Emma jamás imaginó que amar a Andrew significaría estar condenada a huir. En un mundo donde humanos, brujos y cambiaformas coexisten bajo frágiles pactos, Emma, una joven común, se ve arrastrada al corazón de una guerra silenciosa tras enamorarse de Andrew, el heredero de una poderosa manada de licántropos. Su amor es puro, peligroso… y totalmente prohibido. Mientras la manada se tambalea y aliados inesperados caen uno por uno, Emma deberá encontrar la fuerza para sobrevivir, escapar y luchar por lo que ama. Pero no está sola: cada elección que haga resonará en un destino mayor, donde el sacrificio, la magia y la sangre van de la mano. Un amor prohibido. Un secuestro brutal. Una guerra inminente.
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Capitulo 11: Te tengo que proteger
—Es ella. Está en peligro. —Andrew ni siquiera se molestó en explicarle más a Ethan.
Antes de que Ethan pudiera decir algo, Andrew ya se estaba despojando de su ropa y dando paso a la transformación. Su cuerpo cambió rápidamente, huesos y músculos moviéndose en perfecta sincronía, hasta que su forma humana dio paso a un lobo imponente, de pelaje oscuro y ojos que brillaban con una ferocidad incontrolable.
Con un aullido poderoso que resonó en toda la reserva, Andrew salió disparado hacia el bosque, moviéndose con una velocidad que solo su desesperación podía darle.
El olor a sangre era más fuerte con cada paso que daba, y su mente estaba llena de imágenes de Emma, herida, sola, vulnerable. Su lobo no podía soportarlo. Su mate estaba en peligro, y él no llegaría lo suficientemente rápido.
Saltó sobre troncos caídos, esquivó ramas bajas y cruzó arroyos sin detenerse, sus patas golpeando el suelo con una furia implacable. No importaba lo que estuviera en su camino; él lo atravesaría todo para llegar a ella.
Finalmente, el aroma de Emma se mezcló con el de miedo y desesperación, haciendo que su lobo rugiera con más fuerza. Ella estaba cerca. Muy cerca. Y no estaba sola.
Andrew aumentó su velocidad, sus ojos brillando con una determinación inquebrantable. Nadie, ni humano ni bestia, le quitaría a su mate.
Vi a Emma a lo lejos, tratando de mantener la calma, pero podía oler el miedo en el aire. El lobo extraño estaba demasiado cerca, con su cuerpo tenso, acechándola sin que ella se diera cuenta de inmediato.
Mi instinto se desbordó al instante. No podía dejar que eso pasara, no podía permitir que nadie le hiciera daño.
Solté un aullido potente que rompió el silencio del bosque, mi lobo me empujaba a hacer algo, a protegerla, a marcar el territorio que era mío. El otro lobo levantó la cabeza y me miró, sorprendió por la intensidad de mi presencia. Emma se dio la vuelta al instante, sus ojos se abrieron de par en par, y pude ver cómo caía hacia atrás, como si estuviera retrocediendo de algo aterrador.
Mi corazón se encogió al verla tan vulnerable.
No podía esperar más.
Salté de un solo impulso, aterrizando entre ella y ese maldito lobo. Gruñí con toda la furia que sentía dentro de mí, protegiéndola con cada fibra de mi ser. Mi lobo no quería que se acercara, no quería que nadie se acercara a ella.
–No sé quién mierdas eres, pero no eres de mi manada–, gruñí, mi voz llena de rabia, mi cuerpo completamente erguido y erizado, mostrando los colmillos afilados, el poder de mi tamaño y mi furia.
El lobo, al ver lo que se le venía encima, bajó la cabeza ligeramente, como si reconociera que la amenaza era demasiado grande. Era un beta, pero sabía que no podía competir con lo que representaba.
Mi presencia, mi furia, mi tamaño... todo lo que era me hacía más grande que él.
No podía apartar la vista del lobo, pero sentí que tenía que asegurarme de que Emma estuviera bien, de que no estuviera herida. Me acerqué, un paso detrás del otro, sin apartar la mirada del lobo, pero con la única intención de ponerme entre él y ella.
Me sentía más protector que nunca. Mi lobo estaba furioso, pero algo en mí, algo mucho más profundo, me decía que la debía proteger.
El lobo desconocido, viendo que no tenía ninguna oportunidad, empezó a dar pasos hacia atrás. No dijo ni una palabra, pero pude ver cómo lo pensaba, cómo reconocía que ya no podía desafiarme.
–Lárgate de aquí–, le ordené con una autoridad que no dejaba espacio para discusión.
Vi cómo se alejaba, sin dudar, como si supiera que en ese momento no tenía espacio para seguir peleando. No quería que se acercara más, no quería que Emma tuviera que enfrentarse a nada más.
Cuando el lobo se perdió de vista, giré sobre mis talones y volví a mirar a Emma. Mi lobo seguía agitado, y mi corazón aún latía con fuerza en mi pecho. Me acerqué a ella, mis pasos firmes, y pude sentir su respiración entrecortada, su cuerpo tembloroso.
Respiré hondo, aun en mi forma de lobo, observándola con cautela. Emma seguía allí, apoyada contra una roca, con su pecho subiendo y bajando rápidamente por el miedo y la adrenalina.
Sus ojos estaban fijos en mí, llenos de confusión y algo más que no lograba descifrar. No podía dejarla así, aterrada, sin entender quién era realmente. Sabía que tenía que mostrarme, explicarle la verdad.
Retrocedí un paso, apartándome un poco de ella, y dejé que la transformación comenzara. El cambio siempre era intenso, doloroso, pero esta vez lo soporté en silencio. Mi único pensamiento estaba en ella. Sentí mi pelaje desaparecer, mis huesos crujir y mis músculos reajustarse mientras regresaba a mi forma humana. En cuestión de segundos, estaba frente a ella, desnudo de cintura para arriba, mirándola directamente a los ojos.
–¿Estás bien? –Gruñí, suavemente, mientras me agachaba un poco para mirarla directamente a los ojos.
El jadeo de Emma fue casi un golpe físico para mí. Llevó una mano a su boca, con el rostro cargado de incredulidad y temor. Hice un esfuerzo por calmar mi respiración y alzar una mano en un gesto pacífico.
–Emma, soy yo... No tienes que tener miedo –mi voz salió baja, casi un susurro. Estaba intentando no asustarla más de lo que ya estaba, pero su corazón latía con fuerza.
Ella retrocedió de inmediato, chocando su espalda contra un árbol.
–¿Qué... qué eres tú? –Su voz temblaba, llena de confusión.
El dolor de esas palabras fue instantáneo, pero intenté no mostrarlo. Me quedé quieto, con la mano aún alzada, como si eso pudiera alcanzar su confianza.
–Soy yo, Andrew. Nunca te haría daño. Solo quiero que estés a salvo.
Di un paso hacia ella, con cuidado, pero la vi tensarse. Su cuerpo entero se contrajo, y sus ojos se llenaron de pánico.
–No te acerques –dijo rápidamente, con la voz más firme.
El golpe que sentí en el pecho fue casi físico. Paré en seco, bajando la mano. El aire a mi alrededor se volvió más pesado, cargado con su rechazo.
–Emma, por favor... No tienes que tener miedo de mí. Todo lo que hice fue para protegerte. Soy tu mate –las palabras salieron con desesperación, como si con ellas pudiera romper esa barrera invisible que había entre nosotros.
–¡No! No digas eso –gritó, y su voz se quebró, como si estuviera al borde de las lágrimas–. No sé qué eres, pero no quiero esto. No te quiero a ti. Aléjate de mí.
El rechazo fue devastador. Lo sentí como si me arrancaran algo de dentro. Mis manos se cerraron en puños a los costados, no por ira, sino por el dolor que me quemaba por dentro. Bajé la cabeza, incapaz de mirarla.
–Solo quiero que estés bien –susurré, mi voz rota.
Me giré lentamente, dándole la espalda, y avancé unos pasos, sintiendo cada uno como si fuera un peso imposible de cargar. Paré un momento, mirando el suelo, luchando contra la necesidad de volver a ella, de intentar explicarle otra vez.
Pero sabía que no podía obligarla, no podía forzar lo que para mí era inevitable.
Su expresión me dejó un nudo en el estómago. No quería que estuviera asustada, no quería que pasara por esto. Sin embargo, estaba aquí, frente a ella, y todo lo que sentía era una necesidad desesperada de protegerla.
Sin pensar, y sin poder evitarlo, la abracé. Mi lobo me empujaba a mantenerla cerca, a sentir que estaba a salvo.
No me importaba si eso la sorprendía o no. Lo único que importaba era que ella estuviera bien. Sin embargo, me separé rápidamente, dándome cuenta de lo que había hecho, de lo que había sentido al tenerla cerca. Necesitaba estar en control. Necesitaba ser paciente.
Emma me miró, sorprendida, sin palabras. Unos segundos pasaron, y antes de que pudiera decir algo, escuché un aullido lejano, el viento empujó el olor a tierra mojada y hojas secas. Sabía que las cosas ya no eran simples.
Miré a Emma de nuevo, mi lobo inquieto dentro de mí, y finalmente me obligué a soltar una respiración profunda.
–Te tengo que proteger... siempre.
Ya veo venir el giro que tomara la trama
Digo, no es normal que ella como humana pueda sentir el aroma de Andrew, se supone que es entre especies.
Es eso o tiene muy buen olfato mi chica Emma 😂😂😅
Necesito mi dosis diaria de Andrew