La Elegida Del Alfa Viudo

Melina

Pasé mi día guardando cuidadosamente todas las cositas de bebé que estaban en esta habitación dentro de cajas de cartón. Todo doblado, manteniendo su delicadeza. Lo que me dio un poco más de trabajo fue desmontar la cuna, la cómoda y el pequeño ropero.

Como no conozco a nadie por aquí, llamé a Lucas, que envió un pequeño camión para cargar todo. Le pregunté si conocía a alguien a quien pudiera donar estas cosas y me dijo que conocía a un joven que pronto sería padre y no tenía nada para el bebé.

Me dijo que no me preocupara, que él le daría la dirección al conductor del camión para que entregara todo a la familia del muchacho. En cuanto todo estuvo en el camión, volví a la habitación e hice una limpieza profunda, ya que había mucho polvo debajo de las cosas.

Estuve tan concentrada durante el día que recién al final de la tarde me di cuenta de que no había comido nada, salvo la mitad de la fresa que mi alfa me dio con la boca.

Pero estoy agotada, necesito un baño y dormir un poco; comer no es una prioridad para mí en este momento. Me doy una ducha larga y bajo con la intención de ir a la cocina a prepararme algo para comer.

Pero me siento en el sofá y disfruto de la brisa que entra por la enorme ventana de vidrio que está abierta. Me recuesto para estar más cómoda y me duermo. Despierto sintiendo el calor de mi alfa y me siento feliz.

Lo llevo a la habitación y le muestro que está vacía. Me pareció extraño que no preguntara qué hice con todo lo que había allí, pero no toqué el tema. Me abraza fuerte durante un rato. Giro mi rostro hacia su pecho y respiro su aroma que me enloquece.

Pero su teléfono suena y nos saca de ese momento de paz. Tarda en sacarlo del bolsillo y atender, parece que tampoco quiere salir de ese momento, así que sigue abrazándome con un brazo mientras con el otro contesta.

— ¿Hola? — responde sin mirar la pantalla.

— Tu tío despertó, está preocupado por ti y no deja de llamarte. — Reconozco la voz de Lucas, ya que aún estoy abrazada a mi alfa.

— Voy para allá ahora mismo.

Cuelga y me mira. Sabiendo que quiere que lo acompañe, tomo su mano y lo guío hasta su coche afuera de la cabaña. Cuando llegamos al hospital, siento un ligero malestar; mi estómago me recuerda que aún no he comido nada.

— Eron, necesito un café. Ve tú primero, yo te alcanzo.

No quería soltar mi mano, pero logré convencerlo. Compro un café con leche delicioso y camino despacio hasta llegar a la puerta de la habitación, donde escucho la conversación que ya ha comenzado.

— Sobrino mío, no sé si es seguro que sigas con tu Luna. Mírame… dónde terminé… Ellos no se detendrán. — dice el tío de mi alfa con dificultad.

— Si la dejo, el que muere soy yo… ¿Puedes entender cuánto amo a esta mujer? — siento la fuerza de ese amor en las palabras de mi alfa.

— Van a matarla, sobrino…

— Que lo intenten. — digo entrando a la habitación — No voy a retroceder, no voy a huir y no voy a abandonar a mi alfa. Aunque eso me cueste la vida.

— ¿Tienen idea del peligro que corren? La muerte los separará, ¿realmente vale la pena arriesgarse así? — pregunta el tío, y mi alfa responde:

— ¿No puedes ver cuán entrelazadas están nuestras almas? Ni siquiera se sabe dónde comienza la mía y termina la de ella. Ni la muerte podrá separarnos.

Termino mi café y lanzo el vaso a la basura. Lucas comienza a reír y yo me acerco a mi alfa para abrazarlo mientras Lucas dice:

— Ríndete, tío Antunes. Estos dos se están riendo en la cara de la muerte. ¿No ves que no tienen miedo? Juntos enfrentan cualquier cosa, con su amor como escudo. ¿Hay algo más resistente que eso?

El tío se muestra algo aprensivo, preocupado por nuestra seguridad, pero pronto cede. Sabe que nada nos va a separar. Nos quedamos allí hasta tarde, pasada la medianoche, y al notar mi cansancio, mi alfa decide que debemos volver a casa.

Al llegar a nuestro dulce hogar, me tiro en la cama. No sé cuánto tardó Eron en acostarse, yo ya estaba profundamente dormida. Me despierto por la mañana feliz, sabiendo que veré a mis padres. Los extraño mucho.

— Te dejaré en casa de tus padres antes de ir a la sede de la manada. Sé que querrás pasar el día con ellos.

— En realidad, sólo mi madre estará en casa. Ayer, por teléfono, mi padre dijo que quiere ir directamente al trabajo.

Me mira atentamente, parece analizarme minuciosamente. Eron nota que puse la mesa sólo para él, una vez más.

— Voy a desayunar con mi madre, no pongas esa cara.

— ¿Comiste ayer?

Me salvó el sonido de mi celular. Era mi madre. Atiendo y me dice que ya están en la casa que Eron les dio.

— Vamos, amor. Mis padres ya llegaron.

Le digo, tirando de él mientras doy pequeños saltitos de alegría. Escucho su risa que calienta mi alma. Al llegar a la casa de mis padres, casi los derribo con un abrazo doble.

— Melina, hija mía, nos vas a matar así. Está muy apretado. — se queja mi madre mientras mi padre ríe.

— Es que los extraño muchísimo.

— Hija mía, voy a aprovechar que nuestro alfa está aquí y me iré con él al trabajo. Que tengan un buen día y no se esfuercen demasiado, dejen algunas cosas para que yo las haga cuando regrese. — se despide mi padre tras besarnos la frente. Eron me da un beso apasionado.

Después de que se van, mi madre parece una adolescente, dando saltitos mientras me mira con una sonrisa boba.

— ¿Qué pasa, mamá?

— ¡Vivir juntos funcionó! Están enamoraditos. — aplaude.

Me agacho para recoger una caja y caigo sentada al intentar levantarme. Llevo las manos a la cara, mi visión se oscureció.

— Melina, ¿qué pasó? ¿Te sientes mal?

— Perdón, mamá. Fui imprudente, pensé que mi cuerpo vivía de brisa.

— ¿Cómo así? ¿No te estás alimentando bien? ¿Melina, tu alfa no te da lo necesario? — mi madre está claramente irritada.

— ¡Claro que no, mamá! Él me cuida demasiado bien… Sobre alimentarme, comí la mitad de una fresa ayer y un café con leche. ¿Cuenta?

Me da un golpe, molesta por estar preocupada mientras yo me río. Qué ganas tenía de mi madre emocionalmente inestable. No puedo parar de reír.

— Descuidada. ¿Qué sería de ti sin tu madre?

— Nada, mamá, ¡yo no sería nada! Te amo mucho.

Ella se lleva la mano a la frente y empieza a reír, luego me mira y mira a nuestro alrededor.

— No se puede empezar a organizar todo si no tienes fuerza para ello. Vamos a buscar un lugar para tomar un buen desayuno completo.

— Perfecto, mamá. Hay uno a dos calles de aquí. Vamos, yo invito.

Salimos de la mano como si fuéramos dos hermanas. Me encanta estar con mi madre. Ella y mi padre lo son todo para mí… Y ahora también lo es mi alfa.