tres años han pasado desde que el Marqués Rafael y Elaiza sellaron un pacto de amor secreto. Cuatro años en los que su relación ha florecido en los rincones ocultos de la mansión, transformándose en una verdad inquebrantable que sostiene su hogar.
Pero con los hijos del marqués haciéndose mayores y la implacable sociedad aristocrática que ha comenzando a susurrar, el peligro de que su amor salga a la luz es más grande que nunca.
¿Podrá estás dos almas unidas en la intimidad sobrevivir al escrutinio del mundo? ¿osera el fin de su amor?
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invitación
La luz de las velas parpadeaba en el despacho de Rafael, arrojando sombras danzantes sobre los estantes llenos de libros y los muebles de caoba. Las palabras del rey, afiladas como dagas, se clavaron en su mente, recordándole su fracaso. La frialdad que lo había mantenido a salvo, ahora lo había alejado de lo que más amaba. Se sirvió un vaso de whisky y lo tomó de un trago, pero su amargura no era nada comparada con la de su alma. La única forma de resolver esto, pensó, era actuar. Con un nudo en la garganta, se encontró vagando por los pasillos de su propia mansión.
Finalmente, su caminata lo llevó a la biblioteca, donde una sola vela iluminaba el rostro de Elaiza mientras revisaba los trabajos de Emanuel. Se veía tan tranquila, tan absorta en sus cosas. Su sola presencia era un bálsamo para su alma atormentada. Sin hacer ruido, se detuvo en el umbral, observándola. No sabía qué decir, pero sabía que tenía que intentarlo.
Ella levantó la vista al sentir la presencia de Rafael y sus ojos, llenos de un dolor y una resignación que él mismo había causado, se encontraron con los suyos. El silencio se hizo pesado, pero esta vez, no era incómodo, sino uno lleno de significado.
"Buenas noches, Elaiza, ¿aún estás despierta?" comenzó, su voz apenas un susurro.
"Sí, terminaba de revisar un informe de Emanuel, pero ya me iré a dormir, con su permiso, señor," respondió Elaiza con frialdad.
"Disculpe... Nos han invitado a una fiesta, el baile del conde de costa dorada. Es un evento de gran importancia, y debo asistir," dijo Rafael, aclarando su garganta.
Elaiza comenzó a ordenar sus papeles, su rostro una máscara de calma, sin mirarlo. "Sí, mi señor. Entiendo, ¿debo preparar la ropa de Emanuel también?"
"No... no me refería a eso. No creo que Emanuel pueda asistir... Pero, si me lo permite, estaré feliz de que me acompañe." Elaiza se sorprendió. Hacía tanto que no la invitaba formalmente, pues ambos por tanto tiempo habían asumido su presencia juntos que no era necesario hacerlo.
"Mi señor," respondió Elaiza, su voz suave, pero con un filo de acero. "Con todo respeto, ¿no cree que sería inapropiado que una institutriz asista a un baile de la nobleza si su estudiante no asistirá? Usted mismo me ha dicho que el honor, la sangre, el linaje y el deber son cosas que importan en la sociedad." Su tono tranquilo y su mirada inexpresiva cortaban las intenciones de su amado.
Rafael, perplejo por su respuesta, se quedó en silencio. No esperaba que usara sus propias palabras contra él.
"Iría en contra de las buenas costumbres que usted tanto aprecia," continuó Elaiza, su voz temblaba. "Si me permite, mi señor, me retiro a dormir."
Rafael, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho, vio a Elaiza detenerse en el umbral. Había venido buscando una solución simple a un problema complejo, y se había topado con una mujer que usaba sus propias reglas para derribar sus barreras. Su asombro era genuino, y su orgullo estaba herido.
"Sin embargo, mi señor," dijo, y su voz era más suave, pero igual de fuerte. "Si el conde se toma la molestia de enviar una invitación formal, dirigida a mi nombre, con gusto asistiré."
Rafael, con un suspiro que no era de derrota, sino de un entendimiento, llevó una mano a su bolsillo. De allí, sacó un sobre de papel cremoso, con el sello del Conde de Costa dorada.
"El conde envió esto junto con las invitaciones de la familia," dijo con voz más baja y un nudo en la garganta, dándoselo. "Usted también ha sido invitada, por su cuenta."
Elaiza tomó la carta. El papel se sentía pesado en sus manos, más que cualquier joya. Abrió el sobre, y el nombre “Lady Elaiza” estaba grabado en la invitación, en una letra elegante. Un suspiro de alivio salió de la boca de Elaiza.
"Entonces, ¿irá?", preguntó Rafael, y su voz, por primera vez, sonaba como la de un hombre que esperaba una respuesta.
Elaiza lo miró a los ojos, aún sin expresión. "Sí, mi señor. Asistiré, no se preocupe."
Rafael sonrió, un suspiro de alivio se le escapó. "Será un placer asistir con usted."
Elaiza simplemente asintió sin dar mayor respuesta. Sin embargo, en su interior, un pensamiento se formó, una idea firme y resoluta. Iría, sí, pero lo haría en sus propios términos.
El día del baile llegó como una tormenta inminente. A pesar de la tensa calma que se respiraba en la mansión, el aire estaba lleno de un entusiasmo febril. Rafael, en su traje de gala, caminaba por los pasillos con una seguridad renovada. Había resuelto el problema, o eso creía él. Todo volvería a ser como antes.
Rosalba, hermosa en un vestido lila, y Tomás, lo esperaban en la entrada. Rafael les sonrió, su rostro por fin liberado de la tensión que lo había consumido por días.
Rafael se sentía nervioso. Su mirada se posó en Elaiza, que bajaba las escaleras con un vestido color crema que contrastaba con el ambiente oscuro de la mansión. Se veía radiante.
Rafael, con una sonrisa, le tendió la mano. "Venga, Lady Elaiza. Es hora de irnos."
Elaiza, con su rostro tranquilo, no tomó su mano. "Mi señor," dijo con voz suave. "Le agradezco su amabilidad, pero no iré con ustedes."
La sonrisa de Rafael se desvaneció de su rostro, y una expresión de confusión se apoderó de él. "¿Pero por qué? Usted aceptó la invitación."
Justo en ese momento, un carruaje se detuvo en la entrada de la mansión. Era un carruaje privado, sin el emblema de los Robledo.
"Para evitar malos entendidos en la corte. No deseo que se hable de usted o su familia, por ello lo mejor será que vaya por mi cuenta," respondió Elaiza acercándose al vehículo y desapareciendo en el interior.
Rafael se quedó sin palabras. Era una mujer, con un corazón roto y una voluntad de hierro, que él había subestimado. Rafael, con el corazón roto, se quedó mirando la carroza que se alejaba. Su plan, su ilusión, su falsa victoria, se habían desmoronado ante sus ojos.
Estaría bueno que tuviera alguna conducta inapropiada con alguna jovencita, no quiero que sea Rosalba, y lo reten a duelo para que así muestre la piltrafa de la cual está hecho.
¡La princesa está enamorada de Rafael!
Eso no me lo esperaba.
🤔🤔🤔