En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea
NovelToon tiene autorización de Tomás Verón para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 9
Regresé al hostal cerrando la puerta detrás de mí y me dejé caer al suelo. El cansancio me invadía. Había tenido que correr mucho más de lo que esperaba.
Por suerte no había comido nada antes de salir; con la cantidad de esfuerzo físico, probablemente lo habría vomitado.
Estuve fuera al menos dos horas, aunque se sintieron como una eternidad. Los infectados al este de Bariloche parecían multiplicarse. Era extraño: cuando venía del cerro Campanario, no había tantos.
Me tomé un momento para recuperar el aliento. Cuando mi respiración se estabilizó, me esforcé por levantarme.
Dejé la mochila sobre una de las mesas y comencé a revisar lo que había conseguido:
•Pilas, de una tienda de electricidad al frente del hostal.
•Un pequeño kit de costura, encontrado en la sastrería junto al edificio.
•Cuerdas, pinzas, clavos y tijeras, de una ferretería a la vuelta.
•Vendas, dos camperas impermeables, gorros y guantes, rescatados de una tienda de deportes cercana.
•De la farmacia al sureste, logré conseguir gasas, curitas, agua oxigenada y algodón, aunque tuve que sortear varios infectados para entrar. Desafortunadamente, todos los medicamentos estaban vencidos.
El recorrido no fue sencillo. Un grupo de infectados me vio y comenzó a seguirme. Tuve que perderlos adentrándome por galerías y callejones. Por suerte, logré salir ileso.
"Al menos no tuve que ir al hospital", pensé. Ese lugar sería aún más peligroso.
Agarré el kit de costura y las cosas de la farmacia, y fui a la habitación donde Nadiya descansaba.
Al entrar, la encontré dormida, tranquila. Me quedé observándola por unos segundos.
"¿Por qué se parece tanto?"
Ese pensamiento me atormentaba desde que la rescaté en el hotel. Si no fuera por ese parecido, probablemente la habría dejado a su suerte. No sería la primera vez que abandono a alguien... pero con ella era diferente.
"La extraño"
Respiré hondo, tratando de recuperar el control de mis emociones. Dejé los suministros sobre la mesita de noche y me llevé la bandeja con el plato vacío que ella había comido antes. Después de dejarla en la cocina, regresé y me senté en la silla junto a su cama.
Le toqué el hombro con suavidad para despertarla.
— Ey... ya volví. Debo cambiarte y curarte la herida.
Nadiya abrió los ojos lentamente y se frotó el rostro con las manos. Cuando me vio, sus ojos brillaron.
— Has vuelto... ¿estás bien? ¿Cómo te fue? –empezó a incorporarse en la cama.
— Ey, tranquila. –Le ayudé a acomodarse hasta que quedó sentada, con la espalda apoyada en el respaldo.
Vertí un poco de agua oxigenada sobre mis manos para desinfectarlas y extendí la palma hacia ella.
— Dame tu mano vendada.
Ella asintió y me la entregó. Con cuidado, comencé a retirar el vendaje. La herida había dejado de sangrar, pero seguía abierta.
— Esto dolerá un poco. –Le acerqué un trapo–. Muérdelo. Si necesitas gritar, el trapo ahogará el sonido.
Nadiya obedeció, poniéndose el trapo en la boca. Su respiración era calmada y serena, como si confiara completamente en mí.
Suspiré y empapé un algodón con agua oxigenada antes de empezar a limpiar la herida. Aunque hacía muecas de dolor, Nadiya se esforzaba por soportarlo.
Cuando terminé, tomé la aguja del kit y la desinfecté con más agua oxigenada. Luego, enhebré el hilo.
— ¿Lista?
Ella cerró los ojos y asintió, desviando el rostro hacia un lado. Comencé a suturar la herida. Podía sentir cómo sus pies se movían ligeramente bajos las mantas, tratando de aliviar el dolor. Finalmente, corté el hilo y la miré.
— Excelente. Te ganaste un chocolate. –Saqué una barra de mi campera y se la entregué.
Nadiya retiró el trapo de su boca, sonriendo.
— Gracias... por todo. –Tomó el chocolate y me miró con gratitud.
Mientras ella comenzaba a disfrutar el dulce, coloqué una gasa limpia sobre la herida y la cubrí con un vendaje firme, pero que le permitiera mover la mano con mayor comodidad. Había aprendido a vendar de esta forma durante mis años practicando boxeo.
— Listo. Como nueva. Dentro de poco podrás mover la mano sin que te duela tanto.
Ella me miró con curiosidad.
— Sabes mucho de esto. ¿Eres médico?
Sonreí suavemente.
— No, nada de eso. De joven hacía mucho deporte. Aprendí algunos primeros auxilios básicos en varias de las instituciones donde prácticaba
Nadiya sonrió también, pero con una calidez que me desarmó.
— ¿Hace cuánto estás vagando solo? –preguntó después de una pausa, su tono lleno de cautela.
Incliné la cabeza hacia atrás, pensativo.
— Desde la última vez que viajé con alguien... creo que han sido tres o cuatro años. Mi último compañero murió en un sanatorio mientras buscábamos suministros.
Era otra de las razones,por las cuales no quise ir al hospital a por recursos.
— Ya veo... Pensé que llevabas más tiempo solo. –Se recogió un mechón de cabello tras la oreja.
— Antes de eso, estuve dos años solo. Así que, en total, llevo seis años vagando solo en este infierno. ¿Y tú?
— Dos años. Pasé por varios grupos y compañeros, pero por cosas del destino... siempre termino sola. –Se miró las manos y guardó silencio.
— Tu mano derecha... ¿Cómo perdiste los dedos? ¿Fue en el hotel, con esos hombres?
Nadiya negó con la cabeza.
— No. Fue hace años. Una compañera y yo conocimos a una familia que parecía amable. Nos alimentaron y cuidaron, pero luego descubrimos que eran caníbales. Mi compañera no lo consiguió... Yo perdí los dedos enfrentándome a uno de ellos para escapar.
Su voz era melancólica, teñida de un dolor antiguo.
— La gente se ha vuelto loca. A veces no sé si es peor un infectado o un humano. –Hablé con seriedad, suspirando.
Ella me miró, con una pequeña sonrisa en los labios.
— Yo pensaba igual... hasta que te conocí. Tú me devolviste la esperanza de que aún hay bondad en este mundo cruel.
Sus palabras atravesaron algo en mi interior, algo que creía muerto. Pero debía ser honesto.
— Me haces acordar a alguien que amé mucho. Por eso te ayudé. Si no fuera por ese parecido... probablemente te habría dejado en ese hotel.
Su expresión de gratitud se apagó levemente, pero no podía mentirle. No era el héroe que ella pensaba. Actualmente no me considero una buena persona como ella piensa.