El maltrato que sufrió Alessandro en toda su niñez se verán opacada cuando un chico de otra ciudad, lo empieza a tratar de una manera distinta.
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Capítulo 22 Tan apresurado.
La cabeza me daba vueltas. Tenía el cuerpo demasiado caliente, estaba delirando hasta el punto de hablar solo. Lucas me cuidaba, pero la fiebre no bajaba. Estaba tapado con paños fríos por todo el cuerpo. Lucas estaba en toalla, se acostó conmigo, estaba teniendo un ataque de frío, me abrazó con su cuerpo. Él estaba congelado.
—Que se vaya la fiebre o te voy a tener que llevar al hospital —dijo él.
—Estás muy frío, ¿por qué? —pregunté.
—Me bañé con agua fría para ver si así se te iba la temperatura —decía Lucas, quien temblaba.
Me di la vuelta y lo atraje a mis brazos. Su temperatura me ayudaba mucho; sentía el alivio muy rápido.
—Sabés que una vez estuve en mi casa, jugando con un vecino y mi papá me golpeó —dije.
—Me dijo que estaba mal tener amigos hombres —tocaba los labios de Lucas.
—¿Por qué? —preguntó Lucas.
—Estábamos tomados de la mano corriendo de un lado al otro —dije, pausando mi hablar.
—Dijo que estaba enfermo por tocar a otro chico así —bajé la mirada hacia abajo.
—Él me insultó, mi vecino nunca más volvió —Tenía lágrimas en los ojos.
—A verdad era yo una enfermedad, por eso pereció mi mamá —puse mi cabeza en el pecho de Lucas y me acariciaba mi cabello.
—No estás mal por simplemente haber sido un nenito que quería jugar —besó mi cabeza.
—Tu papá no tenía derecho a hacerte sentir de esa manera —apretó su puño.
—Para mí no sos un enfermedad, y si así lo fueras, con mucho gusto me enfermaría con tal de verte todos los días —Lucas exclamó mientras dejaba besos en mi cabeza.
....
El último mes en la escuela siguió con normalidad. Había notado que el grupo que siempre me golpeaban nunca más se presentaron a la escuela. Lucas estaba sentado muy concentrado en sus trabajos. Yo miré sus ejercicios y noté que uno estaba incorrecto. Se lo hice saber y él comprobó otra vez el resultado y era tal y como lo dije yo.
—Sí que sos inteligente, un capo total —decía Lucas enorgullecido por mí.
—No es para tanto —dije avergonzado.
Él dejó un beso en mi cachete y me hice sentir más avergonzado por eso. Nuestros compañeros miraban y hablaban estupideces.
—¿Qué miran? —dijo Lucas con una mirada fría.
Los que nos miraban dejaron de hacerlo y volvieron a sus trabajos.
No le conté, pero tenemos un guardaespalda. Se llama Nicolás, es un hombre morocho, alto de casi dos metros, cabello muy corto.
Subimos al auto y nos llevó de vuelta a casa. La casa estaba llena de cámaras y hombres en cada esquina.
—¿Por qué tenemos tanta seguridad? —pregunté a Lucas.
—Antonio, mi papá, es de familia italiana y es heredero de esa familia —dijo Lucas.
—Tenemos que irnos a Italia por un tiempo. Quiero que vayas conmigo —él me pidió.
—Sí, de una —respondí.
—¿Entonces somos mafiosos ahora? —pregunté con una risa.
—Sí, y vos vas a ser el esposo de un futuro mafioso —él reía.
Subimos a la habitación. Estaba buscando un pantalón más cómodo, de usar y que no sea incómodo. Yo estaba en toalla, agachado, buscando mi ropa, y Antonio salía del baño con un pantalón corto. Tenía todavía el cuerpo húmedo. Este sólo me miraba.
Agarré el pantalón y me cambié enfrente de él. Vi cómo mordía su labio. Me reí y lo provoqué a propósito. Estaba por salir y él me llevó a la cama.
—No hagas estas cosas —dijo con la mirada fría. Fue la primera vez que me miró así; sentía miedo.
—No hagas más eso, sino te vas a hacer cargo después —acercó sus labios a los míos. Me besó suavemente y acarició mi cabello.
—Siempre hacés lo mismo, estás tan perfecto que me cuesta contenerme—soltó mis labios.
—Vení —le ordené. Él se acercó y lamí su oreja.
—Qué provocativo que sos —decía mientras dejaba marcas por mi cuello, brazos y cuerpo.
Llamaron a la puerta. Me terminé de vestir. Lucas abrió; era Arturo.
—Los llama papá, está en la oficina —dijo y se fue. Nos pusimos una remera y bajamos.
—¿Papá? —golpeó la puerta Lucas.
—Pasen —ordenó Antonio. Estábamos allí y él estaba en su escritorio escribiendo.
—¿Qué quería, señor Antonio? —pregunté.
—Quiero que su compromiso sea lo más pronto posible, antes de irnos. Las leyes en Italia todavía no avalan el matrimonio igualitario —dijo él.
—¿Tan pronto, papá? —preguntó Lucas.
—La situación estará muy difícil si Alessandro va con nosotros y no tiene nuestro apellido —especificó Antonio.
—Pero quería proponérselo yo —decía Lucas.
—Entonces hazlo —dijo Antonio, quien sacaba una cajita de alianzas. Lucas las miró, se arrodilló y me miró.
—Alessandro Calvi, ¿quiere usted aceptar mi humilde apellido y a mí como compañero de vida? —preguntó Lucas. Estaba nervioso; le temblaba la mano.
—Acepto —dije, y me arrodillé.
—Lucas Rossi, ¿acepta usted ser mi compañero de vida, hasta que la muerte nos separe? —pregunté.
—Sí, acepto —agarró mi mano y puso el anillo. Era de oro y tenía un diamante en el centro.
—Esto es muy caro —dije. Lucas sonrió; Antonio se reía a carcajadas.
—Sí lo es, pero tranquilo —dijo Antonio, quien nos abrazaba.