“La Reina Del Mar Y La Guerra”

Capítulo 7. Sombras sobre Halicarnaso

El verano había llegado a Halicarnaso con un calor sofocante. El mármol de los templos ardía bajo el sol, y los patios del palacio real se llenaban del aroma dulce de los higos maduros y del hierro aceitado de las armas. El pueblo celebraba aún las victorias navales de Artemisia, convencido de que su reina era invencible, la “Señora del Mar y de la Sombra”.

Pero en los corredores silenciosos del consejo real, la envidia y el rencor fermentaban como vino agrio.

🌑 Sospechas en la corte

Selene Claes, consejera de la reina, había notado cambios en las reuniones del consejo. Algunos nobles murmuraban demasiado entre sí; otros evitaban la mirada de Artemisia, como si temieran que sus ojos pudieran atravesar sus secretos.

Una noche, en los jardines colgantes del palacio, Selene compartió sus inquietudes con Irina Jenos.

—No hablan ya de servir al trono, sino de servir a sí mismos —dijo Selene, observando cómo las antorchas dibujaban sombras largas entre los cipreses.

—¿Crees que se atreven a conspirar tan pronto? —preguntó Irina, siempre directa.

—La lealtad comprada con miedo es la primera en quebrarse.

Irina apretó la empuñadura de su espada.

—Entonces debemos arrancar las raíces antes de que den fruto.

Selene asintió. Ambas acordaron investigar en silencio, sin alarmar a Artemisia hasta tener pruebas.

🕯️ Espías y susurros

Durante semanas, Selene siguió a los consejeros bajo la excusa de revisar los archivos del tesoro. Descubrió que dos de ellos se reunían en secreto en la casa de un mercader extranjero, donde intercambiaban monedas marcadas con el emblema de una serpiente: señal clara de la influencia de los Serpente.

Irina, por su parte, interrogó discretamente a los soldados de la guardia nocturna. Varios habían recibido sobornos para “mirar hacia otro lado” en ciertos pasillos. Algunos aceptaron, otros huyeron del palacio antes de confesar más.

Finalmente, una esclava del servicio confesó que había visto a uno de los nobles verter polvo en una copa destinada al banquete de Artemisia. No hubo duda: el veneno ya había entrado en el palacio.

⚔️ El banquete interrumpido

La reina convocó un banquete para honrar a los marineros que regresaban victoriosos de Rodas. El gran salón se llenó de música, risas y vino. Artemisia presidía la mesa, vestida con un manto púrpura y una corona sencilla, pero sus ojos no descansaban: había aprendido a leer la tensión en cada gesto, en cada silencio.

Selene y Irina se mantenían cerca, intercambiando miradas. El veneno podía aparecer en cualquier momento.

Entonces ocurrió. Uno de los coperos avanzó con una copa destinada a la reina. Irina lo detuvo con un movimiento seco.

—Bebe primero —ordenó.

El hombre tembló. Sus ojos buscaron una salida, pero Selene levantó un dedo y dos guardias bloquearon las puertas. El silencio cayó sobre el banquete como un telón. El copero dejó caer la copa: el vino se derramó sobre el mármol, chisporroteando como si quemara la piedra.

Artemisia se puso de pie lentamente.

—Traición —pronunció, y su voz heló a todos los presentes.

🔥 El juicio de la reina

Los conspiradores fueron arrastrados ante ella esa misma noche: tres consejeros y dos capitanes de la guardia. Todos negaron, todos lloraron, todos intentaron culparse entre sí. Artemisia los escuchó en silencio, sin mover un músculo del rostro.

Al final, se levantó del trono y caminó entre ellos como un verdugo que escoge su arma.

—El hierro no perdona —dijo—. La sombra no olvida. El espejo no miente.

Con una seña, ordenó la ejecución de cuatro de los traidores. Sus cabezas rodaron en el patio de armas antes del amanecer. El quinto, sin embargo, logró escapar en medio del caos: un noble de voz suave y rostro delgado, cuyo nombre resonaría en los años venideros como un susurro de veneno: Erasmo Serpente.

🌒 La fuga del traidor

Nadie supo cómo lo logró. Algunos dijeron que un túnel secreto lo llevó hasta el puerto; otros juraron que fue ayudado por sombras que no eran humanas. Lo cierto es que, al amanecer, su barco había desaparecido en dirección al este, dejando tras de sí un juramento de venganza.

Antes de huir, había dejado un mensaje grabado con sangre en la pared de su cámara:

“Las serpientes mudan de piel, pero nunca mueren. Tu corona será su mordedura, Artemisia.”

🩸 El eco de la traición

Artemisia contempló los cuerpos de los ejecutados al amanecer. No derramó una lágrima. Pero en su interior comprendió que algo había cambiado. Si los Serpente habían logrado infiltrar su propio consejo, ninguna victoria naval bastaba para asegurar el futuro.

Selene se acercó a ella.

—Mi reina, hemos cortado las cabezas de la hidra.

—No —replicó Artemisia, con la mirada fija en el horizonte—. Hemos cortado solo una. Las demás crecerán en la oscuridad.

Irina, siempre pragmática, se arrodilló.

—Entonces debemos aprender a cortar sin descanso.

Artemisia asintió, pero en lo profundo de su pecho sintió el peso de la advertencia del Almirante de las Profundidades: “Quien desafía al tiempo, debe pagar con su sangre.”

El hierro podía doblegar cuerpos, la sombra podía ocultar secretos, y el espejo podía revelar verdades. Pero nada de eso detendría a los traidores eternos.

Esa noche, Artemisia selló un nuevo juramento ante la Hermandad: jamás confiaría ciegamente, ni siquiera en aquellos que decían servirla. El poder no solo se defendía en las batallas del mar, sino en los susurros venenosos de los pasillos.

Y allí, en los muros de Halicarnaso, las sombras empezaban a multiplicarse.