Entre La Razón Y La Piel

~ Allison

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La verbena de la facultad fue el domingo por la tarde. Asistí porque quedarme en casa específicamente esos días siempre me daba un sentimiento de vacío que jamás comprendí. Además, estaba dentro de nuestro edificio, no me hacía ningún daño, a eso hay que agregar que había comida y bebida gratis, todo lo que mi estómago pudiera soportar.

No podía criticar mucho los gustos musicales del encargado en pasar las canciones, los míos no eran mejores que eso, y a medida que pasaban las horas el sonido era lo que menos me importaba. Durante casi todo el evento, constantemente me sentí obligada a ser parte de conversaciones que poco o nada me importaban, pero que me debía seguir por mera cortesía. Incluso algunos maestros se acercaban de vez en cuando para felicitarme por alguna cosa y a mí no me quedaba más que asentir y agradecer con rigidez, aun si no tenía muchas ganas de escucharles.

Camile no había podido venir, había considerado arrastrarla conmigo pero ya había hecho planes con alguien más. Igual no me molestaba no estar acompañada, realmente conocía a la mayoría de las personas allí pero aun así me sentía ajena. ¿Cómo era posible que pudiera sentirme tan sola en un lugar repleto de gente? Tal vez quedarme en mi casa habría sido lo mejor, pero ya estaba ahí.

Calculo que habían pasado cerca de tres horas desde que mis pies iban alternando de grupo en grupo y de botella en botella. Pronto empezaría a anochecer y yo seguía divagando por el campus, algo tomada ya –bastante tomada–. Con la cabeza dándome vértigos y la vista distorsionada, llegué a alejarme de la multitud, y con ella, de la música de fondo, el tacón de mi zapato me dificultaba sostener mi propio peso y me estaba balanceando.

Pero juraba que la voz dentro de mi cabeza seguía intacta, mi boca no, esa no podía articular bien las palabras, pero yo las graficaba perfectamente en mi cabeza. ¿O era eso lo que el alcohol me hacía creer? Ni siquiera sabía lo que estaba pensando. Estaba muy atontada y me parecía altamente chistoso. Creo que me estaba riendo yo sola, sin un motivo real. Había un arbusto a la lejanía que me daba una sensación rara de seguridad, así que traté de ir hasta él, incluso si eso significaba hundir mis zapatos entre el pasto, quería esforzarme por mantenerme de pie.

—¿Estás bien? —preguntó una voz que interrumpió mi andar.

Me giré para ver quién era. Liam estaba de pie detrás de mí, seguramente juzgándome. No sé si era peor que me encontrara en ese estado o que ahora estaba observando cada uno de mis erráticos movimientos.

—¿Tú qué haces aquí? —pregunté, tratando de ocultar mi estado etílico. No creo que lo hubiera logrado y seguro que mi voz no ayudaba mucho a la causa.

Entonces comprendí que mis sentidos me habían abandonado, uno de mis desleales pies quiso dejarme en ridículo y tambaleó hasta desfallecer.

—Hey, cuidado —me sostuvo del brazo con un tono autoritario. Ash, lo último que quería era verme vulnerable para que después fanfarroneara sobre ello.

Lo miré, mis intentos de fingir estar sobria se fueron por el caño gracias al debilucho cuerpo mío. Maldita sea, qué humillación.

—¿Desde hace cuántas horas llevas bebiendo? —preguntó, con un tono que demostraba más reproche que preocupación. Como dije, juzgándome.

Ignoré su pregunta. No era relevante, no iba a influir en nada esa respuesta, solo estaba siendo un chismoso.

Pero el chismoso todavía mantenía su mano con firmeza en mi antebrazo. Contemplé la fuerza con la que me sujetaba como si no quisiera soltarme, y entonces mis ojos subieron a lo largo de su cuerpo para fijarme en lo que llevaba puesto. No me había percatado, y que el gato me muerda la lengua si estaba mintiendo –o que lo haga él–, pero el traje le sentaba chocantemente bien.

—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?

Ah, ¿lo estaba mirando? Es que no me había dado cuenta. Inesperadamente, hasta el sonido de su voz se me antojó muy masculina y en mi cabeza se volvió alguien más imponente. Dios, el alcohol afecta gravemente el cerebro.

Tomé su mano para que me soltara y luego subí mis ojos hasta clavarlos en los suyos con seguridad. Retrocedió vacilante, incrédulo por lo que estaba intentando hacer.

—Allison ¿Qué haces? —Cuando no tuvo cómo seguir alejándose, debido a que había tocado la pared, me acerqué a su boca dominada por el impulso que podía más que cualquier voz de cordura que intentara aparecer. Me apartó sujetando mis hombros con ambas manos, con bastante firmeza. Bien, no iba a quejarme de eso tampoco—. No, espera, no. Estás ebria.

—¿Qué tiene? —dije con cierta frustración.

—No eres capaz de pensar claramente. —No es cierto—, y no estás tomando decisiones acertadas. Si te dejo seguir, te arrepentirías luego.

—No me voy a arrepentir, lo prometo —traté de avanzar, pero era fuerte el maldito.

—Allison, ¿te das cuenta de lo que estás haciendo? No sabes ni lo que dices.

Mierda, Liam, solo déjame hacer lo que quiero hacer. Por qué tanta racionalidad.

—Sí. Sí, lo sé.

Me miró con seriedad, o molestia, no lo sé. ¿Por qué estaba tan molesto? Yo solo quería que me dejara continuar. Dio un suspiró.

—Eres demasiado inteligente para dejarte llevar por la bebida. Date cuenta de lo que haces.

Fruncí el ceño, analizando su tonta excusa.

—Tú realmente no crees que yo sea inteligente, no digas esas bobadas como pretexto. —No me dijo nada—. Pero eso no importa, no entiendo por qué crees que me voy a arrepentir.

—¿Lo dices en serio? Eres muy orgullosa. No vas a soportar la idea de admitir que tuviste esta debilidad conmigo —Qué debilidad, yo solo quería quitarme las ganas de encima—. Y apenas nos llevamos bien —continuó—. La mayor parte del tiempo ni siquiera aguantamos la presencia del otro.

Se vio obligado a quedarse callado, porque empecé a reirme.

—Es obvio que te gusto —le dije—. Maldita sea, deja de estar fingiendo.

—¿Qué? —levantó la voz—. ¿Ya ves que no estás bien? Dices la primera cosa incoherente que se te ocurre.

Que sí, que sí.

Miré sus labios, yo sé que estaba tentado a aceptar, por mucho que se negara. Intenté besarlo otra vez sin pensar en las consecuencias pero el aburrido me echó hacia atrás.

—Basta. Te digo que no lo hagas.

Tomó mi brazo y me llevó lejos, donde estaba toda la gente. Traté de safarme con la fuerza que me quedaba pero me sostenía sin aflojar los dedos.

—¿Qué haces? —pregunté con fastidio. No planeaba que mi intento de seducirle terminara tan rápido. Estaba decepcionada de mí misma.

—Ya es suficiente, estás demasiado borracha. No más.

Siguió caminando mientras jalaba de mí con tosquedad, no le importó que estuviera a punto de tropezar. Me dejó tirada en una banca y sacó su teléfono para marcar el número de Camile. Muy bien, ahora me ponía una niñera. Se fue después de un rato, no noté cuándo y no intenté buscarlo, tampoco es que pudiera, y no quería, me había hecho sentir estúpida.