Marina Holler era terrible como ama de llaves de la hacienda Belluci. Tanto que se enfrentaba a ser despedida tras solo dos semanas. Desesperada por mantener su empleo, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para convencer a su guapo jefe de que le diera otra oportunidad. Alessandro Belluci no podía creer que su nueva ama de llaves fuera tan inepta. Tenía que irse, y rápido. Pero despedir a la bella Marina, que tenía a su cargo a dos niños, arruinaría su reputación. Así que Alessandro decidió instalarla al alcance de sus ojos, y tal vez de sus manos…
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Capitulo 9
Con el contrato Fitzgerald a punto de cerrarse era el peor momento posible. Una niña en silla de ruedas y un rico terrateniente... la historia perfecta para la prensa amarilla. Ya veía los titulares y, a continuación, el trato que llevaba negociando seis meses echado a perder, junto con los muchos puestos de trabajo que crearía.
Por tentador que fuera despedirla, Alessandro sabía que lo sensato era no hacerlo. No tenía duda de que no tardaría mucho en proporcionarle multitud de razones legítimas para el despido.
–¿La niña no puede recibir tratamiento en este país? –preguntó, recordando el rostro pecoso.
–No, se trata de cirugía de vanguardia –Marina sonrió, al menos se había conseguido algo.
–¿Y lo de afeitarse la cabeza? –miró con curiosidad el lustroso pelo oscuro con destellos castaños–. ¿Era una broma?
–En realidad no –Marina se echó la trenza hacia atrás–. Cleo a veces tiene días malos y para hacerle reír le dije que si no recaudábamos el dinero necesario, me afeitaría para conseguir más.
–¡No! –su brusco rechazo sorprendió a Alessandro tanto como a la dueña del pelo.
–¿Disculpe? –ella parpadeó.
–No sería apropiado que mi ama de llaves tuviera la cabeza afeitada.
–¿Ama de llaves? –Marina lo miró esperanzada pero cautelosa–. ¿Significa eso que...?
–Volveré mañana –dijo él–. Y espero que todo haya vuelto a la normalidad.
–¿No me va a despedir? –Marina bajó la vista para ocultar sus lágrimas de alivio.
–Le concederé un periodo de prueba.
–No se arrepentirá.
Él creía que sí. No duraría ni un mes.
–¿Y la niña? ¿La pelirroja?
–Es Georgia
–¿Y es...? –la apremió, impaciente. Era como intentar sacar sangre de una piedra.
–Mi sobrina –sonrió con alegría. Aunque la mirara con desprecio, ya no estaba sin hogar, sin empleo y, virtualmente, en la ruina.
–¿Va a quedarse mucho tiempo?
–Vive conmigo y su mellizo, Josh –en su cabeza aún oía a Loren cuando le dijo que eran dos. Uno de cada, Marina, ¿no somos afortunados?
–¿Tiene a dos niños viviendo aquí? No, eso no es aceptable. Tendrá que buscarse otra opción.
–¿Otra opción? –Marina inspiró profundamente para no dejarse llevar por la ira–. ¿Y qué se le ocurre, exactamente?
–Yo no sé nada de niños –estrechó los ojos al captar la nota sarcástica de su voz.
–Excepto que dos pequeños no tienen cabida en una casa de veintidós dormitorios.
–Veo que ahora sugiere instalarse en mi casa –arqueó una ceja–. ¿O ya lo ha hecho? –no le habría extrañado, la niña había parecido muy cómoda en su silla.
–Claro que no –Marina se ruborizó.
–Estará de acuerdo en que el alojamiento que va con el trabajo no es adecuado.
–Está bien –era gratis y estaba en la zona del colegio de los mellizos. Eso era mejor que bueno.
–Corríjame si me equivoco –clavó los ojos oscuros en los de ella–. Creía que el piso del ama de llaves solo tenía un dormitorio.
–Un dormitorio muy grande, y un sofá cama muy cómodo en la sala de estar.
–¿Duerme en el sofá? –la miró atónito, como si acabara de anunciarle que dormía en un banco.
–Funciona muy bien –sonrió alegremente. Si estaba buscando una excusa para echarla, no se la daría–. Yo siempre me levanto antes que los mellizos y ellos se acuestan antes que yo –Marina perdía el sueño por dar vueltas a su presupuesto, no por falta de dormitorio propio.
–En otras palabras, es perfecto.
–Perfecto no –concedió ella, simulando no captar su sarcasmo–. Pero sí aceptable –pensó que él no debía de saber lo que era adaptarse a algo–. Y, si cree que los mellizos tienen un impacto negativo en mi trabajo, es al contrario.
–¿Ah sí?
–Tener familia y responsabilidades hace que sea fiable al cien por cien –una vocecita interior le dijo que también dejaba su orgullo por el suelo.
–Quiere decir que como necesita el trabajo está dispuesta a tragarse el insulto que tiene en la punta de la lengua –los ojos oscuros recorrieron el perfil de sus labios, que eran de lo mas sexy.
Marina deseó decirle que dejara de mirarle la boca. Recordó con nostalgia los días en los que había solucionado una falta de fondos temporal renunciando a unos zapatos o tomando menos cafés a la semana. Las cosas ya no eran tan simples. Aún sentía vértigo al pensar en el precio de los uniformes escolares de los mellizos.
–Habla como si la estancia de los niños fuera permanente. Suponía que estaban pasando las vacaciones con usted.
Ella pensó que debería haberle dejado seguir pensándolo. Iba tan poco que ni lo habría notado, pero, como siempre, había abierto la bocaza.
–No. Son los hijos de mi hermana –tragó saliva. No quería hablar del accidente en el que un adolescente borracho conduciendo en dirección contraria había puesto fin a la vida de su hermana y de su cuñado–. Ella y su esposo fallecieron. Soy la tutora de los niños.
–Lo siento.
Ella asintió, incapaz de hablar. Según la psicóloga, la ira era normal y pasaría con el tiempo. Pero habían pasado seis meses desde ese terrible suceso y Marina no podía imaginar que llegara el día en que no lo recordara sin desear dar puñetazos a un muro de ladrillos.
–Es muy joven para tener esa responsabilidad.
–Eso es relativo, ¿no? –la semana anterior, Marina había visto un documental sobre la vida de niños que cuidaban de padres discapacitados; se había avergonzado. En comparación, lo suyo era fácil.
–¿No hay nadie más adecuado para ocuparse de estos niños? –la miró de arriba abajo.
–Mi hermana era mi única familia y David no tenía a nadie. Soy yo o los servicios sociales –Marina estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para evitar eso. Los niños disfrutarían de una infancia como la que ella había tenido.
Marina cerró los ojos, recordando el rostro de Loren el día en que conoció a David. Tragó saliva y volvió a hacerse la pregunta habitual. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que haberle pasado a Loren?
–Supongo que la carrera de ama de llaves no era su primera opción –dijo él con cinismo.
Marina se humedeció los labios, pensando en cómo contestar. Al final, optó por la honestidad.
–En realidad, nunca supe qué quería hacer con mi vida.
No le había parecido que hubiera prisa por decidirse. Le gustaba viajar; le gustaban las nuevas experiencias y conocer a gente.
Pero había llegado el momento de dar el do de pecho y, sí, estaba dispuesta a suplicar y dar las gracias a ese horrible hombre. Se arrastraría si era necesario, aunque eso la matara. Haría cualquier cosa por mantener a su familia unida. Sonrió.
–Pero nunca doy menos del cien por cien, y haré lo que sea por mantener este empleo... Cualquier cosa –añadió con fiereza.
–¿Cualquier cosa?
–Sí –afirmó. El tono de voz de él hizo que se sintiera insegura, pero no podía dar marcha atrás.
–«Cualquier cosa» cubre un campo muy amplio. Si me está ofreciendo favores sexuales, es mejor que sepa que suelo recibirlos gratis.
Marina cerró los puños, inspiró y contó hasta diez. Sabía que la estaba pinchando porque no podía defenderse, eso lo convertía en un abusador. Se frotó la mano que anhelaba darle un guantazo que borrara la expresión de desdén de su guapo rostro.
Se obligó a no sonrojarse para no darle esa satisfacción. Estaba segura de que no recibiría atenciones no deseadas de él; era demasiado esnob para acostarse con una empleada doméstica.
Pero, ¿y si no lo era?
Su cuerpo reaccionó a la pregunta mental y Marina no pudo evitar la cadena de reacciones viscerales que siguieron, igual que no podía evitar apartar la mano si se quemaba.
Bajó los párpados y se abrazó el estómago, agradeciendo llevar puesto un top suelto. Eso le evitaba la vergüenza adicional de que viera sus pezones erectos, pero no la opresión del sujetador ni el ardor que sentía en la pelvis.
Marina puso fin a ese diálogo interior, consiguió romper el contacto con su mirada de acero y alzó los hombros levemente.
–Bromas aparte, le prometo que seré profesional en todos los sentidos.
Él arqueó una ceja como si no estuviera convencido.
Ella, sintiendo un escalofrío de pánico, rezó para que no cambiara de opinión.
–No se arrepentirá –dijo, conteniendo el aliento, como un prisionero ante el tribunal, esperando a que leyeran su sentencia.