En un remoto pueblo donde la niebla nunca se disipa, se encuentran vestigios de un antiguo secreto que atormenta a sus habitantes. Cuando Clara, una joven periodista, llega en busca de respuestas sobre la misteriosa desaparición de su hermana, descubre que cada residente guarda un oscuro pasado.
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Capítulo 22: El Legado de los Guardianes
La mañana siguiente al Ritual de la Alianza, San Everardo despertó con una atmósfera nueva. Los aldeanos, por primera vez en generaciones, se sentían en paz, como si un peso invisible se hubiera levantado de sus hombros. Clara, Samuel y Tomás también experimentaron esa calma, aunque una sensación inquietante permanecía en sus corazones. Sabían que la sombra había sido desterrada, pero que el verdadero desafío podría aún estar por llegar.
Clara se despertó temprano y salió a caminar por el bosque. Con cada paso, sentía que algo la llamaba, una presencia tenue pero persistente que la guiaba hacia el lugar donde, según los relatos de su abuela, el primer ritual de los guardianes había tenido lugar siglos atrás.
Samuel y Tomás la encontraron junto al lago al amanecer, atraídos también por el mismo llamado invisible. Al ver a Clara allí, supieron que algo importante estaba a punto de suceder.
—¿También sentiste esta presencia? —preguntó Samuel, mirando el agua tranquila.
Clara asintió, observando el reflejo del sol naciente en el lago.
—Es como si los espíritus de los antiguos guardianes intentaran comunicarse con nosotros. Desde el ritual de anoche, siento una conexión más fuerte con nuestro linaje. Hay algo que aún debemos entender —dijo, su voz reflejando la solemnidad del momento.
En ese instante, una figura etérea comenzó a materializarse sobre el lago. Era la forma de una mujer anciana, cuya apariencia emanaba sabiduría y serenidad. Clara reconoció de inmediato a su abuela María, aunque parecía más joven y radiante que en sus recuerdos.
—Abuela… —murmuró Clara, conmovida.
La figura de María sonrió, y su voz resonó como un eco en el viento.
—Clara, Samuel, Tomás… el ritual de anoche fue solo el inicio de una nueva era para San Everardo. Los guardianes de la luz y la sombra deben permanecer unidos, no solo para proteger este lugar, sino para guiar a sus habitantes hacia un futuro más equilibrado. Pero hay algo que aún no habéis comprendido.
—¿Qué es, abuela? —preguntó Clara, sintiendo que cada palabra era crucial.
María se dirigió a los tres, su mirada intensamente penetrante.
—La alianza entre la luz y la sombra no es una simple elección; es un compromiso diario. La oscuridad no desaparece para siempre, y la luz tampoco es constante. Debéis estar preparados para los momentos en que uno de vosotros se vea tentado por la sombra. Es entonces cuando el otro deberá ofrecer su apoyo, para que el equilibrio nunca se rompa.
Tomás, visiblemente conmovido, asintió, recordando los años de aislamiento y resentimiento que había albergado en su corazón. Sabía que sus propios temores aún podían convertirlo en un blanco fácil para la oscuridad. Sin embargo, esta vez, miró a Clara y a Samuel con determinación.
—No siempre he sido capaz de aceptar la luz —dijo en voz baja—. Pero ahora, con vosotros, me siento más fuerte. No estoy solo en esta lucha.
María sonrió y extendió una mano hacia ellos.
—Siempre estarán acompañados por la energía de todos los guardianes que han venido antes. Nunca olvidéis que la verdadera fortaleza está en la unión. Y recordad: cuando el equilibrio se rompe en uno, los otros deben ayudar a restaurarlo.
Dicho esto, la figura de María comenzó a desvanecerse lentamente. Antes de desaparecer por completo, dejó caer algo en el lago: una pequeña piedra blanca que resplandecía bajo la superficie. Clara la recogió cuidadosamente, sintiendo una energía vibrante en su interior.
—Es el símbolo de nuestra alianza —explicó María, su voz cada vez más tenue—. Mientras esta piedra permanezca intacta, el vínculo entre vosotros tres será irrompible.
La figura se desvaneció, dejando una paz profunda en el aire. Clara, Samuel y Tomás se miraron con una mezcla de reverencia y compromiso. Sabían que esta alianza iba más allá de ellos mismos; era un pacto con sus ancestros y con el futuro de San Everardo.
De regreso al pueblo, Clara colocó la piedra en el centro de la plaza, donde todos los aldeanos pudieran verla. Explicaron a la comunidad el propósito de ese objeto, y el pueblo entendió que San Everardo estaba protegido no solo por tres guardianes, sino por una cadena de generaciones comprometidas con la armonía y el equilibrio.
Los días transcurrieron en paz, y cada habitante del pueblo comenzó a ver la luz y la sombra de una forma diferente, como dos partes inseparables de su propia naturaleza. A medida que el tiempo pasaba, Clara, Samuel y Tomás continuaron sus vidas como los guardianes de San Everardo, comprometidos a proteger el equilibrio que sus antepasados les habían confiado.
Sin embargo, sabían que algún día la sombra podría volver, y que tal vez serían otros quienes se alzaran para enfrentarla. Pero mientras aquella piedra blanca permaneciera en la plaza, San Everardo recordaría siempre el legado de los guardianes y la promesa de un futuro en paz.
Así, el ciclo de luz y sombra continuaría, en una danza eterna, guiada por aquellos que nunca dejarían de proteger San Everardo y sus secretos.