Reencarné como la villana y el príncipe quiere matarme. Mi solución: volverme tan poderosa que nadie se atreva a intentarlo. El problema: la supuesta "heroína" es en realidad una manipuladora que controla las emociones de todos. Ahora, debo luchar contra mi destino y todo un reino que me odia por una mentira.
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El Escenario Perfecto
El gran salón del castillo Sokolov brillaba como nunca. Guirnaldas de flores heladas (una muestra del control elemental de algún mago de la corte) colgaban de las vigas, y el aroma de la carne asada y la miel impregnaba el aire. Era el quinto cumpleaños de Irina, pero todos sabían que el verdadero evento era la presentación de la pequeña duquesa con su futuro prometido, el Príncipe Alexander, de 7 años.
Irina, de pie en medio de la sala, era la imagen de la inocencia noble. Llevaba un vestido de terciopelo azul oscuro, con detalles de armiño que contrastaban con su pelo blanco como la nieve. Sus manos, pequeñas y ahora limpias de las ampollas de la espada, estaban cruzadas con elegancia. Pero bajo la superficie, su mente era un torbellino.
"Okey, Marie, piensa. Modo: Operación Supervivencia Romántica. Objetivo: No ser la novia odiada. Estrategia: Encantamiento inocente y desarme total."
Sabía que Alexander, serio y criado bajo la rígida etiqueta de la corte, esperaría encontrar exactamente lo que la novela describía: una niña mimada, bulliciosa y probablemente llorona. Iba a darle exactamente lo contrario.
Las trompetas anunciaron su llegada. La Emperatriz Viuda, abuela del príncipe Alexander una mujer de mirada afilada y joyas que valían más que un pueblo entero, entró con paso majestuoso. Y a su lado...
Allí estaba él. Alexander.
Era un niño alto para su edad, de cabello oscuro y lacio, peinado con perfección impecable. Sus ojos, de un gris frío como el acero, escudriñaban la sala con una serenidad que no era propia de un niño. Llevaba una túnica pequeña con los colores de la realeza, y su postura era recta, rígida. Parecía un general en miniatura.
Irina contuvo un suspiro interno. Dios mío, tiene siete años y ya parece un contable estresado. Pobre niño.
Siguiendo el rígido protocolo, Irina hizo una reverencia perfecta, un movimiento que había practicado hasta el aburrimiento y que ahora ejecutó con una gracia natural que sorprendió incluso a su madre.
"Su Alteza", dijo su vocecita, clara y mesurada. "Es un honor recibirles en nuestra casa."
La Emperatriz esbozó una sonrisa cortés. Alexander la miró. Su expresión no cambió, pero sus ojos se encontraron con los de ella. Irina no desvió la mirada. No sonrió de forma exagerada. Solo sostuvo su mirada con una calma curiosidad, como si observara un cuadro interesante.
Durante la cena, Alexander fue sentado a su lado. El silencio entre ellos era palpable. Él comía con movimientos precisos y económicos. Ella, con un refinamiento que parecía innato.
Fue él quien, forzado por la etiqueta, rompió el hielo. Su voz era clara, pero carecía de la calidez infantil.
"Feliz cumpleaños,Lady Irina."
"Gracias, Su Alteza", respondió ella, inclinando ligeramente la cabeza. Luego, hizo su primer movimiento. Bajó la voz a un tono más confidencial, como si compartiera un secreto. "¿Y cómo encontró el viaje? Dicen que los lobos de las montañas aúllan más en luna llena. ¿Es cierto?"
Fue una pregunta inesperada. No sobre juguetes, ni sobre cuentos de hadas. Era una pregunta sobre el mundo real, con un toque de misterio. Los ojos grises de Alexander se clavaron en ella con un destello de interés.
"Es cierto", afirmó, con un asomo de sorpresa en la voz. "Su aullido es más agudo. Es una estrategia de caza."
"Ah, tiene sentido", dijo Irina, como si acabara de resolver un gran misterio. "Son más inteligentes de lo que la gente cree."
Hablaron un poco más. Irina evitó cualquier tema frívolo. Le preguntó sobre los diferentes tipos de acero para las espadas (un conocimiento que había absorbido de los herreros), y mencionó, con aparente inocencia, lo fascinante que le parecía la magia de luz por su "utilidad para sanar y guiar", una sutil alabanza velada a la magia que Liz poseería, desvinculándola de cualquier envidia futura.
Alexander, acostumbrado a las niñas que solo hablaban de vestidos y fiestas, se encontró conversando con alguien que, aunque en un cuerpo de niña, parecía tener una mente curiosa y analítica. No era la niña tonta que esperaba.
Al final de la noche, cuando las despedidas se hicieron, Alexander hizo una reverencia formal hacia Irina.
"Fue un placer,Lady Irina."
"El placer fue mío, Su Alteza", respondió ella, con otra reverencia perfecta. "Espero que el regreso a la capital sea seguro."
Cuando se marcharon, la duquesa Sokolov se acercó a su hija, radiante.
"¡Irina,cariño! ¡Estuviste maravillosa! El Príncipe parecía... impresionado."
Irina permitió que la falsa fatiga infantil apareciera en su rostro. "Estaba muy cansado, mamá. Pero era amable."
Subió a sus aposentos, donde las sirvientas la ayudaron a quitarse el elaborado vestido. Mientras la desvestían, su mente no descansaba.
Objetivo cumplido. Primera impresión: Éxito. No soy la niña caprichosa. Soy la niña serena, inteligente y un poco misteriosa.
Se miró en el espejo. La niña de cinco años que la devolvía la mirada tenía ojos que habían visto demasiado.
"Está bien, Alexander", murmuró para sí misma, un esbozo de sonrisa en sus labios. "Tendrás a tu plebeya. Yo no seré tu obstáculo. Seré... tu inesperada aliada. O, al menos, me aseguraré de que no tengas ninguna razón para clavarme esa maldita espada."
El plan era simple: en la academia, no competiría por su afecto. Sería su compañera de estudios confiable, la que da buenos consejos, la que incluso podría, hipócritamente, "ayudarlo" en su romance con Liz. Ganarse su confianza, su gratitud. Convertirse en una pieza tan útil e inocua en su vida que la idea de matarla se volviera absurda.
La villana no iba a luchar contra la heroína. Iba a patrocinar su romance desde las sombras. Era un plan tan cínico y brillante que solo una influencer reconvertida en niña-duquesa podría haberlo ideado.
Y lo mejor de todo es que estaba funcionando.
Dos días después de la fiesta, Irina estaba en su elemento. El sol de la mañana brillaba sobre el patio de entrenamiento mientras ella, con una concentración feroz, asestaba golpes a un poste de paja con su nueva espada de madera (había gastado la anterior en la masmorra). Su mente adulta maldecía la lentitud de su cuerpo infantil, pero sus músculos, poco a poco, empezaban a responder.
"¡Más rápido, Irina! ¡Ese murciélago escamoso no se va a matar solo!", se gritaba a sí misma en un ruso interior muy poco noble.
Fue en ese momento, mientras ejecutaba una estocada particularmente torpe que casi la hizo caer de narices, cuando una voz serena cortó el aire.
"¿Lady Irina?"
Irina se giró, tambaleándose, y allí estaba él. El Príncipe Alexander, vestido con una túnica de entrenamiento sencilla, mirándola con una expresión que era una mezcla de curiosidad y perplejidad absoluta. Parecía un pequeño inspector fiscal que hubiera encontrado a un duende bailando sobre su escritorio.
Irina, con el pelo pegado a la frente por el sudor y las mejillas coloradas, parpadeó. ¿Qué hace aquí el niño contable? ¿Vino a cobrar impuestos por el sudor?
"Su Alteza", logró decir, tratando de recuperar el aliento y un ápice de dignidad. "Qué... sorpresa."
Alexander se acercó, sus ojos grises escudriñando la espada de madera y el poste de paya maltratado.
"¿Te gusta el entrenamiento con espada?"preguntó, con genuina incredulidad.
Irina decidió usar la estrategia de la "verdad a medias con un toque de patetismo". Bajó la mirada, fingiendo una timidez adorable.
"A veces...tengo miedo", murmuró. "Miedo de no ser lo suficientemente fuerte para proteger a los que quiero. O... para protegerme a mí misma."
Era tan dramático, tan salido de una telenovela, que a ella misma le dio un poco de vergüenza ajena. Pero funcionó. La expresión de Alexander se suavizó un milímetro. Durante dos días, no había podido dejar de pensar en su conversación. Por primera vez, alguien no le había hablado de como era ser principe, de lo aburridas que eran sus lecciones o de lo guapo que era. Le había hablado de lobos, de acero y de magia de luz con un respeto intelectual. Se había sentido... escuchado. Y ahora, ver a esta pequeña duquesa, que parecía una muñeca de porcelana, declarando que entrenaba por miedo, despertó en él un confuso instinto protector mezclado con una enorme curiosidad.
"Eso es... muy responsable para alguien de tu edad", dijo, con torpeza.
"La edad es solo un número, Su Alteza", soltó Irina con una solemnidad hilarante, como un pequeño gurú. "Como el calibre de una ballesta. Lo que importa es el impacto."
Alexander parpadeó, completamente desconcertado por la analogía.
Fue entonces cuando a Irina se le encendió la bombilla. Una idea gloriosamente terrible. ¿Qué mejor manera de ganar puntos de "aliada excéntrica pero inofensiva" que humillándose a sí misma de manera controlada?
"Su Alteza", dijo, alzando su espada de madera con dramática determinación. "¡Le reto a un combate!"
La boca de Alexander se abrió ligeramente. Era la expresión más cercana al asombro total que Irina había visto en él.
"¿Un...combate? Lady Irina, eso es... inapropiado. Eres una niña. Podría lastimarte."
"¡Bah!", exclamó Irina, poniendo las manos en las caderas. "¡El miedo es el asesino de la mente, Su Alteza! ¡Además, uso espada de madera! Lo peor que puede pasar es que me dé un moretón en mi orgullo, que es considerable, se lo aseguro."
Alexander miró a su espada de verdad, que colgaba de su cinturón, y luego a la rama torcida que Irina blandía. Parecía un samurái siendo desafiado por un pollito armado con una pajita.
"Yo... no sería correcto", insistió, con el protocolo real grabado a fuego en su mente.
"¿Teme que le gane?", lo provocó Irina, con una sonrisa pícara. "¿El futuro gobernante del reino, amedrentado por una niña de cinco años y su fiel palo?"
Eso le llegó. El orgullo de Alexander, aunque bien escondido, era real. Un leve rubor subió a sus mejillas.
"Está bien",cedió, con un suspiro de resignación. "Pero solo hasta primera sangre. O... primera astilla."
El combate fue, desde el primer momento, la cosa más ridícula que se había visto en el castillo Sokolov en siglos.
Alexander, con una elegancia natural, adoptó una postura defensiva. Irina, por su parte, giró su espada de madera como si fuera un molinillo loco, gritando "¡Por la nieve y la gloria!" (una frase que acababa de inventar y que sonó tremendamente estúpida).
Cargó contra él. Alexander, con un movimiento casi perezoso, desvió su "ataque". Irina, siguiendo su "plan" de parecer torpe pero decidida, giró sobre sí misma y, por pura suerte, la punta de su espada de madera golpeó la espinilla del príncipe.
¡TOK!
Un sonido sordo y hueco resonó en el patio.
Alexander no gritó, pero soltó una pequeña y sofocada exhalación de sorpresa y dolor. Era más la conmoción que el daño real. ¡Le había golpeado! ¡La niña del molinillo loco le había golpeado!
Aprovechando su distracción, Irina intentó pasar por entre sus piernas, como había visto en una película de artes marciales en su vida pasada. Pero calculó mal la altura y, en lugar de eso, tropezó con sus propios pies y cayó de bruces contra el trasero del príncipe, enviándolo a él también al suelo.
Durante un momento, hubo un silencio incómodo. Los dos niños estaban en el polvo, enredados. Alexander estaba boquiabierto. Irina tenía la cara enterrada en su túnica.
Entonces, Irina se incorporó, con el pelo lleno de paja y una sonrisa de oreja a oreja.
"¡Ja!¡Le he derribado, Su Alteza! Eso cuenta como victoria por inmovilización, ¿verdad?"
Alexander, todavía en el suelo, la miró. Y entonces, algo increíble sucedió. Una risa, pequeña y contenida al principio, escapó de sus labios. Luego, otra. Y de pronto, ambos estaban riendo, él en el suelo, ella de rodillas a su lado, riendo del absurdo total de la situación.
"Eres... la persona más extraña que he conocido, Lady Irina", dijo Alexander, todavía jadeando por la risa.
"Es un cumplido, Su Alteza. Lo acepto con honor", respondió Irina, limpiándose una lágrima de risa. "¿Ve? No me ha roto. Y ahora tenemos un secreto. Puede decirle a todos que fue un combate feroz y épico."
Alexander se levantó, sacudiéndose el polvo. La miró con una nueva luz en sus ojos. Ya no era solo curiosidad. Era... diversión. Algo que experimentaba muy raramente.
"Así será", dijo, con un asomo de sonrisa. "Un combate feroz y épico."
Esa tarde, cuando el príncipe se fue, Irina se quedó en el patio, satisfecha. No solo había conseguido que el futuro verdugo se riera con ella. Había plantado una semilla. La semilla de que Irina Sokolov no era una amenaza. Era un desastre divertido, una aliada excéntrica. Y nadie clava una espada en su payasa personal.
está historia me hizo recordar los procesos que muchos pasamos 😭😭