Después de mí es una historia de amor, pero también de pérdida. De silencios impuestos, de sueños postergados y de una mujer que, después de tocar fondo, aprende a levantarse no por nadie, sino por ella.
Porque hay un momento en que no queda nada más…
Solo tu misma.
Y eso, a veces, es más que suficiente.
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CAPITULO 9
Elías caminaba por el pasillo del hospital con el ceño fruncido, apretando los puños. Sus pensamientos eran un torbellino.
"¿Cómo que leucemia? ¿Por qué Valeria me acusa de algo así? Si fue mamá quien me dijo… ¿entonces qué demonios pasó?"
Decidido, pensó en ir directamente a la casa de su madre.
Necesitaba respuestas, necesitaba saber por qué ella le aseguró que su cuñado había muerto por una operación mal hecha y no de leucemia, como Valeria afirmaba entre lágrimas.
Estaba a punto de salir del hospital cuando una voz suave lo detuvo.
—Señor… —una enfermera lo alcanzó con un bolso en las manos—. Estas son las pertenencias de la señora Valeria. Su celular, su cartera…El doctor Julián lo dejo aquí en recepción.
Elías lo tomó con torpeza, sin saber qué responder.
—Gracias…
Se quedó allí de pie, con el bolso en las manos. Por instinto lo abrió para comprobar que todo estuviera en orden. Fue entonces cuando vio un sobre doblado entre las cosas, con el nombre de Valeria escrito en la portada. Dudó unos segundos, pero la curiosidad lo venció.
Sacó la carta y comenzó a leer.
Las primeras líneas lo dejaron helado. Era un cuaderno que Valeria había escrito, una especie de diario a modo de desahogo.
"Me pregunto en qué momento dejé de ser yo para convertirme solo en la esposa de Elías. Me miro en el espejo y no reconozco a la joven que soñaba con salvar vidas, con vestir una bata blanca. Dejé mi carrera, mis sueños, mis ganas… porque pensé que con su amor me bastaría. Pero la realidad es que me quedé sola, invisible incluso para él. ¿Cuántas veces lloré en silencio mientras él celebraba sus triunfos? Él creía que tener una casa bonita y dinero era suficiente, pero yo… yo solo quería ser escuchada, quería ser acompañada, quería ser yo misma."
Las palabras se le clavaron como cuchillos. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, y pronto, sin poder contenerse, rompió en llanto allí mismo, sentado en una banca fría del hospital.
El bolso aún en sus rodillas, el pequeño cuaderno temblando entre sus dedos.
Por primera vez, Elías sintió el peso de su egoísmo, de los años que había vivido tan concentrado en sus metas, en su nombre, en su prestigio, que nunca se detuvo a mirar a la mujer que tenía al lado. Creyó que darle comodidades era suficiente, que una casa elegante y estabilidad económica eran sinónimos de felicidad.
Pero no lo eran para ella.
Valeria había estado muriendo en vida, en silencio, mientras él construía edificios y se llenaba de aplausos.
Elías hundió el rostro entre las manos, ahogado en un sollozo, había perdido más que el respeto y la confianza de su esposa. Estaba a punto de perderla a ella para siempre.
Lo único que pudo hacer en ese momento, es ir a reclamar a su madre porque él no había mentido como dice Valeria, solo dijo lo que su madre alguna vez lo conto.
Elías entró a la casa de Mercedes con pasos pesados, la mandíbula tensa y los ojos rojos aún por el llanto. Apenas vio a su madre en la sala, explotó.
—¡¿Cómo pudiste, mamá?! —gritó, tirando con fuerza las llaves sobre la mesa—. ¡¿Cómo pudiste decirme que el hermano de Valeria murió por una apendicitis mal tratada, cuando en realidad falleció por leucemia?! ¡¿Tienes idea de lo que hiciste?!
Mercedes, tranquila, con su taza de té en la mano, lo miró con desdén.
—Ay, Elías, no exageres —respondió, encogiéndose de hombros—. Ese día tenías una presentación crucial. Si esos inversionistas se iban, todo tu proyecto se derrumbaba. ¿Tú crees que Valeria, con lo sensible que es, hubiera sido capaz de acompañarte y sonreírle a la gente sabiendo que su hermano se moría? No, hijo. Ella tenía que estar firme para ti. Todo lo que hice, lo hice por ti.
Elías abrió los ojos con incredulidad, las venas del cuello tensas.
—¿¡Estás escuchándote, mamá!? ¡¿Eres consciente de lo que dices?! ¡Era su hermano mellizo, por Dios! ¡Su otro yo! Y tú… tú decidiste arrebatarle la oportunidad de despedirse de él, ¡por mi maldita presentación!
—Tu futuro estaba en juego —replicó Mercedes, elevando un poco la voz, sin perder la calma—. No podías darte el lujo de fracasar. Y esa muchacha… bueno, ella siempre se dramatiza con todo. No era necesario que cargara con ese dolor en ese momento.
Elías dio un golpe a la mesa, haciendo temblar la taza de su madre.
—¡¿No entiendes que lo único que hiciste fue destruirla?! ¡Le quitaste a Valeria lo único que le quedaba, lo único que la unía de verdad a su vida pasada! ¿Sabes qué lograste? Que me odie a mí, mamá. ¡Que me odie como nunca pensé que alguien pudiera odiarme!
Mercedes se levantó con calma, como si nada le afectara, y lo miró fijamente.
—Pues si ella te odia por eso, que lo haga. Al final, todo lo que lograste, todo lo que tienes, es gracias a que yo cuidé de ti.
Elías retrocedió, mirándola con asco y dolor.
—No… lo que tengo es la ruina de un matrimonio y una mujer rota que jamás podré recuperar… todo por ti.
Y sin esperar respuesta, salió de la casa golpeando la puerta con tal fuerza que los cuadros de la pared se sacudieron.
Mercedes cerró los ojos un instante cuando la puerta retumbó tras el portazo de Elías. El eco del golpe quedó flotando en la sala silenciosa. Se acomodó en el sillón, tomó aire profundo y bebió un sorbo de té como si nada hubiera pasado.
—Ingrato… —murmuró con voz baja, sacudiendo la cabeza—. Siempre lo mismo, siempre haciéndome ver como la villana, cuando lo único que hice fue cuidarlo.
Se levantó despacio y caminó hasta el aparador donde guardaba recortes de periódicos y fotografías de su hijo. Tomó uno en particular: la portada de una revista de arquitectura donde Elías aparecía sonriente, joven, lleno de promesas.
—Si no fuera por mí, jamás habría llegado hasta aquí… —dijo, acariciando la foto con los dedos—. Esa reunión era crucial, la más importante de todas. Con esos inversionistas consiguió el impulso que necesitaba, el reconocimiento que lo puso en el mapa. ¿Y qué hubiera pasado si Valeria lo abandonaba ese día para llorar a su hermano? ¡Lo hubieran visto como un hombre débil, incapaz de controlar su vida!
Sonrió con cierta satisfacción torcida.
—No, no me equivoqué. Fue duro, sí, pero necesario. Al final, él ganó prestigio, proyectos, una carrera brillante… Todo gracias a que yo hice lo que tenía que hacer. —Su voz se endureció—. Y si esa muchacha no fue lo bastante fuerte para soportarlo, no es mi culpa.
Mercedes volvió a sentarse, erguida, convencida de sus propias palabras.
—Elías algún día lo entenderá. Las madres hacemos sacrificios, aunque los hijos no lo vean.
Mercedes cerró los ojos, convencida de que había actuado por amor… aunque en el fondo, lo que defendía era su propio orgullo.
Mercedes permaneció un rato en silencio, con la foto de Elías aún entre las manos. Su expresión, altiva al principio, comenzó a desmoronarse poco a poco. Caminó hasta la ventana, corrió apenas la cortina y miró hacia la calle oscura.
—Yo también perdí, Valeria… —susurró, como si hablara con alguien ausente—. Pero nadie estuvo ahí para mí.
Se sentó nuevamente, esta vez en la penumbra, con el rostro endurecido por recuerdos que rara vez dejaba salir. Su mirada se quedó fija en un rincón de la sala, como si desde allí regresara el pasado.
Recordó a su hermano, Tomás. Su mellizo. Aquel con quien compartió no solo una infancia difícil, sino también los golpes de un padre alcohólico y la indiferencia de una madre cansada. Tomás fue su otra mitad, su único refugio en un mundo hostil. Y lo perdió de golpe, sin aviso, sin tiempo para despedirse.
Ese día, Mercedes tenía apenas dieciocho años. El mismo día en que murió su hermano, ella estaba en una entrevista de trabajo en la que dependía su futuro, la posibilidad de escapar de esa casa que la consumía. Nadie le avisó a tiempo. Nadie consideró que ella merecía estar junto a él.
—Me arrancaron a mi hermano sin darme la opción… —murmuró, apretando los puños con fuerza—. Y nadie me preguntó si podía soportarlo. Nadie pensó en mí.
Una lágrima se deslizó por su mejilla, aunque rápidamente la secó con rabia, casi avergonzada de su debilidad.
—Por eso hice lo que hice con Valeria —se convenció, endureciendo la voz—. Si yo soporté ese dolor, ella también podía. Si yo seguí adelante, ella también debía hacerlo. Elías no podía fracasar por culpa de un duelo. ¡No después de todo lo que me costó sacarlo adelante!
Mercedes guardó la foto de su hijo de nuevo en el aparador y cerró con llave el cajón. Como si al encerrar esa imagen también pudiera aprisionar sus sentimientos.
—Elías nunca sabrá lo que es cargar con esa pérdida —susurró—. Porque yo me encargué de que nada lo detuviera… aunque para eso tuviera que convertirme en la villana de su historia.
El silencio volvió a llenar la sala, pero dentro de ella el eco del pasado seguía resonando, recordándole que su frialdad no era más que una coraza, un disfraz que ocultaba una herida que jamás había cerrado.
por dar y no recibir uno se olvida de uno uno se tiene que recontra a si mismo