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VEINTICUATRO (BL)

VEINTICUATRO (BL)

Status: En proceso
Genre:Diferencia de edad / Posesivo / Romance oscuro / Mi novio es un famoso
Popularitas:2.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Daemin

Lo secuestró.
Lo odia.
Y, aun así, no puede dejar de pensar en él.
¿Qué tan lejos puede llegar una obsesión disfrazada de deseo?

NovelToon tiene autorización de Daemin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

capítulo 3: Un encierro demasiado cómodo

El techo seguía siendo el mismo que había visto anoche. Alto, demasiado blanco, demasiado limpio. Dylan despertó otra vez en esa cama absurda, con las sábanas suaves. Y la misma sensación de que todo era un maldito chiste malo.

Se pasó la mano por la cara y bufó.

—Sigo aquí... no joder.

Saltó de la cama y se puso los tenis que había dejado tirados al pie. Lo primero que hizo fue tantear la puerta. Obvio, cerrada.

—No me sorprende.

Fue directo a las ventanas. Altas, con cristal grueso. Intentó mover el marco, darle un empujón, incluso patearlo. Nada. Ni una grieta.

Se apartó resoplando.

—¿Quién carajos blinda ventanas en un cuarto de invitados?

Buscó otra salida: el baño. Revisó la ventilación. Una rejilla diminuta que apenas dejaba pasar aire. Se subió al lavamanos para tantearla, pero apenas metía los dedos.

—Sí, claro. Me meto ahí y quedo como Winnie Pooh atorado. Excelente plan, Dylan.

Bajó de golpe, frustrado. Caminó en círculos, mordiéndose el labio. El silencio era lo peor. Nada de ruidos de la calle, nada de voces, solo el eco de su respiración.

De pronto, escuchó un clic suave.

La puerta.

Se abrió sola.

Dylan se quedó quieto, como si fuera una trampa. Miró hacia afuera. Pasillo vacío, alfombra silenciosa, cuadros caros.

Su corazón empezó a correr más rápido que sus piernas.

—Ok, Dylan. Es tu oportunidad.

Se asomó despacio y salió. Cerró la puerta detrás, como si así borrara pruebas de que había escapado. Caminó por el pasillo, con pasos medidos. A la primera esquina, se pegó contra la pared y miró. Nada.

Siguió avanzando. Pasó frente a una puerta entreabierta: una sala enorme con sillones de cuero y estantes repletos de libros que parecían de decoración más que de lectura. Al fondo, una escalera descendía a otro nivel.

“Ahí debe estar la salida...” pensó, tragando saliva.

Bajó un escalón. Luego otro. Sentía el pulso en los oídos. Todo estaba tan silencioso que hasta sus tenis parecían sonar fuerte.

Llegó al final de la escalera. Giró a la derecha. Y ahí la vio.

Una puerta doble, alta, de vidrio esmerilado. Más allá... quizás la salida.

Aceleró el paso. Tocó la manija. Tiró de ella.

Nada. Cerrada con llave.

—¡Mierda!

Golpeó la puerta con el hombro, sin resultado. Se giró frustrado y ahí lo notó.

Una pequeña cámara en la esquina. Roja. Grabando.

Dylan se quedó quieto.

—Hijo de p... —murmuró, llevándose la mano al cabello.

Ya no sabía si reírse o patear la puerta hasta romperse la pierna.

Mientras tanto en Las oficinas de Liu Motors parecían otro mundo comparado con el silencio de la mansión. Ventanales enormes, mesas de vidrio, empleados corriendo con carpetas y laptops, teléfonos sonando a cada rato.

En el piso más alto, la sala de juntas estaba ocupada solo por dos personas: Nathan, recostado en una silla de cuero, revisando unos informes en su tablet, y Alex, de pie junto a la ventana, con el celular pegado al oído.

—Sí, dile que la reunión se reprograma. El señor Liu no puede atenderlo hoy... —dijo Alex con tono formal, antes de cortar la llamada y rodar los ojos—. El tercer socio enojado en menos de dos horas. ¿Quieres que siga diciendo que estás ocupado?

Nathan ni levantó la vista.

—Diles lo que quieras.

—Genial —bufó Alex, caminando hacia la mesa—. Entonces mañana seguro tenemos la mitad de la junta directiva queriendo colgarme a mí.

Nathan deslizó el dedo por la pantalla, como si no le importara nada.

—Lo resolverás.

Alex lo fulminó con la mirada.

—¿Sabes qué es lo peor? Que ni siquiera finges estar interesado. Y yo soy el idiota que da la cara mientras tú... —hizo un gesto con las manos—, lo que sea que estés haciendo.

Nathan alzó una ceja.

—¿Lo que sea?

—Sí. Lo que sea. Porque últimamente llegas tarde, desapareces sin decir dónde, y tienes esa mirada de... —Alex se detuvo, ladeando la cabeza—. ¿Cómo lo digo? De gato que ya atrapó al ratón.

Nathan cerró la tablet y lo miró directo, sin perder la calma.

—¿Y si fuera así?

Alex lo observó unos segundos.

—Entonces espero que el ratón no sea ilegal.

Nathan sonrió apenas.

—El ratón... es único.

—Oh, no... —Alex se dejó caer en la silla frente a él, masajeándose las sienes—. No me digas que esto es de esos caprichos tuyos, porque siempre que dices “único” terminamos en problemas.

Nathan no respondió. Solo giró la tablet, mostrando un gráfico con cifras en alza.

—La planta de Monterrey está lista para la producción.

—No cambies de tema —reclamó Alex—. ¿Quién es?

—¿Quién?

—El ratón.

Nathan soltó una risa suave, breve.

—Demasiado curioso para tu propio bien.

Alex lo señaló con el bolígrafo.

—No me jodas, Nathan. Eres mi jefe, pero también eres mi amigo. Y sé cuando algo se te mete en la cabeza. ¿Qué pasa? ¿Quién te tiene así?

Nathan lo miró fijo, sin decir nada durante varios segundos. Hasta que apoyó los codos en la mesa y, con un gesto leve, cambió el tema otra vez.

—Necesito que consigas una lista de proveedores discretos.

—¿Proveedores de qué?

—De sistemas de seguridad. Cerraduras inteligentes. Cámaras con reconocimiento facial. Cosas... delicadas.

Alex se quedó en silencio. Lo miró como si tratara de resolver un rompecabezas.

—¿De verdad quieres que no pregunte nada?

Nathan le sostuvo la mirada, sereno.

—De verdad.

Alex suspiró, resignado.

—Ok... pero si terminamos metidos en un lío, esta vez no me hago cargo.

Nathan sonrió apenas, apoyándose en el respaldo de la silla.

—Tranquilo, Alex. Todo está bajo control.

El silencio en la sala de juntas se interrumpió cuando Alex revisó la agenda en su tablet.

—Por cierto, en veinte minutos llega Claudia Serrano.

Nathan levantó la vista.

—¿La del grupo Serrano?

—La misma. Y viene afilada. —Alex hizo un gesto como si se cortara el cuello—. Dice que si no firmas el acuerdo de distribución este mes, se va con la competencia.

Nathan entrelazó los dedos, pensativo.

—No se va a ir.

—¿Por qué estás tan seguro? —preguntó Alex, incrédulo.

—Porque necesita nuestros motores híbridos para el nuevo prototipo. Y solo nosotros podemos producirlos con la potencia que quiere.

La puerta se abrió justo entonces. Una mujer de unos treinta y pocos años entró con paso firme, tacones resonando sobre el piso brillante. Claudia Serrano. Traje beige impecable, labios pintados de rojo, expresión de alguien que no aceptaba un “no” por respuesta.

—Señor Liu —saludó, sin perder tiempo en cortesías—. Vine por respuestas.

Alex intentó sonreír, nervioso.

—Claudia, qué sorpresa…

—No es sorpresa, es agenda —lo cortó ella, dejando su portafolio sobre la mesa con un golpe seco—. Necesito saber si este acuerdo es prioridad para tu empresa o si estoy perdiendo mi tiempo.

Nathan se acomodó en la silla, tranquilo, como si disfrutara verla tan alterada.

—El acuerdo está en revisión.

—Tres semanas de “revisión” —replicó ella, alzando la voz—. Mientras tanto, mis ingenieros están esperando piezas que ustedes prometieron.

Nathan no se inmutó.

—Tendrán lo que necesitan.

Claudia lo miró con un brillo de fastidio.

—No sé si me impresiona tu seguridad o si me irrita.

Alex carraspeó, intentando suavizar.

—Claudia, sabemos que este proyecto es importante para ustedes. Lo que Nathan quiere decir es que estamos ajustando los tiempos de producción para garantizar calidad…

Ella lo ignoró y volvió a mirar a Nathan.

—Quiero un plazo concreto.

Nathan sostuvo su mirada.

—Quince días.

Claudia frunció el ceño.

—¿Quince?

—Ni uno más —respondió él, firme.

Por un momento, el aire se tensó en la sala. Alex tragó saliva.

Finalmente, Claudia tomó aire, recogió sus papeles y los guardó con brusquedad.

—Está bien. Pero si en quince días no tengo las piezas en mi planta, el contrato se cancela.

Se levantó sin esperar respuesta y salió de la sala con la misma determinación con la que había entrado.

El silencio volvió a caer. Alex se dejó caer en la silla.

—No sé cómo carajos logras que gente así te respete y te odie al mismo tiempo.

Nathan tomó la tablet y volvió a revisar los informes, imperturbable.

—Porque saben que cumplo lo que digo.

Alex lo miró fijamente.

—Eso… y porque eres un cabrón difícil de leer.

Nathan no contestó. Solo sonrió de lado, como si tuviera dos mundos en la cabeza y ninguno de los dos pudiera mezclarse.

...----------------...

Dylan estaba sentado en el sofá, mirando el televisor encendido sin realmente verlo. El canal mostraba noticias de automovilismo, y él solo se fijaba en cada detalle de los autos como si fueran un recordatorio cruel de lo que había afuera.

El sonido de la puerta principal lo sacó de su trance. Pasos firmes. Ese mismo caminar seguro que había escuchado anoche en la pista.

Nathan entró en la sala, todavía con la chaqueta de la oficina puesta, la corbata medio aflojada. Se detuvo a pocos metros, observándolo como si nada más en el mundo existiera.

—Veo que no intentaste salir otra vez —dijo con calma.

Dylan apretó la mandíbula.

—No tenía por dónde.

Nathan sonrió apenas, como si hubiera esperado esa respuesta.

—Es mejor así.

Se quitó la chaqueta y la dejó sobre un sillón. Luego se inclinó un poco hacia él, bajando el tono de voz.

—¿Sabes qué es lo curioso? —preguntó, mirándolo fijo.

Dylan lo sostuvo con la mirada, incómodo.

—¿Qué?

—Que mientras tú buscas la forma de escapar, yo solo pienso en cómo hacer para que no quieras irte.

Dylan se tensó al instante. Ese comentario no sonaba a amenaza. Tampoco a un gesto romántico. Era algo en el medio. Un terreno extraño, inquietante, del que no sabía cómo defenderse.

Nathan se incorporó y caminó hacia la escalera.

—Descansa. Mañana será un día largo.

Y lo dejó ahí, con esa frase flotando, con el ruido de los autos en la pantalla y el corazón latiéndole demasiado rápido.

Dylan exhaló fuerte, frotándose la cara.

—Este tipo está mal de la cabeza…

Pero lo que no quería admitir, lo que lo enojaba más que todo, era que sus palabras le habían hecho eco.

1
Mel Martinez
por favor no me digas que se complica la cosa no
Mel Martinez
que capitulo
Mel Martinez
me encanta esta novela espectacular bien escrita y entendible te felicito
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