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"Entre La Justicia Y El Deseó"

"Entre La Justicia Y El Deseó"

Status: En proceso
Genre:Malentendidos / Reencuentro / Escuela / Amor-odio
Popularitas:930
Nilai: 5
nombre de autor: Ari Alencastro

“Lo expuse al mundo… y ahora él quiere exponerme a mí.”

NovelToon tiene autorización de Ari Alencastro para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 16: La trampa Montenegro

[Escena 1 – En casa de Isabella]

—Pufff... qué día tan complicado… —suspiró Isabella Fernández dejando caer su mochila sobre la cama.

El espejo frente a ella reflejaba su cabello despeinado, una pequeña mancha en su blusa y su rostro agotado.

—Espero que Damián no esté molesto… aunque, ¿cuándo no lo está? —murmuró, dejándose caer sobre las almohadas.

Clara Fernández, su madre, entró al cuarto tocando suavemente la puerta.

—¿Todo bien, hija? Te noté tensa al llegar.

—Sí, mamá, solo… cosas de la escuela. Ya sabes, el “señor perfección Montenegro” haciendo de las suyas.

—Bueno, mientras no te metas en problemas… —Clara le sonrió con ternura—. Te dejé algo de chocolate caliente.

Isabella suspiró aliviada. Su madre siempre sabía cómo calmarla.

Pero apenas se dio la vuelta, su celular vibró. Era Lucas.

Lucas: “¿Ya estás mejor? No puedo creer el día de hoy 😅”

Isabella: “Sí, ya todo bien. Solo cansada. Preocúpate por ti, Lucas. Sé que Damián no dejará pasar esto…”

Lucas: “No le tengo miedo. ¿Qué puede hacer? Solo fue un accidente.”

Isabella: “Ojalá tengas razón...”

Isabella apagó el celular, pero su presentimiento no fallaba. Cuando Damián Montenegro se molestaba… algo siempre pasa.

[Escena 2– En la casa del señor perfecto]

La habitación de Damián Montenegro estaba en silencio, salvo por el constante tic-tac del reloj sobre su escritorio.

La camisa blanca recién planchada contrastaba con el ceño fruncido del muchacho.

Sobre la pantalla de su celular, una serie de mensajes brillaban. Eran los videos del incidente del colegio.

—“No puede ser posible…” —murmuró con rabia contenida—. “¿Así es como quieren verme? ¿Con una mancha en la camisa y una chica de clase media aferrándose a mí como si fuéramos iguales?”

El sonido de una llamada interrumpió su furia. Contestó.

—¿Está todo preparado? —preguntó con voz fría.

—Sí, señorito Montenegro. La señorita Fernández suele salir a eso de las siete a hacer compras con su madre.

Damián se reclinó en la silla, una sonrisa cínica en su rostro.

—Perfecto. Esta vez aprenderá que en mi mundo… los errores se pagan.

Tomás García, que estaba sentado sobre el sofá de la habitación, lo observaba con cierto fastidio.

—Oye, Damián, ¿no crees que estás exagerando un poco? Solo fue jugo… y algo de vómito —dijo entre risas.

—¡Cállate, Tomás! —respondió Damián con un golpe sobre la mesa—. No entiendes. Esto no se trata solo de una mancha, se trata de reputación. Nadie se burla de un Montenegro.

Tomás alzó las cejas.

—Okey, pero recuerda que los rumores se olvidan… aunque bueno, si quieres asustarla un poco, no soy quién para juzgarte.

—No quiero asustarla —dijo Damián, levantándose con paso firme—. Quiero que entienda que su mundo y el mío no se cruzan sin consecuencias.

Mientras hablaba, su mirada reflejaba esa mezcla peligrosa de orgullo y obsesión que solo alguien como él podía sostener.

[Escena 3– El recado de la tarde]

En la otra parte de la ciudad, Isabella Fernández caminaba con una bolsa de tela colgando del brazo.

—Mamá, ya voy a la tienda, no tardo —dijo mientras se distraía con la nada.

—Tráeme leche, pan y… no te distraigas, Isa —respondió Clara del otro lado de la tienda.

—¡Mamá, soy la persona más responsable que conoces! —dijo justo antes de tropezar con un poste.

—Ay… bueno, casi la más responsable.

Siguió caminando por la acera con su torpe encanto habitual.

El sol se escondía, y la calle estaba cada vez más vacía.

De pronto, un auto negro se detuvo a su lado.

—¿Eh? —murmuró Isabella, frunciendo el ceño.

El vidrio se bajó apenas unos centímetros.

—¿Señorita Fernández? Su madre pidió que la lleváramos a casa —dijo una voz grave desde el interior.

—¿Mi mamá? Pero si… espera, ¿quién eres tú? —preguntó retrocediendo.

No tuvo tiempo de reaccionar. Una mano salió, la tomó por el brazo, y antes de que pudiera gritar, la puerta del auto se cerró con fuerza.

—¡Ay, ay, ay! ¡¿Qué hacen?! ¡Yo no pedí taxi! ¡No tengo dinero, si es un secuestro les advierto que soy pobre! —gritaba Isabella, completamente fuera de sí.

—Tranquila, señorita. No le haremos daño —dijo el conductor con voz monótona.

—¡Eso dicen todos los secuestradores en las películas! ¡Por favor, si quieren puedo cantarles para que me suelten! ¡Soy muy desafinada!

El copiloto soltó una carcajada, pero el conductor no reaccionó.

—Silencio, órdenes del señor Montenegro.

Isabella abrió los ojos como platos.

—¿Qué? ¡No puede ser! ¡Ese lunático! ¡¿Otra vez él?! ¡Díganle que no tengo dinero, pero tengo… tengo pan! ¡Y leche! ¡Bueno, no aún, pero la iba a comprar!

Los hombres permanecieron en silencio. El auto se desvió hacia una carretera privada flanqueada por faroles y jardines interminables.

El enorme portón negro de la mansión Montenegro se abrió lentamente.

—Oh no… no, no, no… —susurró Isabella encogida en el asiento—. Esto no puede estar pasando.

[Escena 4 – La mansión Montenegro]

Damián los esperaba en el vestíbulo, de pie, con las manos cruzadas detrás de la espalda.

Cuando Isabella fue “escoltada” hasta la entrada, su expresión era una mezcla entre miedo y enojo.

—¿¡Estás loco!? ¡Esto es secuestro! ¡Voy a llamar a la policía!

—Inténtalo —dijo él con voz calmada—. Pero dudo que te crean cuando les diga que viniste a mi casa… por voluntad propia.

—¡¿Por voluntad propia?! ¡Me arrastraron hasta aquí!

—Detalles, detalles… —Damián sonrió con ironía—. Vamos al grano.

Los mayordomos entraron cargando dos prendas envueltas en bolsas protectoras.

—Señor Montenegro, las piezas que pidió.

—Gracias —respondió él.

Damián levantó las prendas: su camisa blanca manchada de jugo, y la blusa que Isabella había ensuciado.

—¿Te suenan familiares?

Isabella tragó saliva.

—Fue un accidente…

—Un accidente que costó más de lo que tú y tu familia ganan en un mes —dijo Damián con frialdad.

—¡Eso no es justo! ¡No tienes derecho!

—No tengo derecho, pero tengo poder —respondió él acercándose lentamente—. Y vas a pagar, señorita Fernández.

—¿Qué quieres? ¿Que las lleve a la tintorería?

—No —dijo él, cruzándose de brazos—. Quiero que las laves tú. Con tus manos.

Isabella lo miró incrédula.

—¿¡Qué!? ¡¿Con mis manos?! ¡¿Tú estás… enfermo o aburrido!?

—Ambas cosas, probablemente —rió Tomás desde una esquina.

—¿Y tú de qué te ríes? —le lanzó Isabella una mirada asesina.

—De ti, obviamente —respondió él divertido.

Damián chasqueó los dedos.

—Llévenla al lavadero. Y asegúrense de que no se escape.

[Escena 5– El lavadero Montenegro]

Isabella refunfuñaba mientras metía la camisa en una cubeta.

—Esto es humillante… yo podría estar haciendo mi tarea, y en cambio estoy lavando la ropa de un millonario amargado… —murmuraba.

Damián la observaba desde la puerta, con una taza de Té en la mano.

—Te falta jabón. Y técnica.

—¡Y a ti te falta empatía! —le contestó Isabella, salpicándolo sin querer con agua.

Damián parpadeó. Miró su camisa mojada.

—¿Acabas de… mojarme?

—Ups. Fue un accidente. ¡Ya sabes, esas cosas pasan! —sonrió sarcástica.

Damián dio un paso hacia ella y, sin decir palabra, tomó la cubeta y vertió un poco de agua sobre su blusa.

—Ahora estamos a mano.

Isabella abrió la boca, horrorizada.

—¡Tú… tú estás enfermo!

—No, solo equilibrado —dijo él con media sonrisa.

Por un segundo, ambos se quedaron mirándose. El aire se volvió pesado, extraño. Isabella aún respiraba agitada, con el cabello mojado cayendo sobre su rostro; Damián tenía una media sonrisa que parecía esconder algo más que arrogancia.

Pero ese momento duró poco.

Isabella rompió el silencio.

—¿Sabes qué? Eres insoportable.

—Y tú muy torpe.

—Al menos soy humana.

—Eso está por verse —respondió él, girando hacia la puerta.

El sonido de sus pasos se alejó lentamente, pero en el aire quedó algo que ninguno de los dos entendía del todo.

Y mientras Isabella seguía fregando la camisa más cara del mundo, pensó:

“Si sobreviví a esto, merezco un premio… o al menos un psiquiatra.”

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Rocio araceli
no me gusta elogiar nada cuando dejan sin terminar una novela excusarme 🤣🤣🤣🤣
Rocio araceli
🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣
Rocio araceli
en serio eso fue todo lo k escribiste
Rocio araceli
no me gustan las novelas k no terminan
Desi Oktafiani
Increíble, no dejes de escribir
Khansarila Adisoga
¡Me encanta, sigue así!
REIN
¡No puedo más! 😵 Tu historia me ha tenido completamente enganchada y necesito saber qué pasa después, por favor actualiza pronto.
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