Siempre he pensado que el hombre que nace malo, nunca en su vida vuelve a recuperar la bondad de su corazón, nadie se hace malo porque quiere, la vida, la sociedad y el mundo te obligan.
Pero que haces si a tu vida llega una persona que no te teme y que cambia el rumbo de tus pensamientos.
Soy Jarek y necesito una madre para mi hijo, no importa lo que tenga que hacer para conseguirla.
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Capítulo 21: El secuestro de Paulina
La casa de campo se había convertido en un refugio de paz.
Paulina, que toda su vida había estado encerrada bajo el control de Dalila, miraba el horizonte con ojos asombrados.
Para ella, todo era nuevo: el aire limpio, el sonido de los ríos, el simple hecho de poder caminar libre entre los jardines sin miedo a un castigo.
Victoria la había tomado bajo su protección, la trataba como a una hermana, con su cercanía le mostro lo que era ser cuidada con cariño y no con cadenas.
Alma, la abuela, la observaba con ternura, consciente de lo mucho que había sufrido.
Y Dylan, aunque con miedo de lo que Jarek podría pensar por sus sentimientos hacia ella, no se apartaba de su lado y estaba empezando a quererla cada día más.
Pero esa felicidad que sentían en el momento no duraría mucho tiempo.
Dalila caminaba furiosa de un lado a otro en su sala.
—Esa ingrata disfruta de la libertad que yo nunca quise darle —escupió, con los ojos llenos de odio—. ¡Paulina es mía, siempre será mía!
Demetrio la escuchaba en silencio, mientras afilaba un cuchillo entre sus dedos.
—Si la quieres de vuelta, no es tan difícil. Está demasiado protegida, sí… pero para mí nada es imposible.
Cinthya arqueó una ceja, con su voz cargada de veneno.
—Si lo que queremos es herir a Jarek, Paulina es el blanco perfecto. Él siempre la defendió, tenemos que darle donde más le duele.
Dalila sonrió con un brillo enfermo en la mirada.
—Exacto. No hay mejor manera de hacerle daño que arrebatándole a la hermana que tanto protege.
El plan comenzó esa misma tarde. Dos hombres enviados por Demetrio, disfrazados como personal de mantenimiento, lograron infiltrarse en la casa de campo.
Esperaron el momento exacto, cuando Paulina se alejó de la familia para recoger flores junto al río.
Fue entonces cuando la tomaron, tapándole la boca antes de que pudiera gritar.
La dejaron inconsciente y desaparecieron entre los árboles, sin que nadie lo notara.
Cuando Victoria llamó a Paulina para la cena y no obtuvo respuesta, un mal presentimiento empezó a crecer en su corazón.
Alma notó el silencio extraño.
Dylan fue el primero en correr hacia el río, su corazón latia con fuerza, y encontró al llegar solo el ramo de flores caído en la orilla.
El grito de furia de Jarek retumbó en la hacienda cuando entendió lo que había sucedido.
—¡Se la llevaron!
Victoria apretó la mano de Jacob, protegiéndolo con el cuerpo, mientras Dylan cerraba los puños con rabia contenida.
Nadie sabía mejor que él lo que significaba perder a Paulina… porque en silencio, la amaba más de lo que jamás se había atrevido a confesar.
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En algún lugar oscuro, Paulina despertaba encadenada, frente a los ojos crueles de Dalila.
—¿Creíste que podías escapar de mí, niña? —le susurró su madre con una sonrisa torcida—. Nadie te va a salvar esta vez.
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La noche había caído como un telón pesado sobre la casa de campo.
Dentro de ella, las sombras se movían con una calma fingida: la chimenea aún humeaba, Jacob dormía desconociendo lo que sucedía a su alrededor, y Victoria se negaba a quedarse quieta, caminando de un lado a otro mientras esperaba noticias.
La ausencia de Paulina se sentía en cada rincón; su risa juvenil había sido arrancada del aire.
Jarek no habló al principio. Sus manos apretaban una taza de té que había enfriado en sus dedos.
—Mi madre —dijo al fin, con voz cortada—. Si ha sido ella… pagará por lo que ha hecho.
Dylan no necesitó más para entender la magnitud del golpe. Pero el nombre que pronunciaba en su mente era otro, frío y afilado: Demetrio.
—No estoy seguro —contestó Dylan con cautela—. No tenemos pruebas aún, pero no se siente como un acto solo por rencor maternal.
Jarek lo miró como si quisiera atravesarlo. Su dolor lo empujaba a buscar culpables sencillos, directos.
—Si no fue mi madre, ¿quién más querría tocar a mi hermana?
Dylan no respondió.
Había cosas que no convenía decir en voz alta, y la noche exigía movimientos, no debates.
Así que se pusieron el plan en marcha.