En un mundo donde las familias toman formas diversas, León se enfrenta a los desafíos y recompensas de crecer en un hogar que rompe con las normas tradicionales. Mientras navega la relación con su novia Clara, León descubre que no solo está construyendo su propia identidad, sino también reconciliando las influencias de un padre bisexual, un padrastro con quien compartió momentos cruciales, y una madre que ha sido un pilar de fortaleza.
Las raíces de su historia no solo se hunden en su familia inmediata, sino que también se entrelazan con las de Clara y su mundo, revelando tensiones, aprendizajes y momentos de unión entre dos realidades aparentemente opuestas. León deberá balancear la autenticidad con las expectativas externas, mientras ambos jóvenes enfrentan el peso de los prejuicios y el poder del amor.
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La oscuridad de León
León no supo cuándo comenzó a perderse a sí mismo, pero la caída fue lenta y constante, como una vela que se consume hasta apagarse. Durante años, había sido el puente entre las grietas de su familia: escuchaba las interminables discusiones entre su padre y Alex, absorbía los juicios de su abuela, y trataba de mantenerse fuerte para su madre, Rebeca, quien, pese a todo, intentó darle un hogar en medio del caos. Pero incluso las piedras se desgastan, y León, a pesar de su voluntad, no fue la excepción.
Desde que sus padres se separaron, la tensión en su vida nunca se disipó del todo. Cada vez que visitaba a su padre, era testigo de las mismas escenas: Daniel tratando de calmarlo, Alex reaccionando con celos o sarcasmo. León nunca entendió del todo el origen de esos conflictos, pero se convirtieron en el ruido de fondo de su vida. Intentaba ignorarlo, pero las palabras hirientes y las miradas de resentimiento se le clavaban en la mente.
Su abuela tampoco ayudaba. Aunque no vivía con ellos, siempre encontraba una forma de criticar. Para ella, León no era suficientemente fuerte, no lo suficientemente masculino, y debía "ponerse los pantalones" para lidiar con la situación familiar. Cada visita era una lección no solicitada sobre lo que estaba haciendo mal, y poco a poco, esas palabras erosionaron su confianza.
En la universidad, las cosas tampoco mejoraron. Al principio, Clara fue un refugio, alguien con quien podía compartir sus inquietudes. Pero incluso esa relación terminó en ruinas. Clara, en su confusión, se debatía entre León y una antigua amiga que había reaparecido en su vida. Cuando finalmente terminaron, León le dijo algo que Clara no pudo olvidar:
—Nuestra relación me aisló de los demás. No tenía una red de apoyo porque estaba demasiado ocupado cuidándote.
Cada día que pasaba, León se sentía más inútil, más vacío. Sus notas en la facultad comenzaron a bajar, y sus amigos notaron que algo estaba mal. Pero cuando intentaban acercarse, él simplemente los alejaba, incapaz de poner en palabras lo que sentía.
La gota que colmó el vaso llegó una noche cuando Alex, agotado por las discusiones con Daniel y preocupado por León, intentó hablar con él. Alex había notado su aislamiento, su mirada perdida, y quiso tenderle una mano.
—León, no puedes seguir así. Tienes que sacar lo que llevas dentro —le dijo Alex con tono preocupado.
Pero esas palabras, aunque bien intencionadas, hicieron que León estallara. Toda la frustración acumulada, toda la rabia contenida, salió de golpe.
—¿De verdad crees que me importa lo que pase aquí? —gritó León, con los ojos llenos de lágrimas. Su voz temblaba, pero no se detuvo—. ¡Llevo años escuchando tus malditas discusiones con mi padre! Años siendo el maldito intermediario de esta familia rota. ¿Y ahora quieres que me preocupe?
Alex intentó calmarlo, pero León lo interrumpió.
—¿Sabes qué? Tal vez mi padre debería haberse acostado con todo el mundo en vez de jugar a los novios contigo. Al menos no estarías aquí arruinándonos la vida. Si tanto lo quieres, cuídalo tú. Ya no es mi problema.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Alex se quedó paralizado, con los ojos llenos de una mezcla de sorpresa y dolor. León no esperó respuesta. Simplemente salió de la casa, dejando tras de sí el eco de sus palabras.
Después de aquella noche, León cayó en un abismo aún más profundo. Dejó de hablar con Alex y visitaba a su padre lo menos posible. Su relación con Rebeca se enfrió, y aunque ella intentó acercarse, él siempre encontraba una excusa para evitarla. En la facultad, los profesores comenzaron a preocuparse por su bajo rendimiento, pero León no mostraba interés en mejorar.
Lo más alarmante era su incapacidad para expresar emociones. Ni siquiera la rabia que había mostrado con Alex volvía a manifestarse. Pasaba los días en silencio, sumido en una rutina mecánica que lo mantenía a flote, pero apenas. Las noches, sin embargo, eran otra historia. En la soledad de su cuarto, León se sentaba a oscuras, con la mente llena de recuerdos y reproches. Quería llorar, gritar, pedir ayuda… pero nada salía. Era como si estuviera atrapado dentro de sí mismo, incapaz de encontrar una salida.
León sabía que algo dentro de él estaba roto, pero no tenía fuerzas para repararlo. Se sentía como una sombra de la persona que alguna vez fue, un espectador de su propia vida. Había perdido la fe en su familia, en sus relaciones, y en sí mismo. Y aunque en el fondo deseaba encontrar una razón para seguir adelante, cada día que pasaba lo alejaba más de esa posibilidad.
Aquí está el desarrollo del episodio con este giro oscuro en el arco de León:
León había perdido todo interés en las consecuencias de sus actos. Su rabia, mezclada con una profunda tristeza, lo llevaba a buscar formas de llenar el vacío, aunque solo fuera momentáneamente. La idea de incomodar a otros, de probar los límites de quienes lo rodeaban, se convirtió en una extraña manera de canalizar su frustración. Fue en ese estado que surgió la idea de invitar a Julián, un compañero de la facultad.
Julián era conocido entre el grupo de estudiantes por ser reservado, casi siempre esquivo cuando el tema de su orientación sexual salía a la conversación. Aunque nunca lo había dicho abiertamente, las señales estaban allí. Pero lo que realmente marcaba a Julián era su lucha interna: sus creencias religiosas lo mantenían atrapado en una prisión de culpa y negación, algo que León había notado desde hacía tiempo.
León no sabía exactamente qué esperaba lograr invitándolo a su casa. Tal vez quería divertirse a costa de su incomodidad o, simplemente, probar hasta dónde podía llegar alguien que parecía tan frágil como él se sentía por dentro.
El encuentro en casa
Julián llegó a la casa de León un sábado por la tarde, un poco nervioso pero también agradecido por la invitación. No era común que alguien se interesara en pasar tiempo con él fuera de la facultad.
—Gracias por invitarme —dijo Julián mientras dejaba su mochila junto a la puerta.
—No hay problema, siéntete como en casa —respondió León con una sonrisa que parecía genuina, pero escondía una intención distinta.
Hablaron por un rato sobre cosas triviales: las clases, los profesores, algunos proyectos. León incluso pareció relajarse por un momento, pero conforme avanzaba la conversación, comenzó a llevarla hacia temas más personales.
—¿Nunca has tenido pareja? —preguntó León de manera casual, mientras llenaba un vaso con agua.
Julián se tensó, desviando la mirada.
—No... no he tenido tiempo para eso. Estoy enfocado en los estudios.
León soltó una risa sarcástica.
—Vamos, no me vengas con eso. Todos sabemos que tienes "otras razones".
Julián lo miró, sorprendido y a la vez incómodo.
—No sé de qué hablas.
León lo miró fijamente, apoyándose en la mesa.
—Claro que sabes. Todos lo saben, pero tú sigues fingiendo que no.
El silencio que siguió fue pesado. Julián tragó saliva, visiblemente incómodo. León, por otro lado, sintió una especie de satisfacción retorcida al verlo así. Era como si estuviera proyectando su propia confusión y dolor en él.
La insinuación
La conversación continuó de manera forzada hasta que León, con una expresión seria, lanzó una bomba:
—¿Sabes qué? Podríamos probar. Así sales de dudas.
Julián parpadeó, sin entender al principio.
—¿Qué?
León se inclinó un poco hacia él, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y cinismo.
—Tú y yo. Aquí, ahora. Así dejas de fingir que no sabes lo que quieres.
Julián se levantó de inmediato, con el rostro encendido de vergüenza y rabia.
—¡¿Qué demonios te pasa?!
León se encogió de hombros, manteniendo esa sonrisa burlona que solo avivó el enojo de Julián.
—¿Qué? ¿No es lo que querías? Siempre estás evitando el tema, como si fueras mejor que todos. Pensé que te haría un favor.
Julián agarró su mochila, visiblemente temblando, y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, volteó a mirarlo con los ojos llenos de lágrimas.
—Eres un miserable, León. Si estás tan perdido, no te atrevas a arrastrarme contigo.
Pero en lugar de buscar una salida, León se hundió más en su espiral de autodestrucción, cerrándose aún más al mundo y sumido en un silencio que parecía interminable.