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Capitulo 22 Reglas
Reglas, revelaciones y abrazos sorpresa”
Al día siguiente baje a desayunar en la cosina y todas las empleadas me miraban de mala manera como si me importara .
Sali de ahí y un guardia me dijo que el Archiduque me espera en su oficina.
Toqué la puerta del estudio como quien va a firmar una condena.
—Pasá —dijo la voz de mármol.
Entré. Él estaba otra vez junto a la ventana, como si su lugar natural fuera dramatizar en penumbra. ¿Algún día lo encontraré sentado normal?
—Me llamaste, Archiduque —dije, derecha pero fingiendo formalidad.
—Sientate.
Obedecí. Manos en el regazo. Espalda recta. Cara de no soy una amenaza, solo hablo mucho.
Él se sentó frente a mí, abrió una carpeta con papeles y comenzó:
—Como sabés, tu castigo fue determinado por el Consejo Imperial. Pero dada tu… naturaleza particular, se ha decidido resignarte.
Yo tragué saliva.
¿Me iba a encerrar? ¿Me iban a mandar a limpiar establos?
¿Tenía que pedir perdón a Sabrina? ¡Antes muerta!
—A partir de hoy, vas a ser la doncella personal del joven Ehitan.
...
...
¿Qué?
Mi cara no lo mostró. Pero por dentro:
🌸 ¡WIIIIIIIIIIII! ¡EL NiÑO HERMOSO DE LA PLAZA ES EL HERMANO DE ESTE ICEBERG! ¡Y VOY A CUIDARLO! ¡ME TOCÓ EL MEJOR PUESTO!
Me aclaré la garganta para fingir madurez.
—¿Debo atenderlo todos los días?
—Desde la mañana hasta la noche. Supervisar su alimentación, su estudio, sus rutinas… y protegerlo, si es necesario.
¡Protección desbloqueada! ¡Modo madre gallina activado!
—Acepto —dije, casi sonriendo.
—No es una solicitud. Es una orden —dijo, como si quisiera aplastar mi entusiasmo.
Lo miré fijo, ya sin miedo.
—Entonces mejor que te acostumbres a verme feliz, Archiduque. Porque si Ehitan quiere que le lea cuentos disfrazada de rana, lo voy a hacer.
Por primera vez… lo vi parpadear confundido.
—Puedes irte, el está en el jardín .
¡Lo desconcerté! Puntos extra para Dahiana.
Me levanté, hice una reverencia con floritura exagerada —solo para molestarlo un poco más— y salí del estudio con pasos saltarines (solo cuando estuve lo suficientemente lejos para que no me vea).
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El jardín del ducado era inmenso. Rosales, fuentes, árboles… y en el centro, él.
Ehitan.
Con su ropa de noblecito miniatura, intentando atrapar una mariposa con una red.
—¡Ehitan! —llamé, sin pensar.
Él giró. Abrió los ojos como si hubiera visto un milagro.
Y corrió.
Corrió como solo los niños que aman de verdad saben correr. Se lanzó a mis brazos y yo lo abracé fuerte.
—¡Pensé que no volvería a verte nunca más! —dijo con voz temblorosa.
—Y yo no sabía que eras un duquesito importante —respondí—. Pero eso no cambia nada: te sigo debiendo una ronda de dulces.
Nos reímos. Nos sentamos bajo un árbol. Él empezó a contarme todo lo que hacía en el ducado. Yo lo escuchaba, encantada.
Y no lo vi venir.
Desde lejos, el Archiduque Félix, de pie entre las columnas del jardín, observaba la escena.
En silencio.
Serio.
Pero con los ojos… distintos.
Como si algo en su mundo helado se hubiera agrietado.
Como si, tal vez, estuviera pensando:
Ella ríe distinto con él.
Y él… no había reído así desde que mamá murió.