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Carrera Contra La Mafia

Carrera Contra La Mafia

Status: En proceso
Genre:Traiciones y engaños / Atracción entre enemigos / Polos opuestos enfrentados / Triángulo amoroso
Popularitas:532
Nilai: 5
nombre de autor: Edgar Romero

El sueño de Marcela Smith es convertirse en campeona de Fórmula Uno, sin embargo deberá lidiar contra una mafia de apuestas ilegales, sin escrúpulos, capaz de asesinar con tal de consumar sus pérfidos planes de obtener dinero fácil y que no querrán verla convertida en la mejor del mundo. Marcela enfrentará todo tipo de riesgos y será perseguida por los sicarios vinculados a esa mafia para evitar que cristalice sus ilusiones de ser la reina de las pistas. Paralelamente, Marcela enfrentará los celos de los otros pilotos, sobre todo del astro mundial Jeremy Brown quien intentará evitar que ella le gane y demuestra que es mejor que él, desatándose toda suerte de enfrentamientos dentro y fuera de los autódromos. Marcela no solo rivalizará con mafias y pilotos celosos de su pericia, sino lidiará hasta con su propio novio, que se opone a que ella se convierta en piloto. Y además se suscitará un peculiar triángulo amoroso en el que Marcela no sabrá a quién elegir par a compartir su corazón. Mucho amor, romance, acción, aventura, riesgo, peligros, misterios, crímenes sin resolver, mafias y desventuras se suman en ésta novela fácil de leer que atrapará al lector de principio a fin. ¿Logrará Marcela cumplir su sueño?

NovelToon tiene autorización de Edgar Romero para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 21

Jeremy Brown no estuvo en mi presentación. Él, como es obvio, estaba furioso y se oponía, de manera rotunda de  que yo fuera su acompañante en las pistas de carrera. No aprobó el retiro de Jimmy Henry y hasta amenazó con renunciar a Bill, sin embargo él tenía contrato con Rayo Azul y cualquier rescisión le costaría una millonada de dólares.

  Después de cambiarme y cuando me amarraba los zapatos, escuché unos pasos. -No eres más que una oportunista-, dijo alguien. Me volví asustada, con mis pelos erizados y mi corazón dando botes en el pecho. Pensé que estaban las azafatas, sin embargo ellas ya me habían dejado sola en el vestidor. Vi, entonces, una gran sombra dibujarse por la entrada.

   -¿Quién demonios eres?-, me molesté.

   -Sedujiste al viejo Bill porque querías desplazarme pero no lo vas a conseguir, no eres nada más que una advenediza-, decía un hombre con un potente vozarrón que me hacía temblar y me tenía sumida en el pánico.

   Y fue que el tipo apareció igual a un ogro, enorme como un edificio, con la mirada inyectada de rabia y la cara ajada y pintada de rojo. Era Jeremy Brown. Yo nunca había hablado con él, jamás tuvimos contacto alguno y en todo ese tiempo en que estaba trabajando en Rayo Azul nunca habíamos intercambiado palabra alguna. No lo conocía. No me interesaba él tampoco. Lo sabía pedante, tirano, miserable y ruin. todos los mecánicos lo odiaban, más Robert porque él me decía que lo trataba muy mal, como si fuera un menesteroso, lo insultaba, e incluso osó golpearlo varias veces.

   -Es mejor que vayas, Brown, o voy a gritar-, recuperé la  calma. Crucé los brazos, también, y lo desafié alzando mi naricita. Él no iba a amedrentarme aun pareciera un rinoceronte herido.

   -Mejor vuelve a tu casa, doña nadie o yo te haré la vida imposible-, volvió a mascullar y a dar bufidos, remeciendo los vidrios de los vestidores. No me inmuté en absoluto,  sin embargo y lo seguí mirando. Jeremy echaba humo de las narices y era evidente que quería estrangularme. Yo seguí delante de él, incluso tamborileando las mayólicas con mis zapatos. Fue que Brown escuchó a dos azafatas que venían a los vestidores. Entonces el sujeto ese desapareció.

   -¿Hablabas con alguien, Marcela?-, preguntó una de las chicas mirando su maquillaje en un espejo grande.

   -No solo era una pequeña ventisca queriendo despeinarme-, dijo irónica, refiriéndome a que no había asustado, en absoluto, el vozarrón de Brown.

*****

   Con mi  primer sueldo, las otras dos mensualidades que me adelantó Bill,  y el porcentaje de los auspiciadores que pondrían sus avisos en mi uniforme, el casco y el bólido que conduciría en la próxima temporada compré un carro. Fui con mi padre. Nunca tuvimos un auto y por eso él estaba emocionado, reía, tenía la cara pintada de colores y parecía un pequeño eligiendo su primer regalo de Navidad. Todos los vehículos le parecían fantásticos y no sabía cuál elegir. Se decidió por uno rojo, luego lo cambió por toro verde, le gustó un amarillo, se encandiló con un marrón y se enamoró de uno turquesa. -Ay papá, todos los carros son iguales-, le decía yo divertida, viéndolo ir de un lado a otro, brincando, queriendo elegir el más elegante, sofisticado, aerodinámico y cómodo, cuando, en realidad, todos tenían esas cualidades. El vendedor se frotaba las manos y reía de oreja a oreja, pensando en una gran venta.

   Yo quería un jeep, me encantaban esos carros grandes, fuertes, robustos y capaces de afrontar cualquier tuta, enarenados, terrales, empedrados, lodazales o el bosque, pero mi papá decía que siendo yo ya una estrella de la Fórmula Uno debía tener un auto moderno, funcional, elegante y súper sexy. -Quiero tener un auto para movilizarme y llevarlos a ti y a mamá, no para conquistar hombres-, seguía yo de buen humor, sin embargo, contagiada por la euforia que hacía gala mi padre en la tienda de autos.

  -Un jeep es para cazadores y a mí no me gusta esa gente-, decía mi padre. El vendedor le daba la razón. -La señorita merece un auto de líneas perfectas, con mucha sensualidad-, decía mirando y admirando mis curvas. Yo tenía los dientes juntos y en mi mente repetía mirando el techo y moviendo los hombros, -hombres-

   Finalmente mi padre eligió el auto turquesa. Le gustó su porte y su figura bastante juvenil, divertida, alegre y sobre todo sexy como él quería. Era un sueño. -¿Podrás pagarlo hija?-, me dijo, luego, mirándome entre emocionado y dubitativo. Papá pensaba que siendo piloto alterna ganaba poco y con sus trabajitos de carpintería que él hacía, no alcanzaría, ni en sueños, para comprar ese auto. -Claro papá, de lo contrario no hubiéramos venido-, lo abracé emocionada, besándolo un millón de veces.

   El vendedor nos hizo el contrato, la tienda tenía su propio notario y yo ya contaba con brevete desde hacía tiempo, cuando corría en los karts. No hubo problema entonces. Pagué al cash con mi billetera electrónica.

   Pasear por las calles de la ciudad en mi flamante carro fue un sueño para mi padre. Reía, hacía bromas, cantaba, se arremolinaba en en el  asiento, sacaba la cara por la ventana, se empinaba, prendía la radio, los parlantes, el aire acondicionado, miraba la computadora, los cambios automáticos, el gps, todo le llamaba la atención y estaba feliz. -Qué modernidad, hija, es como si fuera una nave espacial-, decía parpadeando admirado. Yo le reía emocionada, también.

   Mamá, por supuesto, se molestó. -¿Un carro, hija? es demasiado lujo-, decía ella frotando sus manos en su mandil porque llegamos justo cuando estaba cocinando.

   -Ay mamá, tú siempre poniéndole peros a todo-, la besé y la estreché en mis brazos. -seguro gastaste una fortuna, ay hija eres demasiado contemplativa-, no daba su brazo a torcer mi madre.

   Mi papá aprovechó para contar un chiste. -Un hombre le dice a su amigo, "mi mujer me quiere mucho, siempre anda diciendo a todos que soy su esposo", le decía y el amigo preguntó "¿cómo lo sabes?" y el amigo dijo inflando el pecho, "porque siempre que llega el lechero, el cartero, el mensajero del delivery, les dice ¡ya se va mi marido!, ¡ya se va mi marido! ¡ya se va mi marido!", ja ja ja-, dijo riéndose. Mamá y yo nos pusimos rojas como tomates. -¡¡¡Papá!!!-, le recriminé, pero mi padre no dejaba de reírse, incluso a gritos celebrando su chascarrillo.

1
Mary Mejía
que tan ruin es ese tal Irons del que tiene que cuidarse Marcela y la escuderia rayo azul
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