El maltrato que sufrió Alessandro en toda su niñez se verán opacada cuando un chico de otra ciudad, lo empieza a tratar de una manera distinta.
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Capítulo 19: Intransigente
Estábamos en la zona de espera, atentos a ver si el doctor nos traía información de Alessandro. Mi papá estaba serio, haciendo llamadas. Juan, uno de sus hombres, estaba cerca de la salida con la mano en sus bolsillos. Mis pies se movían por lo alterado que estaba. A mí también me habían atendido, pero no fue nada. Mi preocupación estaba en Alessandro; él ya estaba inconsciente en el momento que llegué.
—Señor Antonio Rossi —dijo una voz temblorosa.
Mi papá se dio vuelta y lo miró.
—Sí, soy yo. ¿Qué pasó con mi hijo Alessandro? —preguntó él.
Mi papá le había dicho "hijo" a Alessandro. No me enojé; al contrario, al parecer ya lo quería tanto que también lo consideraba un hijo más.
—Su hijo ha sido abusado —dijo el doctor con la mirada en el suelo. Tenía miedo de mi padre.
—¿Qué? —hizo una pausa mi papá—. ¿Cómo que fue abusado? —preguntó.
—Al parecer, usaron algo con filo. Cuando estábamos analizando su estado, notamos que tenía sangre en su zona íntima —dijo el doctor con miedo.
—Sufrió varios cortes —terminó de decir.
Mi cabeza daba vueltas.
—¿Por qué a él? —me cuestionaba.
Mi papá agarró al doctor del cuello y lo soltó cuando llegó mi mamá. El doctor se apartó y fue a atender a otros pacientes.
—¿Qué le pasó a Alessandro? —preguntó mi mamá.
—Esos malnacidos abusaron de él —dijo mi papá mientras lanzaba un puñetazo a la pared.
Mi mamá cayó al suelo y comenzó a llorar.
Trasladaron a Alessandro a su habitación, pasó justo al frente de nosotros. Vimos que tenía hematomas en la cara y brazos; estos estaban marcados y se notaba bien que habían sido atados. Lo seguí y entré con él.
—Es una pena, es un chico muy lindo, y le sucedió esto —dijo una enfermera.
Los demás doctores hablaban entre ellos.
—Por favor, retírense de la habitación —ordenó mi papá. Los doctores salieron y mi mamá entró.
Ella se acercó y agarró la mano de Alessandro y la acariciaba despacio. Él no reaccionó; estaba descansando.
—Hay que cuidarlo más a partir de ahora —ordenó mi mamá.
—Ya estoy en eso, amor —dijo mi papá.
—Todos nuestros hijos tendrán guardaespaldas a partir de ahora —exclamó mi papá.
—¿Y qué le diremos cuando se despierte? —pregunté.
—Nada, se dará cuenta solo de que lo tocaron —dijo mi mamá.
Un golpe en la puerta nos interrumpió; era Juan, quien traía un ramo de girasoles en sus manos. Mi papá las agarró y las dejó en el florero justo al lado de Alessandro.
—Son las favoritas de él —dije.
—Lo sabemos, además era muy obvio; todas sus pinturas siempre tienen una —dijo mi mamá.
—¿Y Arturo y Flor? —pregunté.
—Están en casa; ellos también estaban preocupados por él —dijo Juan.
—Quiero ir a casa —dijo una voz débil y sin brillo; era Alessandro.
—Quiero ir a casa —tenía su cara llena de lágrimas.
—Pero no podemos... —mi papá me interrumpió.
—Claro que sí podemos, hablaré con los doctores y pediré tu alta —dijo mi papá.
—Amor —dijo mi mamá.
—Ya hablé con nuestro médico privado —aclaró. Salió de la sala y, a los minutos, volvió.
—Ya podemos ir —dijo.
Alessandro quiso sentarse, pero no podía. Se volvió a acostar, retorciéndose de dolor.
—Shhh, tranquilo —siseó mi mamá.
Alcé a Alessandro despacio en mis brazos y fuimos al auto. El chófer condujo con tranquilidad y a una velocidad lenta. Llegamos y entramos a dentro. Flor había arreglado la cama y la había hecho más suave. Dejé a Alessandro con mucho cuidado en ella. Salí y fui a la oficina de mi papá. Me ordenó que me sentara y eso hice.
—A partir de hoy empezarás a entrenar y aprenderás a usar un arma, y que esto no se vuelva a repetir —me miró con los ojos fríos.
—De acuerdo —me levanté y estaba por salir.
—Cuando termines de entrenar podrás volver a acostarte con Alessandro, pero por ahora no lo harás —exclamó.
—Como diga —salí y fui al comedor.
—¿Querés algo para comer? —preguntó mi mamá.
—No, pero de todas formas, muchas gracias —le dije.
Cuando habíamos cenado, el doctor vino le inyectó y revisó la salud de Alessandro. También le dio un suero y otras cosas, ya que no podía comer todavía. Me acosté en el suelo, mirando preocupado por él. Me dormí después de las doce de la noche.
Después me levanté; pude escuchar un quejido de dolor. Miré el reloj y eran las tres de la mañana. Alessandro estaba llorando, tapando su llanto con la almohada. Lo tomé de la mano.
—Me tocaron —dijo. Sentí un nudo en la garganta.
—Llorá todo lo que tengas que llorar, estoy acá. Perdón por haber llegado tarde —le dije, tragándome el llanto también.