El fallecimiento de su padre desencadena que la verdad detrás de su rechazo salga a la luz y con el poder del dragón dentro de él termina con una era, pero siendo traicionado obtiene una nueva oportunidad.
— Los omegas no pueden entrar— dijo el guardia que custodia la puerta.
—No soy cualquier omega, mi nombre es Drayce Nytherion, príncipe de este reino— fueron esas últimas palabras cuando ellos se arrodillaron ante el.
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REINO DE AETHORIA
—Te instalarán una tienda muy pronto, para que tengas donde dormir y descansar —mencionó Drayce con una leve sonrisa, observando cómo Mikael comía con evidente hambre—. ¿Puedo preguntar cómo llegó su alteza a estas tierras? Aethoria está a varios días de aquí.
Mikael alzó la mirada, un tanto inseguro. Había llegado el momento de contarle la verdad, pero temía que Drayce retrocediera al escuchar las atrocidades que habían ocurrido en su reino. Sin embargo, al ver los ojos del joven omega, tan llenos de calma y comprensión, sintió que por primera vez podía confiar en alguien.
Suspiró profundamente, avergonzado aún por haberlo besado sin su consentimiento, y tras unos segundos de silencio, comenzó a relatar su historia.
—Todo empezó hace algunos años atrás —dijo con voz tenue, mirando el suelo—. Como sabrá, Aethoria siempre ha sido uno de los reinos aliados del Imperio de Zaryon. Durante generaciones mantuvimos la paz, pero hace un tiempo… todo comenzó a cambiar.
Drayce lo escuchaba con atención, sin interrumpirlo.
—Uno de los nobles más cercanos a mi padre desapareció sin dejar rastro. Era un hombre respetado, de familia honorable. Mi padre creyó que había muerto… hasta que un día volvió, como si nada hubiera pasado. Pero ya no era el mismo —la voz de Mikael se quebró apenas un instante—. Su rostro, su forma de hablar, su mirada… todo en él había cambiado. Ni su esposa ni sus hijos lo reconocieron.
Drayce frunció el ceño.
—¿Un impostor?
—No lo sé —respondió Mikael—. En Aethoria, como sabrá, los nacidos con magia son llevados a la gran torre para entrenar como aprendices. A ese hombre se le conocía como un simple humano, sin una pizca de poder. Pero cuando regresó… su presencia emanaba oscuridad. Era como si algo dentro de él estuviera vivo y famélico.
Su voz temblaba al recordar.
—Desde su regreso, los niños nacidos con magia comenzaron a desaparecer. Algunos fueron encontrados después… vacíos. Con vida, sí, pero sin su poder. Todos decían lo mismo: una sombra, una nube negra, los atacó y cuando despertaron… ya no recordaban nada.
Drayce bajó la mirada. Aquellas palabras le helaron el alma.
—Mi padre cayó enfermo —continuó Mikael—. Mi madre intentó mantener la unión entre los nobles, pero era inútil. Ese hombre ya se había apoderado del consejo y del ejército. Nos apresaron junto a mi padre. Al principio nos alimentaban… pero el aire mismo se sentía envenenado. Había rabia, desesperación, locura.
Mikael apretó los puños.
—Mi madre… mi madre me salvó. Pagó a una sirvienta para que me sacara del palacio durante la noche. Me dio su bendición y me pidió que buscara ayuda en Zaryon. Pero debieron descubrirlo, porque pronto enviaron hombres tras de mí. Intentaron matarme… y terminé cayendo por ese acantilado del que usted me sacó.
Drayce lo miró con la misma expresión con la que había mirado al cachorro de pantera: con compasión y respeto.
—Tu historia es terrible —dijo en voz baja—. Pero si tu padre sabía que estaban en peligro, ¿por qué no pidió ayuda al mío? El emperador habría intervenido.
—Lo hizo —respondió Mikael con tristeza—. Pero el noble ya controlaba lo que entraba y salía del palacio. Ninguna carta, ningún mensajero podía pasar las murallas sin su permiso.
Drayce guardó silencio unos segundos, luego llevó una mano a su frente.
—Vhagar… —susurró.
La voz del dragón resonó en su mente.
—Lo escuché. Parece que su enemigo tomó posesión de una identidad humana. Está absorbiendo magia, usándola para sostener su existencia.
—Entonces… —Drayce abrió los ojos con un brillo de asombro—. ¿El verdadero noble sigue con vida?
—Es posible —contestó Vhagar—. Pero su cuerpo está siendo utilizado como contenedor. Si lo que dijo el joven es cierto, esa entidad busca materializarse completamente. Se ha vuelto fuerte… aunque no lo suficiente para vencerme.
Drayce rodó los ojos.
—Presumido —susurró en voz baja, haciendo sonreír levemente a Mikael, quien no entendió a quién le hablaba.
El silencio volvió a caer entre ellos, hasta que Mikael, visiblemente nervioso, tomó las manos de Drayce.
—Príncipe Drayce… —dijo con la voz temblorosa—. Lamento mucho haber… hecho eso sin su consentimiento. —Bajó la mirada, sonrojado, incapaz de sostener su mirada.
Drayce, conmovido por su sinceridad, negó suavemente con la cabeza.
—No se preocupe —dijo con una sonrisa leve—. Fue un accidente… un impulso del momento.
Pero esas palabras dolieron más de lo que esperaban. Ambos lo sintieron: un ligero ardor en el pecho, una punzada silenciosa que les hizo desviar la mirada.
“¿Accidente… o arrepentimiento?”, pensó Mikael. Su corazón latía con fuerza, pero no dijo nada más.
Drayce se levantó, caminando lentamente hacia la entrada de la tienda.
—Te ayudaremos, Mikael. Lo prometo. Pero no puedo hacerlo todavía. El imperio atraviesa tiempos difíciles. La concubina Freya ya no forma parte del harén imperial, y muchos nobles se beneficiaron durante su estadía. Es cuestión de tiempo para que alguno de ellos declare la guerra.
Mikael lo observó con sorpresa.
—Entonces… ¿están en medio de una posible rebelión?
—Así es —respondió Drayce, mirando al cielo—. Por eso estamos aquí, entrenando y visitando las ciudades cercanas al imperio. Debemos fortalecer las defensas antes de que sea tarde.
El alfa bajó la cabeza, frustrado.
—Lamento cargarlo con más problemas, alteza.
Drayce se giró hacia él con una expresión suave.
—No es una carga, Mikael. Si algo aprendí de mis padres… es que ayudar a los demás siempre es la mejor forma de protegernos a nosotros mismos.
—Eres… —Mikael lo miró con asombro—. Realmente eres la bendición de la diosa, como todos dicen.
Drayce sonrió de lado.
—No soy una bendición. Dentro de mí reside el alma de un dragón. Es él quien me guía… Vhagar.
Mikael abrió los ojos con sorpresa.
—¿Un dragón? Entonces, ¿puede ayudarme?
—Por ahora no lo sé —admitió Drayce, mirando el fuego que ardía en el brasero—. Él decide cuándo actuar. Pero si hay una oportunidad… la tomaremos.
Mikael asintió, aunque en su mente una idea comenzaba a formarse.
«¿Un dragón dentro de él? Quizá… ese sea el destino que la diosa me mostró.»
Mientras tanto, Vhagar habló dentro del alma de Drayce, con su tono grave y antiguo:
—Ese muchacho… no es como los demás. Su espíritu tiene una marca. La reconocerás pronto.
Drayce frunció el ceño.
—¿Una marca? ¿Qué significa eso?
—Significa —respondió el dragón— que su llegada no fue casualidad.
El joven omega miró a Mikael en silencio. Aún no comprendía lo que Vhagar decía, pero en lo profundo de su pecho… sintió que aquel alfa había llegado a su vida por una razón que el destino apenas comenzaba a revelar.