Mi nombre es Carolina estoy casada con Miguel mi primer amor a primera vista.
pero todo cambia en nuestras vida cuando descubro que me es infiel.
decido divorciarme y dedicarme más tiempo y explorar mi cuerpo ya que mis amigas me hablan de un orgasmo el cual desconozco y es así como comienza mi historia.
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Capitulo 14
Carolina y Andrea entraron a la casa cargando las mochilas y bolsas del día. Andrea, siempre entusiasta, dejó caer su mochila en el sofá y se dirigió rápidamente hacia las escaleras.
—Mamá, voy a buscar el vestido que me pondré para la fiesta. Quiero algo bonito.
Carolina dejó las bolsas en la cocina y asintió con una sonrisa cansada.
—Está bien, hija. Pero no tardes mucho, quiero que también cenemos antes de arreglarnos.
Andrea asomó la cabeza desde las escaleras con una sonrisa traviesa.
—¿Y puedo escoger tu vestido también?
Carolina arqueó una ceja, divertida.
—Bueno, está bien, pero recuerda: algo sencillo. Ya sabes que no me gusta llamar la atención, y menos frente a tu padre.
Andrea rodó los ojos, fingiendo impaciencia.
—Mamá, por favor. Un poquito de estilo no le hace daño a nadie. ¡Déjamelo a mí!
Carolina rió mientras colgaba su bolso en la silla del comedor.
—Confío en ti, pero nada exagerado, Andrea. No quiero que tu padre me mire con esa cara de desaprobación de siempre.
Andrea subió corriendo las escaleras.
—¡Lo prometo, mamá! —gritó desde arriba.
Carolina suspiró, mirando por la ventana. Aún no estaba segura de querer asistir a la fiesta, pero Margaret había insistido tanto, y ahora Andrea parecía emocionada. No podía negarse.
"Un poco de distracción no me hará mal", pensó, aunque su mente seguía llena de dudas sobre Miguel y el estado de su matrimonio.
Carolina estaba terminando de preparar la cena cuando su teléfono comenzó a sonar. Lo tomó rápidamente al ver que era Patricia.
—Hola, Paty.
—Hola, Carol. Quería saber si vas a ir a la fiesta que nos invitó la señora Margaret.
—Sí, pienso ir. Estoy esperando a Miguel para invitarlo. Andrea está emocionada, ya está escogiendo nuestros vestidos.
—¡Qué bien! Oye, ¿puedo ir a tu casa para que nos vayamos juntas?
Carolina sonrió mientras revisaba el horno.
—Claro, Paty. Ven cuando quieras. Andrea y yo aún estamos terminando de arreglarnos, pero ya sabes que no tardamos mucho.
—Perfecto. Voy en un rato. Así vemos qué tal quedó Andrea con su vestido. ¡Seguro que se ve preciosa!
—Lo estará, como siempre. Nos vemos, entonces.
—¡Hasta pronto, Carol!
Carolina colgó el teléfono y miró el reloj. Aún era temprano, pero la preocupación por Miguel rondaba en su mente. ¿Aceptaría acompañarlas o buscaría una excusa como siempre? Suspiró, intentando no anticiparse, mientras servía un poco de jugo para Andrea, que bajaba emocionada con dos vestidos en mano.
—Mamá, mira estos dos. ¿Cuál te gusta más para ti?
—Andrea, uno sencillo, recuerda.
—¡Por eso traje este! —dijo, levantando uno de los vestidos con una sonrisa de satisfacción.
Carolina no pudo evitar reír.
—Está bien. Este será.
En el aeropuerto, Margaret observaba con impaciencia cómo los pasajeros comenzaban a salir por la puerta de llegada. Se ajustó el abrigo y miró a ambos lados, buscando a su nieta. Finalmente, vio a la pequeña Gabriela, de unos ocho años, corriendo hacia ella con una sonrisa radiante, seguida de cerca por su madre, Andrea.
—¡Abuela! —gritó Gabriela emocionada mientras se lanzaba a los brazos de Margaret.
—¡Hola, mi amor! ¿Cómo está lo más lindo de mi vida? —dijo Margaret mientras la abrazaba con fuerza y la llenaba de besos.
—¡Bien, abuela! Te extrañé mucho.
Andrea llegó con una sonrisa cansada y un par de maletas a cuestas.
—Hola, Margaret.
—Andrea —respondió Margaret, con un tono cortés pero distante—. Gabriela, mira lo que te traje.
Sacó de su bolso una caja pequeña con un lazo dorado. Gabriela la abrió emocionada, revelando una hermosa muñeca de porcelana vestida de gala.
—¡Es preciosa, abuela! ¡Gracias!
Margaret sonrió cálidamente a su nieta, pero su expresión cambió al mirar a Andrea.
—Tu papá no pudo venir, mi amor, pero aquí estoy yo para recibirte como siempre.
Gabriela bajó la mirada, un poco desanimada.
—¿Por qué no vino? ¿Está ocupado?
Margaret suspiró y acarició el cabello de su nieta.
—Sí, mi amor. Tiene mucho trabajo, pero seguro que te llamará más tarde.
Andrea bufó suavemente, lo suficiente para que Margaret la escuchara.
—Como siempre, irresponsable —murmuró Andrea.
Margaret la fulminó con la mirada.
—Andrea, no es momento para esto. Lo importante es que Gabriela esté feliz y que ya esté en casa.
Andrea alzó las manos en un gesto de rendición.
—No quiero discutir, Margaret.
Vámonos, Gabriela, iremos a la empresa a darle una sorpresa a tu padre.
Margaret tomó la mano de su nieta mientras salían juntas del aeropuerto, dejando a Andrea cargar con las maletas y un evidente aire de tensión.
Margaret salió del aeropuerto con Gabriela de la mano, mientras su chofer esperaba cerca del auto. Con un gesto, le indicó que tomara las maletas de la niña. Andrea, cargando su propia maleta, las siguió de cerca con el ceño fruncido.
—¿Piensas dejarme aquí, Margaret? —preguntó Andrea con tono molesto.
Margaret se detuvo y giró para mirarla, manteniendo su habitual aire de autoridad.
—Bueno, Andrea, no puedo llevarte conmigo. Gabriela y yo iremos directamente a la empresa. Tú puedes tomar un taxi.
Andrea apretó los labios y sostuvo la mirada de Margaret.
—¿De verdad? ¿No puedes siquiera ser un poco más considerada?
Margaret alzó una ceja y respondió con calma.
—Mi prioridad es mi nieta, Andrea. Y tú siempre has sabido que nuestras reuniones son... incómodas, por decir lo menos.
—¿Incómodas? Claro, Margaret, como si yo fuera la única responsable de eso.
Gabriela, al ver la tensión, miró a su madre con nerviosismo.
—Mamá, no pasa nada. Yo puedo ir con la abuela.
Andrea suspiró profundamente y puso una mano en el hombro de su hija.
—Está bien, cariño. Anda con tu abuela. Nos vemos en casa más tarde.
Margaret le dio una mirada de aprobación a Gabriela y luego volvió a dirigir su atención a Andrea.
—Es lo mejor. No queremos discutir frente a la niña, ¿verdad?
Andrea solo negó con la cabeza, conteniendo su enfado, mientras Margaret y Gabriela subían al auto. Antes de entrar, Margaret miró al chofer.
—Asegúrate de que Andrea encuentre un taxi. No quiero que me acusen de irresponsable.
Andrea cruzó los brazos; en ese momento llegó el taxi, mientras observaba cómo el auto arrancaba, llevándose a su hija.