LA VETERANA: ¡NO ERES MI TIPO! ALÉJATE
María Teresa Andrade, dueña de una pequeña tienda de esencias naturales y exóticas para postres, lleva una vida tranquila tras diez años de viudez. A sus 45 años, parece que el amor es un capítulo cerrado...
Hasta que Marcello Dosantos, un carismático repostero diez años menor, entra en su vida. Él es todo lo que ella intenta evitar: extrovertido, apasionado, arrogante y obstinado. Lo opuesto a lo que considera "su tipo".
Es un juego de gato y ratón.
¿Logrará Marcello abrirse paso hasta su corazón?
María Teresa deberá enfrentar sus propios miedos y prejuicios. ¿Será capaz de rendirse a la tentación de unos labios más jóvenes?
¿Dejará de ser "LA VETERANA" para entregarse al amor sin reservas? O, como insiste en repetir: “¡No eres mi tipo! ALÉJATE”
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16. Lo importante es el gusto.
Llegan al evento, y Roqui, con toda confianza, toma a María Teresa de un lado y a Marla del otro. Sonríe satisfecho, disfrutando de su astucia para mantener a su amiga cerca y lejos de ese gusano.
—Adelántense, mientras yo espero a Fermín —propone María Teresa, mirando hacia la carretera, atenta por si aparece el coche.
Roqui frunce el ceño como si acabara de morder un limón. La sola mención de Fermín le causa molestía. No soporta la idea de que ese "matacho" se acerque a ellos; con ese horripilante sastre que lleva, arruinará el efecto que espera dar con sus diseños.
—No, mi vida. Tú llegaste con nosotros y entras con nosotros —declara con firmeza, colocando las manos en la cintura en forma de jarros—. Agárrate y deja el berrinche.
—Prima, no le des vueltas. Ese tipo tiene un "no sé que" que no me gusta, de solo pensar en él se me eriza la piel —interviene Marla mostrándole los vellos de sus brazos.
—Pero… —quiere defenderlo; sin embargo, sabe que eso es como gastar pólvora en gallinazo.
—Las entradas las tiene Fermín —suspira María Teresa, frustrada. Aprecia mucho a sus amigos, pero no quiere parecer desagradecida con Fermín; después de todo, durante años ha sido su paño de lágrimas.
—¡Ay, mi amor! No te preocupes por eso. Mi amigo dejó una extra —Roqui sonríe con aire triunfante, al tener ese as bajo la manga.
Finalmente, María Teresa cede, resignada al hecho de que Fermín se ha demorado demasiado. Lo que no sabe es que Roqui, con su singular agilidad para retener estorbos, le pidió a uno de sus empleados que le causara un pequeño choque para retrasarlo.
—Bueno, mis amores, no basta con llevar un vestido divino. Hay que saber lucirlo. Así que, ¡a contonear esos culos con elegancia y delicadeza! Nada de verse vulgares ni necesitadas, ¿entendido?
Roqui las observa para que no haya nada fuera de lugar. Que ni una arruga traicione su perfección. Retoma su postura altiva de macho femenino, arrancando risas a sus amigas.
Al ingresar al salón, el impacto es inmediato. Justo como Roqui anticipó, las miradas de los presentes se centran automáticamente en ellos. Incluso la de un par de amigos que desde lo alto los observan.
—Mis musas, nada de caminar como osos pandas o avestruces en fuga —les susurra con tono firme—. Hoy es mi renacer… y es gracias a ustedes. Las amo.
Marla, siempre observadora, gira delicadamente la cabeza, escaneando el lugar con gracia.
—Amigo, esto está lleno de buen ganado. Mira ese ramillete —comenta con una sonrisa traviesa, su mirada paseándose rápidamente por los caballeros del lugar—. Definitivamente, hay para escoger a la carta.
María Teresa sonríe; esas pequeñas locuras son las que ama de ellos. Mientras sus amigos disfrutan del ambiente, ella examina cada detalle del lugar, quedando maravillada.
El salón irradia elegancia y encanto. Cada rincón parece diseñado para deslumbrar.
En puntos estratégicos, hay pequeñas estaciones gourmet que han sido instaladas para los exclusivos reposteros, quienes trabajan con la precisión de un artista, deleitando a los comensales.
Sus manos, con la destreza de un arquitecto y la experiencia de un ingeniero, mezclan ingredientes y decoran cada creación con una magia que despierta los paladares de los asistentes.
Cada postre es una obra maestra, una creación única: tartaletas minimalistas adornadas con frutas exóticas, suflés elevados a la perfección y chocolates moldeados en finas esculturas. Se mezclan colores y texturas inesperadas, mientras otros desbordan aromas dulces o ácidos que inundan el lugar con un sutil encanto.
El murmullo de las conversaciones se entrelaza con las notas de la "Octava Sinfonía de Beethoven", envolviendo a los asistentes en una atmósfera de paz y sofisticación.
Ninguno de los invitados puede evitar admirar cómo cada detalle ha sido cuidadosamente planeado y está siendo ejecutado con absoluta perfección, desde la disposición impecable de los utensilios hasta la fluida agilidad con la que los camareros se deslizan entre ellos.
—Se nota que no escatimaron en lo más mínimo —comenta Roqui con un brillo de emoción en los ojos—. Creo que hoy subiré unos cuantos kilos y gastaré unos cuantos reales, porque no me iré sin probar al menos cinco postres.
—¿Saben cuánto cuesta cada cosita de esas? —pregunta María Teresa, haciendo un gesto con la mano para enfatizar lo pequeños que son.
—Eso no importa. Lo importante es el gusto que le daremos a nuestro paladar —responde Marla, sacando de su bolso la tarjeta con aire triunfal—. Recuerden, todo es cortesía del idiota.
—Hagamos nuestro pedido ya —dice Roqui mientras desbloquea su teléfono—. Aquí todo se ordena de manera electrónica.
—Mejor pasemos primero a una de las estaciones a degustar algo —sugiere María Teresa, visiblemente curiosa.
De pronto, Roqui se detiene en seco y las toma del brazo, casi inmóvil. Su corazón late con fuerza, su respiración se entrecorta y parpadea varias veces, tratando de confirmar lo que ve.
—¿Qué pasa ahora? —pregunta Marla, volviéndose hacia él.
María Teresa se sorprende por su actitud y sigue su mirada. Al Igual que Marla. Ambas tardan unos segundos en captar quién lo ha dejado sin palabras.
—¿Es Joniel Parker? —susurra Marla, claramente sorprendida—. Te juro que, si no fuera por el lunar en su mejilla y el color oliva de sus ojos, jamás lo habría reconocido. ¡Está hecho un mango! ¡Mierda que hombre!
—¡Dios mío! —murmura María Teresa, recorriéndolo con la mirada de pies a cabeza. Su traje de diseñador gris se ajusta perfectamente, resaltando sus músculos, mientras el reloj Rolex en su muñeca brilla con discreta elegancia.
—Diría que más que eso... parece todo un dios griego. Pero, ¿realmente habrá reformado? Porque, hasta donde recuerdo, él era un gay declarado —añade, entornando los ojos con escepticismo.
—¿Y quién te dijo que alguien puede dejar de ser un "macho femenino" de la noche a la mañana? —responde Roqui con sarcasmo, sin despegar la vista de él. En sus ojos hay una mezcla de asombro y deseo.
Ese hombre fue el primero en enseñarle las mieles del amor, el mismo que lo ayudó a descubrir su verdadera inclinación sexual. Fue quien lo enfrentó con una verdad que él no estaba preparado para aceptar.
En aquel entonces, era un joven viviendo en una época y en un país donde desear a alguien del mismo sexo se consideraba no solo un sacrilegio, sino el peor de los delitos. La presión social y los prejuicios lo llevaron a negarse a sí mismo durante mucho tiempo.
Solo con la madurez logró aceptar su realidad y reconocer que era un hombre con un alma femenina, una combinación que lo hacía único y auténtico.
Joniel, aparentemente incómodo, siente la mirada intensa sobre él. Gira bruscamente para buscar a los culpables y su mirada choca directamente con la de Roqui. Por un instante, el tiempo parece detenerse.
Roqui siente que todo su cuerpo tiembla y que el calor sube hasta su rostro, dejando sus mejillas encendidas. Pero Joniel, tras unos segundos de observarlo, desvía la vista sin darle mayor importancia, enfocándose nuevamente en la mujer a su lado.
Esa indiferencia, lejos de calmar a Roqui, lo enciende aún más. Su frustración se convierte rápidamente en un desafío, en un recuerdo que no piensa dejar pasar.
—¡Espera un momento! ¿A dónde crees que vas? —exclama Marla, deteniéndolo justo a tiempo al agarrarlo del brazo—. ¿Acaso no viste el anillo que lleva en el dedo?
—¿Anillo? ¡Ja! Ese hombre me provocó. Él robó mi virginidad. ¡Ahora me mira con esos preciosos luceros como si quisiera devorarme y luego tuvo el descaro de despreciarme!
—Yo solo vi que te observó, y te recuerdo que durante toda la secundaria lo despreciaste tú —interviene María Teresa, intentando razonar con él.
—¡Eso no le da derecho a traicionar a nuestro género! —protesta Roqui, frunciendo el ceño con determinación.
Marla, al darse cuenta del inminente peligro, decide distraerlo.
—Primis, mejor ve por unas bebidas y nos encontramos en el jardín —propone con una sonrisa diplomática.
—Está bien —responde María Teresa, aceptando, mientras camina despacio y continúa apreciando el lugar.
—Pensé que no volvería a verte…
Joniel Parker