Kaela Norwyn nunca buscó la verdad. Pero la verdad la encontró a ella.
Tras la muerte de su madre, Kaela inicia un viaje hacia lo desconocido, acompañada por un joven soldado llamado Lioran, comprometido a protegerla… y a proteger lo poco que queda de un apellido que muchos creían extinto. Lo que comienza como un viaje de descubrimiento personal, pronto se transforma en una carrera por la supervivencia: antiguos enemigos han regresado, y no todos respiran.
Perseguidos por seres que alguna vez estuvieron muertos —y no por decisión propia—, Kaela y Lioran desentrañan un legado marcado por pactos silenciosos, invocaciones prohibidas y una familia que hizo lo impensable para mantener a salvo aquello que debía permanecer oculto.
Entre la lealtad feroz de un abuelo que nunca se rindió, el instinto protector de un perro que gruñe antes de que el peligro se acerque, y el amor contenido de un joven
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Capitulo 22
La noche era fría, pero la habitación de Kaela permanecía tibia gracias al fuego de la chimenea. Aun así, ella había preferido acercarse a la ventana. Se arrodilló, apoyando los codos sobre el alféizar y dejó que la brisa nocturna despeinara algunos mechones de su cabello. El cielo estaba despejado, cuajado de estrellas que brillaban como si la creación entera la observara.
Su corazón estaba inquieto. Entre los ataques a los santuarios, las discusiones con Eldran y la cercanía de su compromiso, el peso se hacía insoportable.
—¿Y si no soy suficiente? —susurró en voz baja—. ¿Y si fallo en todo lo que esperan de mí?
En medio de ese silencio denso, llegó algo inesperado: una voz. No una voz común, sino una presencia que parecía envolverla con un calor invisible, más real que cualquier cosa que hubiese sentido antes.
—Kaela, no estás sola.
Ella se enderezó, con los ojos muy abiertos, respirando con dificultad.
—¿Señor…?
—Confía en mí. La solución vendrá en el momento perfecto. No temas por lo que no puedes controlar. Lo que hoy parece imposible, será resuelto cuando llegue la hora que Yo disponga.
La joven tembló. Lágrimas calientes resbalaron por sus mejillas. Sintió que el peso que la oprimía desde hacía semanas se aligeraba, y una calma profunda reemplazó su ansiedad. Cerró los ojos y apoyó la frente en sus manos.
—Gracias… gracias, Señor —murmuró entre sollozos.
Por primera vez en mucho tiempo, se sintió abrazada por algo mayor que su miedo.
Los días siguientes se transformaron en un torbellino. La mansión Norwyn parecía un nido de abejas: costureras entrando y saliendo, artesanos trayendo adornos, criados corriendo con bandejas, y Darel en medio de todo, dirigiendo como si fuera un general en batalla.
El vestido de compromiso de Kaela estaba casi terminado. Sobre un maniquí reposaba la tela negra y roja que brillaba bajo la luz de las lámparas. Darel caminaba alrededor, dando órdenes, midiendo pliegues y frunciendo el ceño cuando alguien se atrevía a contradecirlo.
Kaela, de pie frente al espejo, se probaba el velo que Eldran había rescatado de un viejo arcón. Era delicado, casi etéreo, y ella no podía evitar reír suavemente al verse.
—Parece de otra época —comentó.
—¡Porque lo es! —respondió Darel, agitando una cinta de medir—. Pero nada que mis manos no puedan modernizar.
Entonces, con toda la teatralidad posible, se giró hacia Lioran, que observaba la escena desde la puerta con los brazos cruzados.
—Aunque… aún falta un detalle. El escote.
Lioran parpadeó con incredulidad.
—¿Cómo dijiste?
—El escote —repitió Darel con voz clara, como si estuviera anunciando una gran revelación—. Podría ser más atrevido.
La sala entera se detuvo. Una de las costureras casi dejó caer un carrete de hilo.
Kaela abrió los ojos como platos, mientras Lioran dio un paso al frente, con la mandíbula tensa y la mirada afilada.
—Ni se te ocurra.
Darel arqueó una ceja y se apoyó en el maniquí, disfrutando cada segundo de la provocación.
—Tranquilo, caballero celoso. Hablo de algo sutil. Un corte artístico, elegante, que insinúe sin mostrar.
—Ella tiene diecisiete —gruñó Lioran, acercándose más.
—Precisamente por eso —respondió Darel con descaro—. Un escote que respete la edad. Apenas una línea que diga: soy joven, pero futura señora Norwyn.
Las costureras se tapaban la boca para no reír. Kaela escondió la cara en sus manos, tratando de no soltar una carcajada.
—Darel… ¡ya basta! —dijo entre risas—. Es solo un corte sutil, y respeta mi edad.
Lioran se giró hacia ella, con expresión de completa traición.
—¿Tú también?
Ella levantó los hombros, divertida.
—No es nada exagerado.
—¡Ajá! —exclamó Darel, señalando a Kaela como si hubiera ganado un juicio—. ¡Lo escuchaste de la dama misma!
Lioran suspiró, llevándose una mano a la frente.
—Esto es una conspiración. Una maldita conspiración.
Niebla, echado en una esquina, levantó la cabeza, bufó… y volvió a dormir. Como si incluso él decidiera no involucrarse en esa batalla perdida.
—Relájate, Lioran —añadió Darel, con una sonrisa torcida—. El vestido será único, respetuoso y elegante. Pero si no te hago sudar un poco, ¿qué sentido tendría mi trabajo?
Kaela ya no pudo contenerse. Estalló en risa, doblándose sobre sí misma. Eldran, desde un sillón al fondo, lanzó un resoplido entre cansado y divertido, como quien sabe que la casa nunca volverá a conocer silencio mientras Darel exista.
En medio de tanta risa y caos, la tensión de los santuarios destruidos y el peso de lo que les esperaba no desaparecía… pero por unas horas, al menos, se sentían como una familia normal.
Y en el corazón de Kaela permanecía firme aquella voz que había escuchado:
no estaba sola, y el momento perfecto llegaría.
**
El amanecer del día del compromiso llegó con un aire distinto. Los jardines de la mansión Norwyn estaban cubiertos de guirnaldas y telas que ondeaban suavemente bajo la brisa. Los invitados comenzaban a llegar desde muy temprano: nobles, caballeros, clérigos y familias de renombre. El murmullo de las conversaciones se mezclaba con la música suave de arpas y violines.
Kaela permanecía en su habitación, frente al espejo, con el vestido terminado. El corset rojo y negro, los colores de su casa, se ajustaba con elegancia. Las mangas largas y los hombros descubiertos le daban un aire solemne, casi regio, y el velo blanco caía sobre su cabello recogido. Mientras la costurera hacía los últimos ajustes, Kaela respiraba hondo para controlar los nervios.
—Pareces una reina —murmuró Darel, entrando con una sonrisa orgullosa—. Aunque claro, yo diseñé esto, así que no esperaría menos.
—Y todavía tienes la osadía de mencionar el escote —gruñó Lioran, que estaba junto a la puerta como guardia personal.
—¡Por supuesto! —exclamó Darel, dramático—. Ese escote sutil es lo único que mantiene viva mi reputación como artista.
Kaela soltó una risa suave. Lioran rodó los ojos y masculló algo que nadie entendió, pero Niebla, echado a su lado, soltó un bufido como si estuviera de acuerdo con él.
—¿Ven? —dijo Lioran, señalando al perro—. Hasta Niebla me apoya.
Darel chasqueó la lengua.
—Bah, ese perro no sabe nada de moda.
Niebla se levantó de golpe y le gruñó bajo, obligando a Darel a retroceder con las manos en alto.
—¡Está bien, está bien! ¡La moda canina siempre tendrá la razón!
Kaela no pudo contenerse; su risa llenó la habitación, aligerando por un instante la tensión del día.
Mientras tanto, Eldran recibía a los invitados en el gran salón. Su porte imponente imponía respeto, pero entre saludo y saludo lanzaba comentarios punzantes que mantenían a todos en vilo.
—Bienvenido, Lord Marthis —decía con solemnidad, para luego añadir en voz baja—. Espero que hoy al menos su bigote esté mejor arreglado que en el último banquete.
Algunos nobles se incomodaban, otros reían nerviosos. Eldran no cambiaba; aún en el día más solemne, su lengua afilada no conocía descanso.
La ceremonia comenzaba a organizarse en los jardines. El altar estaba decorado con flores blancas y rojas, y las filas de invitados se acomodaban lentamente. Entre el bullicio, nadie reparó en la figura encapuchada que se movía entre la multitud, siempre a la sombra de un grupo diferente. Sus ojos oscuros se clavaban en Kaela cada vez que vislumbraba su silueta desde la distancia.
“Tan protegida… tan amada…”, pensó con un rencor helado. “No saben lo fácil que será quebrarla. Y cuando ella caiga, todo lo demás también lo hará.”
El desconocido apretó con fuerza un objeto oculto bajo su manto, un amuleto marcado con el símbolo del Ojo Oscuro. El día del compromiso apenas empezaba, pero para él era el inicio de la caída.
Kaela salió finalmente de la mansión, acompañada de Lioran. Los murmullos de los invitados se alzaron, algunos con admiración, otros con envidia. Eldran los observaba desde el altar, con el rostro serio, pero los ojos húmedos.
Darel, con un pañuelo en mano, fingía limpiarse lágrimas.
—Es mi obra maestra… —sollozaba teatralmente—. ¡Mi vestido! Digo… ¡la princesa!
Lioran lo fulminó con la mirada, pero no dijo nada. Solo apretó la mano de Kaela, y ella respondió con una sonrisa nerviosa.
En medio de flores, música y promesas, la ceremonia estaba a punto de comenzar… sin que nadie supiera que entre la multitud, un enemigo aguardaba el momento de atacar.