La primera regla de la amistad era clara: no tocar al hermano. Y mucho menos si ese hermano era Ethan, el heredero silencioso, la figura sombría que se movía como una sombra en la mansión de mi mejor amiga, Clara.
Yo estaba allí como refugio, huyendo de mi propia vida, buscando en Clara la certeza que había perdido. Pero cada visita a su casa me acercaba más a él.
Ethan no hablaba, pero su presencia era un lenguaje. Podías sentir la frustración acumulada bajo su piel, el resentimiento hacia el mundo que su familia le obligaba a soportar. Y, de alguna forma, ese silencio me llamó.
Sucedió una noche, con Clara durmiendo en el piso de arriba. Me encontró en el pasillo. Su mirada, siempre distante, se clavó en la mía, y supe que la línea entre la lealtad y el deseo se había borrado. Me tomó la cara con brusquedad. Fue un beso robado, cargado de una rabia helada y una necesidad desesperada.
No fue un acto de amor. Fue un acto de traición.
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Capitulo XIII De dama de honor a una Hawthorne
La confrontación en el vestíbulo terminó en silencio . El señor Hawthorne, con el acuerdo matrimonial fraudulento de Alexander arrugado en su puño, estaba derrotado por el único lenguaje que podía reconocer: el riesgo financiero. La boda de Clara estaba cancelada, y su imperio estaba, por el momento, a salvo de un saqueo.
—Clara, ve a tu habitación. Estate lista para ir a la oficina mañana a primera hora. Hay que asegurar los activos —ordenó el señor Hawthorne, su voz aún autoritaria, pero sin la convicción habitual.
Clara me miró, y en sus ojos vi una gratitud profunda. Se acercó y me abrazó con fuerza. —Gracias, Liv. Me salvaste.
—Nos salvamos —susurré, mirando por encima de su hombro a Ethan.
El señor Hawthorne nos miró a ambos con una mezcla de desprecio y resignación. —Ethan, tú y yo tenemos mucho de qué hablar. Esto no ha terminado.
Ethan asintió, su mirada fija en mí. —Lo sé. Pero una cosa es segura, Padre. Olivia se queda.
El señor Hawthorne, por primera vez, cedió. —Por ahora. Pero si esto se filtra a la prensa, la culpa será tuya.
El padre de Clara se retiró al estudio, dejando a Ethan y a mí solos en el vestíbulo. El ambiente era de resaca después de una explosión.
—No tienes que casarte conmigo —dije, acercándome a él.
Ethan me tomó de la mano, y su toque era más tierno que cualquier beso. —Lo sé. Pero ¿qué pasaría si lo quisiera?
Estaba a punto de responder, a punto de dejar caer mi propia armadura, cuando el teléfono de Ethan sonó con un número desconocido. Lo miró, su expresión volviéndose de piedra.
—Es Alexander.
—No contestes —le aconsejé.
Ethan dudó, luego contestó, poniendo el teléfono en altavoz.
—Ethan. Espero que te gusten los finales dramáticos —la voz de Alexander era fría, pero con un matiz de psicopatía controlada. Sonaba a través del vestíbulo vacío—. Mi padre y yo hemos tenido una pequeña charla. Me ha asegurado que nuestra reputación en el mercado vale mucho más que un simple puñetazo en la bodega.
—¿Qué quieres, Alexander? —escupió Ethan.
—No es lo que quiero, es lo que tienes. Tu padre acaba de recibir por correo electrónico un archivo con todas las transacciones offshore de la fusión. Las tiene en su escritorio. Pero adivina qué, Ethan. También tiene una copia de mi testimonio detallando tu "ataque de celos" y, lo más importante, el porqué.
Mi sangre se heló.
—¿El porqué? —preguntó Ethan, con voz grave.
—Sí. La razón por la que atacaste a tu futuro cuñado en una bodega oscura. Tengo fotos de tu dama de honor, Olivia, saliendo de tu suite de invitado, en pijama, hace tres noches. Y un informe detallado de su plan para seducirme y destruir el compromiso. Si esto sale a la prensa, tu padre no solo perderá la fusión por mi fraude, sino que el escándalo social lo arruinará de por vida. Un heredero violento y su amante conspiradora.
El chantaje era brillante y cruel. Alexander no solo tenía pruebas de la conspiración; había fabricado pruebas de mi traición. La reputación de los Hawthorne era lo único que el señor Hawthorne valoraba más que el dinero.
Ethan apretó los dientes. —Borra el testimonio y las fotos. Ahora.
—No. Ahora solo hay una forma de que borre todo: La boda continúa.
—¡No voy a permitir que te cases con mi hermana! —rugió Ethan.
—No con Clara —respondió Alexander, con una risa sin humor—. Con Olivia.
La propuesta me dejó sin aliento.
—Si te casas con Olivia, Ethan, mañana mismo, yo borro todo. Mi reputación queda intacta (un matrimonio arreglado de urgencia para cubrir el escándalo de su cuñado), y tu padre no tiene que preocuparse por la prensa. La prensa adorará esta historia de "amor y sacrificio" en lugar del escándalo. Y lo más importante, si el heredero se casa, sus bienes quedan blindados. Pero si no... enviaré las fotos a The Financial Times en una hora.
Ethan me miró, y vi la decisión formándose en sus ojos. Era el último movimiento de Alexander para ganar, asegurando el control financiero sobre la única persona que amenazaba su plan, incluso si no era Clara.
—Olivia es inocente, Alexander. No caerá en tu trampa —dijo Ethan, todavía luchando.
—No es una trampa, Ethan. Es un trato. ¿La amas lo suficiente como para casarte con ella por conveniencia? ¿O la amas lo suficiente como para verla arrastrada por el escándalo y arruinar a tu familia? Tienes una hora. Si no me llamas con la confirmación de la licencia matrimonial, el juego se acaba.
Alexander colgó.
El silencio fue abrumador. Me giré hacia Ethan, el pánico burbujeando en mi pecho.
—No puedes hacerlo. Yo me voy. Que me arrastren a mí.
—No. —Ethan tomó mi rostro, sus ojos fijos en los míos—. No vas a ser el sacrificio. No después de todo esto. Alexander tiene razón en una cosa: si el heredero se casa, se genera una cortina de humo social que mi padre puede vender como "amor verdadero superando los obstáculos." Y Alexander pierde el control.
—Pero no nos amamos, Ethan. Es una farsa —susurré.
—Lo sé. Pero dime, Liv. ¿Preferirías que fuéramos una farsa pública o un escándalo silencioso que te destruya?
La respuesta era clara. El matrimonio era la única forma de protegernos a ambos, de darle a Ethan la base legal que necesitaba para luchar contra Alexander, y de silenciar al depredador.
—Vamos a casarnos —dije, sintiendo que la adrenalina me recorría las venas. La cómplice aceptaba su destino.
Ethan sonrió, un gesto sombrío pero hermoso. —Bien. Mañana a primera hora. Pero esta vez, Liv, será en mis términos. No será por conveniencia. Será para terminar lo que empezamos. Te amo. Y este será el único secreto que nos permitirá seguir luchando.
Me besó con una urgencia brutal, no en la oscuridad de un pasillo, sino bajo la luz fría del vestíbulo, donde cualquier sirviente podría vernos. Era el beso de un hombre que había perdido la guerra, pero que acababa de ganar su batalla más importante.
Nos separamos y subimos al estudio.
—Padre —dijo Ethan, irrumpiendo en la oficina donde el señor Hawthorne seguía con el archivo de Alexander en la mano—. Prepárese. Mañana por la mañana, Liv y yo nos casaremos. Es la única forma de que Alexander se retire y de que el nombre Hawthorne quede intacto.
El señor Hawthorne miró a su hijo, y por primera vez, vio al líder. —Estás loco.
—No. Soy el heredero silencioso. Y estoy a punto de asegurar mi posición. Y la de mi mujer.
Me quedé allí, de pie junto a Ethan. Había vuelto a esta casa para ser la dama de honor de mi amiga, y en menos de un mes, me convertiría en la esposa por conveniencia de su hermano. La lealtad se había convertido en amor, y la farsa se convertiría en un matrimonio.