En la época medieval todo es complejo y los matrimonios forzados siempre son la cereza del pastel ¿será nuestro príncipe capaz de afrontar su amor o dejarlo ir y sufrir en un matrimonio forzado?
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El Gran Torneo
El sol se alzaba sobre Aheteria, bañando el reino en una luz dorada que prometía un día de emoción y gloria. La plaza central, normalmente tranquila, estaba llena de bullicio y actividad. Los habitantes del reino se preparaban para el tan esperado Torneo de Guerreros, un evento que atraía a los mejores luchadores de todas partes, y donde la valentía y la destreza serían puestas a prueba. En medio de esta vorágine, el príncipe Aric se encontraba en su alcoba, contemplando la magnitud del evento que se avecinaba.
Aric con su cabello dorado y ojos penetrantes que reflejaban su determinación. A pesar de ser el príncipe, había crecido con un profundo sentido de la justicia y un deseo de demostrar su valía no solo ante su padre, el rey, sino también ante su pueblo. Sin embargo, había algo más que lo impulsaba a participar este año: Kael, su amor secreto, aquel joven del pueblo adyacente al bosque que había robado la plenitud de su corazón.
Mientras Aric se preparaba para el torneo, su hermana Elara entró en su habitación sin llamar. Tenía una chispa traviesa en sus ojos que indicaba que estaba tramando algo.
—¿Qué planeas, hermana? —preguntó Aric, con una sonrisa cansada.
—Nada menos que asegurarme de que Kael esté presente en el torneo —respondió Elara, cruzándose de brazos con orgullo.
Aric frunció el ceño. Sabía que Kael no era un noble y que su presencia en el torneo podría resultar problemática. Sin embargo, la idea de ver a su amado entre la multitud le llenaba de esperanza.
—No puedo permitir que eso suceda, Elara. Si alguien lo reconoce… —comenzó Aric.
—Si lo reconocen, lo protegeré —interrumpió ella, con una determinación feroz—. Kael merece ver cómo brillas en la arena. Y yo tengo un plan.
El príncipe sintió un torbellino de emociones. La idea de arriesgarse por amor le llenaba de valentía, pero también de miedo. ¿Qué pasaría si Kael era descubierto otra vez? Pero la mirada decidida de su hermana le hizo saber que no podía desanimarla.
—Está bien —dijo finalmente—. ¿Cuál es tu plan?
Elara sonrió y se acercó a él, susurrándole al oído mientras trazaba un esquema de cómo lograrían que Kael entrara al recinto sin ser reconocido.
Mientras tanto, en el pueblo cercano al bosque, Kael miraba hacia el horizonte con anhelo. Su corazón latía con fuerza al pensar en Aric y en la posibilidad de verlo luchar. Pero sabía que no podía asistir al torneo; las reglas eran claras y las consecuencias podrían ser devastadoras. Sin embargo, Elara había prometido que encontraría una manera, y eso le daba una chispa de esperanza.
—¿Crees que realmente podrá hacerlo? —se preguntó en voz alta mientras caminaba por el sendero del bosque, acariciando la suave corteza de los árboles.
La voz suave de su amiga Lira resonó a su lado. —Si hay alguien que puede hacer lo imposible, debe ser esa princesa; Elara, ya tu me lo has dicho. Y tú eres importante para Aric; eso lo hace aún más decidido.
Kael sonrió tímidamente, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción. La idea de ver a Aric en acción le llenaba de orgullo. Pero también había un miedo latente: el miedo a ser descubierto, ya que se habían calmado los ánimos en el pueblo.
El día del torneo llegó con un aire festivo. Las calles estaban decoradas con banderas ondeantes y estandartes de colores brillantes. Los ciudadanos se reunían para celebrar, ansiosos por ver quién se coronaría como el campeón del reino. Aric se encontraba en los establos del palacio, preparándose para su participación. Se ajustó la armadura con manos temblorosas mientras pensaba en Kael.
—¿Estás listo? —preguntó Elara al entrar, con una sonrisa alentadora.
—Listo para perder —bromeó Aric, aunque sabía que sus palabras ocultaban un profundo deseo de triunfar.
—No hables así. Eres el mejor luchador del reino —dijo ella, ajustando su capa—. Y recuerda: si Kael está aquí, eso te dará aún más fuerza.
Aric asintió, sintiendo cómo la ansiedad se transformaba en determinación. Sabía que debía luchar no solo por él mismo, sino también por Kael y por el futuro que anhelaban juntos.
En el corazón del recinto del torneo, la multitud rugía mientras los competidores se alineaban en la arena. Aric tomó una profunda respiración mientras observaba a los guerreros desfilando ante él. Algunos eran conocidos por su ferocidad; otros eran jóvenes llenos de ambición. Pero había algo diferente en el aire: una tensión palpable que podía sentir en cada fibra de su ser.
Mientras tanto, Kael se encontraba escondido detrás de unas cajas cerca del área del torneo, su corazón latía con fuerza al escuchar los gritos emocionados del público. Elara había logrado disfrazarlo como un simple espectador, pero aún así sentía que cada mirada era un riesgo. Sin embargo, cuando vio a Aric entrar a la arena, todo su temor se desvaneció momentáneamente.
Aric se enfrentó a su primer oponente: un guerrero robusto con una reputación temible. La lucha comenzó y los dos hombres chocaron con fuerza. Aric recordó las enseñanzas de su padre y los entrenamientos interminables junto a sus amigos; cada golpe era una danza entre la vida y la muerte.
—¡Vamos! —gritó Elara desde la multitud, animando a su hermano mientras Kael contenía la respiración.
Los primeros combates fueron intensos y Aric demostró su habilidad y agilidad en cada movimiento. La multitud vitoreaba mientras él esquivaba los ataques y contraatacaba con precisión. Pero en el fondo de su mente, siempre había una voz recordándole la presencia de Kael.
Después de varias rondas emocionantes, Aric avanzó a las finales. Cada victoria lo acercaba más a demostrar su valía no solo como príncipe sino como guerrero. Sin embargo, había algo más en juego: el amor que sentía por Kael le daba una fuerza renovada.
En un momento crucial del torneo, cuando Aric se enfrentó al campeón defensor, el ambiente se tornó tenso. La lucha fue feroz y cada golpe resonaba como un eco en el corazón del público. Justo cuando parecía que Aric iba a salir victorioso, un grito desgarrador atravesó la multitud.
—¡Kael! —gritó alguien desde la parte trasera del recinto.
El corazón de Aric se detuvo por un instante mientras giraba la cabeza hacia el sonido familiar. Allí estaba Kael, expuesto y vulnerable entre las sombras. Su disfraz había fallado; alguien lo había reconocido. La tensión aumentó y Aric sintió cómo la rabia y el miedo se apoderaban de él.
—¡No! —gritó Aric mientras se lanzaba hacia Kael, olvidando por completo la lucha que tenía delante.
El campeón defensor aprovechó ese momento de distracción para lanzar un golpe devastador hacia Aric. Pero en ese instante crucial, algo cambió en él; la furia por proteger a Kael encendió una llama dentro de su pecho. Aric esquivó el ataque con gracia y se volvió hacia su oponente con una determinación renovada.
La multitud rugía mientras Aric luchaba con todo lo que tenía; cada movimiento era un reflejo de su amor por Kael y su deseo de protegerlo a toda costa. Pero justo cuando parecía que iba a ganar, el caos estalló en el recinto.
Un grupo de guardias apareció por entre la multitud, empujando a los espectadores hacia los lados mientras buscaban al joven del pueblo. La tensión era palpable; la atmósfera cargada de incertidumbre.
Kael miró a Aric con ojos llenos de terror y desesperación mientras los guardias se acercaban rápidamente hacia él. La lucha entre Aric y su oponente continuaba, pero ahora había un nuevo enemigo: el tiempo.
Aric sintió que todo giraba a su alrededor; tenía que elegir entre continuar luchando o salvar a Kael. La decisión pesaba sobre sus hombros como una espada afilada lista para caer.
El príncipe levantó su espada hacia el cielo y dejó escapar un grito desgarrador: —¡Kael! ¡Corre!
Pero antes de que pudiera hacer algo más, la arena estalló en caos cuando los guardias comenzaron a apresar a los espectadores y buscar entre ellos al joven del pueblo.
Rápidamente Elara tomó la mano de Kael y lo llevó al Castillo, con una gran determinación regaño a los guardias, estaba muy furiosa por las reglas tontas impuestas por sus padres, que clase de rey sería Aric si siguiese esas tontas reglas que no tenían ningún tipo de cordura.
—Aquí estarás seguro, no te preocupes y no salgas. —Diciendo esto Elara se dispuso a ir al torneo para calmar los ánimos....
Después de haber pasado todo, el estruendo de la multitud resonaba en los oídos de Aric mientras él se retiraba de la arena, su corazón aún latiendo con fuerza tras el tumulto del torneo. Había ganado, sí, pero la victoria se sentía vacía sin Kael a su lado. La euforia de ser coronado campeón del torneo pronto se desvaneció ante la preocupación por el joven que había arriesgado todo por él.
Elara, siempre astuta y decidida, había estado observando desde la distancia. Mientras Aric se enfrentaba al campeón defensor, ella había ideado un plan para reunir a los dos jóvenes amantes otra vez dentro del castillo. Sabía que Kael necesitaba estar a salvo y que Aric necesitaba a Kael. La conexión entre ellos era palpable.