A veces, el amor llega justo cuando uno ha dejado de esperarlo.
Después de una historia marcada por el engaño y la humillación, Ángela ha aprendido a sobrevivir entre silencios y rutinas. En el elegante hotel donde trabaja, todo parece tener un orden perfecto… hasta que conoce a David Silva, un futbolista reconocido que esconde tras su sonrisa el vacío de una vida que perdió sentido.
Ella busca olvidar.
Él intenta no rendirse.
Y en medio del ruido del mundo, descubren un espacio solo suyo, donde el tiempo se detiene y los corazones se atreven a sentir otra vez.
Pero no todos los amores son bienvenidos.
Entre la diferencia de edades, los juicios y los secretos, su historia se convierte en un susurro prohibido que amenaza con romperles el alma.
Porque hay amores que nacen donde no deberían…
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mejor dejar todo claro.
Unas horas más tarde, cuando el sol ya se despedía y la ciudad comenzaba a encender sus luces, el celular de Ángela vibró. Era una llamada de David.
—Hola, hermosa, ¿cómo estás? ¿Ya estás llegando? —preguntó él con una voz cálida que de inmediato la hizo sonreír.
—Hola… sí, ya casi —respondió ella, acomodando su bolso mientras apresuraba el paso.
Habían quedado de verse en un punto discreto, cerca del hotel donde ella trabajaba. No querían llamar la atención; solo querían hablar, entender lo que estaba naciendo entre los dos.
Diez minutos después, Ángela llegó al lugar. David la esperaba apoyado contra su carro, con una sonrisa que irradiaba calma y emoción. Apenas la vio, se acercó y sin decir palabra le dio un pequeño beso, breve pero cargado de ternura y deseo. Ella lo correspondió, un poco sorprendida, sin poder evitar el rubor que le tiñó las mejillas.
Se sentaron en una mesa apartada.
—Pide lo que quieras —dijo él con naturalidad.
—Una limonada está bien —respondió ella, bajando la mirada con una leve sonrisa.
David hizo el pedido y mientras tanto no dejó de observarla. Ángela lo notó y, ruborizada, soltó una pequeña risa nerviosa.
—Tenemos que hablar —dijo al fin, rompiendo el silencio.
David asintió.
—Lo sé, y antes de que digas algo quiero que sepas que mi interés por ti es real. Me gustas demasiado, Ángela. No sales de mi cabeza ni un instante.
Ella respiró profundo.
—David, voy a hablarte claro. Me gusta ser honesta y sincera. Aparte, ya casi entro a trabajar y no puedo alargar esto. Aun cuando siento lo mismo por ti, quiero que entiendas que no nos conocemos realmente. No sabes casi nada de mí, y yo solo sé de ti lo que muestran las noticias.
David quiso interrumpirla, pero ella levantó la mano y continuó:
—No me malinterpretes. Me encantas, pero hay cosas que necesito que sepas.
Hizo una pequeña pausa antes de enumerar:
—Uno, tengo dos hijos hermosos, y no los pienso dejar a un lado por nada. Dos, tu mundo y el mío son completamente diferentes. Tú eres famoso, tienes dinero, un mundo a tus pies. Yo… soy una mujer común, con responsabilidades, sin lujos, sin cámaras. Tres, vengo de una relación muy difícil. Más de diez años de maltrato emocional y psicológico. Tengo cicatrices que no se ven, pero pesan. Y cuatro… —miró hacia abajo, con una leve sonrisa triste— no soy una top model. Tengo marcas en mi cuerpo, algo de peso de más, y eso me hace pensar que quizás no encajo en lo que tú podrías buscar.
David la escuchó en silencio, con una mezcla de admiración y ternura.
—¿Terminaste? —preguntó con una sonrisa leve.
Ella asintió.
—Bueno, entonces déjame responderte con mi propia lista —dijo él con voz serena—. Uno, no me molesta que tengas hijos; sabes que yo también tengo tres , y eso no es un problema. Dos, soy consciente de la diferencia de mundos, pero a mí no me importa. No me importa lo que digan ni lo que tengas o no. Tres, entiendo lo que dices sobre el dolor. Yo también vengo roto, Ángela. Más de veinte años en una relación que terminó vaciándome por dentro. Te entiendo más de lo que crees. Y cuatro… —la miró con intensidad—, ante mis ojos eres perfecta. Tus marcas, tu cuerpo, tu historia… todo eso te hace más real. De qué me sirve tener veinte mujeres si la única que deseo está justo frente a mí.
Las palabras lo llenaron todo. Ángela bajó la mirada, con los ojos húmedos.
—Estás loco —dijo entre risas nerviosas—. Gracias por tus palabras, de verdad. Pero no quiero que te lo tomes a la ligera. Te pido que pienses bien todo esto. No te estoy cerrando las puertas, solo quiero ir despacio, sin compromisos apresurados. Conozcámonos y veamos qué pasa.
David sonrió y asintió.
—Eres terca… pero está bien. Me adaptaré a tu ritmo, aunque sé lo que quiero. No te negaré tiempo ni calma, pero no me pidas que me aleje de ti.
—No lo haré —respondió ella con suavidad—. Pero con calma.
Miró su reloj.
—Debo irme ya, casi entro.
—Está bien —respondió él suspirando—, pero esta vez te llevo yo. No acepto un no.
Durante el trayecto hubo un silencio cómodo, lleno de pensamientos. Al llegar al hotel, Ángela expresó su preocupación:
—David, me da miedo que alguien nos haya visto anoche, no quiero problemas en el trabajo.
Él sonrió con tranquilidad.
—No te preocupes, ya hablé con la administración. Nadie puede decirte ni hacerte nada.
—¿En serio? —preguntó ella, sorprendida.
—Ser amiga del capitán tiene sus ventajas —dijo él en tono juguetón.
—¿Amiga? —repitió él con una sonrisa sarcástica.
Ambos rieron.
Ángela se disponía a bajar cuando él, casi sin pensar, la tomó suavemente del brazo y la acercó. Sus labios se encontraron una vez más, esta vez con un beso más lento, más profundo, lleno de deseo contenido. Fue un beso que mezcló fuego y ternura, un beso que ninguno quería terminar. Cuando por fin se separaron, ambos respiraban con dificultad, como si el aire se les hubiera escapado.
—Prometo que es el último que te robo —susurró él, aún rozando sus labios.
Ángela sonrió, bajó del carro y se perdió entre las luces del hotel.
David la siguió con la mirada, pensativo, antes de arrancar y dirigirse a casa. Esa noche, ya acostado, le envió un mensaje:
“Que tengas buena noche, hermosa. Lástima que ya no estoy en el hotel para verte. Respeto tus decisiones, iré con calma, pero no me pidas mucho cuando te tengo cerca… soy muy débil.”
Ángela, mientras atendía sus labores, leyó el mensaje y sonrió. Solo respondió con un corazón y un “Que pases linda noche, gracias por todo”.
Guardó el celular, respiró profundo y siguió trabajando, aunque en su mente, las palabras de David no dejaban de resonar.
Su apoyo me motiva muchísimo a seguir escribiendo y avanzando con esta historia. ¡Gracias de corazón por acompañarme en este camino! ✨