LA VETERANA: ¡NO ERES MI TIPO! ALÉJATE
María Teresa Andrade, dueña de una pequeña tienda de esencias naturales y exóticas para postres, lleva una vida tranquila tras diez años de viudez. A sus 45 años, parece que el amor es un capítulo cerrado...
Hasta que Marcello Dosantos, un carismático repostero diez años menor, entra en su vida. Él es todo lo que ella intenta evitar: extrovertido, apasionado, arrogante y obstinado. Lo opuesto a lo que considera "su tipo".
Es un juego de gato y ratón.
¿Logrará Marcello abrirse paso hasta su corazón?
María Teresa deberá enfrentar sus propios miedos y prejuicios. ¿Será capaz de rendirse a la tentación de unos labios más jóvenes?
¿Dejará de ser "LA VETERANA" para entregarse al amor sin reservas? O, como insiste en repetir: “¡No eres mi tipo! ALÉJATE”
NovelToon tiene autorización de ARIAMTT para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
11. ¡No puede ser!
—¡Alto ahí!
"Trágame tierra y escúpeme en Júpiter," pienso, deseando que un milagro divino me saque de esta situación… pero no sucede.
—María Teresa Andrade, viuda de Torres, ¿puedes decirme, al menos, que llevas una braga debajo de ese abrigo? —pregunta Roqui, arqueando una ceja mientras su mirada escrutadora recorre mi cuerpo.
Siento cómo mi rostro arde, y el calor me invade hasta el cuello. Mi única reacción es apretar con fuerza el cinturón de la gabardina, como si eso bastara para protegerme de este ataque de nervios y evitar que él me despoje de la última capa de dignidad que me queda.
—¡No puede ser! —grita Marla de pronto, llevándose una mano a la boca con dramatismo—. ¡Rompiste el celibato! ¿Qué se siente perder por segunda vez la virginidad?
Es como si el mundo se detuviera de golpe. El silencio se vuelve sepulcral, y siento todas las miradas clavadas en mí, aunque sé que el lugar está vacío.
—¡Quita esa cara de pánico! —interrumpe Marla con tono desenfadado—. Nadie nos está viendo, querida. Los únicos trasnochados aquí somos nosotros.
—¿Pues qué crees que va a sentir? —responde Roqui con burla—. Ahora sí le dieron por donde era, y con todo. ¿O acaso no ves cómo camina?
—Virgencita, ¿por qué me diste estos amigos tan boquisueltos? —murmuro entre dientes, pero, para mi mala suerte, me han escuchado.
—Ven, amiga —Roqui me lanza una mirada despectiva y toma a Marla de la cintura—. Dejemos a esta malagradecida sola.
Abro los ojos como platos, respiro hondo y comienzo a suplicar.
—Por favor, discúlpenme. No me abandonen y ayúdenme a salir de aquí rápido —digo, mirando hacia el ascensor, como si fuera una prófuga escapando.
—Dime, María Teresa, ¿no fuiste tan descortés con el bombón como para dejarlo tirado después de que quitó todas esas telarañas que tenías? —pregunta Roqui, entornando los ojos con aire acusador.
—Por favor, salgamos primero, y luego me hacen el interrogatorio que quieran —ruego, casi desesperada.
Marla me lanza una mirada severa. No dice nada, pero su juicio es evidente.
—Definitivamente eres de las que mata al tigre y se asusta con la piel… aunque, pensándolo bien, yo diría el elefante —añade Roqui, rodeándome mientras acaricia su barbilla, examinándome como si yo fuera un misterio por descifrar.
Dios, Roqui tiene talento para los tamaños. No está tan lejos. ¡Vaya trompa!
—Vamos a desayunar —dice Marla, cambiando de tema. Le lanzo una mirada de agradecimiento.
—Olvídate de restaurantes. No voy a ir con esta mala amiga que huele a sexø a kilómetros. Podría atraer una manada de perros. Necesita una ducha urgente. Además que dirán mis amistades.
Por instinto, comienzo a olerme.
—¡Ay, amiga! —exclama Marla riendo—. Deja la bobada, no ves que te está fastidiando.
Ambos estallan en carcajadas, y yo ruedo los ojos.
—Son los peores amigos del mundo —murmuro, cruzándome de brazos. Pero una sonrisa irónica me traiciona.
—Oigan a mi tía. Así son las malagradecidas. Uno aquí trasnochado, sacrificando sus años de vida, por una mala amiga. —Roqui finge estar molesto y evita mirarme mientras dramatiza cada palabra.
—Roqui, sabes que los amo, pero vámonos, por favor. No sé si sería capaz de volver a ver a ese hombre a la cara —murmuro, sintiéndome extraña. Algo dentro de mí quiere celebrarlo, pero otra parte, más reservada y tímida, no sabe cómo enfrentarse a la realidad de lo que hice. Al final, solo pienso que fue un momento… único. Y bueno, como dicen por ahí, “lo vivido, vivido está,” ¿no?
Salimos del Hotel y nos fuimos directo a la casa de Marla, la cual no conocía y vaya que me dejó con la boca abierta.
Si pensaba que mi pequeño negocio estaba en una zona exclusiva, la casa de Marla me dejó completamente sin palabras. Su condominio estaba literalmente en las nubes.
Este lugar era de otro nivel, en una zona de estrato diez, al norte de la ciudad. Para llegar allí, realmente debes tener un coche, porque está situado en lo más alto. Las casas allí eran como castillos: amplios espacios, dobles salas, cuartos de televisión, cocinas equipadas con vistas panorámicas; cada recámara privada, jacuzzis, saunas y ventanales enormes para dejar entrar todo el sol de la tarde, con vistas que parecían sacadas de un sueño.
Cada una de esas casas cuesta fácilmente dos millones de dólares. Una locura.
—Marla, ¿te volviste narcotraficante o algo? —pregunto en tono ligero, aunque mis ojos recorren el lugar con asombro y cierto respeto, casi temiendo tocar algo.
—Has perdido la cabeza —me responde, poniendo los ojos en blanco con esa mezcla de cansancio y diversión típica de ella. Suspira profundamente, como si tomara fuerzas, y suelta la bomba: —Me estoy divorciando.
—¿Qué? ¿Cómo así? ¿Por qué? —exclamo, incrédula. Siempre pensé que ellos eran la pareja perfecta, la que todos admiraban.
La tristeza que se esconde en sus ojos es desgarradora, pero su rabia la empuja a hablar.
—Por lo de siempre: incompatibilidad de carácteres —dice, apartando la vista mientras deja escapar un suspiro pesado, casi teatral—. O más bien, incompatibilidad de lealtad… porque el idiota me engañaba con una rubia oxigenada, tetas de silicona y, por si fuera poco, veinte años menos. ¡Claro, porque además parece que el imbécil tiene problemas con el calendario!
Sus palabras, aunque cargadas de ironía y ese humor ácido tan propio de ella, son gritos de dolor reprimidos. Una barrera que intenta sostenerse antes de que su voz quiebre por completo.
—¿Después de casi veinte años? —pregunto, incapaz de entender cómo algo así pudo pasar.
Yo sé lo que siente. Marla está hecha pedazos por dentro, pero la furia la mantiene firme, con las manos apretadas en puños.
—Marla, lo siento tanto... —susurro, abrazándola, porque no hay mucho más que se pueda hacer.
Roqui también la rodea con un abrazo, apretándola para reconfortarla.
—Mi vida, no vale la pena que derrames ni una sola lágrima por ese idiota —dice Roqui, limpiándole las lágrimas con delicadeza—. Ya verás, cuando el encanto de los primeros meses se le desinfle, volverá con las patas entre el rabo, lloriqueando como un perro mojado. Pero tú, mi reina, con la diva que llevas dentro, ni lo mirarás... ¡ni siquiera con el ojo de atrás!
Marla sonríe débilmente, pero la verdad es que sus palabras tienen peso. Sé que hay fuerza en ellas, incluso cuando ella no lo cree.
—Mi Dios me libre de tropezar dos veces con la misma piedra —responde Marla, haciendo el signo de la cruz con una sonrisa un poco más fuerte.
—Ahora sí, mis amores —dice Roqui, haciéndonos reír de nuevo—, vamos a ponernos regias y gastemos un poquito del dinero que el idiota número uno nos dejó. Porque el dos es un maldito prostituto que me abandonó por otro culo más joven.
La risa se esparce por la habitación y nos alistamos, compartiendo, en medio de tanto dolor, este pequeño escape de libertad.
—Vamos, chicas, muevan esos traseros —dice Roqui, lanzándonos una mirada juguetona y sacudiendo la mano como si nos estuviera apurando a un desfile—. ¡La última que esté lista es un huevo podrido! Y paga el desayuno.
Conociendo los gustos exclusivos de estos dos y lo limitada que está mi billetera, no lo pienso dos veces: salgo corriendo cómo loca despavorida, como si me persiguiera el de la moto viniera detrás para ajustar cuentas.
Las carcajadas llenan el aire mientras nos movemos para arreglarnos, olvidando por un rato todo lo que nos hace daño. Hoy solo tenemos espacio para ser regias.
—¡Maria Teresa Andrade! ¿Quién te crees?...