En las tierras frías del Reino de Belfast, un niño fue arrancado de los brazos del amor y lanzado al abismo del desprecio. Victor, de apenas ocho años, sobrevive bajo el techo de sus propios enemigos, el Rey y la Reina que arrasaron su pasado. Lo llaman débil, lo humillan, lo marcan con su odio… sin imaginar lo que realmente duerme en su interior.
Esta no es la historia de un héroe elegido. Es la travesía de un alma quebrada que se arrastra por los escombros del trauma, el dolor y la soledad. Cada mirada de desprecio, cada palabra cruel, cada herida invisible es una chispa que alimenta una tormenta silente. Y cuando el momento llegue… ni el trono ni la sangre real podrán detener lo que ha nacido del silencio.
Un cuento oscuro donde no hay luz sin sombras, ni infancia sin cicatrices. Un viaje que transforma al niño temeroso en la incógnita más temida por todos.
NovelToon tiene autorización de Vic82728 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 3 – El Espectáculo del Silencio
La mañana comenzó con un cambio inusual.
Dos guardias, distintos a los habituales, irrumpieron en la celda de Víctor sin previo aviso. Uno de ellos lo arrastró del suelo como si fuese un saco vacío. El otro lo roció con un cubo de agua helada, sin decir una palabra. Le dieron una prenda raída, vieja, casi transparente, más parecida a un trapo que a ropa. Y lo obligaron a vestirse.
—Hoy conocerás al rey —dijo uno, con una mueca burlona—. Intenta no vomitar de miedo.
No le explicaron nada más.
Solo lo condujeron, por pasillos que nunca había recorrido, hacia una zona brillante del castillo. El mármol blanco y los vitrales de colores le eran ajenos. Víctor nunca había estado allí. Cada paso hacia esa parte del mundo real —ese mundo que había olvidado— se sentía como si estuviera cruzando al otro lado de un sueño.
Pero no era un sueño.
Era una pesadilla con luz.
---
El gran salón del trono era inmenso. Las columnas altas tocaban el techo abovedado como si quisieran alcanzar el cielo. La corte estaba reunida: nobles, consejeros, soldados, sirvientes. Todos en silencio. Todos con los ojos fijos hacia el estrado.
En lo alto, sentado con arrogancia, el Rey Carlos.
Y a su lado, con el porte de una estatua de hielo, Vanessa, la reina. Entre ambos, como si fuera su sombra viviente, estaba Lilith. Con un vestido nuevo. Sonriendo como si el mundo fuera su juguete personal.
Los guardias lanzaron a Víctor al centro del salón, frente a todos. Cayó de rodillas. No tenía fuerza para resistirse. La ropa húmeda se pegaba a su piel, dejándolo expuesto. Los murmullos comenzaron.
—¿Ese es…?
—Un niño salvaje.
—Míralo… parece una rata.
—¿Por qué lo traen aquí?
El Rey Carlos se puso de pie.
—Pueblo de Belfast —declaró con voz potente—. Hoy no venimos a celebrar una victoria… ni a conmemorar un héroe. Hoy venimos a reír.
El silencio fue absoluto.
Carlos bajó los escalones con pasos lentos, hasta colocarse frente a Víctor. Lo miró como se mira a un insecto.
—Este… es nuestro pequeño sirviente. Una criatura que llegó a nosotros… con la promesa de ser algo útil. Pero lo único que ha demostrado hasta ahora es ser una molestia.
Se giró hacia la corte, caminando alrededor de Víctor.
—Inútil. Lento. Torpe. Y por si fuera poco… mudo.
Las risas comenzaron. Primero tímidas. Luego más fuertes. Algunas nobles se tapaban la boca para disimular. Otros reían abiertamente. Los soldados sonreían sin vergüenza. A Víctor le ardía la piel. No por el frío… sino por la humillación.
Carlos se acercó otra vez.
—¿No vas a hablar? —preguntó en tono burlón.
Silencio.
—¿No vas a agradecer que te hayamos salvado de la miseria?
Más risas.
Lilith se levantó del trono y descendió las escaleras con gracia infantil. Caminó directamente hacia Víctor, y sin previo aviso… lo escupió en la cara.
—Dinos, mascota —dijo, con falsa dulzura—, ¿te gusta tu jaula?
Víctor no respondió. No movió un solo músculo. Solo cerró los ojos, apretando los puños con fuerza, mientras la rabia ardía en su pecho como un volcán en silencio.
Carlos levantó una mano.
—Parece que no entiende. Tal vez necesita una lección más clara.
Un guardia se acercó con un látigo en la mano.
Víctor sintió que todo el salón contenía la respiración.
La primera marca cruzó su espalda como fuego líquido. La sala estalló en una mezcla de asombro y entretenimiento sádico. Era un espectáculo. Él era el espectáculo.
La segunda, más fuerte, lo derribó al suelo.
La tercera… fue silenciosa. Porque ya no podía gritar. Porque nunca lo hizo.
Pero no fue el dolor lo que lo quebró.
Fue ver las caras. Ver a Lilith reír. A Carlos cruzado de brazos, satisfecho. A Vanessa disfrutando del momento como si fuera un banquete.
No tenía aliados.
No tenía nombre.
No tenía hogar.
Y en ese momento… algo dentro de él cambió.
No fue un grito. No fue un llanto. No fue una promesa.
Fue un odio frío. Puro. Silencioso. Como una semilla oscura hundiéndose en lo más profundo de su ser.
Carlos hizo un gesto, deteniendo el castigo.
—Llévenlo de vuelta a su celda. Que recuerde quién manda aquí.
Y así lo hicieron.
Arrastrándolo, ensangrentado, cubierto de risas que se quedaban flotando en los muros del castillo.
Esa noche, en su celda, Víctor no durmió.
No lloró.
Solo repitió en su mente un pensamiento, una y otra vez, hasta que se volvió su única verdad:
“Algún día… todo esto se va a caer.”
El regreso a la celda fue un desfile de susurros y miradas que no necesitaban palabras. Víctor no podía caminar bien. Cada paso ardía, cada músculo gritaba. Los guardias lo arrojaron de nuevo al suelo de piedra como si fuese basura, cerrando la puerta sin molestarse en mirarlo una última vez.
Oscuridad.
Soledad.
Y sangre.
La piedra absorbía su dolor en silencio. El símbolo que aún seguía grabado en la pared parecía más oscuro, más profundo… como si también hubiese presenciado todo. Como si hubiese esperado ese momento.
Víctor no lloró.
Pero tampoco durmió.
El castillo estaba en silencio. Solo el viento lejano golpeando los vitrales. Solo su respiración cortada. Solo el latido lento de su corazón tratando de no apagarse.
En su mente, se repetía una escena.
La cara de Carlos riendo.
La mirada de Vanessa: fría, satisfecha.
Y Lilith.
Esa maldita niña con sonrisa de ángel y veneno en el alma.
Había algo en ella que no era humano. Algo que lo observaba más allá de sus ojos. Algo que lo conocía más de lo que él mismo se conocía.
—¿Te dolió? —susurró una voz.
No estaba solo.
Lilith, sentada una vez más dentro de su celda como si jamás hubiera salido.
—No importa —continuó—. A mí también me dolieron cosas. Pero aprendí. Aprendí a no confiar. A no querer. A destruir antes de ser destruida.
Víctor no la miró.
Ella se arrastró más cerca, dejando caer algo frente a él: un trozo de pan duro, mordido por un lado.
—No te estoy ayudando —aclaró—. Solo quiero que aguantes. Me diviertes. Me haces los días menos aburridos.
Se levantó y lo miró con una expresión que no era burlona. No exactamente.
—Van a seguir, ¿sabes? —susurró—. Van a seguir haciéndote cosas. Peores cosas. Hasta que ya no quede nada de ti. Y cuando eso pase… entonces vendrá la parte divertida.
Se acercó al símbolo en la piedra. Esta vez, pasó el dedo sobre las marcas nuevas que habían aparecido tras el castigo. Las líneas ya no eran aleatorias. Empezaban a tomar forma. Parecían runas, o tal vez cicatrices en la misma piedra.
—Tú no lo sabes todavía —dijo—. Pero ese símbolo… no es tuyo. No todavía.
Víctor alzó la mirada por primera vez.
—¿Entonces de quién es?
Lilith se detuvo. Su sonrisa desapareció por un segundo. Solo uno.
—Eso es lo que tienes que descubrir —respondió, girándose hacia la puerta—. Pero hazlo rápido… antes de que ellos lo hagan por ti.
Y desapareció en la oscuridad.
---
Pasaron los días. O las semanas. El tiempo había perdido forma. Víctor dejó de hablar con los otros niños. No comía más de lo necesario. No respondía cuando lo empujaban, cuando lo obligaban a limpiar las salas más frías, cuando le daban órdenes humillantes delante de los guardias.
Empezó a caminar por los pasillos como un fantasma.
Empezó a observar.
A escuchar.
Y a recordar.
La forma en que Carlos usaba las palabras para herir.
Cómo Vanessa manipulaba con una sola mirada.
La manera en que Lilith aparecía… y desaparecía.
Cada gesto, cada palabra, cada castigo, era una piedra más en su memoria. No solo por rabia. No solo por dolor.
Sino por algo más frío, más calculado.
Por venganza.
Porque si tenía que vivir en ese infierno… entonces no se marcharía sin incendiarlo.
Desde el fondo de su celda, desde la sombra del rincón más oscuro, comenzó a formarse una idea. Todavía sin forma. Todavía sin voz. Pero real.
Una verdad susurrada por su propio silencio:
“Algún día… los haré arrodillarse.”