Acron Griffindoh y Cory Freud eran vecinos y fueron compañeros de escuela hasta que un meteorito oscureció el cielo y destruyó su mundo. Obligados a reclutarse a las fuerzas sobrevivientes, fueron asignados a diferentes bases y, a pesar de ser de géneros opuestos, uno alfa y otro omega, entrenaron hasta convertirse en líderes: Acron, un Alfa despiadado, y Cory, un Omega inteligente y ágil.
Cuando sus caminos se cruzan nuevamente en un mundo devastado, lo que empieza como un enfrentamiento se convierte en una lucha por sobrevivir, donde ambos se salvan y, en el proceso, se enamoran. Entre el deber y el peligro, deberán decidir si su amor puede sobrevivir en un planeta que ya no tiene lugar para los sueños, sino que está lleno de escasez y muertes.
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La mente sin recuerdos.
Ella se acercó, observándome de cerca. Su perfume era sutil, un contraste con la dureza de su mirada. —No parece un espía— murmuró. Luego, con un tono más alto: —¿Y si está diciendo la verdad?
El guardia pareció dudar, pero antes de que pudiera responder, ella se volvió hacia mí. —¿Recuerdas algo? Cualquier cosa.
Negué con la cabeza. —Nada,—dije, sinceramente. —Solo matame.
Lyara pareció intrigada por mi respuesta.
—Mi padre debería escucharte— dijo finalmente. —Si estás mintiendo, lo sabremos. Pero si dices la verdad... tal vez valgas más de lo que creen.
Solo sentí que me inyectaron algo en el brazo y ya no supe más de mi.
La noticia de mi arrebato se esparció rápidamente por la base. Cuando desperté, estaba en una celda más grande, pero aún bajo vigilancia estricta. Esta vez, no intentaron interrogarme. Parecía que mi demostración había dejado más preguntas que respuestas.
Lyara apareció al mediodía. Caminó hacia mí con cautela, pero no había miedo en sus ojos.
—Hiciste mucho ruido hace días —dijo, sentándose frente a mí.
No respondí. Todavía sentía el peso de lo que había hecho.
—No sé si eres consciente de lo que pasó, pero lo que hiciste no es normal —continuó, su voz calmada pero cargada de curiosidad—. Rompiste unas esposas que ni siquiera nuestros soldados más fuertes podrían forzar.
Me limité a mirar mis manos. Todavía podía sentir la energía que había fluido a través de ellas.
—No recuerdo nada —admití finalmente, mi voz apenas un susurro.
Lyara suspiró y apoyó los codos en las rodillas, inclinándose hacia mí.
—Quiero ayudarte. Creo que no estás mintiendo, pero mi padre no lo ve igual. Lo que hiciste lo dejó... inquieto.
La miré, intentando descifrar sus intenciones. No había falsedad en sus palabras, pero tampoco podía confiar plenamente en ella.
—¿Por qué te importa? —pregunté finalmente.
Lyara desvió la mirada por un momento antes de responder.
—Porque sé lo que es sentirse atrapado, sin saber quién eres realmente.
Esa respuesta, aunque vaga, era suficiente por ahora.
—Pareces acomodada, no te imagino igualandote a mi.
—Solo un round, pelea un round y complace las dudas de mi padre para que te deje libre.
Al día siguiente, la decisión estaba tomada. El líder de la base, padre de Lyara, decidió que debía ser puesto a prueba de una forma que todos pudieran presenciar. Si quería un lugar allí, debía ganármelo. El día anterior acepte el asalto o el enfrentamiento de lo que sea que querían.
Me llevaron a la arena improvisada, rodeada por una multitud de soldados. El aire estaba cargado de tensión. En el centro me esperaba mi oponente, un gigante con cicatrices que cubrían su rostro y cuerpo. Llevaba una maza pesada, mientras que a mí me dieron una vara metálica más liviana.
Desde su posición elevada, el líder me observaba con una expresión calculadora.
—Esta es tu oportunidad —anunció, su voz resonando en la arena—. Demuéstranos quién eres realmente y como diablos escapaste.
El combate comenzó con un rugido de la multitud. Mi oponente cargó hacia mí con fuerza brutal. Esquivé su primer ataque por instinto, sintiendo el viento que generaba su arma al pasar cerca.
No pensaba, solo reaccionaba. Cada movimiento era preciso, como si mi cuerpo recordara entrenamientos que mi mente había olvidado. Bloqueé un golpe con la vara, desviándolo hacia un lado, y aproveché para golpear detrás de su rodilla, desequilibrándolo.
El gigante se recuperó rápidamente, lanzando un nuevo ataque con una velocidad sorprendente para su tamaño. Rodé por el suelo, esquivando el impacto, y me levanté en una posición ventajosa. Sabía que no podía enfrentarlo directamente; su fuerza superaba la mía.
La pelea continuó en un intercambio frenético de ataques y esquivas. Finalmente, vi una oportunidad y la tomé. Golpeé su muñeca con toda la fuerza que tenía, haciendo que soltara el garrote. Antes de que pudiera reaccionar, utilicé la vara para aplicarle una llave, llevándolo al suelo.
La multitud enmudeció por un instante antes de estallar en vítores y murmullos.
Desde su plataforma, el líder me observaba con una mezcla de interés y recelo.
—Es suficiente —dijo, levantándose—. Por ahora.
Mientras los soldados me llevaban de vuelta a mi celda, una sola certeza ocupaba mi mente. Había algo o alguien esperando por mí, y no podía permitirme permanecer aquí por mucho tiempo.
Desde que derroté al gigante en la arena, Lyara buscaba cualquier excusa para estar cerca de mí. Me hicieron jurar por el campamento y la base. A menudo se ofrecía a traerme la comida o a acompañarme durante mis entrenamientos supervisados. Su sonrisa era sincera, y sus intentos de conversación, cálidos. Pero cada vez que intentaba acercarse, algo dentro de mí la rechazaba, mi saliva amargaba y mi corazón se encogía.
—No entiendo por qué sigues comportándote así —dijo un día, mientras yo practicaba movimientos con un cuchillo que me habían dado. Su tono era un poco más firme que de costumbre, casi molesto—. No estoy intentando hacerte daño.
Me detuve y la miré. Lyara era hermosa: su cabello reflejaba la luz, y sus ojos tenían una mezcla de fuerza y vulnerabilidad. Pero no importaba cuánto intentara conectar conmigo; había algo que me impedía corresponderle.
—No se trata de ti —respondí finalmente, guardando el cuchillo en su funda.
—Entonces, ¿de qué se trata? —preguntó, cruzándose de brazos—. ¿Por qué siempre mantienes esa distancia?
No sabía cómo explicarlo, pero había una certeza en mi interior que no podía ignorar.
—Siento que ya pertenezco a alguien más —dije, casi sin pensarlo.
La confesión dejó a Lyara en silencio. Pude ver cómo la sorpresa, y quizás un poco de dolor, cruzaban su rostro antes de que lo escondiera detrás de una sonrisa nerviosa.
—¿Alguien más? ¿Te refieres a tu pasado?
Asentí.
—No recuerdo quién o qué era, pero hay alguien que... me espera. Lo sé.
Ella apartó la mirada, con sus manos jugando con el borde de su cinturón.
—Tal vez no sea real, Acron. Tal vez solo sea una idea que te has creado para llenar el vacío.
—No lo es —dije con firmeza, mi voz más fuerte de lo que esperaba—. Lo siento en mi pecho. Hay alguien que depende de mí.
Esa noche, mientras estaba en mi habitación, alguien tocó suavemente la puerta. No necesitaba preguntar quién era, su aroma inundaba el pasillo hasta mi habitación.
—Entra, Lyara.
Ella abrió la puerta lentamente y cruzó el umbral con pasos cautelosos. Llevaba una chaqueta ligera sobre su uniforme, y en sus manos tenía una bandeja con comida.
—Pensé que podrías necesitar esto —dijo, dejando la bandeja sobre la mesa.
—Gracias —respondí, aunque no tenía hambre.
Ella no se fue inmediatamente. Se quedó de pie, observándome, como si estuviera luchando por decir algo. Finalmente, dio un paso adelante.
—¿Sabes? —comenzó—. Podrías empezar de nuevo aquí. No necesitas recuperar tu pasado para tener un futuro. Puedo ponerte un nombre.
Suspiré, apartando la mirada.
—No es tan simple.
—¿Por qué no? —insistió, su tono más intenso ahora—. Eres fuerte, eres respetado. Incluso mi padre empieza a confiar en ti. No todos aquí tienen una segunda oportunidad, y tú... tú podrías tenerlo todo. Además soy buena poniendo nombres.
Sus palabras eran tentadoras, pero no podían cambiar lo que sentía en mi interior.
—No sé cómo explicarlo, Lyara. Pero... hay alguien que me necesita.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó, acercándose más—. Tal vez estás persiguiendo un fantasma.
—Y si es así, entonces debo encontrarlo para estar en paz.
Ella dio un paso atrás, con su expresión suavizándose.
—Entonces... ¿qué soy yo para ti? —preguntó en un susurro.
La pregunta me tomó por sorpresa. No sabía cómo responderle sin herirla, pero tampoco podía mentirle.
—Eres alguien que ha sido amable conmigo, alguien que me tuvo lástima... pero no puedo darte más que ser amigos.
Sus ojos se llenaron de tristeza, pero asintió lentamente, como si hubiera esperado esa respuesta.
—Supongo que eso tendrá que ser suficiente —dijo antes de girarse hacia la puerta—. Buenas noches, señor sin recuerdos.
Después de que Lyara se fue, me quedé sentado en el borde de la cama, mirando mis manos. La sensación de haber dicho algo correcto y, al mismo tiempo, cruel, me pesaba. Pero sabía que no podía ignorar esa certeza en mi interior.
Cerré los ojos, tratando una vez más de alcanzar esos fragmentos de recuerdos que se escapaban como arena entre los dedos. Había imágenes borrosas, sonidos distantes... y un rostro.
Un rostro que no podía olvidar, aunque no lograra definirlo del todo. Había calidez en esos ojos, preocupación en esa sonrisa. Quienquiera que fuera, sabía que era importante.
—¿Quién eres? —murmuré en la oscuridad, esperando una respuesta que no llegó. A excepción de este collar con una placa de metal con mi nombre en el cuello no se más nada de mi.
Días después, fui convocado al despacho del líder de la base. Cuando entré, él estaba sentado detrás de un escritorio imponente, con Lyara de pie a su lado.
—Siéntate —dijo el hombre, señalando una silla frente a él.
Obedecí, aunque mi postura era tensa.
—Hemos estado observándote, Acron —comenzó, su voz grave—. Sabemos que eres más de lo que aparentas, y eso nos intriga, pero también nos preocupa.
No respondí, dejando que continuara.
—Lyara me ha hablado de tus... dudas. De esa sensación que tienes de pertenecer a otro lugar.
Eché un vistazo a Lyara, quien evitó mi mirada.
—Quiero que entiendas algo —continuó el líder—. Aquí, cada persona cuenta. Si decides quedarte, serás valioso para nosotros. Pero si tus lealtades están en otro lugar, no puedo garantizar tu seguridad.
Era una amenaza velada, pero también un recordatorio de que estaba caminando en terreno peligroso.
—No busco ser una amenaza para ustedes —dije con calma—. Pero no puedo ignorar lo que siento.
El líder me estudió durante un largo momento antes de asentir.
—Muy bien. Pero ten en cuenta que mi paciencia tiene un límite. Me gustaría que consideres unirte a mi familia, Lyara es una buena candidata es una Omega dominante. Si tienen hijos serían super fuertes el futuro de la base mejoraría al 200 por ciento.
Me levanté y me incliné ligeramente como señal de respeto.
—Gracias por ser honesto. Lo pensaré.
Cuando salí del despacho, Lyara me siguió.
—Ten cuidado, Acron —me advirtió—. Mi padre no suele ser tan indulgente.
Asentí, agradecido por su preocupación, aunque sabía que mi tiempo aquí estaba contado.