Enfrentando una enfermedad que amenaza con arrebatarle todo, un joven busca encontrar sentido en cada instante que le queda. Entre días llenos de lucha y momentos de frágil esperanza, aprenderá a aceptar lo inevitable mientras deja una huella imborrable en quienes lo aman
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Capitulo 17
Días después de la recaída, Aliert comenzó a mostrar una mejoría leve. Aunque su rostro seguía marcado por el cansancio y su cuerpo estaba cada vez más debilitado, lograba sentarse y mantener conversaciones con sus seres queridos. Fue en ese momento, aprovechando su lucidez y calma, que sus padres y el equipo médico decidieron tener una charla importante con él.
La familia se reunió en la pequeña sala junto a la habitación de Aliert, y cuando él entró, percibió la tensión en el aire. Sus padres, su hermana Karla y el doctor Moier estaban allí, con expresiones solemnes y la mirada cargada de tristeza. Daniel llegó poco después, apoyado contra la pared, observando a Aliert con ojos llenos de amor y dolor.
El doctor Moier se aclaró la garganta y se acercó a Aliert con una expresión de seriedad y respeto.
—Aliert... -comenzó, haciendo una pausa antes de continuar-. Hemos revisado tus resultados recientes y, lamentablemente, el tratamiento que hemos estado usando ha dejado de ser efectivo. Tu cuerpo ya no responde como antes, y hemos llegado a un punto crítico.
Aliert asintió, escuchando en silencio, sin apartar la vista del médico. Ya se había acostumbrado a recibir malas noticias, pero esta vez algo en la voz del doctor parecía más definitivo, casi irrevocable.
—Hay una última opción -prosiguió Moier—. Existe un tratamiento más agresivo, una terapia experimental. Pero, Aliert... es muy arriesgado. Hay una alta probabilidad de que no sobrevivas al proceso. Si decides seguir adelante con este tratamiento, tendrás que entender que implica un gran peligro. -El doctor hizo una pausa, con la mirada llena de compasión-. Sin embargo, si decides no continuar, podríamos enfocarnos en mantener tu calidad de vida, en darte el tiempo que sea posible, sin más intervenciones.
Aliert se quedó en silencio, asimilando las palabras. Miró a sus padres, que lo observaban con desesperación, sus ojos ya llenos de lágrimas, y luego a su hermana Karla, que apenas podía sostener su mirada, escondiendo el rostro entre las manos para que él no la viera llorar.
Camille rompió el silencio, acercándose a su hijo y tomando su mano entre las suyas.
—Aliert, amor... -dijo con la voz temblorosa-, eres fuerte. Has sido tan valiente hasta ahora... por favor, considera intentarlo una vez más. Quizá sea difícil, pero... no quiero perderte. No aún.
Thomas asintió, con la voz ahogada.
—Tienes un espíritu increíble, hijo. Has soportado tanto... y nosotros estamos aquí para ti. Si decides luchar de nuevo, estaremos a tu lado en cada momento, pase lo que pase.
Aliert cerró los ojos un momento, dejándose absorber por el peso de sus palabras. Los amaba tanto, tanto que casi sentía la necesidad de decirles que sí, que seguiría adelante solo para no verlos sufrir más. Pero en su interior sabía que era el fin de esa lucha. Su cuerpo estaba agotado, y aunque su mente quería aferrarse, ya no podía obligar a su cuerpo a seguir soportando más dolor.
Abrió los ojos, y una paz inesperada lo llenó.
—Mamá... papá... -murmuró, mirando a sus padres y luego a Karla-. Los amo con todo mi corazón. Y sé que he luchado por mucho tiempo, pero... estoy cansado. Quiero pasar lo que me queda de tiempo disfrutando de ustedes, de lo que me hace feliz. No quiero más hospitales, más agujas, ni más dolor. Solo quiero... vivir, aunque sea por un momento.
Karla rompió a llorar, y se arrojó a los brazos de su hermano, abrazándolo con todas sus fuerzas.
—Aliert, por favor... -rogó entre sollozos-. Por favor, no te rindas.
Camille comenzó a llorar, sus sollozos llenaban la habitación, y Thomas la abrazó, luchando también contra sus propias lágrimas. Era devastador aceptar que su hijo estaba tomando la decisión más difícil de todas: rendirse a la batalla para encontrar la paz.
—Hijo... -murmuró Thomas, con la voz quebrada-. Estamos tan orgullosos de ti. Haremos todo lo posible para que tus últimos momentos sean los mejores.
Aliert asintió, sus propios ojos brillando con lágrimas, pero en su rostro había una serenidad que contrastaba con la desesperación de sus seres queridos.
Finalmente, miró a Daniel, quien había estado en silencio durante toda la conversación. Daniel tenía la cabeza gacha, pero cuando Aliert lo miró, levantó la vista y caminó hacia él. Su rostro estaba lleno de dolor, pero también de una comprensión profunda.
—¿Estás seguro? -susurró Daniel, su voz rota.
Aliert asintió, apretando suavemente su mano.
—Sí. Es lo que siento que debo hacer.
Daniel cerró los ojos un momento, conteniendo las lágrimas, antes de envolverlo en un abrazo firme. Quería gritar, pedirle que cambiara de opinión, pero sabía que no sería justo. Aliert merecía paz, y aunque verlo decidir así le partía el corazón, respetaría esa decisión.
—Estaré contigo en cada momento -murmuró Daniel, su voz quebrándose-. Pase lo que pase, estaré a tu lado.
Esa noche, después de haber decidido dejar el tratamiento, Aliert regresó a su habitación, exhausto pero en paz. Sacó su cuaderno y comenzó a escribir una carta para cada uno de ellos, sabiendo que, al final, solo quedaría el amor que les había dejado en cada palabra.
Para su madre, escribió sobre lo agradecido que estaba por su paciencia, por el amor incondicional que siempre le había dado. Para su padre, dejó palabras de admiración y orgullo, y le agradeció por enseñarle a ser fuerte y valiente. A Karla le dedicó su ternura, recordándole cada momento especial que habían compartido, y asegurándole que siempre estaría con ella, en cada risa y cada recuerdo.
Y para Daniel... dejó una carta especial, llena de todo el amor que había sentido, pero que nunca había dicho en voz alta. Le agradeció por enseñarle lo que era el amor en su forma más pura, por ser su luz en los momentos más oscuros, y le pidió que viviera una vida plena y feliz, sabiendo que, aunque su tiempo juntos había sido breve, había sido el más importante de su vida.
Con lágrimas en los ojos, Aliert cerró el cuaderno, apretándolo contra su pecho y susurrando una pequeña oración, no por él, sino por todos ellos.