Ansel y Emmett han sido amigos desde la infancia, compartiendo risas, aventuras y secretos. Sin embargo, lo que comenzó como una amistad inquebrantable se convierte en un laberinto emocional cuando Ansel comienza a ver a Emmett de una manera diferente. Atrapado entre el deseo de proteger su amistad y los nuevos sentimientos que lo consumen, Ansel lucha por mantener las apariencias mientras su corazón lo traiciona a cada paso.
Por su parte, Emmett sigue siendo el mismo chico encantador y despreocupado, ajeno a la tormenta emocional que se agita en Ansel. Pero a medida que los dos se adentran en una nueva etapa de sus vidas, con la universidad en el horizonte, las barreras que Ansel ha construido comienzan a desmoronarse. Enfrentados a decisiones que podrían cambiarlo todo, ambos deberán confrontar lo que realmente significan el uno para el otro.
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📌Novela Gay.
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Capítulo 03. La última tarde.
La semana transcurrió más rápido de lo que Ansel hubiese deseado. Las tardes de tareas y besos en la habitación de su mejor amigo llegarían a su fin ese mismo día. Deseaba poder detener el tiempo o al menos ralentizarlo, pero la manecilla del reloj en la pared del aula parecía tener prisa por girar. Tal vez fue su imaginación, pero la vio moverse más rápido de lo normal.
Mordió la punta del bolígrafo y miró de reojo a Emmett. Él estaba tan tranquilo, riendo y bromeando como siempre. Parecía imperturbable. En cambio, Ansel casi se arrancaba el cabello por el estrés. Odiaba un poco a Emmett, o quizás solo envidiaba la manera tan natural con la que manejaba las cosas.
Mientras Ansel se moría de nervios cada vez que su amigo lo abrazaba con naturalidad al caminar por los pasillos del colegio o cuando veía sus labios, Emmett seguía siendo el mismo de siempre, como si esas tardes en su habitación no existieran.
—Hey, ¿te encuentras bien? —La voz de Alex lo hizo regresar a la realidad. Alex ocupó la silla vacía a su lado, observándolo con esos ojos oscuros que siempre le habían dado miedo. Parecían un pozo profundo donde podría caer y morir en cualquier momento.
—Sí, bien —aunque su respuesta fue positiva, su mirada reflejaba todo lo contrario. Bajó la vista y pestañeó un poco. ¿Tanto se notaba su semblante deprimido? Aunque, claro, Emmett nunca lo notaría.
—Vamos a mi casa en la tarde. Mi papá me compró el nuevo videojuego de Halo, ¿vienes? —Ansel sonrió. Alex era así, nunca preguntaba si no querías hablar, cambiaba de tema y parecía no importarle nada más que él, pero siempre trataba de animar a los demás a su manera.
—Bueno, yo…
—Ya tiene planes —intervino Emmett mientras dejaba un jugo de uva sobre el escritorio de Ansel—. Iremos a mi casa por la tarde.
—Bien, en otra ocasión será —Alex suspiró y se puso de pie cuando vio entrar al profesor.
Emmett ocupó su lugar, donde Alex estaba sentado—. ¿Ibas a ir con él en el último día de nuestras prácticas? —preguntó mientras sacaba su cuaderno y libro.
—Jugar Halo es más divertido que sentir tu inexperta lengua en mi boca —susurró Ansel. No sabía de dónde sacaba esa valentía momentánea.
—Jódete —murmuró Emmett con una sonrisa burlona, a lo cual Ansel también sonrió. Eso era lo que amaba de su amistad, pero también lo que temía perder si sus sentimientos continuaban creciendo.
Esa sería la última tarde en la que podría disfrutar de los labios de Emmett sin restricción alguna. La última tarde en la que podría engañarse a sí mismo y creer que tenía un romance oculto con su amigo. Sí, estaba dispuesto a dejar sus sentimientos de lado y obligarse a ver a Emmett como un amigo más.
Por la tarde, tras despedirse de sus amigos, los dos comenzaron a caminar hacia la casa de Emmett en total silencio. Los pasos de Ansel eran lentos, intentando, inocentemente, retrasar su llegada.
—An, ¿estás bien? —Emmett se detuvo a media acera, haciendo que Ansel chocara contra su cuerpo.
—Sí —Ansel retrocedió un par de pasos. La cercanía lo estaba poniendo muy nervioso.
—¿Seguro? Si querías ir con Alex, aún podemos hacerlo.
—No —casi gritó con urgencia, pero bajó la voz y cubrió su boca cuando se dio cuenta de que podía quedar descubierto—. Quiero decir, es el último día, ya te he seguido en esta mierda por una semana, ¿qué importa una tarde más?
Emmett sonrió con satisfacción—. Entonces deja de caminar como un perezoso. —Emmett pasó su brazo por el cuello de su amigo y lo hizo caminar más rápido.
Después de haber terminado su tarea, estaban sentados sobre la alfombra de la habitación, comiendo helado y viendo una película.
—¿Estás nervioso? —Ansel rompió el silencio entre ellos y miró a su amigo. Emmett giró su rostro hacia él.
—Sí —confesó con un ligero rubor en las mejillas. Emmett nunca se había sonrojado mientras lo besaba; eso era exclusivo de ella—. Mañana besaré a la persona que me gusta, An, por supuesto que estoy nervioso.
Una punzada de dolor golpeó el pecho de Ansel al escuchar esas palabras. Aunque era consciente de ello, aún le dolía escucharlo de la boca de Emmett. Bajó la mirada y comió un poco de helado, que antes le había sabido increíblemente dulce y delicioso, pero ahora le parecía insípido.
—Te gusta mucho, ¿eh? —Ansel le dio un golpe amistoso en el hombro para disimular la incomodidad que sentía.
—Desde que la vi, pero sabes la fama que tiene y un inexperto como yo no es alguien que pueda conquistarla. —Emmett se recostó sobre la cama y suspiró profundamente. Levantó su mano y miró sus dedos—. Siempre me imagino con ella, tomados de la mano, caminando y conversando de cualquier cosa, cosas así.
Ansel apretó las manos contra la copa de helado, preguntándose por qué no podía ser él la persona que despertara el lado cursi de su amigo. Por qué no era él a quien deseaba tomar de la mano y caminar juntos. «Tal vez si fuera mujer», pensó, pero pronto negó internamente. «Somos amigos, aunque fuera una chica, él nunca me vería de esa manera».
—Eres tan cursi, me empalagas más que el helado.
—Cállate, cuando te guste alguien estarás igual que yo.
—Quizá, pero yo sí podré caminar con esa persona de la mano conversando de cualquier cosa, y no me conformaré con un simple besito —se burló haciendo ademanes extraños con su rostro. Emmett se rió y rodó los ojos.
—A veces puedes ser bastante cruel, Ansel, burlarte así de mi situación amorosa. ¡Ay!, ni de un enemigo se espera —Emmett puso sus manos dramáticamente sobre su pecho y fingió llorar. Ansel solo se rió de la mala actuación de su amigo.
—Eres demasiado malo actuando, ¿y así quieres estudiar teatro y actuación? Morirás de hambre.
—Me subestimas, querido amigo. Tengo un rostro y cuerpo atractivo, con eso tengo la mitad resuelta.
—Pero te falta la mitad de talento. —Emmett hizo un mohín de supuesta irritación, aunque no aguantó mucho y se echó a reír.
—Como sea, basta de charla y más acción —Emmett se puso de pie y extendió su mano para que Ansel se levantara. Sin embargo, él la apartó y se puso de pie por su cuenta—. Deja tu helado por ahí, vamos a practicar.
Ansel obedeció y dejó el helado en el escritorio junto al de Emmett.
—Ella y yo estaremos de pie —continuó, agarrando a Ansel de la cintura y pegándolo a su cuerpo—, así que es mejor si practicamos de esta manera. —Ansel asintió, sintiendo cómo todo su cuerpo comenzaba a calentarse—. Pon tus manos en mi cuello, Sheira también lo hará.
«Deja de recordarme que no soy yo quien tienes en mente», pensó Ansel, pero mantuvo ese reclamo en sus pensamientos e hizo lo que Emmett ordenó, cerrando los ojos cuando vio a su amigo bajar su rostro para besarlo.
Los fríos labios de Emmett se fundieron con los suyos; el sabor a vainilla inundó su boca. Los movimientos de su amigo eran mejores que antes. Aunque Emmett seguía sintiéndose ansioso, ya no besaba con brusquedad, sino con una urgencia tranquila, pero que lo hacía sentir como si lo necesitara. Sus manos agarraban su cintura con fuerza y lo acercaban más a él. Su corazón latía rápido y fuerte, tan fuerte que creía poder escuchar sus propios latidos.
Sus lenguas bailaban en perfecta sincronización, se separaban un poco y volvían a unirse después de tomar suficiente aire. Al final, Emmett mordió tan fuerte su labio inferior que lo hizo sangrar, así que Ansel lo empujó con brusquedad.
—¿Estás loco? Eso me dolió —Miró a su amigo con las cejas fruncidas, se tocó el labio caliente y miró su dedo, comprobando lo que ya sospechaba: Emmett lo había hecho sangrar—. ¿Cómo le voy a explicar esto a mi mamá?
—Tranquilo, es solo una mordidita, casi ni se nota. Dile que te mordiste mientras comías —Emmett se sentó en la cama con una risa burlona—. Y eso fue porque te burlaste de mí y de mi mala actuación. —Ansel achicó los ojos y bufó, enojado.
—Te odio. —Emmett le mostró la lengua con una sonrisa traviesa.
—¿Qué tal estuvo?
—Quitando la mordida, diría que ya la puedes impresionar.
—¿De verdad? —Los ojos de Emmett se iluminaron con pura felicidad. Se levantó de un salto y le dio un beso rápido a Ansel—. Todo es gracias a ti, amigo. Ya sabes, cuando te guste alguien, no dudes en decírmelo y te ayudaré. —Ansel sintió cómo una sombra oscura nublaba su corazón, pero aún así asintió, forzando una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
En la noche de la graduación, todos se encontraban reunidos. La música resonaba con fuerza en cada rincón, envolviendo el ambiente en una energía vibrante. Ansel, Alex y Ronan se encontraban en la barra de bebidas, donde las opciones eran, por supuesto, sin alcohol.
—Iré al baño, ya regreso.
Ansel se apartó de sus amigos, abriéndose paso entre la multitud de estudiantes que bailaban al ritmo caótico de la música. Sin embargo, en lugar de dirigirse al baño, sintió la necesidad de escapar del bullicio, de encontrar un respiro. Caminó hacia el jardín, buscando un rincón donde la música no retumbara tan fuerte en sus oídos. Pero al doblar una esquina, sus pasos se detuvieron en seco.
A pocos metros de distancia, Emmett y Sheira se besaban con una pasión que parecía no conocer límites. Tal como Emmett había descrito, ella lo sostenía del cuello, y él la envolvía por la cintura, sus manos dibujando caricias en su piel. Ansel sabía que esto ocurriría, se había mentalizado para ello, pero la realidad era mucho más dolorosa de lo que imaginaba. Las lágrimas, traicioneras e inevitables, comenzaron a rodar por sus mejillas, empapando su ropa.
Sin poder soportar más, se dio la vuelta y salió corriendo, como si al huir pudiera dejar atrás ese dolor que le desgarraba el alma. Sin embargo, en su interior sabía que, por mucho que corriera, sus sentimientos no desaparecerían tan fácilmente.