Promesas De Hielo Y Fuego

La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la habitación de Valentina, pero su calor no lograba disipar el frío que sentía en su interior. El calendario en la pared marcaba un tiempo inquietantemente corto hasta el día que había temido durante meses: el 17 de marzo. Faltaban menos de dos semanas para que los sastres llegaran, y el recordatorio de su inminente boda la perseguía cada segundo.

Había intentado distraerse con libros, con largas caminatas por los pasillos de la mansión e incluso con pequeños intentos de conversación con el personal, pero nada podía acallar la creciente ansiedad que la embargaba. Cada vez que miraba a Bill, sentía que el aire se volvía más pesado.

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Esa tarde, Valentina estaba en el invernadero, cuidando las plantas que tanto le reconfortaban. Era uno de los pocos lugares donde podía respirar sin sentir la presión constante de su situación. Estaba revisando las hojas de un pequeño rosal cuando la puerta de vidrio se abrió y Bill entró.

—Sabía que te encontraría aquí —dijo con voz tranquila mientras se acercaba.

Valentina no respondió, manteniendo su atención en las plantas.

—Tenemos que hablar, Valentina —continuó, acercándose más—. Sé que has estado evitándome, pero esto no puede seguir así.

Ella suspiró, dejando las tijeras de podar sobre la mesa.

—¿De qué quieres hablar ahora? —preguntó, con una mezcla de cansancio y resistencia.

—Sobre los preparativos de la boda —dijo sin rodeos, sentándose en una silla cercana—. Como sabes, en menos de dos semanas los sastres vendrán a tomar medidas para los trajes.

Valentina sintió un nudo en el estómago.

—¿Y qué quieres que haga al respecto? —dijo con frialdad, cruzándose de brazos.

—Quiero que estés lista, tanto física como mentalmente —respondió Bill, con un tono que intentaba ser amable pero que no lograba ocultar su determinación—. Este matrimonio no es algo que podamos posponer más.

Valentina soltó una risa amarga.

—¿Lista? ¿Cómo esperas que esté lista para algo como esto? No soy una muñeca que puedas vestir y colocar donde quieras, Bill.

—No te estoy tratando como una muñeca —replicó él, frunciendo el ceño—. Estoy tratando de hacer lo mejor para ambos.

—¿Lo mejor? ¿Crees que esto es lo mejor para mí? —estalló Valentina, señalándolo con un dedo—. ¿Casarme contigo cuando ni siquiera tengo elección? Esto no es lo mejor, Bill, es una condena.

Bill respiró hondo, tratando de mantener la calma.

—Sé que no lo entiendes ahora, pero con el tiempo verás que esto es lo correcto.

—No, Bill, no lo veré —respondió ella, con la voz quebrada—. Lo único que veo es cómo mi vida se desmorona mientras tú haces planes para controlarla aún más.

Por un momento, el silencio llenó el invernadero. Bill la miró con una mezcla de frustración y algo que parecía cercanamente a compasión, aunque Valentina no podía estar segura.

—Valentina, entiendo que esto es difícil para ti —dijo finalmente, con un tono más suave—. Pero no puedo dar marcha atrás.

—¿Por qué? —preguntó ella, con lágrimas comenzando a llenar sus ojos—. ¿Por qué no puedes simplemente dejarme en paz?

—Porque no puedo. Porque no quiero —respondió, levantándose y acercándose a ella—. Lo que estoy haciendo, lo estoy haciendo por ti, aunque no lo entiendas.

Valentina retrocedió, sintiendo cómo su respiración se aceleraba.

—¿Por mí? No me hagas reír, Bill. Esto no tiene nada que ver conmigo. Esto es todo sobre ti y tu maldito control.

Bill apretó los puños, claramente luchando por mantener la calma.

—Valentina, no quiero que esto sea una pelea. Quiero que trabajemos juntos en esto.

—No quiero trabajar contigo en nada —gritó ella, con la voz llena de desesperación—. No quiero casarme contigo. No quiero nada de esto.

El silencio que siguió fue casi ensordecedor. Valentina temblaba, no sabía si por la rabia o el miedo, mientras Bill la miraba fijamente.

—El 17 de marzo —dijo finalmente, con un tono firme—. Esa es la fecha. Y no hay nada más que decir al respecto.

Sin esperar una respuesta, Bill se dio la vuelta y salió del invernadero, dejándola sola una vez más.

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Esa noche, Valentina no pudo dormir. Las palabras de Bill resonaban en su mente, y cada vez que cerraba los ojos, veía la fecha escrita en letras grandes y rojas. Su corazón latía con fuerza, y sentía cómo el pánico crecía dentro de ella.

Al día siguiente, trató de evitarlo tanto como pudo, pero la presencia de Bill parecía estar en todas partes. Cada vez que lo veía, sentía una mezcla de rabia y miedo que la dejaba sin aliento.

Finalmente, una semana antes de que los sastres llegaran, Valentina tomó una decisión. No sabía cómo, pero tenía que encontrar una manera de evitar esta boda. No podía rendirse, no ahora.