Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.
Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.
¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?
OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.
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Capítulo 19
— Vamos, CJ. —susurró Sweet, levantándolo por los codos.
— Espera, Espera.
César dejó los sacos a un lado y limpió la sangre de Carl con su abrigo. Sweet fue llevando poco a poco a Carl a la salida, mientras este recobrara la consciencia.
César lo agarró por el otro brazo y juntos lo terminaron de llevar a las afueras. Llegaron al coche cubierto por arbustos y telas negras, camuflajeado tras una de las grandes letras del cartel Hollywood.
— Aah... —graznó el mulato de rizos definidos, caminando por sí solo. Frotó su frente, sintiendo el dolor llegar a la zona de sus párpados y hacerlos caer.
Se presionó a sí mismo a abrir los ojos y dejar paso libre en el maletero. Dejaron tres bolsas dentro. Las otras las tiraron en el los asientos traseros y se subieron a toda prisa.
La sirena de los carros patrullas se unió a la alarma de la bóveda. Carl se subió al volante y derrapó, huyendo monte adentro. Entre la tierra roja, árboles de troncos finos y el pastizal alto. Lo suficiente para cubrirlos y despistar a todo el que se atreviese a seguirlos.
Cerca del puente, cambiaron de auto. César se subió al ferrari de Carl y Sweet se quedó en el que iban. Lo llevaría al taller del abuelo de César en Los Santos, lo remodelarían pieza por pieza. Nadie sabría que fueron ellos, no le darían material al oficial Ka para que los incriminara.
...*** ...
Al llegar a la suite. Abby se despertó no más sintió la puerta cerrarse. Abrió los ojos a medio párpado, verificando que fuera Carl a pesar de la molestia de la luz.
Cuando vio la sangre en su ropa, se paró de golpe.
— ¿QUÉ TE PASÓ?
Se acercó a él, quien dejó una bolsa negra en el suelo y llevaba su brazo recogido.
— Ah... —chistó cuando ella tocó la zona.
— ¿Estás bien? ¿Tenemos que ir al hospital?
— No... —tragó, dando unos pasos al frente.
— Carl. Eso es mucha sangre... —lloriqueó, ayudándolo a quitarse el abrigo y un chaleco antibalas. La expresión en su rostro se pasmó— ¿Un chaleco antibalas? ¡Dijiste que era seguro!
— Con el chaleco, sí. —se sentó en la cama— Ayúdame a quitarlo, por favor.
Se refirió a la tela que quedó atrapada con la sangre seca. Hizo una mueca de dolor cuando la despegó de su piel. Se miró y Abby se alteró. Era un corte profundo.
— Dios, creo que eso lleva puntos.
— No. —se paró, yendo al baño con tambaleos.
— ¿Por qué cojeas? —lo siguió.
— Me caí de unas escaleras.
Ella casi se infartó. Frotó su rostro en sudoraciones frías y fue su apoyo cuando hizo un ademán de caerse hacia atrás.
— ¿Siempre ha sido así? —lo ayudó a llegar a la repisa de la bañera y lo sentó.
— Da unos pasos atrás. —le ordenó y ella hizo caso.
Él cogió la ducha de mano en agua caliente a toda potencia y se lavó el brazo. Chirrió los dientes, murmuró maldiciones a la vida, pero aguantó hasta que todo rastro de sangre se fue por el tragante.
— Carl. Te haces daño. —aclamó, llevando sus manos en oración hasta sus labios. Las pestañas se bañaron de sus lágrimas.
— Así no se infectará.
Ella no decidió verlo, no soportaba sentir que él estaba adolorido. Caminó de un lado a otro nerviosa, en camisón de encaje. La sorpresa de darle un baile sensual quedó en quinto plano.
— Es mejor que vayas al hospital, esa herida está muy grande.
— Abby. —le habló fuerte, clavándole la mirada y cerrando la ducha. Ella lo vio sin parpadear— No iré a ningún lugar. Cogerás unas vendas que hay en esos cajones —señaló a las espaldas de ella—, me los darás y te irás a la habitación a tomarte un vaso de agua y calmarte.
Ella se le quedó viendo y siguió sus ordenes con mucha lentitud. Sus parpadeos repetidos le dificultaba ubicar bien los rollos de vendaje guardados en nailon.
— ¿Y qué hay de ti?
— Me he cuidado solo siempre. —recibió los rollos de venda— Esto no es nada.
Abrió con sus dientes el sobre y sacó el rollo, acomodandose. No sabía bien por donde empezar, no lograba concentrarse de los fuertes mareos que estaban golpeando su cabeza.
— Te ayudo, ven...
Ella le tomó las manos. Extendió un trozo de venda y estiró su brazo paralelo al suelo. El moreno apoyó su cabeza en el abdomen de ella, sintiéndose fuera de sí.
— Carl, no te duermas.
— Me duele mucho la cabeza.
— Debe ser porque no has comido nada en horas.
Él omitió decirle de su golpe y lo dio por sentado. Ella le mojó la cara varias veces, lo mantuvo despierto hasta que terminó de envolver su bicep en vendas elásticas. Cortó una pegatina con sus dientes, exigiéndose ser fuerte y evitar llorar a toda costa. Ubicó bien la zona y la aseguró de no despegarse.
— Vamos a cambiarte de ropa y acostarte.
— No me he bañado....
Ella lo ayudó a pararse y le quitó los pantalones. Él estaba dormido, a párpados caídos y pesados sobre sus ojos. Era el resultado de tantas horas sin dormir.
Después de bañarlo, lo ayudó a llegar a la cama sin nada de ropa. Por gusto de él, solo se secó y colaboró a arrastrar sus piernas.
— Espera aquí, te traeré algo de comer.
Él asintió muy lento y se tumbó sobre las almohadas, con su brazo herido quedando arriba. Y así, se desconectó del mundo.
...***...
A la mañana siguiente, la voz de Abby lo fue espabilando.
— Elisa, no me llamaste anoche, estaba preocupada por ti. —habló por teléfono, del otro lado de la suite frente a la ventana— Sí. Yo entiendo, pero al menos un mensaje...
Carl la vio de soslayo. Hizo un esfuerzo inmenso para estirar su brazo y hacerle señas de que regresara con él.
Ella lo vio, haciéndole saber que tenía que esperar unos minutos. Apartó las cortinas para ver la ciudad que todavía estaba iluminada por unos faros de luz blanca.
— Descuida. Nos vemos el lunes. —volvió a decir, y se apoyó en la pared, presionando el interruptor y encendiendo las luces de la habitación sin darse cuenta— Sí. Claro.
Carl unió las cejas, haciendo una mueca de desprecio.
— Mmm... Abby, la luz.
Ella miró y las apagó de inmediato, sonriendo al rostro enojado de Carl.
— Eh... después hablamos, ¿sí?
Y colgó. Echó sus cabellos por detrás de los hombros y se dirigió al baño para lavarse la cara. Carl se volvió a dormir por fragmentos de minutos hasta que ella habló detrás de él y lo asustó. Se apoyó en los codos, viendo a los lados con brusquedad en estado de alerta.
— ¿Qué harás hoy?
El moreno se tiró de nuevo en las almohadas. Exhaló con fuerza, incapaz de abrir sus párpados para llamarle la atención. No se sentía con las fuerzas de mover ninguna parte de su cuerpo.
— Abby, duérmete aquí. —señaló a su lado— Conmigo. Es sábado.
Ella se roció un poco de perfume, vestida con ropa casual.
— ¿Cómo puedes dormir tanto?
Él se esforzó para girar su cuerpo, agarrar el celular en la mesita de noche y ver la hora. Casi chilló como niña.
— ¡Son las seis de la mañana!
Ella mordió su labio inferior, tronando sus nudillos. No lograba romper la costumbre de levantarse temprano.
— ¿Entonces....?
Él se levantó con prisas. Igual que una bestia enfurecida movido por una adrenalina breve.
— Mira, hazme el favor.
Agarró una de las sábanas enrolladas en una esquina y se la tiró encima, la envolvió en ellas.
— Carl, no. —intentó escaparse entre risas, pero él la abrazó por la espalda, haciendo de nudo con sus brazos— ¿Qué haces?
Parecía un muñeco con movimientos locos, un fantasmita de voz dulce. Le descubrió la cabeza, para que pudiera respirar con normalidad. La envolvió como un taco y la tiró a la cama, cayendo a su lado, con su brazo sobre el abdomen de ella y el rostro refugiado en su cuello.
— Vamos a dormir. —sentenció.
Ella inhaló, sacando sus manos del royo de telas blancas. Quizás tanta inquietud era efecto de no haber hecho nada esa noche. Miró su brazo, tenía una mancha pequeña de sangre bajo las vendas.
— Es que no tengo sueño....
— Abby... —tragó, siendo víctima de la sequedad en sus labios—...llevaba despierto más de veintiocho horas. Por favor.
— Yo no te mandé a robar a un banco en Los Santos y regresar casi el mismo día.
Carl exhaló pesado. Ella cayó en cuenta de lo biliosas que fueron sus palabras.
— Si volví el mismo día es por tí. —espetó y se giró al otro lado, apagando la luz de la lámpara de noche de su parte— Pero debí quedarme allá y descansar, después de todo siempre tienes una objeción a mis acciones.
Se cubrió hasta los hombros con una sábana, dándole la espalda. El frío del aire le estaba subiendo por los dedos.
— No fue...
— No quiero hablar ahora.
Ella sintió un frío diferente en su pecho, el sudor leve en su nuca. Jamás le había dado la espalda de esa forma.
— Perdón...
Le vio y miró al techo. La única forma de verle el rostro. Estaba dormido, eso era cierto. Sus ronquidos lo confirmaban.
...***...
El moreno salió de su letargo alrededor de las once de la mañana. Estiró sus extremidades a todo dar y se incorporó, sentado en la cama con las sábanas entrelazadas en sus piernas. La buscó a su lado con los ojos entrecerrados, ella no estaba ahí.
Se frotó el rostro y resolló con desdén. Se quedó encorvado, viendo el día a través de los cristales. Dudaba que fuera un sueño haber visto su rostro antes de dormirse, estaba desnudo. Debieron de haber hecho algo...
— ¿Abby?
Su voz salió ronca, casi imperceptible. Pasaron unos segundos lentos en los que pensó que se había ido a su casa. Una punzada en su brazo evocó su conversación en la mañana. Volvió a frotar sus ojos, bostezando. Ya recordaba todo.
Se puso de pie, caminando lento a la cocina cuando ella abrió la puerta y salió con una bandeja de madera clara cargando jugos, arepas y algunas frutas cortadas en cubito, tipo ensalada.
— ¿Qué es eso? —la vio a medio párpado. La luz aún le molestaba.
— Ey. Vuelve a la cama. —le pasó por al lado, él se quedó viéndola desde todos los ángulos posibles.
Los shorts cortos que usaba eran muy provocativos.
— No es lo que siempre comes, pero verás que está bueno.
Él rió, mordió su lengua y la nalgueó una vez dejó la bandeja sobre la cama. Su piel rebotó bajo sus manos. Una nalgueada, dos, tres fuertes y picantes en su piel. Ella se apoyó en la cama, soltando un jadeo de ardor efímero y dando freno al impulso de caerse hacia delante.
— Esta es mi comida predilecta. —el deseo lo hizo emitir un sonido de aire entrecortado y frotó su miembro con ella.
La levantó, presionando su espalda en el torso de él. Mordió el lóbulo de su oreja y metió una de sus manos por la parte delantera de sus shorts, en tanto la otra se desvió en las montañas de su pecho.
— ¿No estás cansado?
Ella no parecía estar muy excitada, o eso dejó ver. Resulta que le salió muy bien la fachada de no sentir nada. Se apartó y lo forzó a sentarse en la cama, cuidando de no tirar los vasos de jugo. Por mucho que quiso, no pudo evitar caer rendida en la sonrisa picarona del mulato; quien la sentó sobre sus piernas.
Ese moreno la estaba enredando. Lo tomó por las mejillas con delicadeza, sin prisas, grabando su rostro con cada mínimo detalle. Él, en cambio, adelantó y le arrebató un beso afable.
Ella lo siguió con otros más calmados, más dedicados.
— ¿Estás enojado por lo que dije?
Negó con la cabeza, mirándola como si tuviera en sus brazos a un ángel vestido de prendas cortas.
— ¿Llegaste a dormirte?
Ella apretó los labios y sus mejillas se inflaron, gesto que le resultó adorable a Carl.
— No pude....
La sonrisa de él rebotó en el pecho de ella. La olisqueó. De pronto le dieron ganas de comer una rebanada de pastel con vainilla.
— ¿De dónde sacas la energía para despertar temprano todos los días?
— Es la costumbre. —habló desanimada— Supongo.
La notó cabizbaja, así que cogió el cubierto y pinchó un trozo de sandía. Ese fue para ella, el siguiente para él.
— Oye... —le señaló para que abriera la boca de nuevo— ¿Quieres hacer algo hoy?
— ¿Cómo qué?
Se encogió de hombros. Sus pupilas estaban brillosas, de nuevo, un aire vivo que le estaba provocando un torbellino de emociones a la de ojos canela.
— Salir. No sé, ir a dónde tú quieras.
— ¿A dónde yo quiera?
Él asintió, bebiendo jugo.