¿Crees en el destino? ¿Alguna vez conociste a alguien que parecía tu alma gemela, esa persona que lo tenía todo para ser ideal pero que nunca pudiste tener? Esto es exactamente lo que le ocurrió a Alejandro… y cambió su vida para siempre.
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El reloj de arena
La cabaña era fría y oscura, iluminada apenas por la luz plateada de la luna. Alejandro y Luna estaban sentados frente al misterioso reloj de arena que habían encontrado en las ruinas de la capilla. Era pequeño, con un marco de bronce antiguo grabado con símbolos que ninguno de los dos podía descifrar. La arena, de un color dorado iridiscente, se deslizaba lentamente hacia el fondo, marcando el tiempo que parecía quedarles juntos.
—Cada vez que estamos juntos, la arena cae más rápido —susurró Luna, con la mirada fija en el objeto.
Alejandro, sentado a su lado, frunció el ceño.
—Es como si alguien o algo estuviera controlando cuánto tiempo podemos compartir.
Luna tomó su mano.
—¿Y si este reloj no es solo un recordatorio? ¿Y si es la llave para romper la maldición?
Alejandro asintió, aunque en su interior sentía un temor creciente.
—Entonces debemos protegerlo. Pase lo que pase.
La amenaza de Isabel
Mientras tanto, Isabel estaba en su casa, el rostro iluminado por la pantalla de su computadora. Había encontrado información sobre el reloj en una página oscura y olvidada de la web. La traducción de los símbolos revelaba que el reloj era un artefacto de un pacto antiguo, diseñado no solo para medir el tiempo, sino también para controlarlo.
El investigador privado la llamó en ese momento, interrumpiendo sus pensamientos.
—Señora, tengo información sobre dónde están Alejandro y Luna.
Isabel tomó su bolso y salió de casa con determinación.
La confrontación en la cabaña
Una hora después, Isabel irrumpió en la cabaña, empuñando un martillo pesado. Alejandro y Luna se pusieron de pie de inmediato, instintivamente colocándose frente al reloj.
—¡Isabel! ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Alejandro, visiblemente alarmado.
Isabel levantó el martillo, su mirada fija en el reloj.
—Esto es lo que los mantiene unidos, ¿verdad? Si lo destruyo, esta locura terminará.
—¡No sabes lo que estás haciendo! —gritó Luna, dando un paso hacia ella.
—¿No lo sé? —replicó Isabel, con una risa amarga—. Sé que este reloj es lo único que los conecta. Si desaparece, tú también lo harás, Luna.
Alejandro levantó una mano, tratando de calmarla.
—Por favor, Isabel, no hagas esto. No entendemos completamente lo que significa. Podría ser peligroso.
Isabel vaciló por un momento, su agarre en el martillo temblando. Pero entonces recordó todo lo que había perdido: el hombre que amaba, su vida perfecta.
—No me importa. Prefiero arriesgarme a seguir viéndote destruir lo que teníamos.
La lucha por el reloj
Antes de que Isabel pudiera actuar, Alejandro se lanzó hacia ella, intentando arrebatarle el martillo. El forcejeo fue torpe pero intenso, y el reloj cayó de la mesa, rodando hasta detenerse en el suelo. Luna gritó y corrió hacia él, recogiéndolo antes de que pudiera romperse.
—¡Detente! —gritó Luna, levantando el reloj frente a ellos—. No entiendes lo que está en juego.
Isabel se liberó del agarre de Alejandro, respirando con dificultad.
—Dime, Luna, ¿qué es lo que está en juego? ¿Tu amor eterno? ¿Mi familia? ¿Qué más puedo perder?
Luna la miró fijamente, sus ojos llenos de lágrimas.
—No se trata solo de nosotros. Si destruyes esto, podrías condenarnos a todos. Hay fuerzas más grandes que tú o yo en juego.
El aire en la habitación comenzó a cambiar, volviéndose más pesado, cargado de una energía que parecía pulsar desde el reloj. Los símbolos grabados en el marco comenzaron a brillar con una luz tenue.
—¿Qué está pasando? —preguntó Isabel, retrocediendo unos pasos.
Una visión del pasado
De repente, los tres fueron arrastrados a una visión colectiva. Se encontraron en una sala oscura, con el mismo reloj de arena sobre un pedestal. Una figura encapuchada se acercó, hablando en un idioma antiguo que ninguno entendía, pero cuyas palabras resonaban en sus mentes como si fueran recuerdos.
—El reloj marca el sacrificio —dijo la figura—. Solo cuando lo que más aman sea ofrecido, la maldición será rota.
La visión cambió a un campo de batalla, donde Alejandro y Luna, vestidos con ropas de otra época, se enfrentaban a un grupo de soldados. La escena terminó con ambos cayendo juntos, sus manos unidas mientras el reloj se vaciaba completamente.
Cuando regresaron al presente, todos estaban sin aliento. Isabel fue la primera en hablar.
—¿Qué significa eso?
—Que estamos atrapados en un ciclo —dijo Alejandro, mirando el reloj con renovado temor—. Cada vida, cada vez que nos encontramos, terminamos igual.
Luna apretó el reloj contra su pecho.
—Pero esta vez puede ser diferente.
La decisión de Isabel
Isabel miró a ambos, la confusión y el dolor luchando en su interior.
—¿Y qué se supone que debo hacer yo? ¿Simplemente aceptar que esto es más grande que todos nosotros?
—No tienes que aceptarlo —respondió Alejandro, mirándola con una mezcla de compasión y determinación—. Pero tampoco puedes detenerlo.
Isabel dejó caer el martillo al suelo, las lágrimas rodando por su rostro.
—Esto no es justo.
—Lo sé —dijo Luna suavemente—. Pero ninguna de nuestras vidas lo ha sido.
Un final inesperado
Antes de que pudieran decir más, la luz del reloj se intensificó. El marco comenzó a vibrar en las manos de Luna, y una voz resonó en la habitación.
—El tiempo se acaba.
Una nueva grieta apareció en el reloj, y la arena comenzó a fluir más rápido. Alejandro y Luna se miraron, sabiendo que el final estaba cerca, pero sin saber si era un final o un nuevo comienzo.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Luna, su voz apenas un susurro.
Alejandro tomó su mano con fuerza.
—Lo que siempre hemos hecho: luchar juntos.
El reloj quedó brillando intensamente, mientras Isabel miraba con horror, preguntándose si había cometido un error al dejarlos continuar. El sonido de la arena cayendo era lo único que rompía el silencio, marcando un destino que parecía inevitable.