Lo Que Debía Permanecer Oculto
...Nota de Contexto...
...Ambientación ficticia con inspiración histórica...
...Esta novela es una obra de ficción. Aunque algunos elementos, costumbres o referencias puedan recordar a contextos reales de la historia humana, todos los lugares, personajes, eventos y culturas aquí presentados son inventados y forman parte de un mundo ficticio creado exclusivamente para fines narrativos....
...La historia se desarrolla en una era antigua, donde los caminos se recorren en carromatos, las ciudades se iluminan con lámparas de querosén y los pactos entre familias nobles pueden marcar el destino de una persona. En este mundo, los compromisos y matrimonios tempranos son parte de las normas sociales impuestas por el contexto histórico-ficticio, como ocurría en muchas civilizaciones del pasado....
...Dicho esto, la obra no promueve ni justifica tales prácticas en la realidad actual. Cualquier referencia a relaciones o vínculos afectivos entre personajes menores de edad se trata con el mayor respeto posible, sin intenciones de romantizar ni sexualizar la juventud. Por esta razón, toda expresión íntima entre los protagonistas se desarrollará únicamente cuando la protagonista haya alcanzado la mayoría de edad. Hasta entonces, cualquier acercamiento será moderado, emocional y coherente con el tono de la historia: basado en el respeto, la protección mutua y el desarrollo de una conexión genuina....
...Adicionalmente, al final de ciertos capítulos, podrá incluirse alguna imagen o ilustración con referencias históricas o elementos del mundo real que hayan servido de inspiración para la ambientación, siempre claramente identificados como parte del material complementario....
...Agradezco a los lectores por adentrarse con apertura y sensibilidad en esta ficción, y recordar amablemente que no se tolerarán interpretaciones ofensivas sobre un contenido cuyo marco histórico y ético ha sido ya debidamente aclarado....
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En medio de la noche, bajo el manto oscuro del Bosque de los Robledales, una joven de cabellos negros recogía leña con la ayuda de su inseparable compañero, Niebla, un majestuoso San Bernardo de pelaje negro brillante. A cada paso, el perro inspeccionaba el entorno con los sentidos alerta, olfateando el aire y gruñendo apenas ante cualquier sonido extraño. Nada escapaba a su vigilancia: su ama era su deber, su todo.
El frío comenzaba a calar en los huesos, y la chica, con el cesto ya medio lleno, murmuró:
—Creo que con esto bastará, Niebla. Es hora de regresar.
Pero justo cuando giraban para volver al carromato, una silbante amenaza surcó el aire. Una flecha cruzó tan cerca que rozó los cabellos sueltos de la joven. Antes de que pudiera reaccionar, Niebla se abalanzó sobre ella, derribándola al suelo y salvándola del impacto.
Unos pasos apagados crujieron entre las hojas secas. De las sombras emergieron varias figuras encapuchadas, vestidas de negro, acercándose con sigilo y violencia contenida. Uno de ellos murmuró:
—Está sola. Será fácil.
Pero no contaban con el guardián. Niebla mostró los colmillos y, con un poderoso ladrido que resonó como un trueno en la espesura, se lanzó sobre los atacantes. Mordía, empujaba, tumbaba cuerpos como un torbellino oscuro. La joven, temblando, se incorporó con dificultad y, armada apenas con una gruesa rama, golpeó a uno de los agresores en la cabeza. Gritó, no de miedo, sino con una furia alimentada por la supervivencia.
Pasaron apenas cinco minutos, pero para ellos fue una eternidad. De pronto, unos disparos retumbaron en la lejanía, haciendo eco en el bosque. Los hombres de negro se detuvieron, alertados. Un segundo disparo, más cercano, los hizo dispersarse entre murmullos de alarma.
Un hombre a caballo emergió entre los árboles, seguido por varios jinetes armados. Su figura imponente, envuelta en una capa oscura, contrastaba con la luz temblorosa de la lámpara de querosén que llevaba en una mano. Niebla se colocó de inmediato frente a la joven, gruñendo con fuerza, el cuerpo tenso como un resorte dispuesto a saltar.
El hombre levantó una ceja, impresionado por la fiereza del animal.
—Tranquilo, amigo. No vengo a hacer daño —dijo, con voz firme pero tranquila.
La joven, temblorosa y con la manga rasgada, presionaba una herida en su brazo izquierdo. Su respiración era rápida, pero su voz fue suave cuando le habló a su perro:
—Niebla… él nos ayudó… déjalo acercarse.
El perro, aunque aún desconfiado, se hizo a un lado sin dejar de vigilar al extraño. El hombre se acercó con cautela y observó la herida.
—¿Qué hace una dama tan joven y… tan sola en medio del bosque? —preguntó mientras examinaba la herida con la luz de la lámpara.
Ella bajó la mirada, avergonzada, y respondió con una voz apenas audible:
—Necesitaba leña para cocinar… para mí y para Niebla.
—¿Y tus padres?
—Murieron… en la guerra. Hace tres inviernos.
Hubo un silencio denso, cargado de empatía no dicha. El hombre asintió lentamente.
—Lo siento… —murmuró—. Después me contarás más, pero primero debemos atender esa herida. No es profunda, pero puede infectarse.
Al intentar acercarse para ayudarla a incorporarse, Niebla volvió a ladrar con fuerza, interponiéndose.
—Amiguito —dijo el hombre, sin apartar la mirada del perro—, déjame ayudar a tu ama. Muéstrame el camino al campamento.
El perro gruñó una última vez, como si advirtiera que no olvidaría su deber. Luego, se adelantó unos pasos, echando un vistazo atrás cada tanto para asegurarse de que el hombre no intentara nada indebido. El hombre alzó a la joven con cuidado en sus brazos y comenzó a seguir al can, mientras los demás jinetes quedaban atrás en silencio.
Durante el trayecto, nadie habló. Solo se escuchaban los pasos crujientes sobre la hojarasca, el soplo del viento entre los árboles y los latidos acelerados de la noche. Pero no era un silencio incómodo, sino uno cargado de preguntas que el tiempo se encargaría de responder.
Cuando finalmente llegaron al claro, el hombre se detuvo, sorprendido. Ante él se alzaba un elegante carromato cubierto, perfectamente cuidado, con grabados en las maderas y dos caballos de pelaje liso y oscuro, claramente de raza pura.
—Vaya… —musitó el hombre, pensativo—. No todas las personas solas en el bosque tienen un carromato así… Ni caballos como esos.
Miró de reojo a la joven, que lo observaba en silencio desde sus brazos, y supo en ese instante que ella no era una simple viajera en busca de leña.
Era alguien más.
Alguien con una historia mucho más profunda que aún no se había atrevido a contar.
**
El hombre ayudó a la joven a sentarse con cuidado sobre una manta junto al carromato. Niebla, sin perderle de vista, se echó a su lado, resollando con cansancio pero aún atento. La lámpara de querosén iluminaba la escena con un resplandor cálido que bailaba con las sombras del bosque.
—¿Tienes agua? —preguntó el hombre, escudriñando los alrededores con una mirada práctica.
Ella asintió y señaló una cantimplora de cuero junto a una caja de madera. El hombre la tomó, lavó sus manos y comenzó a limpiar la herida de su brazo con movimientos cuidadosos, como si ya lo hubiera hecho muchas veces antes.
Ella se mordió el labio por el escozor, pero no se quejó. Solo observaba en silencio, estudiando al desconocido que había irrumpido en su noche con disparos y caballos, pero también con ayuda.
—Mi nombre es Lioran —dijo al fin el hombre, rompiendo el silencio—. Viajero… escolta a veces, y últimamente, buscador de respuestas.
La joven bajó la mirada, como dudando, y respondió:
—Kaela. Kaela de Norwyn.
Lioran la miró un segundo más de lo necesario. Era un nombre que resonaba con ecos antiguos. La Casa Norwyn, aunque caída, aún era recordada en ciertas tierras por su honor y sabiduría.
—¿Y qué hace una Norwyn sola en un bosque infestado de bandidos?
Ella apretó la mandíbula, como si la pregunta la golpeara más de lo que Lioran pretendía.
—Busco a alguien —dijo finalmente—. Mi abuelo.
Lioran levantó una ceja.
—¿Tu abuelo?
Kaela asintió, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y determinación.
—Su nombre es Eldran de Norwyn. Todos lo daban por muerto después de la guerra, pero encontré una carta… escrita con su puño y letra. Decía que había escapado, que se refugiaría “más allá del Vado Gris, donde los robles se doblan pero no caen”.
Lioran frunció el ceño, murmurando para sí:
—El Vado Gris… eso está en la frontera del viejo reino, cerca de las montañas heladas.
—Exacto. Llevo semanas viajando, siguiendo huellas antiguas, voces de aldeanos, rumores. Mi abuelo no era un simple noble. Él… sabía cosas. Guardaba secretos que muchos querían enterrar con él.
—¿Y crees que esos hombres de negro…?
—No eran simples bandidos. Nos han seguido desde el último pueblo. Estoy segura.
Niebla gruñó bajo, como si respaldara la afirmación.
Lioran observó a Kaela con renovado respeto. Ya no veía solo a una muchacha valiente herida en el bosque, sino a una heredera de un linaje roto, una pieza clave en un tablero más grande de lo que imaginaba.
—¿Y qué harás cuando lo encuentres?
Kaela bajó la mirada por un momento. Luego, con voz firme, respondió:
—Le pediré la verdad. Quiero saber qué fue lo que ocurrió realmente durante la guerra, por qué mi familia fue traicionada… y si aún hay algo por lo que luchar.
El silencio volvió a reinar entre ellos, pero ya no era incómodo. Era el silencio de las decisiones tomadas, del camino que se estrecha pero se vuelve más claro.
—Entonces —dijo Lioran, envolviendo su espada en su capa antes de sentarse junto al fuego—, mañana al amanecer, iremos hacia el Vado Gris. Si tu abuelo está vivo… lo encontraremos.
Kaela lo miró, con un destello de gratitud en los ojos. Por primera vez en muchas lunas, no se sentía completamente sola.
Y en lo profundo del bosque, más allá del alcance de la luz del fuego, algo los observaba en silencio. El destino acababa de entrelazar sus caminos… y el viaje apenas comenzaba.
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Imágenes Ilustración
(Carromato por fuera)
(Carromato por dentro)
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