Pesadillas terribles torturan la conciencia y cordura de un Detective. Su deseó de proteger a los suyos y recuperar a la mujer que ama, se ven destruidos por una gran telaraña de corrupción, traición, homicidios y lo perturbador de lo desconocido y lo que no es humano. La oscuridad consumirá su cordura o soportará la locura enfermiza que proyecta la luz rojo carmesí que late al fondo del corredor como un corazón enfermo.
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El Hombre Sin Ojos. Pt19.
Dayana me mira desde la recepción. Hoy le toca atenderla. Está rodeada de otros idiotas que apoyan sus armas y placas sobre el mostrador, intentando ligar con ella. Son patéticos. Solo la incomodan. Ella es una dama, no una de las perras que suelen frecuentar por diez dólares detrás de algún callejón oscuro.
Me dan ganas de sacar a Beretta de mi costado y descargarla sobre ellos, para apartar su hedor del hermoso aroma que desprende Dayana.
Sus ojos se encuentran con los míos. Lo entiendo. Ya escuchó lo que pasó.
Tranquila, preciosa… sabes que soy inocente. Tú misma me pediste ser más suave con los niños pandilleros… y lo he cumplido.
Sus ojos brillan con preocupación. Casi puedo ver lágrimas en ellos.
Tranquila, preciosa. Volveré. No moriré por unos cuantos idiotas.
La miro directo a los ojos, con mi cigarrillo en la boca. Pongo mi sonrisa de galán barato de telenovela y le guiño un ojo. Los otros idiotas solo me ven y la escuchan reírse, bajo… pero coquetamente.
Salgo de la comisaría y prendo mi cigarrillo. Subo al Mustang. Héctor prende su motor, hace al Mustang rugir a todo motor frente a la comisaría. Derrapa sobre el suelo y da media dona, saliendo a toda velocidad en dirección a la zona principal de la Familia Cooling.
Tengo que hablar cuanto antes con Demian… o esto acabará mal antes de que paremos a almorzar.
Cuatro Leguas brilla con una luz perversa. El sol se refleja en el pavimento agrietado, en el concreto empapado por la lluvia nocturna que aún gotea desde los aleros oxidados de los techos. Esa lluvia fría, pesada, tamborilea como tambores de guerra sobre el distrito sur, anunciando otra jornada de podredumbre. Respiro hondo, sintiendo el vapor del café escapar del vaso entre mis dedos. Sé que en cuanto vea a Demian, lo primero que hará será partirme la cara antes de que pueda explicarle nada. Me queda solo esperar... rezar para que nada explote en mi cara antes de abrir la boca.
Dejo el café en el porta vasos, y saco la placa de Dufus del bolsillo interior de mi chaqueta. La miro un segundo bajo la tenue luz que entra por el parabrisas. Héctor está a mi lado, con la mirada ida, murmurando como si sus pensamientos intentaran ensamblarse en el aire frente a él, un rompecabezas invisible. Le digo sin rodeos:
—Dame tu teléfono. El mío está muerto.
Él ni parpadea. Solo asiente, saca el celular de su chaqueta y me lo extiende sin palabras. Tomo el aparato y marco el número grabado en la parte trasera de la placa, preguntándome quién contestará. ¿Qué voz me recibirá del otro lado? ¿Y cómo demonios terminó esta placa en mis manos?
Mientras suena el tono, mi mente se fuga... ¿Cómo he podido olvidar tantas horas? ¿Qué demonios me está pasando? Ya no tengo la energía de antes para cargar con tanta mierda. Me siento desgastado. Hueco. Vacío. Necesito unas vacaciones —de las reales, no de esas que se llenan de informes—, perderme unos meses en algún lugar donde la ciudad no me encuentre. No me importa dónde, mientras tenga una licorería cerca.
Entonces, la voz en el teléfono me arrastra de vuelta:
—Buenos días. Residencia Linova. ¿Con quién hablo?
Se me hiela la sangre. No lo puedo creer.
Este maldito perro... es de los Linova.
Miro a Héctor. Él me devuelve la mirada, boquiabierto, como si sus ojos gritaran ¡contesta, idiota!
Trago saliva y digo, improvisando con torpeza:
—Eh… buenos días. Lo lamento. Marqué mal. Busco una panadería.
—No se preocupe —responde la voz, impecable y educada—. Suele pasar. Que tenga un buen día.
Corto.
Me quedo quieto, con el celular en la mano, como si aún pudiera escuchar el eco de esa voz dentro de mi cráneo. ¿Este perro es de los Linova? ¿Y la niña? ¿También es parte de su familia...? ¿O será solo otra víctima arrastrada por esta cloaca de sangre y poder?
Me froto los ojos con los dedos. Tendré que investigar si los Linova tienen una niña. Si está en un escenario trágico, si aún puedo evitar lo peor. Porque en estos malditos sueños míos, siempre hay una víctima. Siempre. Tal vez esta vez... solo tal vez, llegue a tiempo.
Héctor me da un golpecito en el hombro, devolviéndome al asiento del coche y a la humedad de esta mañana.
—Hey, hermano. ¿Qué harás? Ese perro es de los Linova… o al menos el collar. ¿Has logrado recordar algo más de anoche? ¿A dónde fuiste? ¿Si te juntaste con alguien?
Miro el cigarrillo ahora apagado entre mis dedos.
—Nada. No he podido recordar nada. Ni siquiera el sueño.
Saco la libreta de sueños del bolsillo. Se siente áspera, gastada. Como mi cerebro.
—Algo me ocurrió cuando iba camino a ver a Tom. El idiota de Samuel me cegó con esa luz roja de emergencia y me hizo caer, pero... justo entonces tuve una especie de visión. Como un fragmento de uno de mis sueños, pero estando despierto.
Héctor frunce el ceño, incrédulo. Como si pensara que me burlo de él.
—¿De verdad? ¿O sea que estando despierto tuviste una especie de visión… de algo que pasó o que va a pasar?
—No exactamente. Fue más bien como si me arrastraran a otro lugar. Al maldito corredor… ese con la luz carmesí palpitando al fondo. La ignoré, pero era la misma sensación de siempre. El mismo pulso... como si algo me observara desde el otro lado.
Tomo aire y comienzo a leer.
—Me acerqué a una de las puertas. A mi derecha. Sentí... como si respirara. No quise tocar la perilla. Era como si algo detrás de mis ojos me gritara que no lo hiciera. Y entonces... algo se deslizó bajo la puerta. Un papel. Una carta negra.
Le muestro la libreta y el dibujo que garabateé.
—Era un as de corazones. Pero el diseño... era cadavérico.
Continúo leyendo, casi en trance.
—Cuando me negué a llevarme la carta, cuando la dejé frente a la puerta en el sueño... sentí un escalofrío atroz. Como si algo allá dentro se enojara. Como si se llenara de furia. Eso me hizo despertar. Estaba en el suelo. No sé si tropecé o me desmayé. Pero... fue demasiado extraño. No me gustó nada. Nada de esto me gusta.