadora—. Aunque quiera.
Ariana tragó saliva, y por primera vez desde que salieron del bar, guardó silencio. Estaba entre el mareo del alcohol y la intensidad de su mirada.
Él suspiró, pasó una mano por su cabello húmedo y murmuró con media sonrisa oscura:
—Anda, entra. Descansa. No quiero que mañana digas que fue culpa mía si te enfermas.
Ella giró la perilla de su puerta lentamente, pero antes de entrar, se volvió hacia él.
—Gracias, Ethan… aunque digas que soy tu enemiga.
Ethan la sostuvo con la mirada unos segundos más, y luego solo respondió con una de sus frases frías y dominantes, casi como sentencia:
—Recuerda algo, Ariana… incluso si eres mi enemiga, nunca dejaré que nadie más te rompa primero.
Y dicho eso, abrió su propia puerta y entró, dejando a Ariana con el corazón latiendo a mil y la mente confundida, sosteniendo la manija de su puerta como si esa frase la hubiera dejado sin fuerzas.
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La noche estaba en silencio, con el eco de la lluvia todavía golpeando suavemente los cristales. Ariana, inquieta en su apartamento, se revolvía entre pensamientos que no la dejaban descansar. Recordaba las palabras de Ethan, esa mirada intensa, y la cercanía que la había dejado sin aliento.
Con un impulso casi irracional, se levantó de la cama. Descalza, con el cabello aún húmedo y una camiseta ancha sobre sí, cruzó el pasillo del edificio y se detuvo frente a la puerta de Ethan. Dudó unos segundos, pero su corazón acelerado fue más fuerte: levantó la mano y tocó suavemente.
La puerta se abrió casi de inmediato.
Ethan apareció frente a ella, sin camisa, con el cabello ligeramente desordenado y una expresión sorprendida pero peligrosa. Su torso marcado quedó expuesto bajo la tenue luz del pasillo.
Ariana se quedó congelada, tragando saliva. Sus ojos recorrieron su pecho y abdomen con descaro antes de volver a su mirada. Por un instante, parecía que quisiera devorarlo con solo mirarlo.
—¿Qué pasa? —preguntó Ethan, con voz grave, inclinándose un poco hacia ella.
Ariana bajó la mirada un segundo, mordiéndose el labio, antes de soltar en voz baja:
—No… no quiero estar sola.
Y sin esperar respuesta, pasó a su lado, entrando en el apartamento como si fuera suyo. Ethan arqueó una ceja, cerrando la puerta tras ella sin oponerse.
—No pediste permiso —murmuró él, caminando lentamente hacia ella.
—Nunca lo hago —replicó Ariana, girándose apenas, sosteniéndole la mirada con un atrevimiento mezclado con vulnerabilidad.
El silencio se volvió denso, cargado. Ethan dio un paso hacia adelante, luego otro, hasta que la distancia entre ambos se volvió peligrosa. Ariana retrocedió un poco, chocando contra la mesa del comedor. Ethan apoyó una mano junto a ella, inclinándose con esa sonrisa ladeada que siempre la desarmaba.
—Dime, Ariana… —susurró, su voz baja y calculadora—. ¿Qué es lo que buscas aquí?
Ella respiró hondo, sus mejillas encendidas. No respondió, solo levantó la mano y rozó con la yema de sus dedos el tatuaje en su hombro. Ethan se tensó con el contacto, su mirada se oscureció.
—No juegues conmigo —advirtió, aunque su tono sonaba más como un reto que como una verdadera advertencia.
Ariana sonrió con una mezcla de desafío y nervios.
—¿Y si no estoy jugando?
El roce de sus manos se volvió más íntimo; Ethan atrapó la suya, entrelazando sus dedos con firmeza, sin apartar la mirada. El calor de su cuerpo la envolvía, y aunque ninguno de los dos dijera nada más, el ambiente estaba cargado de electricidad, miradas intensas y una tensión que podía romperse en cualquier momento.
Ethan bajó apenas la cabeza, sus labios a centímetros de los de ella.
—Estás caminando sobre fuego, Ariana… —susurró, con esa voz que era mitad advertencia, mitad promesa—. Y sabes perfectamente que yo no retrocedo.
Ariana, con el corazón acelerado, apenas murmuró:
—Entonces quémame.
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El silencio en el apartamento era tan profundo que lo único que se escuchaba era la respiración de ambos, entrecortada, irregular. Ethan no apartaba la mirada de Ariana, y ella, atrapada entre su cuerpo y la mesa, no tenía escapatoria.
Él bajó un poco más la cabeza, rozando con sus labios la comisura de su boca, sin llegar a besarla. Ariana cerró los ojos al sentir el contacto, como una descarga eléctrica recorriéndole la piel.
—Ethan… —susurró, apenas audible.
Ethan ladeó una sonrisa peligrosa, inclinándose hasta rozar su mejilla con sus labios.
—No sabes cuánto disfruto verte así… vulnerable y desafiante al mismo tiempo.
Ariana abrió los ojos y lo miró con rabia contenida, pero sus manos lo traicionaron al aferrarse a su torso desnudo, hundiendo los dedos en su piel.
—Cállate… —dijo en un murmullo tembloroso—. Solo cállate.
Ethan sostuvo su rostro con una mano, obligándola a mantener sus ojos en los de él. Su aliento chocaba contra el de ella, tibio, intenso.
—No —respondió, con esa calma calculadora que la volvía loca—. Me gusta recordarte que aunque me odies, tu cuerpo me busca.
Ella apretó los labios, incapaz de negarlo. El roce entre ellos se volvió más íntimo cuando Ethan bajó lentamente la mano por su cintura hasta detenerla en su cadera, acercándola aún más a él.
Ariana lo empujó débilmente contra el pecho, pero sus manos temblaban.
—Dices que soy tu enemiga… ¿entonces por qué no me sueltas?
Ethan inclinó la cabeza hasta que sus labios rozaron la piel húmeda de su cuello, provocándole un escalofrío.
—Porque incluso si fueras el mismísimo veneno… —susurró contra su piel, con voz grave y dominante—, prefiero morir ardiendo contigo que vivir lejos de ti.
Ariana cerró los ojos, sintiendo cómo cada palabra la desarmaba más que cualquier golpe o bala. Su respiración se aceleró, sus labios temblaron, y cuando volvió a abrir los ojos, estaban frente a frente, a un suspiro de unirse en un beso inevitable.
Ella lo miró directo a los ojos, con lágrimas contenidas mezcladas con deseo.
—Eres un idiota… —murmuró, rozando sus labios contra los de él sin terminar la frase.
Ethan sonrió, esa sonrisa oscura y peligrosa que la hacía perder el control.
—Y tú… eres mi maldición favorita.
El espacio entre ambos desapareció poco a poco, hasta que sus labios finalmente se encontraron, primero en un roce breve, casi contenido… y luego en un beso profundo, cargado de rabia, dolor y un deseo que ninguno quiso reconocer.
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El beso se volvió salvaje, como si ambos estuvieran cobrando todas las veces que se habían contenido. Ariana apretó con fuerza el cuello de Ethan, aferrándose a él como si fuera lo único que la mantenía de pie.
Él, en cambio, la levantó con facilidad y la sentó sobre la mesa, sin romper el contacto. Sus labios se movían con una desesperación que rozaba lo prohibido, bajando por su mandíbula hasta perderse en el cuello, arrancándole un jadeo involuntario.
—Ethan… —su voz temblaba, quebrada entre deseo y miedo.
Él sonrió contra su piel, dejando un rastro de besos que le encendían cada fibra del cuerpo.
—Dime que me detenga y lo hago ahora mismo… —murmuró, su voz grave vibrando contra su oído—. Pero si no lo haces… no pienso soltarme de ti esta noche.
Ariana lo miró con los labios entreabiertos, respirando agitada. Sabía que debía empujarlo, decirle que parara… pero sus manos recorrieron la espalda de Ethan con un atrevimiento que ni ella misma esperaba.
—Eres un problema… —susurró, con un tono cargado de contradicción, mientras lo jalaba hacia sí otra vez.
Ethan rió bajo, esa risa oscura que siempre la desarmaba.
—Y tú eres mi adicción.
El contacto se intensificó. Sus cuerpos se pegaban cada vez más, como si el aire entre ellos desapareciera. Ethan acarició su cintura, bajando despacio hasta su muslo, y Ariana se estremeció, apretando los dientes para no dejar escapar otro gemido.
—No deberíamos… —murmuró, aunque sus labios buscaban los de él una y otra vez.
—Exacto… —respondió Ethan, con una sonrisa peligrosa, acercándose aún más—. Por eso sabe tan bien.
Los besos se volvieron más profundos, cada vez con menos control, cada roce de sus manos despertando más fuego. La tensión era tan espesa que parecía imposible que alguien pudiera entrar y detenerlos.
Ariana, con el rostro encendido y los labios hinchados por los besos, lo miró a los ojos, y por primera vez no había odio, solo vulnerabilidad y deseo.
—Si me quedo esta noche aquí… —susurró, casi sin voz—, no habrá vuelta atrás.
Ethan acercó su frente a la de ella, respirando hondo, como si también estuviera al borde de perderse.
—Ya no hay vuelta atrás desde el día en que nos cruzamos… —susurró, sellando otra vez sus labios con los de ella.
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Ethan la levantó en brazos con una facilidad que a Ariana le quitó la respiración. Su cuerpo, fuerte y tibio, la sostenía como si no pesara nada, y ella se dejó llevar, apoyando la cabeza en su hombro.
El camino hasta la habitación fue lento, lleno de miradas intensas y roces que quemaban. Ariana podía sentir el corazón de Ethan golpear contra su pecho, y cada paso parecía arrastrarlos a un destino inevitable.
Cuando llegaron, él la recostó suavemente sobre la cama. Ariana, con las mejillas encendidas y los labios aún húmedos por los besos, lo miró expectante, segura de que él iba a continuar.
—Ethan… —murmuró, jalando de su brazo para acercarlo.
Él se inclinó sobre ella, tan cerca que su respiración la envolvió. Ariana cerró los ojos, dispuesta a rendirse a lo que viniera, pero entonces él sonrió con esa calma peligrosa que lo caracterizaba.
—No, pequeña… —susurró, rozando con un dedo la comisura de sus labios—. Esta noche no.
Ariana abrió los ojos sorprendida, tratando de entender.
—¿Por qué…? —preguntó con la voz quebrada, un poco dolida por la contención.
Ethan acarició su mejilla, serio, sus ojos clavados en los de ella con una intensidad que la desarmó.
—Porque estás borracha… y sé que mañana odiarías cada decisión tomada bajo el efecto del alcohol. —Dejó un beso lento en su frente, diferente, más tierno que todos los anteriores—. No me interesa una Ariana confundida, me interesa la real, la que puede mirarme a los ojos y decidir sin titubeos.
Ella tragó saliva, sintiendo cómo algo dentro de ella se estremecía con esas palabras.
—Eres un idiota… —susurró, aunque sus labios temblaban.
Ethan soltó una risa baja, oscura, mientras se acostaba a su lado y la cubría con la sábana.
—Tal vez, pero soy el idiota que nunca se va a alejar de ti.
Se acomodó detrás de ella, abrazándola con firmeza, como si fuera un escudo. Ariana, a pesar de la tormenta en su pecho, cerró los ojos y dejó escapar un suspiro que no pudo contener. El calor de su cuerpo, la seguridad de sus brazos, la hicieron sentirse a salvo, aunque todo fuera un caos.
Antes de dormirse, escuchó su voz grave susurrarle al oído, una de esas frases suyas que siempre la dejaban marcada:
—Podrás huir de todos, pero de mí jamás.
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Continuará...