“El heredero del Trono Lunar podrá gobernar únicamente si su alma está unida a una loba de sangre pura. No mordida. No humana. No contaminada.”
Así empezaron siglos de vigilancia y caza, de resguardo y secreto. Muchos olvidaron la razón de dicha ley. Otros solo recordaban que no debía ser quebrantada.
Sin embargo, la diosa Luna, que había decidido el destino de Licaón y de aquellos que lo siguieron, seguía presente. Miraba. Esperaba. Y en silencio, tejía una nueva historia.
Una princesa nacida en un lugar llamado Edmon, distante de las montañas donde dominaban los lobos. Su nombre era Elena. Hija de una mujer sin conocimiento de que provenía del linaje de la Luna. Nieta de una mujer que había amado a un hombre lobo y había mantenido su secreto muy bien guardado en su corazón. Elena se desarrolló entre piedras, rodeada de libros, espadas y anhelos que no eran aceptados en la corte. Era distinta. Nadie lo comprendía plenamente, ni siquiera ella misma.
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CAPÍTULO 21 – Lo Que la Luna No Puede Callar.
POV Kael
Sali del salón pensando solo en ella, mi luna, el nombre de Elena ardía en mi garganta. Corrí descontroladamente a través de los pasillos del castillo, empujando a quien se interponía, ignorando los murmullos y las miradas. No estaba en el salón, ni en la habitación, ni en la torre donde le gustaba contemplar la luna. Había desaparecido.
Y con ella, mi frágil equilibrio, mi pecho era una jaula destrozada, necesitaba verla, explicarle, suplicarle. Al atravesar el jardín, la vi… pero no era a quien buscaba.
—¿Brisia? —Mi voz salió como un susurro, quebrada por la angustia.
La joven levantó la vista de la fuente donde recogía flores caídas. Me sonrió con inocencia.
—Kael. ¿Estás bien? ¿Dónde está Elena? ¿Ya terminó la celebración?
Tragué con dificultad. Ella no tenía idea de nada. No era justo involucrarla en el lío.
—¿La has visto? —pregunté con prisa.
—No… no desde del ritual. ¿Qué sucede? ¿Por qué estás así?
No respondí.
No podía.
No debía.
Solo cerré los ojos… y dejé ir el control.
“Kan, encuéntrala.”
La transformación fue un estruendo interno. Rápida y feroz. Mis huesos se rompieron y se rehicieron bajo la piel. El lobo negro tomó mi lugar con un aullido furioso y saltó la muralla del jardín como un resplandor.
La noche nos recibió con viento y augurios, su fragancia… su fragancia estaba en cada rama, cada hoja, podía sentir su dolor, rabia. Estaba en el bosque, rápidamente seguimos el rastro de Lana.
Vi como Lana corría entre los árboles, Kan acelero para poder alcanzarla, esa sensación nos estaba consumiendo, ella su fría podía sentirlo. No tardamos en hallarla. Lana atravesaba el bosque con desesperación, como si intentara escapar de su propio corazón. Aullé con todas mis fuerzas, pero ella no se detuvo, ni siquiera se volvió. La sentía… rota.
No solo era ira, era decepción, era algo más profundo más triste. Lana no lo decía, pero lo sentía: Elena había perdido la fe en mí. El lago apareció entre los árboles como un recuerdo enterrado, el mismo lago donde la marqué, donde fuimos uno. Allí se detuvo y dejó salir a Elena.
Mi corazón se detuvo cuando la vi, tenía las manos temblorosas y no por el frío, su piel desnuda estaba herida por dentro, lo sabía, lo sentía. Entró en el agua helada sin mirarme. Sin decir una palabra. Como si el hielo pudiera limpiar lo que yo había ensuciado. Me transformé. Regresé a mi forma humana. Pero no me atreví a hablar. A moverme. Solo la observé mientras el agua la envolvía.
Espere por minutos, hasta que salió. Desnuda. Mojada. Digna y se sentó a mi lado, sin mirarme.
—Te escucho —susurró.
El silencio entre nosotros era peor que cualquier grito.
Tragué. El nudo en mi garganta me asfixiaba.
—No sé por dónde comenzar —dije, y ya no era el Alfa. Solo era un hombre al borde de perderlo todo.
Ella no dijo nada.
Respiré hondo.
—Fue una noche. Una maldita noche, Elena. Una sensación de culpa me consumía por dentro.
—Estaba exhausto, cansado de todo. Freydis apareció sin previo aviso. Actuó como si… estuviera cerca, como si entendiera. No pensé en nada. No sentí nada. Simplemente me dejé llevar. Y ahora…Apreté mis manos en puños.
—Ahora dice que está embarazada.
Elena permaneció inmóvil.
La luz del fuego lejano brillaba en su piel húmeda. Su rostro era como un templo cerrado. Hermoso. Difícil de leer.
—¿Es cierto? —preguntó finalmente. Su voz era suave. Mortal.
—No tengo idea. No siento al bebé. Kan tampoco. Pero si es cierto…Me dolió decirlo.
—Ella será reconocida como la madre de mi hijo. Tendrá su lugar. No por amor. No por deseo. Por obligación.
Transcurrió un largo minuto.
Y luego ella habló.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
Su tono no sonaba a reproche. Era de dolor.
—Porque creí que no era relevante —murmuré—. Porque pensé que nunca volvería. Porque quise dejar el error atrás.
Finalmente, ella me miró y esa mirada… esa mirada me destruyó.
—No soy perfecta, Kael. Pero confío. Te di todo… y ahora, ni siquiera sé si seré suficiente para este mundo.
Me acerqué. Quise tocarla. Ella no retrocedió.
—Eres más que suficiente —dije, temblando—. Eres mi Luna. Mi todo.
—¿Y si el bebé es tuyo? —preguntó, fijando su mirada en la mía.
—Entonces seré su padre. Pero eso no cambiará nada entre nosotros. Ni lo que somos, tú eres mi luna y eso no cambiara.
Ella cerró los ojos.
Suspiró. Y luego… asintió.
—No voy a huir esta vez —dijo, con voz temblorosa pero firme—. Estoy contigo, aunque el mundo me deteste. Aunque ella tenga a tu hijo… porque soy solo tuya.
Mi corazón estalló dentro de mi pecho.
La abracé.
Y lloré.
No como un Alfa. Sino como un hombre que encontró el perdón en los brazos de quien más podía herirlo y con la luna como testigo, hicimos una promesa, estaríamos juntos por el resto de la eternidad sin importar los obstáculos que se presentaran, ahora más unidos que nunca.
Y si el mundo anhelaba separarnos…Tendrían que matarnos primero.