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"Yo Solo Deseaba Ser Amada"

"Yo Solo Deseaba Ser Amada"

Status: En proceso
Genre:Reencarnación
Popularitas:2.5k
Nilai: 5
nombre de autor: LUZ PRISCILA

Toda mi vida deseé algo tan simple que parecía imposible: Ser amada.
Nací en mundo de edificios grises, calles frías y rostros indiferentes.
Cuando apenas era un bebé fui abandonada.
Creí que el orfanato sería refugio, pero el hombre que lo dirigía no era más que un maltratador escondido detrás de una sonrisa falsa. Allí aprendí que incluso los adultos que prometen cuidado pueden ser mostruos.

Un día, una mujer y su esposo llegaron con promesas de familia y hogar me adoptaron. Pero la cruel verdad se reveló: la mujer era mi madre biológica, la misma que me había abandonado recién nacida.

Ellos ya tenian hijos, para todos ellos yo era un estorbo.
Me maltrataban, me humillaban en casa y en la escuela. sus palabras eran cuchillas. sus risas, cadenas.
Mi madre me miraba como si fuera un error, y, yo, al igual que ella en su tiempo, fui excluida como un insecto repugnante. ellos gozaban de buena economía, yo sobrevivía, crecí sin abrazos, sin calor, sin nombre propio.

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Capitulo 13

El sol se escondía lentamente detrás de los altos muros de la mansión del conde, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y violetas. El aire fresco del atardecer parecía aliviar el murmullo de voces en el jardín, donde aún se respiraba la tensión de la fiesta de té.

Sentado bajo la sombra de un naranjo, en un lugar apartado y casi ignorado por las demás niñas, permanecía un joven de porte imponente. Su cabello oscuro caía con elegancia sobre su frente, y sus ojos, de un azul profundo y frío, observaban sin pestañear. Nadie osaba acercarse a él demasiado. Edmund von Asterion, primogénito de la poderosa Casa Asterion, era tan respetado como temido.

Los rumores lo pintaban como un muchacho arrogante y distante, incapaz de reírse o compartir juegos infantiles. Pero aquellos que lo conocían de verdad sabían que no era arrogancia, sino algo mucho más intimidante: una mente afilada que analizaba todo con precisión quirúrgica.

Edmund había acudido al evento por simple obligación. No tenía interés en fiestas de té ni en conversaciones triviales. Su atención estaba, como siempre, en observar y aprender en silencio. Sin embargo, algo lo hizo alzar la mirada: la llegada de la hija menor del duque.

Su reputación la precedía. Había escuchado más de una vez a las jóvenes nobles burlarse de ella, llamándola "pequeña tirana" o "villana en miniatura". Por eso, cuando la vio entrar con paso sereno, no pudo evitar pensar que al fin presenciaría una de esas escenas de escándalo que tanto entretenían a los demás.

Pero lo que presenció fue algo completamente distinto.

La niña no reaccionó con gritos ni caprichos. Su actitud era calmada, sus respuestas estaban llenas de una cortesía inesperada y, lo más sorprendente de todo, no parecía en absoluto una niña de su edad. Su manera de hablar, la firmeza de su mirada, incluso la forma de sostener la taza de porcelana denotaban una madurez que no podía ignorar.

"Esa no es la criatura engreída de la que todos hablan."

Lo pensó en silencio mientras seguía observando cómo ella esquivaba cada provocación. La trampa del pastel, en particular, captó toda su atención. En la historia que él conocía, ese tipo de situaciones solía terminar con la niña en ridículo. Sin embargo, esta vez fue diferente. La manera en que compartió el pastel con la anfitriona, obligándola a probar de su propio veneno, fue magistral. Inesperado.

Las otras niñas cuchicheaban entre sí, confundidas. Y Edmund, por primera vez en mucho tiempo, sonrió apenas, un gesto tan fugaz que nadie lo notó.

Cuando la fiesta concluyó, él no se movió de su lugar. Permaneció sentado, como un juez silencioso, observando cómo los carruajes se alejaban uno por uno. Su primo menor, un muchacho parlanchín, se acercó para molestarlo.

—¿Qué te pasa, Edmund? Te vi mirando todo el tiempo. ¿Acaso la villanita del duque te parece entretenida? —preguntó con tono burlón.

El joven heredero desvió la mirada hacia él, y con una voz baja y grave, respondió:

—No hables de lo que no entiendes.

La incomodidad fue suficiente para que su primo se callara de inmediato.

Edmund se quedó en silencio, pero en su mente repetía las escenas de la tarde una y otra vez. Cada palabra, cada sonrisa contenida, cada respuesta inesperada. No era casualidad. Algo había cambiado en ella, y él lo había notado.

"Una niña de esa edad no actúa así... a menos que oculte algo."

Sacó un pequeño cuaderno de cuero de su bolsillo interior y escribió con su pluma unas breves palabras:

"Hija menor del duque: conducta sospechosa. Reputación no concuerda con la realidad. Observar más de cerca."

Cerró el cuaderno con cuidado y lo guardó bajo su chaqueta.

Mientras tanto, en el carruaje ducal, la protagonista observaba el paisaje desde la ventana. Aunque estaba agotada, una chispa de orgullo brillaba en sus ojos. Por primera vez había evitado una de las humillaciones que la historia original le había impuesto.

—Hoy fue diferente… —susurró para sí, apoyando la cabeza en el cristal frío—. No soy la villana que creen.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por su hermano mayor, que viajaba con ella. Serio y distante, como siempre, la miró de reojo.

—He escuchado que Celeste es astuta. Me sorprende que no hayas vuelto llorando —comentó, con un tono duro que parecía reproche.

Ella no respondió, pero sonrió apenas. Sabía que, detrás de esas palabras frías, había un reconocimiento disfrazado.

Su otro hermano, sentado al frente, añadió con calma:

—No bajes la guardia. La sociedad siempre está esperando que tropieces.

La protagonista inclinó la cabeza, aceptando sus consejos. Por dentro, sentía que, poco a poco.

Esa noche, en dos residencias distintas, dos jóvenes miraban al mismo cielo estrellado con pensamientos opuestos:

Ella, convencida de que podía reescribir su destino.

Él, decidido a descubrir qué secreto ocultaba aquella niña que no encajaba con la historia.

Y sin saberlo aún, ambos habían comenzado a caminar hacia un lazo que cambiaría el curso de la novela misma.

1
Omis Mendoza
vieja maldita sinvergüenza
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