**Sinopsis**
En un mundo donde la biología define roles y los instintos son incontrolables, dos hombres de mundos opuestos se ven atrapados en una ardiente atracción. Leon, un alfa dominante y poderoso empresario, ha rechazado el amor… hasta que Oliver, un omega dulce y sensible, entra en su vida como asistente. Lo que comienza como un deseo prohibido pronto se convierte en una intensa relación marcada por celos y secretos. Cuando verdades devastadoras amenazan con separarlos, deberán enfrentarse a su pasado y decidir si su amor es lo suficientemente fuerte para desafiar las estructuras que los mantienen apartados. ¿Están dispuestos a arriesgarlo todo por un futuro juntos?
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Capítulo 22: El Poder del Perdón
El día comenzó con una calma engañosa. Oliver se despertó entre sábanas suaves, la luz del sol se filtraba a través de las cortinas de su habitación, creando patrones dorados sobre la cómoda. Leon ya había preparado el desayuno, el aroma del café recién hecho y las tostadas calientes lo hicieron sonreír. Sin embargo, esa mañana, un nudo de preocupación se formaba en su estómago.
Mientras se sentaban a la mesa, Leon notó que Oliver no estaba completamente presente. —¿Todo bien? —preguntó con suavidad, su voz cargada de atención.
—Sí, es solo que... —Oliver vaciló, mirando por la ventana. El cielo azul contrastaba con sus pensamientos oscuros. —Mi mamá me llamó anoche. Me dijo que estaba sintiéndose mal.
Leon dejó su taza. —¿Mal? ¿Qué tiene?
Oliver respiró profundamente. —No lo sé exactamente. Solo que está enferma y eso me preocupa. Es raro que me lo diga así. Siento que hay algo más.
—¿Quieres que vayamos a verla? —sugirió Leon, apoyando su mano sobre la de Oliver. Era un gesto pequeño, pero en momentos como estos, era todo lo que necesitaban para sentirse unidos.
—Sí, creo que deberíamos —respondió Oliver, sintiendo que la conversación lo llenaba de alivio, aunque la ansiedad persistía. Sin embargo, su mente se convirtió en un torbellino de temores: la idea de perder a su madre era un pensamiento que apenas podía soportar.
Ambos se prepararon rápidamente y, tras un viaje en coche que pareció interminable, finalmente llegaron a la casa de los padres de Oliver. Al abrir la puerta, una mezcla de olor a medicinas y el rayo de luz que se filtraba por la ventana los recibió. La mirada de su madre, llena de fragilidad y preocupación, hizo que el nudo en su garganta se apretara aún más.
—Hola, mamá —dijo Oliver tímidamente, inclinándose para abrazarla. Ella lo envolvió con sus brazos, pero su fuerza había disminuido considerablemente.
—Hola, cariño. Gracias por venir —respondió su madre con una voz suave y quebrada. Luego, pudo ver a Leon, quien siempre había sido como un segundo hijo para ella—. Leon, mi querido, qué bueno verte.
—Es un placer, señora Roberts —respondió Leon con una calidez que ayudó a aliviar la tensión en la habitación.
Oliver condujo a Leon a la sala de estar, y ambos se sentaron en un sofá desgastado. La conversación fluyó como un arroyo apacible al inicio, hablando de anécdotas familiares y recuerdos de infancia. Pero pronto, la sombra de la enfermedad se cierne sobre ellos. La madre de Oliver cerró los ojos un momento, y al abrirlos, la franqueza apareció en su rostro.
—Oliver, hay algo que debo decirte —dijo ella, su voz temblorosa. —El médico me ha enviado a hacer una serie de estudios. Creen que podría tener algo grave. ¿Quieres que te cuente?
Oliver sintió que un frío recorrió su cuerpo. Los recuerdos de momentos alegres juntos comenzaron a desdibujarse. —¿Qué significa eso, mamá? —preguntó, intentando mantener la voz firme.
—Significa que esto podría ser serio, pero todavía no hay diagnóstico —ella suspiró—. Solo quiero que estés preparado, hijo.
Leon, sintiendo la creciente tensión, tomó la mano de Oliver y la sostuvo con fuerza. Podía sentir el dolor que emanaba de él. —Estamos contigo —dijo Leon, su tono firme y protegedor, como un escudo ante el dolor inminente.
La madre de Oliver sonrió con gratitud hacia Leon. —Eres un buen niño, Leon. Siempre estás ahí para mi hijo, y eso significa mucho.
Sin embargo, para Oliver, el tiempo parecía haberse detenido. Durante días, su mente estaba inquieta, marcada por los miedos de perder a su madre. Los estudios revelaron una enfermedad autoinmune potencialmente devastadora. Cada consulta, cada palabra, cada mirada se volvía más pesada. La lucha de su madre se convirtió en su propia lucha, afectando su relación con Leon.
Durante una de esas noches de hospital, después de un largo día de visitas, Oliver se encontraba sentado junto a la cama de su madre. Los monitores emitían un zumbido constante que casi parecía un murmullo de desasosiego. Leon estaba en la sala de espera, intentando darle espacio, aunque su corazón le pedía unirse a él.
—Mamá, estoy aquí —dijo Oliver, su voz apenas un susurro. —Estoy contigo. Nunca dejaré de estar contigo.
Ella sonrió débilmente y acarició su mano. —Sé que siempre estarás aquí, Oliver. Eres mi fuerza. Pero no quiero que esto te lastime. No quiero que te sientas atrapado.
Sus palabras fueron un eco de las inseguridades que había sentido en su relación con Leon. **¿Habría una forma de mantener su amor mientras lidiaba con esta carga?** Las interacciones con Leon comenzaron a llenarse de una tensión silenciosa, no por su deseo de dejar de estar juntos, sino por el miedo de que su angustia pudiera destruir todo lo que habían construido.
Esa noche, mientras volvían a casa, Oliver no pudo evitar sentirse distante. La atmósfera en el coche fue tensa; el silencio pesaba. Leon, a pesar de su habitual habilidad para leer entre líneas, no sabía cómo romper esa barrera.
—Oliver, ¿qué te pasa? —preguntó Leon finalmente, su voz suave pero firme. La preocupación lo consumía. —No me gusta verte así.
—No sé cómo manejar esto, Leon. Siento que tengo que ser fuerte, que debo lidiar con todo. Pero a veces me miro al espejo y no reconozco a la persona que veo.
—Está bien sentirse abrumado. No tienes que llevar toda esta carga solo —Leon tomó su mano con ternura—. Estoy aquí para ti. Siempre estaré aquí.
Oliver parpadeó, sintiéndose en conflicto. Había sido un error intentar bloquear a Leon en su momento de vulnerabilidad. —Lo siento. No debería estar alejándote —admitió con la voz cargada de arrepentimiento—. Te necesito, pero no quiero arrastrarte a este dolor.
Leon le devolvió la mirada con determinación. —No estoy aquí solo en los buenos momentos. Estoy aquí en los malos también. Así es como funciona. Quiero que hablemos de esto, pero también quiero que me permitas estar a tu lado.
Oliver sintió que una lágrima solitaria caía por su mejilla. El valor en la voz de Leon lo empujó hacia adelante, hacia la verdad que había estado evitando. —Me siento tan impotente. Siento que estoy perdiendo una parte de mí, y tengo miedo de no poder recuperarlo.
—El miedo es natural, pero no dejes que te consuma. A veces, los momentos más oscuros revelan las partes más brillantes de nosotros mismos. Debemos apoyarnos mutuamente en esto, y tal vez incluso aprender mucho sobre el poder del perdón —dijo Leon, sus ojos profundos llenos de sinceridad.
—¿Perdón? —preguntó Oliver, sintiendo que ese tema emergía con más peso del que podría soportar.
—Sí. Perdona a tu madre por sus luchas, perdónate a ti mismo por sentirte vulnerable, y perdóname a mí si en algún momento he sido una distracción. Quiero que sepas que el amor también significa encontrar la luz en medio de la oscuridad.
En ese instante, una chispa de entendimiento iluminó el corazón de Oliver. —Eres increíble, ¿lo sabías? —respondió, sintiéndose lleno de gratitud.
Leon sonrió y la tristeza en el rostro de Oliver siguió siendo evidente, pero esta vez con un rayo de esperanza brillando en medio del dolor.
La vida avanzó, y así como su relación, la conexión con su madre se transformó en un viaje hacia la redención y el perdón. Con cada visita al hospital, cada palabra de amor compartida, Oliver aprendió que perdonar no solo era una cuestión de dejar ir, sino también de abrirse a la posibilidad de un amor aún más profundo. Aprendió que, a través del dolor, se forjan los lazos más fuertes, y que tanto el amor de una madre como el de su pareja eran faros que siempre lo guiarían, incluso en las noches más oscuras.