¿Qué pasa cuando tu oficina se convierte en un campo de batalla entre risas, deseo y emociones que no puedes ignorar?
Sofía Vidal nunca pensó que un simple trabajo en una revista cambiaría su vida. Pero entre reuniones caóticas, sabotajes inesperados y un jefe que parece sacado de sus fantasías más atrevidas, sus días pronto estarán llenos de sorpresas.
Martín Alcázar es un hombre de reglas. Siempre profesional, siempre en control... hasta que Sofía entra en su mundo con su torpeza encantadora y su mirada desafiante. ¿Qué sucede cuando una chispa se convierte en un incendio que nadie puede apagar?
"Entre Plumas y Deseos" es una comedia romántica llena de tensión sexual, momentos hilarantes y personajes inolvidables. Una historia donde las plumas vuelan, los corazones se tambalean y las pasiones estallan en los momentos menos esperados.
Atrévete a entrar a un mundo donde el humor y el erotismo se mezclan con los giros inesperados del amor.
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Completamente Perdida
Vanessa irrumpió en la sala como un vendaval elegante, con su perfume caro flotando en el aire y sus tacones resonando como un metrónomo impecable sobre el suelo de madera. Cada paso era un manifiesto, una declaración de superioridad calculada, y cuando sus ojos se posaron en Sofía, la temperatura pareció caer varios grados. La mirada era una obra maestra de desdén, diseñada para humillar sin necesidad de palabras, y Sofía tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no cruzarse de brazos como una niña regañada.
—Oh, miren —murmuró Andrés desde el rincón, inclinándose hacia Clara con la emoción conspiradora de un comentarista de espectáculos—, la reina del drama hace su entrada. ¿Alguien trajo pochoclo?
Clara se llevó una mano a la boca para ocultar su sonrisa, pero sus ojos brillaban con un deleite que casi la delató. Sofía, por su parte, apretó los labios, conteniendo una risa que amenazaba con escaparse en el peor momento. No quería añadir combustible al fuego que Vanessa claramente traía listo para encender.
Y entonces lo sintió. Esa sensación inconfundible de ser observada, como si una corriente de calor le recorriera la nuca. Giró la cabeza, y ahí estaba Martín. Sus ojos oscuros, cargados de algo que no se podía clasificar como profesionalismo, estaban fijos en ella. Era una mirada que no tenía prisa, que parecía tomarse su tiempo para explorar cada detalle de su rostro y luego bajar con descaro estudiado hasta el cuello de su camisa.
El aire entre ellos se tensó, como si alguien hubiera pulsado un interruptor invisible. Sofía sintió que su respiración se volvía un poco más corta, como si el ambiente hubiera decidido conspirar en su contra, haciéndose más denso de repente.
—¿Qué? —preguntó en voz baja, demasiado consciente de que las palabras apenas salían en un susurro.
Martín no respondió, pero una lenta sonrisa comenzó a formarse en sus labios, una curva letal que parecía hecha para desarmar voluntades. Sus ojos, que brillaban con una mezcla peligrosa de diversión y desafío, se clavaron en los de Sofía, como si le dijeran: ¿De verdad quieres que te diga lo que estoy pensando?
Y allí estaba ella, sintiendo cómo su rostro se calentaba mientras el resto de la sala seguía adelante, aparentemente ajeno a lo que estaba ocurriendo entre ellos. El golpe de los tacones de Vanessa, el murmullo bajo de Andrés y Clara, todo se desvaneció en un eco distante. Lo único que existía era ese hilo invisible que la mantenía atrapada en la órbita de Martín.
Él ladeó la cabeza, como un gato que acaba de descubrir un juguete particularmente intrigante, y Sofía sintió un escalofrío recorrerle la columna. Un escalofrío que no tenía nada que ver con la mirada helada de Vanessa y todo que ver con la intensidad ardiente de Martín.
Estoy perdida, pensó Sofía, mientras intentaba desesperadamente recordar cómo se suponía que debía respirar. Completamente perdida.
Y lo peor —o quizás lo mejor— era que una parte de ella, esa que escondía chocolates en los cajones más improbables de su escritorio como si fueran un tesoro nacional, estaba más que lista para desmoronarse bajo la intensidad de esa sonrisa. Era la misma parte de su cerebro que devoraba novelas románticas en noches de insomnio, fingiendo desprecio hacia los clichés mientras suspiraba secretamente por héroes arrogantes con miradas peligrosas y pasados complicados.
"¿Qué tan hondo puede ser este pozo?" pensó Sofía, aunque la pregunta no llevaba ni un rastro de arrepentimiento. Si Martín era el pozo, ella estaba dispuesta a lanzarse de cabeza con un elegante grito de "¡Ahí voy!"
Claro, sabía que esto era un desastre en potencia. Las oficinas no estaban diseñadas para soportar explosiones de tensión sexual no resuelta. Había escritorios demasiado frágiles, paredes de vidrio que no ofrecían privacidad y, por supuesto, compañeros de trabajo como Andrés, que sin duda narrarían cada detalle jugoso al resto de la plantilla. Pero, ¿y si el caos era el precio de una historia que merecía ser vivida?
Porque eso era lo que se sentía cuando Martín la miraba. Era como estar en la primera página de una novela que no sabía si era un romance épico o una comedia de errores, pero que no podía dejar de leer. La intensidad en sus ojos sugería secretos oscuros, promesas no pronunciadas y tal vez un pequeño ego herido por su insistencia en no ceder a sus encantos... todavía.
Y justo cuando Sofía estaba por decidir que ya era suficiente de miradas cargadas de subtexto, Martín ladeó la cabeza y esa sonrisa suya, tan devastadoramente segura, se expandió otro milímetro. Solo uno, pero fue suficiente para que un calor inexplicable le subiera por el cuello y le coloreara las mejillas.
Esto no está bien, se recordó por enésima vez, mientras su corazón latía con tanta fuerza que era un milagro que los demás no pudieran oírlo. Pero la parte de ella que guardaba chocolates y suspiraba por héroes de papel tenía otra idea. Esa parte era la que decía: ¿Y si el caos es precisamente lo que necesitas?
Después de todo, las mejores historias no empiezan con reuniones tranquilas ni con listas de tareas cumplidas. Empiezan con líos, con miradas que podrían incendiar edificios y con la deliciosa, aterradora incertidumbre de no saber qué viene después.
Así que, por qué no, pensó Sofía, mientras un cosquilleo peligroso le recorría la espalda. Un poco de caos nunca hizo daño a nadie, ¿no? O bueno, tal vez sí, pero, ¿y si el daño valía la pena?