Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.
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Capítulo 8: Jugando a las escondidas
Fue durante su turno siendo la Mancha cuando Germán decidió expresar lo aburrido que ya lo estaba haciendo sentir aquel juego. Al no tener un final, esa era la inevitable conclusión de estos juegos clásicos, la mayoría de las veces. Ninguna de sus acompañantes quería demostrar que les ocurría lo mismo, por lo que lo dejaron insistir un poco antes de acceder.
—¿Y si jugamos a las escondidas? —sugirió él, con un deseo de seguir divirtiéndose aún más grande que antes, al igual que los de sus interlocutoras.
Logró convencerlas de aceptar aquello como la nueva actividad al ofrecerse a ser él el primero en buscar. Sin pérdida de tiempo, comenzaron con el segundo entretenimiento de la tarde.
Al igual que con el primero, no era necesario repasar las reglas antes de dar inicio; sin embargo, Germán lo hizo, pues quería hacer una modificación a una de estas, la que siempre calificó de injusta: sólo necesitaba encontrarlas y exclamar en el lugar "mala para..," sin necesidad de regresar a la casa, y tocarla, a diferencia de esas que sí tendrían que hacerlo para salvarse. Aunque ambas (principalmente Sofía) no estaban convencidas respecto a este cambio en las reglas, terminaron aceptando, ya que consideraron que tenía sentido, y al fin y al cabo, se aplicaría a ellas también en el momento en que les correspondiera buscar.
Alegre, Germán eligió un sector de la pared de una de las torres, y recargado en ese lugar con los ojos cubiertos, comenzó a contar hasta 35, lentamente como prometió. Pese a esto, no era mucho el tiempo con el que las dos niñas contaban, así que se apresuraron a buscar el mejor lugar para pasar desapercibidas al que tuvieran acceso. Para sorpresa de Carolina, Sofía fue a ocultarse detrás de la misma planta en la que ella se escondía, indicándole que hiciera silencio cuando iba a pedirle que mejor se fuera a otro lado, pues ella había llegado ahí primero. Como el espacio era suficiente para las dos, decidió hacerle caso y quedarse callada.
Se mantuvieron expectantes por unos segundos. Tenían que esperar a que Germán dejara desprotegido aquel sector de la pared, escabullirse sin que las notara, y tocar ese sector exclamando "buena para mí". Sin embargo, no sabían si ya había salido a buscarlas siquiera.
—¿En qué departamento vas a vivir? —susurró Sofía, intentando iniciar una conversación con la chica que acababa de conocer.
Carolina no quería hacer ningún ruido para no atraer la atención de Germán cuando fuera a buscarlas, pero tampoco le parecía correcto negarse a contestarle a su nueva amiga. No podía arriesgarse a lucir antipática ante sus ojos. Dedujo que, si susurraba como ella, probablemente estarían bien.
Cuando se disponía a contestarle, Sofía volvió a hablar en voz baja:
—Es raro que mi mamá no se haya enterado. Ella siempre se entera cuando alguien alquila uno de los departamentos.
—Es que vine a vivir con mi abuela —dijo la niña nueva del lugar, usando el mismo tono de voz que su acompañante—. Mi tía me trajo para que viviera con ella. En el departamento A del primer piso de la Torre 5.
—¡La vieja Argelia! ¿Es tu abuela? No sabía que fuera abuela de alguien.
Mientras pronunciaba esta última oración, y Carolina le respondió asintiendo con la cabeza, intentó reflexionar sobre lo que terminaba de enterarse. Sabía muy bien que no todos los niños tenían un papá y una mamá. Ella misma solamente tenía a su mamá, y su nuevo amigo varón solamente a su papá, por lo que había notado. Pero se le había presentado una nena que aparentemente no viviría ni con su madre ni con su padre, lo que no dejó de sorprenderla. A pesar de presentar sus dudas respecto a si debía preguntar, o no, decidió hacerlo:
—¿Vas a vivir con tu abuela nada más? ¿Y tu mamá y tu papá?
—No sé dónde están, se fueron —respondió, como siempre, tratando de no darle mucha importancia a eso—. Me parece que todos creen que no alcancé a leer los papelitos que dejaron antes de irse, porque me viven repitiendo que seguramente van a volver algún día, pero sí los leí, a los dos.
—¿Qué papelitos? ¿Qué decían?
No respondió de inmediato.
—No me acuerdo de todo porque las dos cartas eran un poco largas —dijo, después de esa corta pausa—. Primero se fue mi papá. Vi como mi mamá, muy enojada, hacía un bollo con una hoja de papel, y la tiraba a la basura. A escondidas lo agarré y lo leí. Decía algo así como que no soportaba más esa vida y que se iba con una mujer que había conocido. También que le parecía que era mejor que él no estuviera más cerca nuestro... Y que confiaba en que mi mamá podía cuidar sola de mí... Creo que se equivocó, porque no pudo. Eso dijo ella en su carta. Esa otra la encontré encima de la mesita de luz cuando me desperté ese día. Se me hizo raro que no me hubiera despertado ella, y no verla por ninguna parte. Entonces vi el papel y lo leí. Decía algo parecido a la carta que dejó mi papá, que no podía soportar esa vida que "no eligió". Se fue con su novio, aunque a este sí lo conocí, se llamaba Víctor. A veces iba a mi casa, y mi mamá me decía que él me quería mucho, aunque en la notita me dijo otra cosa... Al poquito llegaron mis tíos para llevarme a su casa a vivir con ellos. Yo ya había dejado el papelito en la mesa del comedor.
—¿Por qué no seguís viviendo con tu tía y tu tío? ¿Qué pasó?
—No sé... Discutían por mí casi todos los días, decían que no podía seguir teniéndome ahí... Me parece que dejaron de quererme igual que mi papás.
Sofía sintió que tenía que hacer, o decir, algo. La expresión taciturna de Carolina le hizo pensar que esta podría ponerse a llorar en cualquier momento, y que había cometido un error al haberse dejado llevar por su curiosidad otra vez. En más de una ocasión se equivocó en lo mismo, ya que le era imposible saber cuándo obedecer a su curiosidad, y cuándo no.
—A veces los grandes son así —dijo, sin olvidarse de susurrar—. Hacen cosas raras, y también muy malas. Por suerte, mi mamá es buena la mayor parte del tiempo.
—Sí, tenés razón —contestó Caro, aparentemente más animada—. Muchas veces no los entiendo. Espero que, si me porto bien, mi abuela no deje de quererme también.
Cuando Sofía quiso ponerse a pensar qué era lo más indicado para responder, dadas las circunstancias, se interrumpió a sí misma al darse cuenta de que aún no tenían noticias sobre el paradero de Germán. Ya tendría que haber salido, por lo que solamente podía haber una explicación: al ir a buscarlas, el muchacho tomó la otra dirección, el camino equivocado. Si ese era el caso, no podían desaprovechar la oportunidad. Luego de que Sofía se asomó, y se aseguró de que su deducción fue correcta, al ver a Germán dar la vuelta por la torre 1, perdiéndose de vista, le indicó a su amiga que debía apresurarse a salir del escondite. Acto seguido, ambas corrieron a toda velocidad hacia el lugar que el amigo de ambas había abandonado poco antes. Entonces, con una mano apoyada en el sector correcto de la pared, las dos se dedicaron a esperar a que él volviera.
—Mi papá tampoco me quiere —dijo la mayor de las dos, tras considerar que era lo mejor que podía decir—. Eso me dijo mi mamá, que no nos quiere a ninguna de las dos. Por eso te digo que los grandes hacen cosas malas a veces. Antes lo extrañaba, pero hace mucho que ya no. Mi mamá se ponía triste cada vez que yo lo extrañaba. No sé cómo me llevaría con abuelas o abuelos, porque ya no tengo. Nada más tengo a mi mamá. También están mis tías, tíos, primas y primos, pero no nos vemos muy seguido. Lo bueno es que mi mamá me prometió que algún día me va a dar un papá, y algunos hermanitos también.
Carolina quiso responder algo pero se detuvo al ver a Germán salir detrás de la torre 1.
—¡Buena para mí! —exclamó esta última.
—¡Buena para mí! —repitió la otra niña antes de voltearse en dirección a Germán, pues la reacción de su amiga le hizo comprender que este se acercaba— ¡Tenés que contar de nuevo!
—¡Sí, ya sé, ya sé! —dijo el malhumorado niño, molesto consigo mismo por haber sugerido aquel juego, y principalmente, por haberse equivocado en la dirección a tomar para llevar a cabo su búsqueda.
Su confusión fue culpa de esa señora, que hizo ruidos en su ventana. El ingenuo jovencito creyó que eran sus amigas las que hacían eso mientras se mantenían escondidas.
Determinado a no ser el que cuente y busca por tercera vez consecutiva, comenzó a contar una vez más. Esa vez estaría más alerta, y las encontraría a las dos. Por supuesto que ninguna se lo facilitaría. Igual que en la pasado ocasión, salieron a toda velocidad en el instante en que les dio la espalda.
Pese a lo bien que le estaba cayendo a Carolina esa nena con la que parecía tener un mínimo detalle en común, no le gustó verla acercarse con el fin de esconderse nuevamente al lado suyo, detrás de aquella torre. Según estaba informada, así no se suponía que fuera el juego.
—Quiero contarte una cosa —dijo Sofía entre risas, volviendo al susurro, y provocando que Carolina le ponga atención a sus palabras, en lugar de efectuar el reclamo que quería hacer—. Hoy, hace un ratito, lo vi a Germán en calzoncillos. Lástima que vos no estabas conmigo, y te lo perdiste.
—¿Cómo fue? —preguntó su amiga, luego de que su curiosidad despertó— ¿Vos le bajaste los pantalones, o lo estabas espiando?
—Ninguna de las dos. No sé por qué, pero salió así de su casa. Yo justo estaba cerca de su puerta, y lo vi por atrás. Ni se dio cuenta, se asomó un cachito y se fue otra vez a su casa. Pero, eso sí, como soy muy buena con mis amigas, se los habría bajado para vos cuando lo teníamos delante nuestro, contando de espaldas a nosotras, porque así lo habría agarrado desprevenido, pero no pude. Está usando cinturón ahora.
—¿Vos querías hacer eso?
—Sí, para que vos también pudieras verlo así, y pudieras reírte un rato conmigo. No es para tanto, lo vi en internet y en la tele varias veces. Mi mamá dice que no importa si una chica se lo hace un chico, siempre que lo haga pocas veces, que así es un inocente chiste.
Carolina no sabía que decir en esa situación, pues no estaba segura de coincidir con lo que su amiga había dicho. Había cosas en eso que no parecían estar bien, sin embargo, no era capaz de expresar un punto de vista ¿Qué diría una amiga normal en esa situación? ¿Tenía que reírse acaso? ¿Preguntarle qué clase de ropa interior, y de qué color era, la que Germán estaba usando ese día? ¿Simplemente darle la razón en todo lo dicho?
Su curiosidad por el sexo masculino había empezado a despertar con anterioridad, pero en su anterior escuela le hablaron sobre cierto comportamiento, desaprobándolo. Sofía parecía no haber recibido esta lección.
—¡Mala para Sofía! ¡Mala para Caro! —escucharon las dos, para luego dirigir la mirada al mismo tiempo, hacia el mismo lugar, donde Germán se encontraba sonriente, apuntando a ambas con el dedo índice derecho.
Las dos quisieron obedecer el impulso de comenzar a correr hacia la pared asignada para el conteo, pero ninguna lo hizo, porque recordaron el cambio realizado a las reglas; cambio que ambas autorizaron.
—¡Cuenta Sofía! —exclamó el triunfante muchacho.
—¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! —exigió saber la aludida, aunque había escuchado claramente que él la había nombrado a ella en primer lugar al pronunciar los malas.
—A vos te vi un poquito antes que a Caro, así que vos tenés que contar.
—Sí, pero yo vi en otros juegos de las escondidas que le toca contar al último encontrado, no al primero.
—Yo también —intervino Carolina—. Pero, si lo pensás bien, no tiene sentido que sea así. El objetivo del juego es que no te encuentren, y si busca el último en ser encontrado, todos siempre van a tratar de que no los encuentren primero, para no contar.
—Ella tiene razón —expresó Germán, dejando a Sofía sin opciones—. Vamos, de una vez.
Sofía consiguió disimular exitosamente el enojo que sintió, así como reprimir el berrinche que consideró manifestar al ver que llevaba las de perder. No quería arruinar la diversión con sus nuevos amigos, pero no pudo evitar sentir que algo no estaba bien, que había sido víctima de alguna clase de injusticia que era incapaz de precisar. Se dijo a sí misma que no podía haber tenido la culpa de que la hubieran encontrado, tenía que ser culpa de Caro. Eligió mal el lugar para esconderse, y seguramente cometió la torpeza de llamar la atención de Germán haciendo algún ruido inoportuno. Si no era cierto esto, el culpable debía ser el propio Germán, quien debió haber mentido para favorecer a la que mejor le cayó de las dos.
Mientras comenzaba a contar hasta 35, decidió que la primera de sus teorías era la que más sentido tenía (aunque consideraba la segunda como muy posible), por lo que debía asegurarse de que fuera Carolina la próxima en contar. Era lo más cercano a un desquite que pudo permitirse en esa situación. Mientras buscaba fingió no haber visto a Germán, y así pretendió que la primera en ser localizada fue quien, a sus ojos, debió ser la que contara en lugar de ella.
Sin sospechar nada de este plan en su contra, la nueva nena del barrio aceptó que ya era su turno, por lo que no tardó en comenzar el conteo mientras sus amigos buscaban lugares para ocultarse de ella.
Al volver a verse en la necesidad de esconderse, se alegró al ver que Sofía ya no parecía buscar que ambas se escondieran en el mismo lugar. Le habría gustado tener otro momento a solas con ella para poder preguntarle por qué dijo que su papá no las quería, a ella y a su mamá, pero prefería poner toda su atención en el juego, así que lo mejor era elegir escondites diferentes y olvidarse de las conversaciones.
Sofía empezó a elegir lugares distintos a los de su amiga porque seguía convencida de que Germán la había conseguido encontrar en aquella ocasión por culpa de esta última. No obstante, ya no estaba enojada con ninguno de sus dos acompañantes, al sentir que consiguió hacer justicia, y al permitir que la diversión de esa entretenida actividad la hiciera olvidarse de todo lo demás.
Esta duró algunos minutos más, hasta que tuvo que llegar a su inminente fin.