La historia sigue a un militar sin nombre, en medio de una guerra, al que todos se refieren como Ergo.
El mundo del futuro está en crisis debido a una guerra que ha asolado cada región desde hace años y de la cual parece ser que ningún compañero o militar cercano a Ergo sabe algo.
Un día cualquiera, durante una batalla campal, Ergo es herido y se ve orillado a reparar su extremidad tras acabar la batalla. Luego de su reparación, Ergo descubre a sus altos mandos hablando acerca de él, de su ineficiencia y de como lo eliminarán para traer a otro soldado en su lugar. No obstante y sin poder negarse, es enviado de nuevo en una última misión en los límites del mapa sabiendo que las batallas libradas allí son sinónimo de muerte.
Poco a poco, Ergo irá descubriendo la clase de mundo en el que habita y los secretos que se han ocultado ante el y cualquiera de sus compañeros.
En esta historia el lector se sumerge en un delirio y cuestionamiento filosófico y político acerca de la moralidad.
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IV
Sintió algo húmedo recorrer su rostro. Alienado en visiones apocalípticas respecto a su situación, en sueños. Abrió los ojos.
Una ligera luz blanquecina golpeó sus retinas y noto una mano velluda por encima de su ojo derecho. Instintivamente, tomo la mano de quién fuere y emitió un sonido sofocado a través de su garganta. La tela húmeda cayó al suelo. Percibió la superficie sobre donde se encontraba echado: una de esas mesas de exploración de los antiguos hospitales. Las telas que la cubrían estaban húmedas y con manchas que claramente eran sangre. Ergo se incorporó de golpe aún prensando la mano velluda. Había un hombre mayor, seguramente no mayor de 40 años, de proporciones ligeramente robustas y cabello castaño. Ergo tenía una bata médica.
—¿Quién es usted?—preguntó Ergo mirando seriamente al sujeto frente suyo, después de carraspear.
El hombre se liberó de Ergo con calma, se quitó sus lentes redondos para limpiarlos.
—Tranquilo hijo, solo estaba limpiando tu sudor y refrescando tu cabeza—respondió colocándose sus lentes de nuevo.
Ergo se extrañó de ello y volvió a retomar el tema con mayor ferocidad.
—¿Quién carajos eres?—preguntó, y miro a su alrededor—. ¿Dónde estoy?
—Tranquilo, solo...—respondió y relleno un vaso desechable en una mesa color mármol en la esquina de la pequeña habitación—toma un vaso de agua.
Ergo acepto el vaso a regañadientes, lo tomo y arrojo a un lado, poniéndose de pie.
—He dicho que me digas dónde estoy y quién eres—Ergo se acercó al sujeto.
—Estás en mi consultorio...—dijo el hombre, haciendo que Ergo parará en seco—. Y a mí puedes decirme Ludwig.
Ergo dio un resoplido. Estaba asustado, solamente sosteniendo su voluntad con una capa superficial de enojo.
—Estabas en el enrejado a unos metros de mi casa e inconsciente. Vi que aún parecías respirar a través de la reja y fui directo a casa por una cortadora—tomo nuevamente la tela del suelo y volvió a humedecerla—. Costo un poco traerte aquí, con esa herida y las armas, si alguien me encontraba...
Ludwig extendió la tela húmeda y se la dio a Ergo, quien comenzó a pasarla por su cuello y frente hasta detenerse repentinamente. Se palpó la cabeza y noto que estaba casi calvo, el pelo era demasiado corto.
—¿¡Que has hecho!?—dijo, mientras el hombre recogía el vaso del suelo.
—Salvarte la vida, pero no entiendes por qué no quieres que te explique.
—¿¡Explicar que...!?
—Te rastrearán. Toca tu cabeza—dijo Ludwig.
Ergo hizo aquello, y entre el escaso pelo, en algún punto, sintió un pinchazo a causa de una herida recién cerrada con puntos.
—Te he sacado ésto—dijo Ludwig y extendió frente a Carter, sacándolo de su bolsillo en su camiseta, un pequeño objeto del tamaño de una aguja y de forma ovalada.
Ergo quedó totalmente impresionado de ello. No conocía nada acerca del objeto frente suyo. Era demasiado extraño y de un brillo de plata oscuro.
—¿Qué es eso?—preguntó Ergo parpadeando de la impresión.
—Un chip de identificación. Es... normal que no lo conozcas...—el hombre destruyó el objeto cerrando su pulgar e índice sobre el mismo.
Ergo tomo asiento en la mesa de nuevo, tocándose la cabeza casi calva.
—¿Quién es usted? ¿Y qué es eso? No sé que es un chip de identificación—dijo Ergo con clara confusión impaciente en su voz.
—Ya te dije, soy Ludwig. Soy un ex-ingeniero médico, es por ello que sabía que habría uno de estos en tu cabeza. Pero es muy diferente a los de mis días en la guerra...
—Un momento, ¿usted estuvo en la guerra?—preguntó Ergo ahora más confuso.
—¿No sabes de ello, verdad? Supongo que nada ha cambiado—el hombre se acercó a la mesa de color mármol de nuevo y se sirvió agua en un vaso—. Dime, ¿recuerdas algo de tu pasado?
Ergo quedó en silencio, como si aquellas dudas consolidara los pensamientos y reflexiones recientes acerca de la guerra y su desconocimiento de ella.
—Sí... Veo algunos fragmentos, pero me siento ajeno a ellos—la mirada y actitud de Ergo cambio a una mucho más relajada e inocente.
El hombre sonrió de forma ingenua.
—No importa, es mejor que estés tranquilo por ahora—dijo el hombre—. ¿Gustas algo de comer?—preguntó finalmente terminando su vaso de agua.
—Eh, no, por favor, ¿que sucede? Dígame qué está pasando, ¿por qué me salvó?
Ergo sujeto con firmeza el brazo de aquel hombre en un movimiento veloz. El hombre le miro completamente con calma y tomándole del hombro le obligó a tomar asiento de nuevo en la mesa.
—Tranquilo hijo, fue un acto de empatía...—dijo el hombre, mientras, de espaldas a Ergo y volviendo a servirse agua, una mueca de melancolía se dibujó en su rostro.
Ergo, por su parte, se sentía confuso y ahogado, como si la atmósfera del lugar ocultara algo terrible o algo que en cualquier momento saltaría ante su persona para apresarlo.
