está es la historia de Betty una jovencita luchadora , positiva y humilde; que sin querer atrae la atención de un hombre que es lo opuesto a Betty.
Antoni Santino un hombre con cicatrices del pasado ,desconfiado y cerrado al amor.
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Capítulo 22: La llegada de Antonia
El dolor era incesante, desgarrador, como si alguien hubiese clavado un hierro candente en su vientre. Betty jadeaba, su cuerpo temblaba mientras las contracciones se volvían más y más intensas. Sabía que el momento había llegado, que su hija estaba a punto de nacer, pero la realidad de estar sola, lejos de su familia y de quienes amaba, la llenaba de una profunda angustia.
—¡Ayuda!, gritaban las personas que la llevaban, y Betty con desesperación, aferrándose a la poca fuerza que le quedaba suplicaba que no dejarán morir a su hija. La anciana apareció en el umbral de la puerta, con una serenidad inquietante, como si ya hubiera vivido esa escena incontables veces. Su nieta, una joven de cabello trenzado y ojos brillantes, la seguía de cerca con una expresión de preocupación.
—Tranquila, niña, murmuró la anciana con voz calmada, acercándose a Betty y tomando su mano temblorosa. —El bebé está por llegar, pero necesitamos que resistas un poco más.
Betty asintió, aunque el miedo la paralizaba por dentro. Se preguntaba cómo había llegado a esa situación, tan lejos de todo lo que conocía, de todo lo que alguna vez había imaginado para sí misma. Pero ahora no había tiempo para lamentarse; su hija dependía de ella.
La anciana comenzó a preparar una infusión de hierbas que sacó de un cajón antiguo. El olor a tierra y hojas secas llenó el pequeño cuarto, mientras la joven ayudaba a su abuela, buscando mantas limpias y agua caliente.
—Esto te ayudará con el dolor y facilitará el parto, dijo la anciana, acercando la taza humeante a los labios de Betty. Ella dudó un instante, pero luego bebió el líquido amargo, sintiendo cómo el calor se esparcía por su cuerpo.
Las contracciones continuaron, y la anciana le indicó que comenzara a pujar. Betty, entre gritos y lágrimas, hizo lo que le pedían. El dolor era indescriptible, y cada vez que pensaba que no podía más, la anciana la animaba con palabras suaves pero firmes.
—Vamos, niña, falta poco. Tu bebé te necesita, repetía la anciana, mientras su nieta traía el alcohol y los paños limpios que iban a utilizar.
Betty cerró los ojos, tratando de concentrarse en otra cosa que no fuera el dolor. Pensó en su vida antes de todo esto, cuando aún creía que su futuro sería tan simple como formar una familia feliz junto a Antoni. Pensó en sus padres, en sus amigos, en cómo había imaginado que su primer parto sería en un hospital, rodeada de seres queridos, y no en un lugar desconocido, asistida por extraños.
Las horas pasaron lentas, marcadas por los truenos que resonaban en la distancia y la lluvia que golpeaba con fuerza el techo. La tormenta a fuera parecía reflejar la tormenta interna que Betty experimentaba. El agotamiento la invadía, pero la voz de la anciana la mantenía consciente, recordándole que no podía rendirse.
Finalmente, después de mucha espera, Betty sintió una presión diferente, una sensación de liberación. La anciana le indicó que diera un último esfuerzo, y con un grito de dolor y alivio, Betty empujó una vez más. De repente, la habitación se llenó de un llanto suave y agudo.
— ¡Es una niña!, dijo la anciana, con una pequeña sonrisa mientras sostenía al bebé en sus manos. La nieta de la anciana envolvió a la recién nacida en una manta y se la entregó a Betty, quien, temblando de cansancio, la recibió en sus brazos.
Betty la miró con ojos llenos de lágrimas, su corazón desbordándose de amor al ver a su hija por primera vez. La bebé tenía la piel suave, arrugada por el líquido amniótico, y su cabecita estaba cubierta por una fina capa de cabello oscuro. Con cuidado, Betty acercó a la pequeña a su pecho, besando su frente con ternura infinita.
—Te amo, mi niña, susurró, dejando que las lágrimas cayeran libremente. —Te amo tanto mi pedacito de cielo".
La anciana, con la misma calma que había mostrado durante todo el proceso, le recomendó que amamantara a la bebé. — Es importante que reciba el calostro, es lo mejor que puedes darle en estos primeros momentos, explicó. Betty, sin dejar de mirar a su hija, guió el pequeño rostro hacia su pecho. La bebé, con movimientos torpes pero decididos, encontró el pezón y comenzó a succionar.
Era una sensación nueva y extraña, pero Betty la aceptó con alegría, acariciando la carita de su hija con sus dedos. Los pequeños ojos de la bebé trataron de abrirse, parpadeando con esfuerzo. Betty sonrió, sintiendo una conexión indescriptible.
— Bienvenida, querida hija, dijo con voz suave, mientras la bebé seguía mamando. —Soy tu mamá, qué hermosa eres... tienes los lindos ojos verdes de tu papá".
El cansancio de las horas de parto comenzaba a ceder al amor y la alegría que sentía al sostener a su hija en brazos. A pesar de todo el dolor y la soledad, Betty sabía que ahora no estaba sola. Tenía a Antonia, y eso era lo único que importaba en ese momento.
Mientras Betty se acomodaba en la cama, con la pequeña Antonia dormida sobre su pecho, la tormenta afuera comenzaba a ceder, como si el mundo hubiera decidido otorgarle un momento de paz tras el caos.
En la clínica, Amanda lucha por recordar:
Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Amanda luchaba por abrir los ojos. Estaba en una cama blanca, rodeada de un olor a desinfectante y a medicina. Sus pensamientos eran confusos, y sentía un dolor punzante en la cabeza y en la pierna. A su lado, James estaba sentado, sosteniendo su mano con una expresión de preocupación.
—Amanda, ¿puedes oírme?", preguntó James, apretando suavemente su mano.
Amanda intentó hablar, pero su garganta estaba seca y las palabras salieron entrecortadas. —¿Qué... qué pasó?
—Tuviste un accidente, Amanda. Estás en la clínica, pero estás a salvo, explicó James, tratando de sonar tranquilizador. Pero Amanda notó la tensión en su voz, algo que no podía ocultar.
De repente, como un rayo, los recuerdos comenzaron a regresar a su mente. Recordó estar en el coche con Betty, dirigiéndose al aeropuerto. Recordó la conversación que tenían, hablando del futuro. Luego, un ruido ensordecedor, un impacto... y todo se volvió negro.
—Betty..., susurró Amanda, sintiendo cómo el pánico la envolvía. —¿Dónde está Betty?
James tragó saliva, sin saber cómo darle la noticia. —Amanda, los paramédicos solo te encontraron a ti. Dijeron que cuando llegaron, no había nadie más en el coche".
Los ojos de Amanda se llenaron de lágrimas, y un sollozo desgarrador salió de su pecho. —¡No puede ser! ¡Tienes que encontrarla, James! ¡Por favor, no puede estar sola!"
—Voy a hacer todo lo posible, respondió James con firmeza, aunque la incertidumbre pesaba sobre él. Mientras Amanda lloraba, él sacó su teléfono y llamó a los padres de Antoni, para informarle el accidente y la desaparición de Betty.
Esteban se entera:
En su oficina, Esteban revisaba algunos documentos cuando su teléfono sonó. Al ver que era su hermana Amanda, respondió de inmediato, esperando escuchar su voz alegre como de costumbre.
Pero en lugar de eso, escuchó el llanto desesperado de Amanda al otro lado de la línea.
—Esteban... necesito que vengas... ha pasado algo terrible".
El corazón de Esteban se detuvo un segundo.
—¿Qué ha pasado, Amanda? ¿Estás bien?
—Estoy en la clínica... tuvimos un accidente... pero no sé nada de Betty... No sé dónde está, sollozó Amanda, sus palabras entrecortadas por el dolor y el miedo.
Esteban no lo pensó dos veces. —Voy para allá. No te preocupes, Amanda, voy a encontrar a Betty".
Con esas palabras, dejó todo lo que estaba haciendo, tomó sus cosas y salió corriendo de la oficina. No importaba nada más en ese momento, que saber cómo estaba su hermana, encontrar a Betty, y llevarlas con el devuelta a los angeles.
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